Capítulo 33

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Dylan

La música que se escuchaba en mis audífonos llenaba mi mente, ayudándome a no pensar en las veinte mil cosas que me preocupaban. Con cada paso que daba mientras corría, los pensamientos me llegaban como golpes en la cabeza. Mi madre, mi amistad o posible relación con Thomas, mi padre, mis estudios, qué haría el semestre que viene cuando ya no tenga la temporada de fútbol, la preparación para la universidad, aunque aún me faltara un año,  el balancear mis amistades de aquí y de allá, mis amigos de Los Ángeles que me pedían que los visitara, dejar de preocuparme por de vez en cuando no comer saludable o no hacer ejercicio, etc. Etc. Etc. 

El día se había despertado lluvioso, y, aunque había parado de llover fuertemente cuando salí a correr, aún caían suaves gotas congeladas a cada momento, enfriando mi sudor y haciendo que mi cuerpo temblara por los escalofríos. Mis tenis y medias estaban completamente mojados, con cada paso que daba para entrar por el portón de mi casa se escuchaba un ruido gracioso, como si estuviese caminando con zapatos de payaso. Me los quité al llegar a la puerta, dejando el montón mojado por todos los charcos que había pisado en una esquina, secándome los pies como podía con el aire, moviendo mis dedos mientras los estiraba. 

—¿Qué es ese olor? —pregunté entrando en la cocina luego de llegar de correr en el parque, apagando por fin la música. 

Como había ocurrido en los últimos dos años, no habíamos decorado la casa para la época, ni por dentro ni por fuera. Si no fuera por el frío que se sentía en el ambiente, no había manera de saber que estábamos ya en el día antes de Navidad. Mi padre seguía con sus pijamas puestos, pero se movía de lado a lado, limpiando cosas que estaba usando o bajando la temperatura de la hornilla de la estufa. 

—¿Huele a quemado? —preguntó. 

Todavía no me acostumbraba a verlo casi calvo. Habíamos ido juntos a la barbería por las fiestas, yo solo para cortarme las puntas porque me había antojado de empezar a dejarme crecer el pelo, y él pidiéndole a su barbero que le pasara la maquina más corta posible sin dejarlo completamente como un huevo. Era raro que yo fuera ahora el que tuviese el pelo más largo de los dos, siempre todo el mundo hablaba de lo bien que se le veía el pelo a mi padre, cumplido que yo casi nunca recibía.

—No, huele bien —dije, acercándome. En el sartén habían cuatro salchichas bastantes grandes haciéndose, en una cacerola veía unos cuantos huevos hervidos, y el pan acababa de salir de la tostadora. Había hecho café también, la cafetera llenando la cocina del olor que siempre había asociado con mis padres. Creo que, entre ambos, se llegaban a tomar hasta seis tazas al día. 

—Pues ve sirviéndote, que ya está —la última vez que mi padre había cocinado para mí había sido ya hace meses. Esto ocurría de una vez en un millón. Sabía que probablemente era porque hoy era Noche Buena, pero una parte de mí esperaba recibir una mala noticia en cualquier momento. 

"Adivina quién hizo el desayuno hoy", le escribí a Thomas.   

"Milagros pasan en Navidadddd", respondió después de unos minutos. 

"Creo que me va a decir que ya se divorciaron :DDD", le contesté sarcásticamente. 

"Dylan, por favor :("

Nos sentamos juntos en la mesa del comedor, cosa que llevábamos haciendo desde hace unas semanas, y que no podía negar que se sentía bien. Podía notar el esfuerzo que él estaba poniéndole a escuchar sobre mi vida, a preguntarme por cómo estaban las cosas, a que le contara sobre Thomas, sobre la escuela, sobre mis amigos. Si era sincero conmigo mismo, no se me hacía del todo fácil abrirme de esa manera, especialmente con él. Tenía que obligarme en ciertos momentos a buscar la conversación o a no contestar con respuestas cortas y cortantes, como por mucho tiempo había hecho. 

Te amo, y por eso te odio. [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora