12° Sentirme incluida

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¿Hay algo más triste que no tener a nadie con quien estar un viernes por la noche? A ciencia cierta sí, muchísimas cosas, pero como me dijo Matías, recién ahora vivo una vida superficial y egoísta de adolescente y el mayor drama de mi vida es tener que pasarme la noche previa al fin de semana en casa.

Seguramente Matías no volverá hasta dentro de dos días, como pasa casi todos los fines de semana, Henry tiene trabajo hasta tarde, como todos los días, así que tengo la casa para mi sola. Como si fuera a hacer algo muy interesante.

Me preparo unas palomitas en el microondas y subo a la salita de televisión para jugar play station toda la noche. Literalmente no tengo nada más para hacer, ni siquiera me quedó tarea pendiente.

La puerta principal de la casa se abre, me asomo a la barandilla del segundo piso desde la cual pude verse el recibidor. Matías es quien entró, cargando un par de bolsas con papas fritas, refrescos y cervezas según puedo observar... ¡genial! Seguro tendrá visitas, lo que significa que mi muy entretenida noche jugando al play se va al tacho y debo encerrarme en mi habitación.

Admito que me dan un poco de curiosidad los amigos de Matías, además de los de la universidad, nunca conocí a otros. Supongo que son como él, insurgentes, rebeldes, con rastras, tatuajes y dilataciones; o tal vez bohemios que escriben poesía y cantan canciones de protesta de los años sesenta. Aunque lo más seguro es que sean artistas plásticos como él. Más tarde pretenderé ir a la cocina y los espiaré un rato, solo para satisfacer mi curiosidad.

Ahora me arrepiento de no haberle aceptado a Henry una televisión para mi cuarto cuando me la ofreció. Para no sentirme tan sola prendo mi computadora y pongo uno de los CDs que me dio Matías, mientras tanto navego por internet y se me ocurre desenterrar del fondo del cajón de mi tocador mi esmalte de uñas negro. Antes siempre llevaba las uñas pintadas de ese color. Mamá lo odiaba y yo las seguía llevando así, no sé por qué, es simplemente una de esas cosas que te gustan porque sí. Ahora ya no puedo pintarlas, va contra el reglamento de mi nuevo colegio.

El primer día de clases no lo sabía, y en cuanto la regenta de disciplina me vio en el primer recreo me llevó a su oficina, sacó una botella de acetona de su escritorio y me obligó a despintarlas frente a ella; de paso me avisó que mi falda estaba muy corta y que el reglamento decía que debía llevarla por encima de las rodillas. Me limité a asentir y comencé a despintarme las uñas sin rechistar. Me sentí humillada. Mamá había muerto hacía poco y andaba muy susceptible. Me mordía el labio para evitar llorar frente a la regenta, y cuando mis uñas estuvieron lo suficientemente limpias, salí de ahí con la cabeza gacha, escuchando como me decía que al día siguiente revisaría que no anduviera mostrando los muslos. Eso no lo había hecho con la intención de mostrar las piernas, en mi anterior ciudad el clima era mucho más cálido y era normal llevar el uniforme uno o dos palmos por encima de las rodillas. Al comprar mi uniforme para Frederick Douglas, simplemente elegí un uniforme a como estaba acostumbrada. Después del regaño, tenía vergüenza de decirle a Henry que necesitaba comprar otra falda, así que opté por lo que había hecho el año anterior.

Por tu amor al ArteWhere stories live. Discover now