Capítulo III: En la oscuridad.

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Brian colocó sus pies sobre el suelo frío. Miró su pantalón de algodón y notó que había amanecido erecto. Pensó la explicación más lógica: retener la orina durante la noche era el resultado de amanecer así. Sin embargo, lo que había pasado la noche anterior no tenía que ver con su erección, casi todos los días amanecía así.

Fue al baño, bajó sus pantalones entre dormido y orinó antes de meterse en la ducha. Colocó la cara en el potente chorro, y en su mente volvían las imágenes de aquella chica misteriosa que sólo imaginaba. Cerró la ducha en medio de un suspiró. Abrió las cortinas y notó que había olvidado la toalla, por lo que no le tocó otra opción que salir desnudo.

— ¿Qué pudor tienes en salir desnudo? – dijo nuestro padre, tratando de no mirarle los genitales-. Aprende a pedir las cosas, así tampoco escucharías las quejas de tu madre si te viera así – prosiguió bordeando con sus dedos los bigotes mientras caminaba.

— ¡Entendido mi capitán! – respondió blanqueando sus ojos mientras llegaba a su habitación.

Brian cerró la puerta de su habitación, y se lanzó sobre la cama observando el techo. Se colocó una ropa interior de color azul, luego tomo su laptop; abrió el Word y comenzó a redactar:

Anoche en la oscuridad sentí algo más, sentí el amor sobre una persona sin voz o que quizá me hablaba, pero mis otros sentidos no lo podían transformar, sólo habló su piel. Quizá tenga algún complejo que la haga esconderse detrás de su ropa, o simplemente me vendó los ojos para que no viera lo que realmente es... ¿Tendrá miedo de ser? O ¿Tendré miedo de lo que pueda ser?

No podía imaginar esa sensación cuando piensas en ella o se aproxima y te sudan las manos, simplemente, estaba lidiando con un fantasma, que tan sólo al recordarlo me sofocaba y quitaba mi aliento, aún, sin saber si sintió lo que yo. La indignación o desesperación de esperar y saber que no llegará un mensaje a tu celular para un próximo encuentro era terrible. Sólo recordar lo que no vi sin duda sigue siendo delirante.

Entonces en mi mente no quedará más que recordar e imaginar. Quedarme sin saber, perdurando solo en la oscuridad y en una irrevocable incertidumbre.

Brian se montó en el auto. Mi madre lo llevaría a la universidad, pero él estaba tan perplejo leyendo y acomodando su escrito que se olvidó del mundo. Escribir le aportaba una cierta calma; sin embargo, los recuerdos traían a su cuerpo un sentimiento de angustia y deseos. Los recuerdos también tienden a ser un arma de doble filo, sobre todo cuando el deseo tiene nombre, pero el cuerpo sigue siendo incierto.

Mi madre le habló en todo el camino de las cosas que no le había gustado del matrimonio de Melany, pero Brian seguía en su mundo. Ella se molestó obviamente al hablar y no recibir respuesta alguna, pero trató de calmarse para no entrar en discusión manejando.

Al estacionarse notó todos los jóvenes corriendo a la universidad, y se sorprendió de la población estudiantil tan variante. Creyó que quizá el fin del mundo estaba por aproximarse, sobre todo, al notar las mujeres vestidas con faldas cortas o short con una franela sin mangas que mostraba dejaba al aire libre el ombligo.

Después de quedarse atónita por los jóvenes, trató de sentirse bien de que sus dos hijos no pertenecían a ese extraño mundo de la modernidad; en cuanto a vestimenta se refería. Intuyó que el cuerpo es el templo de cómo las personas se sienten, y si el templo está vestido de una manera incorrecta para ella, entonces su alma seguramente estaba podrida.

— ¡Bájate! – ordenó Eugenia, mientras lo veía con prepotencia.

Tocó la corneta al ver que Brian seguía escribiendo. Él pegó un ligero brinco.

Revealing Dreams - SacrilegioWhere stories live. Discover now