Capítulo XI: Las tres manecillas del reloj.

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— ¡Señora Schneider! - exclamó mi madre sorprendida.

— ¡Disculpe la molestia! ¿Puedo pasar?

Mi madre le enseñó el camino.

— Me sorprende su visita ¿Pasó algo con Afgan?

— Yo sé que mi hijo no es de su agrado, pero sé lo importante que es para él la amistad de sus hijos, y cuando ellos han ido a mi casa, para mí son unos hijos más - explicó.

— Yo tengo razones para no querer a su hijo - suspiró-, pero lo acepto porque lo conozco desde pequeño y es amigo de Brian.

— ¡Usted no es perfecta!

— ¡Pero no soy homosexual!

Fingió una sonrisa.

— Eso no lo hace ser menos, pero usted está muerta en vida, por eso se refugia tanto en su religión.

— ¡Le pido que se retire! - lanzó una mirada fulminante.

— No quiero que Brian vuelva a tocar a Afgan, porque entonces me veré en la obligación de hacer justicia con mis propias manos - amenazó.

— ¡¿Amenaza?!

— ¡Tómalo como quieras!

Eugenia abrió la puerta.

— ¡Señora Schneider! ¡Qué sorpresa! - Brian la miró sorprendido.

Ella lo cacheteó sin dudar.

— ¡Qué sea la última vez que vuelves a tocar a mi hijo! - caminó apresurada.

Brian se petrificó por segundos.

— ¡Maldita! - gritó Eugenia-. ¡Tu hijo se va a refundir en el infierno!

— ¡Basta! - gritó Brian-. Estás enferma mamá.

— Tú deberías explicarme el por qué ella vino a insultarme en mi propia casa ¿No crees? - lo tomó del brazo.

— Le pegué a Afgan - respondió con arrepentimiento.

— ¿Cuándo? ¿Por qué?

— Ayer y por Caroline... Fin - se zafó y entró corriendo a la casa.

Intenté hacer un pequeño ejercicio para mi mente. Empecé recordando las cosas que había comido en días anteriores, conversaciones con los vecinos, incluso intenté recordar el rostro de los clientes en la cafetería donde trabajaba. Quería tener la suficiente lucidez para cuando llegara a la vejez.

Desde que me había mudado a New York, me sentía plena. Tan sólo una semana y mi vida había cambiado radicalmente a mi favor. Chriss me había dado la habitación matrimonial que tenía hasta un baño, pensando en que ambos teníamos que tener un baño personal. El apartamento tenía un estilo rustico, y los colores tierra prevalecían; los muebles de samán, al igual que el comedor.

La cocina era amplia, más ancha que angosta con mesones de granito. Viviendo allí, encontré alguna extraña vocación por la cocina que no había tenido jamás, quizá en mi casa no me apetecía cocinar.

Luego de haber hecho un postre para Chriss: cinnamon rolls, decidí tomar un libro y hojearlo mientras esperaba la llegada de mi nuevo compañero. Yo estaba completamente agradecida por la ayuda que me había brindado, lo consideraba un hombre fascinante.

Detallé la casa. Observé detenidamente un cuadro abstracto que estaba en la sala, arriba del televisor: las pinturas oscuras, horizontales daban la impresión de ver un tren pasar a toda marcha. Viendo el hermoso cuadro volví a pensar en él.

Revealing Dreams - SacrilegioWhere stories live. Discover now