Capítulo 24

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Culpa, ese fue el horrible sentimiento que me recorrió mientras contemplaba a Berni dormir

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Culpa, ese fue el horrible sentimiento que me recorrió mientras contemplaba a Berni dormir. Cerré los ojos, castigándome, padeciendo en silencio el precio de mis errores. Una parte de mí buscó consuelo, otra sabía que por más que me esforzara jamás la hallaría. Recordar que él me necesitaba fue lo único que me impidió salir corriendo y renunciar.

—¿Cómo sigue?

Una voz a mi espalda me escupió de vuelta al presente. Encontré a Sebastián en el marco de la puerta. Hace un rato había llegado de la oficina. Noté en su rostro el cansancio, pero aún así al acercarse, en silencio para no despertar a Berni, una débil sonrisa se asomó en sus labios.

—Ya mejor —respondí cuando se sentó en el otro borde del colchón—. El doctor le dio medicamento, le está haciendo rápido efecto le expliqué. Él asintió, escuchándome atento. Corrí mi mirada a mi sobrino, siendo incapaz de verlo a la cara—. El que parece que no lo está eres tú —comenté sin contenerme, dándole un vistazo de reojo—. Estuviste muy callado durante la cena.

Sebastián no lo negó. Por el profundo suspiro tuve la impresión que intentó encontrar las palabras para no alarmarme, creo que no llegó a ninguna parte, se limitó a una involuntaria mueca incómoda.

—Problemas en el trabajo —resumió sin entrar en detalles, restándole importancia. Eso no decía mucho, y supongo que mi rostro se lo dijo porque una suave risa escapó ante mi mirada curiosa—. No te angusties —me pidió. No fue necesario que agregara más, una mirada a Berni bastó. Lo entendí. Esa era una de sus formas de cuidarme, hacía todo lo que estaba en sus manos para no envolverme en más líos. Me hubiera gustado pagarle del mismo modo, no solo metiéndolo en más problemas—, no es nada grave —me aseguró.

Pero pese a que su sonrisa era sincera, mentía. Lo comprobé la mañana siguiente cuando llegué a la oficina y tras preguntárselo a Dulce, mientras desayunaba, no se guardó nada.

—Grave no —concedió mientras se preparaba su café en el comedor. Me pasó un sobre de azúcar para que hiciera lo mismo, pero ni siquiera presté atención, lo dejé a un lado, mi cabeza estaba en otra parte—, lo que le sigue.

—¿En serio? —me horroricé. Mi corazón se apretó en mi pecho.

—Bueno, tampoco es la muerte —admitió llevando su mirada celeste al techo, meditándolo. Sí, había sido un poco extremista—, pero sí que es un lío. Un mega lío para ser exacta —especificó—. Digamos que desde que mi buen Arturín consiguió ese contrato con Azura Colors, ellos se han convertido en nuestro proveedor de confianza —me contó antes de darle un mordisco a una galleta que traía envuelta.

—Pero pueden conseguir otro —planteé.

No sonaba tan desastroso. Hay muchos peces en el mar. Dulce torció los labios, no supe si analizaba mi respuesta o el sabor de su postre. Un poco de ambas.

El trato perfecto no rompe un corazónWhere stories live. Discover now