El amor y sus definiciones [3]

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Esa sensación... ¿la conoces? Sí, esa. La que se clava en tus pensamientos y no te deja respirar; que te ahoga entre el polvo de los recuerdos y la marisma de corazones. Esa de la gente indecisa, que no sabe si hace bien o si, por el contrario, se refugia entre sus miedos para evitar dar a la luz una verdadera versión de sí. Es una especie de constante existencial: tan pronto te levantas un día y crees que te comerás el mundo como por la noche estás siendo devorado por él; y nada puedes hacer para evitarlo.
Me reconcome la indecisión, la inexactitud. Tengo miedo de estar cometiendo el error vital de perder mi tiempo en la nada más absoluta. Llamadme inconformista; llamadme mal agorero, pero no dejo de tener miedo a quedarme sin tiempo de poder vivir mi propia vida, y no la de los demás con lágrimas bañándome los ojos.
Ojalá fuera todo tan fácil. Ojalá fuera todo tan efímero como el chasqueo de los dedos para que se recompusiera hasta el más desorden entrópico del universo.
Pero, a diferencia de esas cosas físicas, lo mío tiende hacia la química. La química del corazón y de su intrínseca definición del dolor arraigada desde que nacemos hasta que morimos.

En clave de poesíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora