Capítulo 25

33.9K 1.6K 635
                                    

Thomas

—Por favor, Thomas, si vas a estornudar, por lo que más quieras, no lo hagas encima de mí, no me puedo enfermar antes del baile—dijo Ali, que estaba frente a mi comiendo una sopa de maíz con bastante pique en el comedor de la escuela. 

—No prometo nada —dije mirándola seriamente, haciendo ruido como si fuese a estornudar con fuerza. Ali se escondió detrás de Dylan, soltando un pequeño chillido. Empecé a reírme, hasta que, finalmente, estornudé de verdad, tapándome con una servilleta para no enfermar a nadie en la mesa. Me sentía muchísimo mejor, aunque todavía tenía un poco de congestión y los estornudos horribles que me salían a cada rato. 

—Wow, se nota que estás mejor —bromeó Robert —Pero me alegra que hayas vuelto, es bueno tenerte aquí, la mesa no era lo mismo sin ti —él comía una hamburguesa, con extra pepinillos, la cual yo miraba con cierto asco, aguantándome las nauseas. Intentaba no ser una persona que fuese considerada muy "picky" a la hora de comer, siempre estaba abierto a tratar nuevos platos o diferentes sabores, decía que no se debía negar algo antes de probarlo. Pero jamás, nunca, en ningún momento de mi vida, iba a poder entender cómo a las personas les podían gustar los pepinillos. Su olor potente, su sabor tan amargo, agrio, asqueroso. Para mí eran una de las peores comidas en el mundo. Si a algo le ponían pepinillos, quedaba completamente arruinado. 

—Tenía que salir de mi casa en algún momento, me estaba volviendo loco en mi cuarto —contesté. Sabía que no tenía el mejor aspecto, que las ojeras que definitivamente llevaba en mi cara y la actitud con la que había estado desde que llegué en la mañana al salón eran el perfecto ejemplo de mi estado. Esperaba que todos pensaran que estaba así por mi catarro, y no por todas las veces que había llorado en los últimos días y las noches que había pasado sin dormir. Dylan me miraba callado, se había sentado justo al frente de mí, como siempre acostumbraba, comiendo unos tacos pequeños que casi ni tenían queso.

Sabía que él debía estar preocupado por cómo me estaba sintiendo, no solo por estar todavía un poco enfermo, sino por todo lo que había pasado. Anoche lo llamé para contarle la conversación que había tenido con mi madre por el día, y, aunque había intentado controlar mis sentimientos, no pude evitar soltar unas cuantas lágrimas mientras las palabras brotaban por mi boca. Algo que sí me alegraba era lo paciente y sensible que él era con mi dolor. Dylan se estaba ganando un premio por lo considerado que era, se mantenía en silencio mientras yo me desahogaba, y luego, cuando sentía el momento correcto para hablar, daba su opinión y sus palabras. No era la persona más sabia del mundo, ni tenía todo el tiempo las palabras correctas para expresar lo que pensaba, pero no lo culpaba. Yo también estaba en el mismo barco cuando me tocaba a mi consolarlo o darle fuerzas. Eramos dos muchachos que no siempre sabíamos como expresarnos, pero que eso no quitaba nuestra sinceridad y el hecho de que nos preocupásemos por el uno y el otro. 

No podía evitar pensar en las vueltas que daba la vida. Me daba gracia recordar en como había empezado nuestra relación en agosto cuando nos conocimos por primera vez, y cómo las cosas habían cambiado ahora que ya estábamos en diciembre. Para alguien que se pasaba diciendo que nada interesante le pasaba, que nada cambiaba en su vida, de repente mi mundo había dado un medio giro, se sentía como si un tornado hubiese llegado para dejar todo de cabeza. En solo unos meses había perdido a mi mejor amiga, había ganado un grupo entero de amigos nuevos, mi mayor enemigo se había vuelto mi mejor amigo y luego en lo que sea que era ahora Dylan para mí, y mi padre desaparecido había finalmente aparecido, luego de dieciséis años.  

—¿A qué hora es que vamos para el centro comercial el sábado? —preguntó Robert. 

—A la una de la tarde —contestó Ali. 

Te amo, y por eso te odio. [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora