Capítulo 30.

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-¡Oh por Dios!- exclamó una voz femenina desde adentro del cuarto, que al cerciorarme de quién se trataba vi que era de Sonia, quien había llegado a casa antes de lo esperado.

Aún Cristóbal me sostenía con fuerza por los brazos, pues nopodía mantenerme en pie. Todo mi cuerpo estaba temblando violentamente, y mi cara estaba crispada por los nervios. Esta había sido una de las peores situaciones en las que me había visto envuelta desde que descubrí la verdad. Lloraba incontrolablemente, deseaba gritar de miedo ante lo que había sucedido. Estuve a punto de lanzarme del balcón, de suicidarme. El sueño que había tenido me había convencido de que en verdad estaba en una playa paradisíaca con las personas a las que más amaba en el mundo.

-¡Rosa! ¡Háblame!- exigió Cristóbal. Su pálida cara ya no estaba demacrada, al contrario, se veía tan bien como siempre, a excepción que en este momento su rostro estaba contorsionado, en una mezcla entre rabia, impotencia y... miedo. Pude ver claramente el miedo más absoluto reflejandose en sus oscuras pupilas. Quise hablarle, decirle que me estaba lastimando los brazos, que estaba bien, pero no podía. Mi garganta estaba sellada por el miedo. Fue entonces que la rubia se acercó hasta donde estábamos, afuera, en el balcón, y me tomó suavemente de una mano, liberandome del agarre de Cristóbal.

-Amiga, reacciona, por favor. Hazlo por nosotros.- dijo, con una voz tranquilizadora, pero que en lo más profundo se hallaba también nerviosa. De repente, comencé a sentirme mejor, pero fue una sensación paulatina, muy lenta. Recobré la fuerza de mis piernas, y mis ojos dejaron de intentar salir de sus órbitas. Mis pulmones comenzaron a funcionar normalmente, pues estuve hiperventilando por un buen rato, percatándome de la realidad en la que estaba.

El sueño se había sentido tan real, había sido tan claro y vívido que habría jurado que estaba en la playa, muy lejos de San Antonio, junto a mi familia, Sonia y Cristóbal. Debía saber que era un sueño cuando lo vi allí, nadando bajo el radiante sol que hacía sin sufrir algún tipo de daño. Y mi madre, también debí saber que se trataba de un sueño al verla a ella, que había muerto cinco años atrás. El sueño había sido una maravilla hasta la aparición de Ariel, el vampiro sádico que deseaba matarme, y de Gabriel, el joven chico que asesinaron en la fiesta de inauguración. Fue el último pensamiento que tuve consciente antes de desmayarme.

Abrí los ojos y estaba en mi cama, cubierta por una gruesa y suave sábana de algodón. Me quité la sábana de encima y vi que aún Cristóbal y Sonia estaban en la habitación. El hombre había movido una de las sillas que habían en el balcón para sentarse en ella, y Sonia estaba al borde de la cama, observando cada uno de los movimientos que realizaba. Ambos mostraron una cara de alivio al verme despertar. Cristóbal se puso de pie y como una bala se acercó a mi.

-¿Qué sucedió?- dijo, pronunciando cada palabra con lentitud.

¿Qué demonios iba a saber qué sucedió? Un momento estaba durmiendo en el pecho de Cristóbal, y al otro estaba a punto de saltar por la ventana. Si alguien debía explicarme que sucedió, debía ser él.

-No... No se...- fue lo único que salió de mi boca, que por fin se dignó a emitir una palabra. Mi voz sonó rasposa, como si no hubiese tomado agua en días. De hecho, así sentía mi garganta: completamente seca.

-Te dejé dormida en la cama. Fui a cazar, juto como te había prometido, y al volver te vi a punto de saltar del balcón... ¿Por qué hiciste eso? ¿Querías...- los finos y ligeramente rosados labios de Cristóbal se cerraron antes de continuar hablando.

¿En serio había creído que yo iba a suicidarme? Era cierto, había despertado con una tristeza enorme, que afortunadamente se fue pasando con las largas horas de sol que había tomado durante toda la mañana, pero jamás haría aquella atrocidad. No con mi familia aún viva, con un empleo asombroso, con una amiga que quería demasiado y con un hombre que me había salvado la vida y que amaba como a nadie.

Sol Durmiente.Where stories live. Discover now