Capítulo 29.

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Caminamos juntos al estacionamiento de la editorial, dejando a Laura aún en el borde de las escaleras, paralizada por lo que acababa de observar. Aquella chica era mala y obstinada, y con lo que ahora sabía era capaz de hacerme la vida más imposible. Genial, un punto extra en mi contra.

Estaba nerviosa, y seguramente era muy notorio, pues una vez en el auto de Cristóbal me tomó el rostro delicadamente entre sus dedos helados y lo giró en su dirección. Cada una de las veces que hacía eso mi corazón comenzaba a palpitar violentamente, tanto que podía sentirlo en mis oídos, con el ruido de un tambor desenfrenado.

-¿Por qué te preocupas?- inquirió Cristóbal con aquella voz tranquilizadora que tanto me encantaba.

-Laura nos vio juntos, y temo que pueda hacer algo en mi contra que logre desprestigiarme. No tengo ni un mes como gerente de la editorial y ya perdimos a uno de los nuestros, no quiero que ella haga que el resto de la empresa crea que soy una oportunista.- dije, bajando la mirada hasta un punto muerto entre él y yo.

-Escucha, se que Laura no ha sido precisamente amable contigo desde que obtuviste el puesto, y se que es porque ella lo deseaba. Envió su solicitud unos días antes que tú, pero por razones que aún desconozco te escogí a ti entre docenas de personas. Y no puedes creer lo agradecido que estoy por haberlo hecho. No eres una oportunista, todo lo que ha ocurrido ha sido obra del destino, empeñado en que estemos juntos.-

El destino, ese ente misterioso que dicen que actúa sobre la vida de las personas lo había hecho sobre las nuestras, atándolas en un lazo que parecía ser el más apretado que existía. Me hizo sentir infinitamente mejor el saber que Cristóbal no pensaba que era una oportunista al enamorarme perdidamente de él, y que él sintiera lo mismo que yo me aliviaba el alma.

Pero no podía bajar mi guardia con Laura. La manera tan peligrosa con la que nos miró en aquel momento aún estaba tatuada en mi memoria, y algo dentro de mi, tal vez mi intuición femenina, me decía que ella no era alguien de fiar, que era alguien de quien cuidarse.

Cristóbal condujo a través de la niebla de San Antonio, que extrañamente estaba demasiado espesa para que alguien humano pudiera dar un paso en su interior. Por suerte para mi, Cristóbal no era nada humano, y se abrió paso como un profesional entre las espesas nubes heladas que se colaban por todo el camino, que con cada metro que descendíamos de la montaña se hacían menos. Llegamos a la ciudad, y las luces de la noche nos llenaron. Caracas vibraba con el agitado ritmo de la capital aunque fueran las siete de la noche. Tráfico por cualquier lugar, personas corriendo como locas por la calle. Algo que no se veía en el pueblo, y que no extrañaba en lo absoluto de cuando vivía allá hace un año, cuando me gradué de la universidad.

Llegamos a un restaurant muy elegante, con muchas mesas y con una que otra persona comiendo alguno de los platos que ofrecían. Un hombre mayor nos ofreció el menú y la verdad no había comido ninguna de las cosas que ahí preparaban. Habían platos que ni siquiera sabía qué contenían, pues estaban en otro idioma, y la verdad era que tanto en geografía como en idiomas era una completa inútil.

-¿No se te antoja nada?- dijo él sonriendo en mi dirección.

-Ehmm... Digamos que no he comido nada de lo que está en el menú. Incluso hay cosas en francés, y no se que hablan.- admití, y al instante comencé a ruborizarme por la vergüenza.

Cristóbal se rió suavemente, tomó su menú y lo abrió.

-¿Vas a comer algo?- pregunté, curiosa.

-No, la comida humana me da algo de asco, si puedo ser sincero. Una vez intenté comer un pedazo de pan, pero me supo tan mal que tuve que lavarme la boca.- contó él, sonriendo.

Sol Durmiente.Where stories live. Discover now