↳ Capítulo 33.

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Fue entonces que me percaté de que una lágrima había escapado de mis ojos y había llegado hasta mis labios. Estaba llorando.

Allí estaba y no era un sueño, una ilusión o una cruel jugarreta de mi mente. Entonces capté que colgando del edificio, había un enorme cartel que decía "Don't run away again" con grandes letras azules. No sabía qué decía, jamás había aprendido inglés a pesar de ser mi lengua materna, pero cual fuera el mensaje, me impedía moverme, quería permanecer allí, observándola.

Hice una comparación, y mi exposición salió perdiendo. Rosé era hermosa, en todo sentido que pudiera verle; su voz, su rostro, su cuerpo, así usara el atuendo más ridículo del planeta.

De pronto, un pensamiento me cruzó por la mente, ¿existía la posibilidad de que ella me quisiera a mí? ¿Tan sólo a mí?

Tenía que haber una razón por la que en este momento estuviera allí, cantándome esas hermosas palabras que me llenaban el alma, ese "por siempre" que agregó a su melodía, pero, ¿todo ello era verdad? Y si lo era, ¿acaso no seguiría siendo malo?

El recuerdo desgarrador que aún no me abandonaba, era aquel en el que veía los ojos hinchados y rojos de Jennie, la tristeza en su rostro y la radiografía de su alma hecha pedazos. ¿Es que yo podía ser tan cínica como para terminar de arrebatarle lo que más amó?

Miré de nuevo a Rosé y otra lágrima corrió por mi mejilla. Ni siquiera yo misma me entendía; si ella me quería y yo la amaba más que a mi vida misma, ¿Cómo podíamos estar juntas? ¿El dolor de Jennie era el precio a pagar? Me lastimaba querer hacerlo para estar con Rosé, no podía ser tan egoísta, ¿o sí?

Era verdad que había pasado el tiempo, pero aunque para mí fuera eterno, en realidad no había sido bastante. En dos meses nadie sana una herida, y mucho menos si es tan profunda como la que yo había hecho. ¿Es que nunca podría llegar a estar con Rosé? ¿Ser feliz con ella? ¿Tenía que conocerla?

Pero tampoco podía ignorar todo este amor que me quemaba por dentro, me hacía hervir la sangre y que ya hasta dudaba me cupiera en el corazón o en el cuerpo entero.

Sentí a Eunwoo a mi lado.

—Dile que no es demasiado tarde—, me susurró y la gente volvió a mí alrededor, volví a la realidad que me asfixiaba.

Di una rápida mirada a Eunwoo y luego la volví a Rosé; el murmullo de la gente me hizo perder las voces en mi cabeza, mientras la de Rosé continuaba metiéndose por mis oídos y llegaba a mi corazón. El suspiro angustiado que solté se hizo visible al empañar el cristal de la ventana, ¿por qué tenía que pensar demasiado las cosas? ¿Volver a escapar sería muy cobarde?

La música paró, y junto a ella mi corazón estrepitosamente colapsó en nuevos latidos. Rosé miró hacia mí y aún a tal distancia, pude sentirme abrigada en el calor de su mirada.

—¿Qué esperas?—, me instó Eunwoo, pero ni siquiera yo lo sabía.

Rosé no se movía, pero el par de músicos detrás de ella comenzaron a retirarse, haciendo que la escena pareciera viva.

Era hora de aclarar las cosas con Rosé y también conmigo misma.

Comencé a mover los pies hacia atrás y despegué las manos del cristal, dejando la huella de mis palmas.

Rosé notó mi movimiento y en cuanto me di la media vuelta, dio un salto hacía atrás y se echó a correr. No supe qué más hizo, porque caminé hasta las escaleras y bajé a grandes zancadas medio desequilibradas hasta la planta baja. ¿Qué iba a decirle? Mi cabeza era un completo caos e iba viéndome los pies al caminar, tratando de encontrar la respuesta correcta a todo este dilema.

Manual de lo prohibido | ChaesooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora