Capítulo XLV

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SIGLO ANTIGUO

PALACIO REAL DE NYX

LIAH'S POV

El alrededor de Nyx era perfecto y majestuoso, sin duda alguna.

El general Leandro me acompañaba en mi cabalgata matutina. Se mantenía a una distancia, pero aún así, lograba escuchar los murmuros que le hacía a su caballo.

-Tengo un caballo.

Dije. Rápidamente él se aproximó.

-¿Dijo algo, Su Majestad?

Cuestionó interesado en lo que sea que iba a decirle.

-Sí, tengo un caballo. Se llama Trinidad y fue mi mejor amigo durante una época, antes de conocer a la reina Luna. ¿Él es tu mejor amigo, Leandro?

El río sacudiendo sus hombros, pero negó.

-No, no lo es. Estuve casado, Su Majestad. Ella fue mi mejor amiga. Su partida dejó un gran vacío en mi vida. Decidí no encontrar a otra mujer o otro mejor amigo para reemplazarla.

Le miré por un segundo antes de regresar la mirada al camino. Estábamos de regreso y no faltaría mucho para ver las puertas del palacio.

-¿La conoció desde muy joven?

Su historia me llamaba la atención. Sería el claro ejemplo de mi padre, si estuviera en vida.

Él sonrío recordando.

-Desde niños, solo jugábamos y charlábamos. Luego, llegó la etapa de entrar en la sociedad en su vida, creí que mi amor hacia ella era únicamente de amistad. Sin embargo, cuando un chico intento acortejarla, sentí tantos celos de verle tomar la mano de ese rubio...

Sacudió la cabeza y miró la tierra que pisaba su caballo.

-Entendí que la quería para mí el resto de mi vida. Fue difícil llamar su atención de otra manera que no fuera amistosa. Lo logré después de un año y medio.

-Eso es persistencia.

Aseguré. Una mirada llena de nostalgia chocó contra la mía. Casi pude sentir su dolor y recuerdos.

-Bueno, me vi en la necesidad de alejar a muchos. Al final, obtuve lo que más deseaba. Fue mejor que cualquiera otra recompensa.

Sonreí y asentí. Debieron haber sido tan felices durante su vida de casados. Tristemente la vida se llevaba con prisa a los más amados y a los más nobles.

-Eso es mucho de admiración, Leandro. Debieras dar tu experiencia en las clases del pueblo.

-Oh, por todos los cielos, no. Le temo a muchos jóvenes o niños juntos.

Ambos reímos.

-¿Engrendaron?

Asintió.

-Dos bellas chicas.

Elevé ambas cejas, pero no se lo mostré.

No me podía ver cuidado de una pequeña Luna. Seguramente tendría que ahuyentar a tantos chicos de su alrededor. Si tuviera la dicha de tener los rasgos de su madre... sería la segunda perfección hecha persona en el planeta. Le haría una digna competencia a su madre.

-¿No sufrió de temor?

Cuestione interesada. Temía ser algo posesiva al tener a mi pequeño entre manos.

-Cómo no tiene idea, Majestad. Para mi suerte fueron unas chicas tan educadas y respetuosas... no tengo alguna queja de ellas.

Logré notar las puertas del palacio a unos metros. Suspiré.

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