4 de octubre de 2013

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El café supo a rancio esta mañana. Escupí el último trago y no tardé en deshacerme del resto involuntariamente. Mi estómago, mi esófago, mi garganta, mi boca... Todo ardía. Quemaba como el mismísimo Infierno y yo solo quería morir.

Por unos instantes lo deseaba fervientemente. Quería alcanzar la paz tres metros bajo tierra. Pero no. No podía morir. ¿Acaso no es muy pronto?


* * * * *


Volví a la normalidad, o eso les hice creer a todos. Mi jefe me abrazó cuando llegué a mi puesto, contento de que mi ausencia no se prolongara por más días. Yo me quedé tiesa, con los nervios tirantes y amenazando con arrastrarme al abismo. No debería tener tanto miedo. Mi jefe es un buen hombre, alguien que se preocupa por mí y el resto de sus empleados.

El nonno también se preocupaba por mí.

Por nosotros.

Por nuestro secreto.

Quise vomitar nuevamente, pero me obligué a tragar. Forcé una sonrisa y me dirigí a mi escritorio. Tenía una pila de trabajo pendiente, lo que me hizo suspirar casi aliviada. Podría llenar el vacío con números. Podría ocupar mi mente con cálculos, con planillas que antes me aburrían.

Hoy eran una bendición.


* * * * *


Después del almuerzo encontré una tarjeta sobre una de mis carpetas. Tenía un nombre, ese nombre un título y debajo un simple teléfono. No había adornos. Era solo una tarjeta, y esa tarjeta lo era todo. Tomé una respiración profunda y me dejé caer en mi silla.

Llamé.

Hablé con una mujer de voz delicada y suave. Pregunté sobre aquello que necesitaba saber y conseguí lo que sabía que me hacía falta.

—La doctora Liessen la recibirá este miércoles, a las cuatro y media.

Mi jefe se asomó en ese momento y me dio una mirada significativa. Yo asentí.

Me habían ofrecido ayuda y yo estaba dispuesta a aceptarla.

De tu ex, con amor (Emma & Chase #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora