Capítulo 17

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Celeste

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Celeste

Dios mío, por eso debí ir a la universidad.

Arrugué mi nariz, regañándome. Ahora era tarde, no tenía sentido reprocharse. Acomodé la aza de mi pequeña bolsa que resbalaba por mi brazo mientras contemplaba la entrada del edificio. No se parecía a esos centros que aparecían en las películas, con decenas de pisos, cristales y un ejército de seguridad. Se trataba de una construcción de apenas una planta, paredes marrones y un diminuto estacionamiento donde se apartaban los automóviles de los trabajadores, reconocí el de Sebastián entre ellos. En la puerta se hallaba un velador que parecía verse tentado a preguntar si estaba perdida tras diez minutos parada en el mismo sitio.

No, sabía perfectamente dónde estaba, lo que desconocía era lo qué haría al cruzar las puertas de cristal. Un horrible cosquilleo me hizo morderme los labios a la par una lista de horribles posibilidades se cruzó por mi cabeza. Maldije por ser tan cobarde. No, ya no. Cerré los ojos, respiré hondo y me lancé al vacío. Era ahora o nunca, no podía echar a la basura esta oportunidad.

Aunque cuando, tras un tímido saludo al vigilante, choqué con un curioso trío de miradas apenas arribé a la pequeña recepción preferí el "nunca". Perdí todo el valor. Sí, debí preguntar dónde estaba la salida de emergencia. Limpié mis manos en mi pantalón de mezclilla. Me regañé por no haber traído algo más formal en mi maleta al comparar su elegante ropa de ejecutivas. Es que jamás me pasó por la cabeza que terminaría en ese lugar. Fue un milagro encontrara esa blusa sencilla de botones blanca, más digna de una ceremonia estudiantil que de una reunión de trabajo.

—Buenas tardes —carraspeé avergonzada, queriendo desviar la atención de mi ropa cuando la más alta me repasó de pies a cabeza. Era imponente—, disculpe que las moleste —inicié dando un paso adelante pese al temblor de mis piernas—. Mi nombre es Celeste Rangel —me presenté. Juro que hasta se me olvidó mi nombre—, el día de ayer el licenciado Sebastián Valenzuela me pidió que me presentara...

—¿Tiene cita? —lanzó sin dejarme terminar la morena. Asumí que era la recepcionista porque sin esperar respuesta barajeó una enorme agenda. Se me olvidó ese detalle.

—Bueno, no lo sé, ayer me dijo que pasara por aquí —resolví sin estar segura si Sebastián lo recordaría o no—. Igual puedo llamarlo —propuse enseguida.

—No, no, está bien —me cortó apenas saqué mi celular del bolsillo—. Iré a preguntarle. Espere aquí.

Asentí obediente. La chica bloqueó su máquina antes de retirarse, perdiéndose por un angosto pasillo a su espalda. Mordí ansiosa mi labio, tambaleando de de un pie a otro, mientras le daba un vistazo al escritorio, las paredes y los sofas azules en el recibidor, en mi mal intento de mezclarme. No funcionó.

—Perdón que me entrometa... —Alcé mi mirada al caer en cuenta que la rubia de la coleta alta tenía sus ojos fijos en mí. Los papeles que revisaban dejaron de importarle. En verdad tenía una mirada que daba la sensación podía colarse hasta tu alma—, escuché que estás trabajando con el licenciado en un proyecto. Por mera curiosidad, ¿en qué área estás especializada? —curioseó afilando la mirada.

El trato perfecto no rompe un corazónOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz