Min Yoongi es un joven de veinte años con un gran talento.
Desde pequeño ha sentido una gran conexión con un gran y descuidado piano que encontró en el living de su abuela. Por años tocó y tocó sus teclas, bajo la atenta mirada de la señora Min (quien en ningún momento intervino), notando diferentes sonidos en cada una de ellas. De pronto, descubrió lo bellas que podían sonar dos teclas juntas, o tres, o cuatro, hasta que a los 13 años ya supo dominar perfectamente aquél gran instrumento.
A los 17, las universidades especializadas en arte de todo Asia hacían fila para brindarle a tan joven prodigio una jugosa beca de estudios. Yoongi, dándole poca importancia a investigar sobre otras instituciones, decidió quedarse en el mismo lugar que su amigo Hoseok: la Universidad de Artes de Seúl.
Min, hoy por hoy, es un sobresaliente estudiante de Producción Musical impartido en esa misma Universidad.
Park Jimin, por otro lado, dio vueltas durante la totalidad de su corta vida.
Literalmente.
Desde que empezó a caminar no paró de moverse. La señora Park podía recordarlo moverse con cualquier sonido que escuchara, desde la melodía de un repetitivo anuncio hasta aquellas melosas y tristes canciones viejas que solía poner para realizar las tareas del hogar.
Nunca se tomó enserio aquellas anécdotas que le contaban sobre cómo bailaba sin parar. Tampoco hizo caso a su propio instinto decirle que quizá, sólo quizá, le gustaba bailar.
Fue como si hubiese estado cegado por años hasta que, cuando cumplió 15, descubrió viejos casettes con grabaciones de su padre, saltando y girando delicadamente, como si no pesara un sólo gramo. Allí, en ese justo instante, fue que Park Jimin entendió que aquello no era solamente un posible capricho: el amaba bailar.
Después de eso su vida fue una completa locura, que culminó donde esto empieza: la Universidad de Artes de Seúl, donde el pequeño Jimin intentará convertirse en profesor de baile.