↳ Capítulo 24.

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La culpa que sentía en ese momento era inexplicable. Parecía como si los órganos dentro de mi cuerpo se hubiesen vuelto pesados para luego desaparecer, dejando un vacío completamente abrumador. Había tocado fondo.

Estaba ebria, por supuesto, pero aún me quedaba una pizca de cordura.

El corazón hecho pedazos debajo de mi pecho me dolía de la inmensa culpa que estaba sintiendo, era como si trajera una espina clavada en mi bombeador de sangre. Cada latido era una oleada más fuerte de dolor y el mar al que pertenecían aquellas olas llevaban un nombre propio: Jennie.

Lisa me lo había advertido: "nada estúpido" me había dicho, y yo iba con un letrero de 'estúpida' pintado en la frente.

Seguro Lisa me mataría, pero aquello era lo mejor, yo merecía morir como mínimo, o con menos dramatismo, irme de la vida de Jennie.

La hora de partida había llegado, yo tenía que irme en cuanto tuviera la oportunidad, tomar el primer avión a Seúl o cualquier otro medio que me ofreciera alejarme de aquí.

La cabeza comenzó a punzar de dolor, y con el estómago revuelto aún, me levanté de la cama, visualizando rápidamente el baño, a donde corrí y en el que devolví lo último que había tocado mi estómago.

Luego de que quedé vacía, lavé mi cara y me dejé caer sobre el azulejo blanco del piso, sintiendo su frío contacto con mi piel y allí, hecha un ovillo de hilo en el suelo, perdí la conciencia de nuevo.

Al abrir los ojos, el dolor de cabeza taladró con intensidad en mi cráneo, haciéndome cerrarlos de nuevo. Traté de abrirlos otra vez, poco a poco, y la luz clara del día me los encandiló a tal grado de que el dolor se agudizó.

Tenía un recuerdo vano del día anterior y entre más me esforzaba en ordenar el desorden en mi cabeza, más me dolía.

El bar, el espejo, Rosé, su Audi, el beso... ¡Jennie!

Tan pronto como le encontré sentido a esas palabras, el recuerdo llegó a mi mente. Me levanté sobresaltada y visualicé después de unos segundos una habitación.

No era mía, de eso estaba segura; el decorado del cuarto era de colores blancos y negros. Era la habitación de una mujer con gustos peculiares en cuanto al color y la única persona que se me venía a la mente era Rosé.

La cama estaba deshecha, pero yo estaba segura de que anoche me había derrumbado sobre el piso del baño y no sobre la cama. Lamentablemente, nada había sido solamente una pesadilla, como yo lo hubiese deseado, todo era real, y aquellos labios rosados, rellenos, suaves y ahora con sabor a menta y chocolate, habían sido míos anoche, por un minuto.

Traté de buscar un reloj, encontré uno pequeño sobre el escritorio, eran las doce treinta y cinco del medio día, y la cabeza no me dejaba de doler.

Fui al baño, medio mareada aún, y lavé mi cara. Traté de acomodarme los cabellos azabaches que tenía descuidados, y luego de que me vi con un aspecto mejor, decidí que tenía que salir corriendo de esta casa.

Esperaba y cruzaba los dedos para que Rosé no estuviera, así, saldría sin que ella se diera cuenta y... me iría.

Tomé mi bolso que se encontraba en una silla cercana y me lo crucé sobre el pecho. Me armé de valor y giré la perilla de la puerta, abriéndola. Salí con la mirada baja y al instante de que me encontré fuera de la habitación, la levanté, encandilada horrorosamente por la clara luz del medio día.

Aunque hubo algo que me encandiló más que la luz del día: la presencia de Rosé en el lugar.

Ella me miraba, sentada en una de las sillas que tenía cerca de la mesa, allí otra espina a mi corazón. Ambas nos miramos por un largo rato, como si nos comunicáramos con los ojos. Aquello pudo haberse interpretado como un "te odio" doloroso y afrentoso, o como el "te amo" más honesto de la historia.

Manual de lo prohibido | ChaesooWhere stories live. Discover now