Capítulo 13

295 62 105
                                    

Celeste

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Celeste

Cada que una protagonista se enfrentaba a una nueva aventura el ritmo de su corazón se aceleraba, y aunque sentía que el mío estaba a punto de estallar, no se parecía a nada a lo que imaginé.

—Vas a dejar de poner esa cara de susto cada que Berni toca algo.

Pegué un respingo, ni siquiera me había dado cuenta que estaba haciendo una mueca. Limpié mis manos en mi pantalón deslavado a la par Doña Juli con dificultad ocupaba lugar en una silla alta a mi lado. Respiré aliviada al percatarme todo seguía intacto mientras Berni jugaba entretenido en mi celular.

—No prometo nada.

—¿Dime a qué le tienes tanto miedo? —me preguntó curiosa, al notar que me había mantenido casi en el mismo lugar desde que llegué. Esa silla y la regadera, en la que me sentí realmente extraña, eran los únicos sitios que había tocado. Jamás me había sentido más fuera de lugar, no sabía cómo explicarlo. Yo solía hacerle frente a la vida, no entendía cómo un viaje me había vuelto tan cobarde. Y antes de que pudiera contestar, se me adelantó—. ¿A estropear algo que puede repararse con dinero —comenzó sin mirarme—, o que te rompan algo que no puede pagarse?

Vaya, sin anestesia. Ella no se andaba con rodeos, y que fuera tan directa, ocasionó tardara en improvisar una respuesta.

—Está claro. ¿Ha visto ese jarrón? —Fingí demencia, divertida, señalando con la cabeza una bonita y costosa pieza sobre una mesita. Sabrá Dios en dónde aprendió de decoración Sebastián. Una de las nuevas sorpresas que tenían su nombre, a veces sentía que apenas lo conocía—. No soy una experta en diseño, pero apuesto que debe costar más que mi casa.

Doña Juli afiló su mirada sin tragarse mi cuento.

—Por Dios, Celeste, no soy tonta...

—Pero yo sí —solté de pronto, sin poder morderme la lengua antes de que siguiera hurgando en la herida. Y mi sinceridad, tan vulnerable como arrolladora, nos hundió en el silencio. Ni siquiera me atreví a verla a la cara, mis ojos siguieron estudiando el grafito a lo largo de la barra a la par un avergonzante cosquilleo me recorría—. Es solo que es complicado fingir no pertenezco aquí —añadí para mí, intentando justificar mis emociones.

Aquellas cuatro paredes estaban resultando asfixiantes. Cada cosa en aquel lugar resultaban un amargo recordatorio de que me había quedado estancada en el pasado. El Sebastián que llegó a Hermosillo me dio la impresión que el tiempo no había hecho más estragos, pero ahí fue claro que no éramos los mismos.

—Celeste, los lugares adquieren significado por las personas que están en ellos —argumentó con esa sonrisa compasiva que había sido mi consuelo desde que mi mamá murió. Intenté corresponderle en agradecimiento porque aunque era un sabio consejo, no creía que yo diera cátedra de ese concepto—. He visto a Sebastián sonreír como hace mucho no lo hacía... —me animó, equivocándose.

El trato perfecto no rompe un corazónWhere stories live. Discover now