Capítulo 18

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Celeste

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Celeste

Remarqué con fuerza el borde cobrizo del corazón mientras mi mente se enredaba en lo que descubrí la noche anterior. No dejaba de darle vueltas. Sentía que estaba cada vez más cerca, ante un enorme rompecabezas, imposible de terminar.

—Dios nos libre... —Pegué un respingo cuando una voz resonó en mi espalda, por inercia abracé contra mi pecho el cuaderno que Sebastián me había regalado. Volví a respirar al reconocer de quién se trataba. Doña Juli—. Como si uno no fuera suficiente, ahora en casa hay dos obsesionados con el trabajo —me acusó cariñosa.

Sonreí cuando pasó a mi lado. Volví a esconder sin malicia la hoja donde se asomaban mis bocetos a la par ella tomaba asiento en el sofá. No es que no confiara en ella, lo hacía, de no ser así no dejaría en sus manos a Berni, pero aún me seguía avergonzando mostrar mis intentos.

—No deberías madrugar —me recomendó.

En realidad no había despertado antes de tiempo, sino que apenas había dormido. Quise contarle lo que dominaba mis pensamientos, pedirle un consejo solo para sentirme menos culpable por algo que sabía perfectamente no era correcto, pero olvidé mis advertencias cuando unos brazos me abrazaron por la espalda. Entonces el remordimiento se esfumó. Sí, sabía que me equivocaría y causar dolor a mi paso, sin embargo, valía la pena arriesgarme.

Ese sería el primer de cientos de errores.

—Vaya, vaya, así deberías levantarte tan temprano cuando vas a la escuela —lancé divertida cuando di con su sonrisa juguetona. No tenía idea de lo mucho que me gustaba verlo feliz.

—¿Por qué no saliste al balcón? Es una mañana preciosa —mencionó Doña Juli arrastrando sus pantuflas y asomándose por el ventanal. En el cielo celeste apenas aparecían algunos rayos de sol.

—Y también helada, no quiero morir tan joven —bromeé, escudándome en el cabello aún húmedo que caía sobre mis hombros.

La verdad es que conociendo lo importante que era ese lugar para Sebastián, preferí no romper esa burbuja. Ella afiló su mirada sin tragarse mi cuento, a sabiendas la sensatez no era una de mis virtudes, por suerte el de la improvisación sí. Así que antes de que hiciera más preguntas me puse de pie de un salto.

—¿Sabe qué vendría perfecto para una mañana así? Un poco de café —lancé de pronto, chasqueando los dedos, concentrándome en otra tarea—. Y leche para ti, Dios me proteja de darle cafeína a un monstruito como tú —acusé a mi sobrino que se echó a reír, escondiendo su cara risueña en su vieja pijama azul—. Hoy será un día muy largo —hablé al aire, sin saber que la vida no tardaría en darme la razón.

Porque no había terminado de calentar el agua cuando un par de golpes en la puerta rompieron la tranquilidad esa mañana. Fruncí las cejas extrañada mientras mis manos bajaban un frasco de café en la alacena. Miré de reojo a Doña Juli, a ella también le pareció raro. Sebastián no solía tener visitas, o al menos eran poco frecuentes. Su madre, ya acomodada en el comedor, me pidió yo me encargara de revisar.

El trato perfecto no rompe un corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora