♠ Capítulo 14: El pétalo de una rosa

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Masco mis panqueques con manjar, recién hechos por Alex, mientras observo divertida como Gabriel recorre la casa, a medio vestir, buscando una polera limpia, su código penal y el móvil.

—¿Estás seguro que no quieres que te preste una mía?—pregunta Alejandro sentado junto a mi bebiendo una tasa de café.

—No, me quedan pequeñas las tuyas—dice y lo veo pasar rápidamente hacia los cuartos.

Tomo un sorbo de leche caliente y me llevo otro pedazo de panqueque a la boca.

—Código penal... ven muchacho—dice como si se tratase de un perro y no de un libro.

—Yo vi un libro azul en el baño—digo en voz alta.

—Todos mis libros son azules—responde. Me quejaría por su rudeza pero ha sido tan amoroso conmigo los últimos días que lo paso por alto.

Debido a la gripe que se agarró el sábado estuvo en cama domingo, lunes y martes, días en los que el fantasma de la ternura lo poseyó. No solo me agradecía por las cosas que hacía, también me pedía que lo acompañara para no sentirse solo e incluso me interrogaba sobre las materias que estudiaba cuando estábamos juntos ¡Si hasta me pidió que le acariciara la cabeza! Pero hoy es distinto, ya se siente mejor, es independiente y no necesita más a su enfermera de medio tiempo. Cabrón.

—Acá estas ¿Que hacías en el baño?

Mi "te lo dije" es ahogado por el pitido de la lavadora avisando que la ropa esta lista. Gabriel corre hasta ella con el bolso ya cruzado en el cuerpo y se la pone, aun húmeda, sin sacarse el bolso. Da media vuelta para salir pero Alex lo detiene.

—Toma—dice y le entrega un pequeño bolso de mano—hay sopa de pollo, jugo de fruta y ensalada de espinacas, también metí una caja de paracetamol en caso de que te suba la fiebre—momentos como estos me hacen pensar que Alejandro hubiese sido un gran medico. Gab mira las provisiones y sonríe.

—Gracias cariño—se acerca y de improviso besa la mejilla de Alex—recuerda llevar a los niños a la escuela. Si ven mi móvil en algún lugar pasen a dejármelo, estaré en la sala G-12 a las once—corre a la puerta y sin despedirse sale pegando un portazo.

Ambos suspiramos al unísono.

—Era tan agradable el departamento cuando estaba enfermo—digo.

—Una delicia—levanta mi plato y el de él y los deja en el fregadero—y como guinda de la torta debo buscar su celular ahora.

—No te molestes—digo al mismo tiempo que saco el aparato de mi bolsillo.

—¿Lo tuviste tu todo el tiempo?—asiento solemne. Luego esbozo una sonrisa—¿Qué estás pensando?

—Operación Carly Hell Jepsen, Alejandro, ya está en marcha—me mira temeroso.

Cuando mi madrastra, Alicia, llego a vivir a mi casa lo convirtió inmediatamente en su territorio. Tierra hostil, tanto para mí como para mi hermana, en la cual las reglas eran creadas, administradas y llevadas a cabo por ella única y exclusivamente. Mi padre, para variar, brillaba por su ausencia y si en alguna remota ocasión era localizable sus respuestas siempre se movían entre el "pregúntale a Alicia" y "que Alicia se encargue".

Por nuestra parte, Javi y yo, entendimos rápidamente que si queríamos justicia había que tomarla por nuestra propia mano, y si no había esperanza en llegar a un acuerdo pacífico la respuesta era una sola, venganza. Es así como pasamos de estar en sector "cosas que venían en el paquete de las cuales no preocuparse" a la sección "enemigo público número uno". Si en un principio no le caímos bien al final de su segundo año en casa nos detestaba de tal manera que no había castigo suficiente que calmara su ira.

El departamento de salvadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora