NARRA MÓNICA
-Somos amigas, Maje -insistí una vez más desde el sofá.
Era viernes a mediodía, y acabábamos de comer en casa de mis padres; había pasado los últimos cinco días en Elche, disfrutando del buen tiempo, de comida rica y de mi familia y amigos. El tren de vuelta a Madrid me salía en un par de horas, y el plan hasta entonces era descansar y reposar la enorme ingesta de comida que nos había preparado mi madre.
Maje me miró incrédula desde el sofá contiguo a donde estaba yo tumbada, haciéndome reír.
-Venga ya, Mónica -se quejó -claro que no sois amigas.
Cerré los ojos, pensando en ella. No me gustaba, pero en aquella ocasión debía darle la razón a mi cuñada: claro que no éramos amigas. Vanesa y yo nos gustábamos mutuamente, pero ninguna de las dos dábamos el primer paso, y simplemente nos limitábamos a disfrutar de un constante intercambio de mensajes, algún café compartido y mucho tonteo y nervios. Sin más.
-Hay que dejar que las cosas fluyan -dije, al cabo de unos segundos.
-Sí, eso es cierto -respondió incorporándose y apoyando su espalda en el respaldo -pero también hay que tomar las riendas y espabilar un poco.
Volví a reír. Maje estaba verdaderamente involucrada en aquella historia, ya que desde el minuto uno la había tenido al día de la misma, contándole cada sensación y novedad, por poca que fuera. Era mi mejor amiga, aunque el tiempo me había dado la enorme suerte de que también se convirtiese en la madre de mis sobrinos.
-Me va a venir a buscar luego a la estación -le confesé.
Aquello sólo hizo que Maje perdiera otro poco más los nervios.
-Espero que actúe alguna de las dos pronto -dijo mirándome -si no, tendré que hacerlo yo.
Solté una carcajada, estirando mi mano en el sofá y buscando la suya. Entrelacé nuestros dedos y la acerqué a mí, besando sus nudillos.
-Calma, amiga
Terminamos riendo las dos, y cambiando de tema al poco tiempo. Yo también tenía claro que entré Vanesa y yo iba a ir la cosa a más, pero me negaba a forzar nada; quería que el tiempo nos pusiese a cada una en nuestro lugar, y si éste era compartido, perfecto.
Aproveché las últimas horas en casa para mimar a mis sobrinos y terminar de cerrar la maleta; mi padre me llevó a la estación y tomamos un último café compartido en la cafetería de la misma, hasta que avisaron por megafonía de que ya podía subir al tren. Me despedí de él, y en cuanto tomé asiento, saqué mi móvil del bolso.
«Ya estoy en el tren. Como te retrases te quedas sin merienda»
Vanesa lo leyó a los pocos minutos, y empezó a escribir su respuesta, que con certeza sabía que no iba a pasar desapercibida.
«Estoy restando las horas para verte, pesada. No me retraso ni por todo el oro del mundo»
El corazón me latió con fuerza y en mi cara se dibujó una sonrisa, la misma que habituaba a visitarme desde que ella formaba parte de mí. Aquella nueva yo me hacía sentirme verdaderamente bien, y tenía ganas de seguir descubriéndolo. Descubriéndome.
Intercambiamos un par de mensajes más, y yo pasé a sacar el portátil y trabajar un poco antes de mi llegada a Madrid; el trayecto no era muy largo, pero me vendría bien aprovechar para dejar enviado un borrador a la editorial que hacía días que me rondaba la cabeza.
Antes de las seis y media de la tarde el tren llegó a su destino. Mi asiento estaba cerca de una de las puertas de salida, así que en apenas minutos alcancé mi maleta y comencé a caminar por la estación hasta el parking, donde Vanesa me había dicho que me esperaría.
YOU ARE READING
Nadie más que tú
FanfictionUna nueva historia desde un punto de vista diferente, pero con un mismo nexo: el amor entre Mónica y Vanesa.