Capítulo 27

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Hay imágenes que se quedan grabadas, imposibles de arrancarse del alma, de las que puedes vivir una y otra vez

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Hay imágenes que se quedan grabadas, imposibles de arrancarse del alma, de las que puedes vivir una y otra vez. Por ejemplo, la muerte de Patricia y el nacimiento de Berni.

Hay momentos en los que ni siquiera soy capaz de diferenciar donde empieza y termina cada uno, es como si todo fuera parte de un instante, eterno, doloroso, maravilloso... Lo primero que viene a mi cabeza al cerrar los ojos es estar en una sala de hospital esperando por una noticia, mi mundo viniéndose abajo, y luego cuando al fin logré respirar, salir a flote, conocer en aquella pequeña incubadora al ser que se convertiría en mi razón de luchar, tan pequeño, vulnerable, frágil...

Entonces entendí contemplándolo, durmiendo ajeno al caos que se desataba, que nuestros caminos se cruzaron cuando ambos habíamos perdido a quien más amábamos, él a su mamá y yo a mi hermana.

Admirando al pequeñito que acababa de quedarse completamente solo, tal como me sentía, me prometí que no permitiría nada malo le pasara. Se lo prometí a Patricia, sin palabras, porque jamás me lo pidió, nunca sintió ese presentimiento que en muchas películas te lleva a pensar en lo que harás si falta. No, ella siempre tuvo fe de pasar muchos años a su lado, fe porque no hay otra forma de llamar a la esperanza de vivir.

Apuesto que de haberse cumplido las cosas serían distintas. Patricia era tan brillante, que tendría un informe completo, soluciones... Yo, en cambio, solo llevaba lágrimas que se no se atrevieron a salir cuando al abrir la puerta encontré a Berni acostado en la cama. En su rostro percibí el cansancio, pese a la fatiga apenas me vio dejó ir una sonrisita que me regresó el alma del cuerpo. Olvidé el mundo, tan rápido como me dieron los pies, me acerqué para cobijar su carita entre mis manos.

—¡Celeste! —me llamó como si hubiera esperado por mí.

Mi corazón se estrujó en el pecho. Me pregunté cómo puedes amar tanto a una persona.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté ansiosa, bajando la voz para no despertar al niño con el que compartía cuarto, sin poder contener mi alegría que me hacía hablar tan rápido que apenas me entendía.

—Ya mejor —me dijo en un susurro. Acaricié con mis pulgares sus mejillas, su piel estaba pálida prueba de su última batalla, pero en sus ojos la luz estaba intacta—. Creo que vomité todo lo que comí desde que nací —añadió robándome una risa que se vio tentada a mezclarse con un sollozo.

Le di un beso en la frente, agradeciéndole a Dios por permitirme escuchar sus locuras.

—Asusté a Doña Juli —me contó con cierta culpa cuando volvió a encontrarse con mi mirada. Resistí una sonrisa, enternecida por su preocupación.

—Un poco —admití—, pero no fue tu culpa, además ahora está muy feliz al saber que estás bien. Estaba afuera, junto a Sebastián y José Luis —lo puse al tanto, haciéndome espacio a su lado. Él me escuchó atento—. Todos desean que te mejores. Se marcharon hace un rato, pero yo me quedaré aquí contigo para cuidarte —le prometí pasando mi brazo por su hombro, abrazándolo con fuerzas mientras reposaba mi mentón en su cabeza.

El trato perfecto no rompe un corazónWhere stories live. Discover now