♠ Capítulo 12: Pesadillas en traje de gánster

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—Esto está todo incorrecto—dice Gabriel y me tira el cuaderno por la cabeza.

—¡Pero si seguí tu método tal cual como me lo ensañaste!

—Imposible, esto es un desastre. Mereces un castigo.

Saca una regla desde el cajón de su escritorio. La mira minuciosamente. Es larga y de madera. ¿Va a pegarme con eso?

—Sobre la mesa—dice en tono autoritario. Yo lo ignoro, no caeré tan fácil en su juego—¡Sobre la mesa dije!

—Sí profesor—me recuesto sumisa sobre mi pupitre, dejando mis nalgas a la vista. El se coloca tras de mí y sube mi falda, acaricia la piel de mis glúteos. Sin previo aviso descarga, con toda su fuerza, un golpe seco con la vara. Misteriosamente no duele, todo lo contrario es excitante, placentero. Lanzo un gemido.

—Nadie le dio la palabra señorita—me azota de nuevo. Con igual fuerza. Arde, pero más ardo yo.

—Por favor profesor...

—¿Por favor? ¿Quieres que te dé con la otra vara?—emito un tímido "sí", acto seguido escucho como se baja el cierre. Acaricia mi trasero y se deshace de mi ropa interior. Algo duro choca contra mi cuerpo y el deseo me posee. Lo único que quiero es que me haga suya.

—Esto va a dolerte.

Gimo extasiada.


Abro los ojos justo en el segundo en que vamos a hacerlo. Siempre despierto en ese instante. Supondré que como mi cuerpo no tiene experiencia en el tema corta el sueño.

Miro la radio reloj. Tres y media. Prendo la luz, abro el cajón del velador, saco mi copia de Cincuenta sombras de Grey, y la tiro al basurero. Nunca más leeré novelas eróticas con sadomasoquismo. ¡Nunca!

Vuelvo a la cama y me doy vueltas hasta que zafarme de las sabanas me resulta difícil.

No puedo quitarme de la cabeza la loca idea de escabullirme en el cuarto de Gabriel. Lo máximo que podría hacer es negarse, cosa que si voy desnuda definitivamente no hará. ¡No, no, no y no! No soy una mujerzuela barata, no puedo ir sin ropa al cuarto de un chico solo porque tengo ganas de hacerlo, pero, podría ir con ropa y ver qué sucede. Entrar, despertarlo, besarlo y decir: me calientas, hagámoslo. ¡Qué mierda estoy pensando! Me tapo la cabeza con la almohada y bufo con repugnancia de mi misma.

Nota mental: debo buscar un lugar donde vivir, preferentemente uno lleno de mujeres mayores de noventa años.


Es miércoles, mañana es feriado, un día que debería amar como si fuera un vaso de agua en el desierto, pero ahora lo siento más como una tortura. Es rico admirar un hombre bien vestido pasearse por los pasillos con el pelo mojado y una tostada a medio morder en la boca, siempre y cuando no hayas soñado la noche anterior que te daba azotes mientras tu rogabas que te lo metiera hasta el fondo. ¡Es casi una tortura china! Tan cerca y al mismo tiempo tan lejos. Suena poético pero es una mierda ¡Una real y pegajosa mierda!

—¿Entonces el te azotaba con una regla de madera?—me pregunta Dany con las mejillas entintadas de rojo.

—Sep, y me decía que tenía que pedir permiso para hablar—respondo sin sacar la atención de mi puré.

—¿Te estás leyendo el libro que te presté?—pregunta Carmen.

—Lo eché a la basura hoy en la mañana.

—¡¿Por qué?!

—Debía alejarlo de mí.

—No puedo creer que estés viviendo con dos hombres—dice Daniela.

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