Capítulo XVII:Lágrimas secas.

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Al salir de la casa vi un cuervo en el suelo. Lo miré fijamente, y él alzó el vuelo hacia el este batiendo sus alas. Encendí el auto y reposé encima del volante hasta que se calentara. Alcé la mirada un par de minutos después, y, encontré a Brian parado frente al auto.

Mi corazón se agitó y bajé el vidrio.

— ¿Qué haces? - pregunté asustada-. Pareces un psicópata, apareciendo de ese modo.

Se sorprendió ante mi reacción.

— Lamento mucho por haberme expresado así en la cocina - dudó si acercarse.

— Descuida.

— ¡Caroline!

— ¿Sí?

— ¡Te quiero!

Él encogió los hombros.

— Yo también te quiero - esbocé una sonrisa.

— ¡Espero que disfrutes! - se apartó.

— Lo prometo.

Llegué a Los Ángeles, donde estaba internada mi madre. Aquel lugar no era tan desquiciante como lo describían en algunas novelas. Mental Health era un lugar lleno de personas con actitudes especiales y muy ocurrentes. Algunas personas les aterraba la palabra «loco» pero, lo que ni sabían era que esa palabra tenía algo especial: un mundo que nadie puede imaginar, sentir o percibir.

Las enfermeras me llevaron al primer piso y caminamos por un pasillo largo. Nos detuvimos frente a una puerta blanca con una pequeña ventanilla. Una de ellas insertó la llave en el cerrojo y lentamente se abrió la puerta, entonces vi a mi madre dormida en una cama individual.

— Recuerde que no puede estar mucho tiempo - susurró la enfermera cerca de mi oído-. Estaremos afuera por si se le ofrece algo.

— Gracias - me acerqué a mi madre lentamente.

Acaricié su brazo con suavidad, no quería despertarla, y luego, dirigí la mirada hacia una gran ventana enrejada que daba vista al patio, donde se podía admirar el follaje de los árboles. Imaginé que para los internos todo era una especie de paraíso. Lo que predominaba en esas cuatro paredes, sin duda, fue el color blanco. Sólo faltaba un señor barbudo para que lo internos terminaran de creer que Dios había llegado a apiadarse de su supuesta locura, pero ellos creían mucho más allá de eso; sabían que su Dios era una energía y no un cuerpo.

Mi madre abrió lentamente los ojos y se encontró con mi rostro admirándola. Se movió un poco e intentó levantarse, pero los efectos del sedante seguían recorriendo su cuerpo.

— ¡Llegué al paraíso! – dijo bromeando, pero su habla era enredada-. Pensé que iría al infierno con mis errores.

— Todavía sigues con efectos del sedante – respondí tomando su mano.

— ¡Perdóname! – apretó mi mano, y por primera vez sentí sus palabras con sinceridad-. Nunca actué por mal, fui cómplice... pero los amé, y los amo.

— ¡Lo sé! – no dudé, y besé de nuevo su frente.

— Tienes que sacarme de aquí, porque él vendrá y nos matará.

— ¿Quién? – pregunté dudosa.

— Abelardo – murmuró.

— Él está preso – respondí para aliviarla-. Pagará por sus crímenes.

— ¡ESTÁ AQUÍ! ¡ESTÁ AQUÍ! – Gritó repitiéndolo varias veces.

Mi madre empezó alterarse tanto que llegaron las enfermeras, y me pidieron que por favor saliera de la habitación. Al salir sólo encontré varios internos que comenzaron a reírse descontroladamente. Las enfermeras tomaron a mi madre y le volvieron a inyectar un calmante, mientras dolorosamente veía cerrar sus ojos por la ventanilla de la puerta.

Revealing Dreams - SacrilegioWhere stories live. Discover now