Capítulo 3

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La vida está llena de tristes ironías

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La vida está llena de tristes ironías. Una de ellas es ver a tus padres, esos seres que siendo un niño daban la apariencia de ser todopoderosos, vulnerables. Cuando los años llegan descubres que en el fondo siempre lo fueron, aunque se esforzaron por no mostrar ninguna de sus cicatrices.

La imagen de la mujer invencible que conservaba en mi mente se enfrentó con la que hablaba de sus deseos de regresar cuanto antes a casa mientras esperábamos los resultados del médico. Recordando los días en los que era ella quien me llevaba en contra de mi voluntad a ese consultorio me pregunté en silencio si ahora que los papeles se habían invertido, yo sería lo que ella necesitaría, como ella lo fue.

—Doña Julieta... —nos saludó el médico al ingresar, despertándome. Mi madre asintió fingiendo diplomacia. Retuve una sonrisa porque hace apenas un segundo estaba hablando que ya conocía el discurso que le diría—. ¿Un mal paso? —la cuestionó señalando con la cabeza su brazo enyesado, a pesar de conocer la respuesta.

—Uno de tantos —admitió, dejando a la luz su peculiar humor.

Negué porque era difícil se tomara algo en serio.

—Tuvo mucha suerte —apuntó. Mi madre no pareció estar de acuerdo.

—¿Buena o mala?

—Pudo quebrarse la cadera y entonces sí estaríamos en serios problemas, hasta pudo entrar al quirófano —le hizo ver la gravedad del asunto. Tras reflexionarlo le di la razón, mi madre me miró como si fuera el peor de los traidores—. Si cree en Dios es un buen momento para agradecerle.

—Directo a la Iglesia después de esto, Sebastián —murmuró haciendo sonreír al médico, se rindió—. Sabía que obligarte a hacer la primer comunión tendría su recompensa.

—Por desgracia eso no la libra del todo de la penitencia —mató su alegría, volviendo a su faceta profesional—. Va tener que mantener la férula durante varias semanas y después de eso acudir a rehabilitación para recuperar la movilidad. Es necesario —remarcó antes de que ella protestara.

Mamá, a su pesar, al final terminó aceptándolo. 

Yo le prometí que seguiría sus indicaciones, pero supongo que aunque lució satisfecho con mi compromiso no lo creyó del todo porque no había abandonado aquel lugar cuando pidió hablar conmigo un minuto. Por un segundo pensé que se trataba de malas noticias, sin embargo, no era algo a futuro, sino una realidad del presente que no podía seguir ignorando.

—Una cosa más... —añadió, y la forma en que había cambiado su tono adelantó había guardado lo más importante para el final. Lo escuché atento, apoyándome de la puerta entreabierta—. Doña Julieta va a necesitar mucho de usted —enfatizó. No entendí él sentido de su comentario—. No solo me refiero a la recuperación física, sino a lo emocional.

El trato perfecto no rompe un corazónWhere stories live. Discover now