Prólogo

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Sentada en el taburete de la cocina, observaba de vez en cuando al chico de mi edad que estaba en el sofá de la sala. Su cabello castaño claro no dejaba de brillar, mientras que sus ojos color café miraban un punto fijo de forma neutra. A decir verdad, nunca se encontraron con los míos. Me sentía frustrada, pues la única persona de su edad que se encontraba allí era yo, y ni siquiera se había percatado de mi presencia. Lo único que buscaba era hacer una amistad, no lo malentiendan, esto sucedió cuando apenas tenía doce años. 

Él estaba al lado de sus padres, serio y concentrado en lo que hablaban, que si mal no lo recuerdo, era economía; aburrido para un simple niño a decir verdad. Su expresión era fría y confieso que en varias oportunidades me entraban ganas de darle un golpe en la cara para que cambiara de expresión, al menos una vez. De todas las veces que había venido de visita, ni siquiera me había dado un saludo fingido por educación, era como si fuera un fantasma para sus ojos y eso me hacía enfadar.

La razón por la cual venía a casa era por nuestros padres. Los cuatro eran mejores amigos de la secundaria y siempre se juntaban al menos una vez por semana, para charlar y tomar café. Había intentado acercarme antes a él, pero como siempre parecía repelerme ¿Por qué? Jamás había cruzado una palabra con él. He llegado a pensar que le tenía fobia a las mujeres pero eso no podía ser, ya que como tantas coincidencias de la vida, íbamos a la misma escuela y hablaba con muchas compañeras. Entonces ¿Qué diablos? ¿Acaso era mudo?

El tema de conversación cambió rotundamente cuando nuestros padres comenzaron a discutir de cómo habían jugado los New York Yankees en el último juego. Al niño por su parte no parecía importarle y continuaba serio mirando un punto fijo. Nuestras madres, en cambio, se mostraban los accesorios que habían comprado de oferta en el nuevo Mall de la zona. Me estaba hartando, quería salir a jugar, mirar la TV, dibujar, no se ¡Algo! pero no podía, según mis padres debía ser respetuosa y quedarme sentada con ellos. Solo me permitían irme, si el niñito cara de piedra me acompañaba, pero como había mencionado antes, ni siquiera me dirigía la palabra y por ende, me era completamente imposible. 

Aún continuaba sentada en el mismo taburete que ya se me estaba haciendo incómodo y molesto para el trasero. Miré al chico nuevamente, quizá tenía suerte y al menos lo pescaba haciendo una expresión pero de un momento inesperado, algo mucho mejor sucedió, me devolvió la mirada por primera vez y sentí que mi estómago se contrajo. ¡Oh, dios mío! ¿Qué debía hacer? Por fin había captado su atención. Lo primero que vino a mi mente, fue tomar venganza por haberme ignorado durante todo ese tiempo, además quería saber si reaccionaba y si al menos podía mover su rostro, bueno, eso fue algo exagerado. Saqué mi lengua en forma de burla, mientras nuestros padres hacían bullicio. El niño abrió mucho sus ojos, horrorizado. Bueno, mi lengua no era tan fea. Miró a sus padres y al ver que no lo estaban observando, me devolvió la sacada de lengua ¿Ah, sí? Así que se estaba metiendo conmigo. Tomé mis mejillas y saqué nuevamente mi lengua, haciendo que el niño me copiara. No parecía ser tan bueno en hacer morisquetas, así que cuando estuve a punto de hacer una nueva, mis padres nos interrumpieron.

-¡Oh! Parece que por fin se llevan bien -todos se voltearon a nosotros dos.

-¿Qué? -pregunté en voz apagada. Algo no andaba bien en esa conclusión. Eso era una guerra de morisquetas nada amistosa y debía ganar sin interrupción, aunque ya era demasiado tarde.

-¿Por qué no van a jugar en el patio trasero? Podrían llevarse mejor -propuso mi madre.

El niño se levantó sin ninguna queja y caminó hacia el patio. Parecía un robot que seguía órdenes sin decir una sola palabra.

-Espérame -le grité, intentando alcanzarle.

Abrí la puerta trasera y observé como él caminaba hacia el centro, un poco perdido.

-¿Qué haces? -pregunté.

-¿Te importa? -por fin había emitido palabra y me sorprendí, no era tan chillona como esperaba.

-Hablaste ¿Por qué no lo haces nunca?

-No me apetece hablar con personas como tú -hablaba de forma muy madura y eso me pareció extraño en un niño de doce años... En especial, aburrido.

-Oye ¿Qué intentas decir? -me crucé de brazos, molesta.

-Que no me interesan las niñas bobas y mucho menos, las que hacen guerra de morisquetas como si fueran un niño más.

-No me comporto como un niño y tampoco soy boba -grité furiosa.

-Entonces ¿Por qué juegas a la pelota como uno? La semana pasada, te he visto hacerlo y parecías un chico más.

-Yo... -mantuve un silencio de segundos y continué defendiéndome-. No tiene nada que ver a que sea una chica, nosotras también podemos jugar como ustedes...

-Sí, claro...

-Te apuesto a que si juego un partido de fútbol americano contra ti, gano.

-¿Qué? No jugaría contigo.

-Eres una gallina, por eso ni siquiera lo intentas, sabes que te ganaré.

-No digas tonterías -cambió por fin su expresión, dejando que una media sonrisa amenazante apareciera.

-Entonces, prepárate.

Busqué la pelota de fútbol americano que me había regalado mi padre y la dejé en el medio del patio. Le iba a demostrar que aun siendo una chica, era más fuerte que él. El niño se puso en posición y comenzamos a jugar. Casi a mitad de partido caí en la cuenta de que era más habilidoso que yo pero no por mucho, pues le quité la pelota y corrí con todas mis fuerzas, anotando un tanto y haciendo que solo me falten dos para salir victoriosa. Entre juegos y más juegos, el niño cara de piedra me ganó el partido. Estaba a punto de proponer una revancha cuando sus padres se asomaron a la puerta, informando que ya debían irse. A decir verdad, estaba oscureciendo y no lo habíamos notado. El niño se acercó a mí, con la pelota en la mano y me susurró muy cerca.

-Eres una niña boba ¿Sabes? -me la pasó con fuerza.

-No lo soy, te lo demostraré la semana que viene en una revancha -respondí extendiendo mi mano para hacer el pacto. Este la miró con asco pero aun así, la estrechó.

-Esperemos a la próxima, a ver si puedes derrotarme boba.

Se marchó y me quedé con la furia contenida durante toda una semana. Cuando volvió, continuamos con el juego y nuevamente ganó. La semana que le siguió volvimos a jugar, pero esta vez la victoriosa había sido yo. Continuamos de esa forma durante mucho tiempo, a lo largo de los años. A pesar de crecer y jugar partidos, siempre nos peleamos y odiamos y eso no iba cambiar por nada en el mundo o... Eso creía...

Tenías que ser tú... © [#TQST1]Where stories live. Discover now