Capítulo V: Primer encuentro.

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Mi madre después de halarme, decía tantas cosas que a veces sólo alcanzaba a escuchar sus últimas palabras. Sólo veía los movimientos de sus labios, más no prestaba atención a lo que decía. Lo único que repetía era constantemente el nombre de Brian. No sé si era mi idea o ella creía que iba a ser el guardaespaldas de él, y realmente, eso me irritaba, cuando la lógica supone que debe ser al revés.

Desde hace algunos años había encontrado la manera de hacerle creer la importancia de sus charlas; asentir y sonreír si lo ameritaba. De resto, cruzaba los brazos y me limitaba a mirarla fijamente, mientras mis pensamientos estaban en otra parte.

Esta vez, y por primera vez, sentí que había notado mi apatía. Fue un momento de cólera que sus mejillas enrojecieron, sus ojos me penetraron y se ensancharon e incluso apretó sus dientes. Seguidamente me cacheteó con fuerza, replicando mi cara en el aire, y luego, me volví a ella con los ojos de par en par. La rabia que sentí en ese momento fue para devolverle el golpe, porque al fin y al cabo era humana, pero no podía olvidar que seguía siendo mi madre y debía controlarme.

— Todas las desgracias que han sucedido es por tu culpa.

Me tomó del brazo con fuerza.

— Dios estaría indignado de ver tus actitudes. Necesitas orar y pedir perdón de tus culpas.

— ¡NO! – grité-. No metas a Dios en las cosas familiares. La rectitud de madre no es igual a tu prepotencia.

— ¿Cómo te atreves? – alzó su mano para cachetearme de nuevo.

— ¡Eugenia! – interrumpió mi padre, pero la mano de mi madre se tambaleó-. Basta, aléjate de Caroline – ordenó.

Sólo lo miré y aguanté mis ganas de llorar.

— ¡Es mejor que regreses a tu habitación! – me besó la frente y me marché de la cocina-. Después hablaremos.

— No puedes quitarme autoridad delante de tus hijos – dijo mi madre molesta.

Yo me escondí detrás de la pared para escuchar.

— Esa insolente omitió todo lo que le dije.

— ¿No sabes comunicarte con ella? – preguntó con ironía.

Ella carraspeó.

— Debe ir a la iglesia. Tiene que confesarse tú me tienes que ayudar – insistió.

Mi padre la miró unos segundos y dijo:

— Dios no es la solución a nuestros problemas internos – refutó-. Todos estos años te has escondido detrás de él.

— ¿No sabes los motivos? – chilló cubriendo sus oídos.

Abelardo había enmudecido.

— Evidentemente no dirás nada más.

— Y... ¿piensas irte? - preguntó al ver que dio un paso.

— Tampoco tengo mucho que decir - lo miró de reojo.

Bastaron unos segundos para ver la silueta de mi madre pasar. Mi corazón se paralizó, pero afortunadamente no notó mi presencia tras la pared. Ella se dirigió a la sala de forma apresurada sin voltear. Yo tomé mi curso hacia mi habitación, subí de prisa las escaleras, pero algo me detuvo.

Me topé con la puerta de Brian y para mi sorpresa estaba abierta. Me detuve y eché un vistazo, entonces lo vi dormido con algunos rasguños en su rostro. Me calmé al ver que estaba dopado por algún analgésico, y seguía en el marco de la puerta admirando su estado sereno.

Entré a su habitación. La cabecera de su cama, estaba adherida a la pared más grande de color turquesa, y también, tenía algunas banderas pegadas del equipo Detroit Lions. Miré su buro y noté un par de servilletas, su celular y un portaretrato con una foto familiar. La tomé y la miré, seguidamente, acaricié su rostro en la foto, mientras sonreía como una tonta por el grato recuerdo.

La cabeza de Brian reposaba en dos almohadas cubiertas por un hermoso estampado japonés, parecida a la que tenía en mi habitación. Esas almohadas fueron el regalo de navidad de mi tía Claire cuando viajó a Ishikawa en una excursión con sus compañeros de trabajo. Vi que su cobija estaba hasta su cintura, entonces decidí arroparlo hasta su pecho musculoso.

