Capítulo 32

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Dylan

—Dobla aquí a la derecha. ¡DYLAN! ¡Aquí a la derecha! —gritó Thomas, haciéndome girar el volante con casi todas las fuerzas que tenían mis brazos, él teniendo que aguantarse de la puerta del auto por culpa de lo salvaje del movimiento. Tuve que respirar fuertemente para no gritar enojado. 

—Thomas, si me vas a decir que doble, por favor dímelo aunque sea unos metros antes del cruce, no cuando ya estemos ahí llegando —dije, escuchando como el carro que estaba detrás de nosotros nos tocó la bocina por culpa de casi haberlo chocado con el mío. Si yo rompía este carro, o si le salía aunque fuese solo un pequeño rayón, probablemente terminaría llorando toda la noche y me tiraría del puente más cercano—Definitivamente tú no sabes dar direcciones, no puedo confiar en ti como pasajero —la canción que se escuchaba de mis bocinas, una de mis canciones de rock alternativo favoritas, no ayudaban a la adrenalina que acababa de sentir, o que llevaba sintiendo ya desde hace un rato por culpa de Thomas y sus direcciones.

—¡Claro que sí sé! —respondió, poniéndose a la defensiva —Si me dejaras guiar a mí, no tendrías que estar quejándote entonces —no pude evitar reírme de la incredulidad. 

—¿¡Tú!? ¿Guiar mi carro? No, jamás, jamás, jamás. Mejor me sigues dirigiendo mal y ya—dije, escuchándolo resoplar a mi lado. 

 —Ni que yo guiara tan mal —murmuró, mirando el camino por la ventana del pasajero, dándome, como podía, la espalda. 

—No guías mal, pero este carro no lo conduce nadie que no sea yo, ley de vida —tomé su mano para intentar apaciguar la situación, sobando su piel suave con mis dedos más rasposos por años de ejercicio y de jugar al aire libre.

—Aquí a la izquierda —me dijo Thomas, haciéndome rodar los ojos por tener que cambiarme de carril a última hora para poder quedar en el que doblaba hacia la izquierda. Las luces de los carros que venían en dirección contraria nos iluminaban de vez en cuando, aunque aún seguíamos en medio de los suburbios —Creo que nos podemos estacionar por aquí, no creo que vamos a encontrar estacionamiento más cerca —comentó cuando entramos en la nueva calle, haciéndome estacionar entre dos autos que se encontraban cerca de la acera, en una fila enorme de carros estacionados. 

—¿A dónde vamos? —pregunté, apagando el motor, poniéndole el bastón de seguridad al volante para que, cuando volviéramos, no descubriera que mi bebé no estaba. 

—Shhhhh —contestó, quitándose el cinturón de seguridad, bajándose del carro y poniéndose su abrigo. Una ráfaga fría me golpeó cuando me bajé, haciendo que me pusiera también mi abrigo lo más rápido posible. 

Mi teléfono comenzó a vibrar de la nada en mi bolsillo. Una videollamada entrante de parte de Emma. 

—¿Qué haces? —me preguntó, se veía que iba conduciendo, con el teléfono puesto encima del panel del auto. 

—Con Thomas, que me trajo a un lugar pero no me quiere decir dónde estamos, creo que hoy me mata por fin  —contesté con el teléfono medio alzado para que Emma me pudiera ver, Thomas mirándome y rodando los ojos. 

—Hola, Emma —dijo Thomas, juntándose a mi lado para aparecer en la pantalla. 

—Hola, Thommy —contestó ella, ahora siendo la receptora de las rodadas de ojos de Thomas —Si lo vas a matar, por favor haz que al menos antes me deje todas sus cosas a mi nombre. 

—¿50/50? —respondió Thomas. 

—Hecho. 

—Ja, ja —dije sarcásticamente —¿Qué pasó? —pregunté, refiriéndome a la llamada. 

Te amo, y por eso te odio. [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora