♠ Capítulo 29: Siempre podemos redefinir "Silencio incomodo"

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Pongámonos en la situación hipotética de que conoces a un tipo guapo que te mueve un poco las hormonas y el tipo te invita a tomar un café ¿Sienten ese cosquilleo nervioso en el estomago? Bien.

Imaginen ahora que la cita es con él y su madre ¿Aumento un poco el cosquilleo? Perfecto.

Supongamos entonces que la mujer en cuestión no tiene una muy buena impresión de ti ¿Nerviosos? Ahora pongámosle que esa mala impresión nace desde un altercado de carácter sexual ¿Se están meando ya en los pantalones?  Definamos entonces ese altercado como tu mano en el pantalón de su hijo, acariciando de manera poco pudorosa lo que ella limpiaba cuando tenía meses de nacido ¿Ahora si que se están meando? Agreguémosle que el altercado ocurrió hace diez minutos ¿Quieren cambiarse la nacionalidad? ¿Quieren sufrir un ataque de amnesia? ¿Quieren que llegue la policía y los lleve detenidos sin razón alguna? Y eso que no he mencionado el último—pero no menos sabroso—detalle.

Imagínense enfrentar toda esa situación sin ropa interior.

Trago sonoramente y dejo mí taza en la mesa de centro haciendo sonar estrepitosamente la loza. La voz de Alicia diciendo “una señorita no hace sonar la loza” hace eco en mi cabeza y por primera vez en mi vida me arrepiento de no haberla escuchado.

Miro rápidamente—y sin quedarme mucho rato—a Marcela, la madre de Gabriel. Es distinguida y terrorífica. Va vestida de negro, lo que la hace ver aun más flaca, esta literalmente en los huesos y me recuerda a una calavera. Independiente a ello se ve joven, no más de treinta y cinco, pero considerando que tiene un hijo de veintidós ha de ser mucho más vieja que eso. Su cabello es tan negro como el de Gabriel, y le cae mortalmente liso hasta los hombros con un flequillo que más que armonizarle la cara, la hace aun más terrible.

En su falda reposa Agatha, quien ronronea con cada caricia que la mujer le da. Esta imagen me recuerda a uno de los archienemigos de James Bond.

Alicia me aterrorizaba con descripciones como esta para que comiera todo de mi plato. Y funcionaban, corrección, aun funcionan.

Miro de soslayo a Gabriel solo para no sentirme tan solitaria en mi vergüenza. Su imagen me sube el ánimo. Se rasca la nuca con rapidez y desenfreno mientras hunde la cara en lo profundo de su palma, el tono rojo le ha regresado al cutis y las orejas le brillan de lo coloradas que las tiene. De cuando en cuando mueve la cabeza con desaprobación pero no dice nada, solo suspira una y otra, y otra vez.

—Vamos mi angelito—dice Marcela matando el silencio incomodo que se ha instaurado entre nosotros. Para luego estirar una sonrisa tan preciosa que derretiría los casquetes polares si los tuviera cerca. Deja de parecerme terrorífica y se vuelve muy agradable—esta no es la primera vez que me pasa. Con tus hermanos me pasaba todo el tiempo. Imagínate que una vez Lorenzo…

—Mamá no creo que sea el momento de contarme esa historia—interrumpe Gab a  mi lado sin mirarla a la cara.

—¿Qué tiene de malo? A Lorenzo no le importaría… Lorenzo era mi hijo mayor—me dice con algo de tristeza en la voz—falleció en un accidente de auto hace casi cuatro años, él era algo ¿Cómo decirlo? coqueto, traía una chica nueva cada semana a la casa y…

—¡Mamá! No es el momento—levanta la cabeza para mirarla entre molesto y nervioso. Tiene las mejillas encendidas y los labios apretados.

Para ser sincera nunca lo vi tan avergonzado, y si no fuera porque estoy sentada frente a su madre—sin ropa interior—, lo disfrutaría.

—Angelito—dice nuevamente con voz suave, alargando la i y disminuyendo el tono desde la A hasta el to.

—No más angelito mamá. Me llamo Gabriel, dime Gab o Gaby o Gabo o Gabri o Gabe... pero por favor te lo pido, no más angelito.

El departamento de salvadorWhere stories live. Discover now