Mis manos comenzaron a sudar de la nada, y más, cuando su celular empezó a vibrar. Al tomarlo, noté que tenía varias llamadas perdidas, mensajes por WhatsApp sin responder y otros mensajes de textos sin leer. Tuve la osadía de husmear su celular.

Empecé por sus fotos, encontrando muchas con sus amigos, otras practicando su deporte, y unas que me dieron celos al verlo besar a sus amigas en la mejilla. Luego me fui a sus mensajes recibidos, para mi sorpresa Afgan había escrito un testamento la cual decidí leer.

Me sorprendió leer lo sucedido, y rápidamente mi mente recreó todo el escenario: Nicole encontró a Giselle en su casa. La puerta al parecer no estaba forzada, y Nicole, se aproximó hasta el cuerpo para tocar el cuello, constatando así lo que ya suponía.

Alrededor del cuerpo de Giselle había sangre por doquier. La intentó levantar y sólo consiguió manchar su blusa blanca de una putrefacta sanguaza. Nerviosa intentó llamar por el teléfono, pero la desesperación no la dejaba marcar los números. Gritó a las afueras de la casa, hasta que un cartero decidió auxiliarla.

Lo que me sorprendió leer fue que Giselle tenía una herida en su costado por un arma blanca, y después, fue golpeada en la cabeza con un objeto contundente; por los moretones y abertura que tenía en su cabeza. La ropa estaba rasgada, incluyendo su falda de jean, y lo más extraño del asunto es que no había sido violada, ni despojada de sus pertenencias... no era un robo, alguien la asesinó con toda intención, y ella, conocía ese personaje perfectamente.

Coloqué el celular en donde estaba, me había dado escalofrío leer e imaginar semejante hecho macabro. Sentí la necesidad de averiguar más sobre el tema. Mis pensamientos sobre Giselle se despejaron por un momento, y me centré de nuevo a Brian. Me senté al borde de su cama y acaricié sus cabellos, sintiendo la necesidad de aproximarme un poco más de lo que estaba.

Estaba tan cerca que no podía creerlo. Vi sus pestañas pobladas, sus cejas espesas y el vello que empezaba a salir en su rostro. En ese instante rocé mis labios con los suyos; finalmente lo había besado.

Brian correspondió el beso de una manera suave, sin abrir los ojos, pero se paralizó y me aparté rápidamente. Corrí despavorida, atónita y nerviosa hasta mi habitación por lo que había hecho.

Caminé de un lado a otro. No tuve quietud alguna, tampoco sabía si devolverme o quedarme en la habitación a esperar que él apareciera para reclamarme por mi impulso. Los nervios me habían atacado las manos, literalmente sentía un cosquilleo en ellas que no me dejaba mantener la concentración en la realidad.

Un par de horas y nada pasó. Seguía consciente de las consecuencias que tendría que afrontar por no haber eludido mi impulso. Mientras el sentimiento de culpa me atormentaba, ya mí mente empezaba a formular nuevas preguntas: ¿Supo que lo besé? ¿Cómo fue que me correspondió el beso? ¿Se lo contaría a nuestros padres? Persistía en mí la sensación de sus labios delgados, exactamente diez segundos en que no pensé nada más que en lo que sentía. La vida se me había perdido de momento, me olvidé del mundo e incluso de mí.

Escuché que tocaban la puerta.

— ¿Quién es? - mi voz se entrecortó.

— ¡Abelardo!

Me ahogué en un suspiro.

— Espera - traté de estar lo más serena.

— ¿Cómo te sientes?

— ¿De qué? - me aterré.

— De lo que sucedió...

— ¿Qué sucedió? ¡Ahh ya! - recordé-. No es nada...

— ¿Segura?

— Sí. He aprendido a lidiar con mamá.

— ¡Me alegra! - sonrió-. Te dejo descansar.

Se marchó al besar mi frente.


Revealing Dreams - SacrilegioOnde histórias criam vida. Descubra agora