Fantasma [+18] - Dark romance...

Par Annyquilada

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[AUTOCONCLUSIVO] Una asesina a sueldo se alía con un ladrón de arte para vengarse de la muerte de su mejor am... Plus

Nota de autora
🔥 Echa un vistazo al interior 🔥
1 | Una compresa salvavidas
2 | Las venganzas personales
3 | Vivi
4 | Una familia disfuncional y una pantera enfadada
5 | La primera llamada
6 | Pantera [+18]
7 | Moviendo ficha
8 | Se acabó
9 (II) | Los tríos no solo sirven para distraerse [+18]
10 | Todo por la rata
11 | Los capullos de Schrödinger
12 | Odiar a Dominique es una obligación
13 | Una localización matrioshka y un panda que no distingue a sus hijos

9 (I) | Los borrachos son difíciles de matar

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Par Annyquilada

+18

Advertencia de contenido: Una o varias personas pueden llegar a conocer a su creador durante este capítulo.

Este capítulo es largo, así que lo he dividido en dos. Enjoy! ♥


La imaginación es un juego peligroso porque me lleva a pensar en todas las vidas que podría haber vivido si mi destino no se hubiera cruzado con el de Vieri De Luca. Me incita a soñar, a pensar en qué tipo de persona habría sido. Odio siquiera la idea de saber que tal vez he podido tener un destino muy diferente, uno sin las manos manchadas de sangre. Y, aún así, debo ser sincera conmigo misma: sé que no puedo reconstruir una vida en base a los recuerdos de una niña de seis años.

Porque es difícil imaginar a mi madre como otra persona que no fuera esa mujer que los domingos se recogía el pelo, se ponía un delantal de flores y cocinaba para toda la familia por el simple placer de reunirnos a todos en el jardín y disfrutar de una tarde bajo el sol, pero sé que ella era mucho más que eso, aunque yo no lo recuerde.

Ni siquiera soy capaz de imaginarle a él, a mi padre, cuando intento ver la persona que realmente era, el conjunto y no la imagen que proyectaba en su familia. ¿Cómo puedo verle de otro modo que no fuera ese hombre que me cargaba sobre sus hombros por el jardín mientras corría y reíamos a carcajadas como si el mundo nunca se fuera a acabar?

Es aún más complicado imaginar que mi hermano habría crecido para convertirse en un hombre como él. Un hombre que, aún con las manos manchadas de sangre, adoraba a sus hijos y a su mujer y los trataba como si fueran el mayor de sus tesoros.

Y es casi imposible recordar a mi hermana más allá de pequeños actos, pequeñas sonrisas y un mote cariñoso.

¿Cómo puedo reconstruir una vida en base a eso? ¿Cómo puedo imaginar de qué forma habría terminado todo en base a pequeñas piezas de un puzle que nunca va a estar completo? Es, sencillamente, imposible. Y, aún así, a veces lo intento, aunque todavía no comprendo porqué me empeño en torturarme de ese modo.

Mi padre no era un buen hombre. Sí lo era con nosotros, por supuesto, pero lo imagino como una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, un hombre que mostraba una identidad con nosotros pero que con los demás era poseído por otra persona, una que en su interior ocultaba una oscuridad sin fin. ¿Cuántas muertes podría haber cargado sobre sus hombros si viviera hoy? ¿Cuántas habría ordenado ya el día en que él mismo murió? ¿Cuántos negocios habría arruinado? ¿Cuántas vidas destrozado? Ni siquiera me he parado a pensarlo.

Él, al igual que mi madre, creció en la mafia. Se crió en un entorno hostil. Imagino que tampoco tendría alguna opción, al igual que yo, al igual que mi madre, mi abuela y todas las personas que nacemos en este infierno.

No existe una salida, solo un camino hacia adelante con demasiadas bifurcaciones.

Pero sí hay algo que me gusta hacer a menudo, tal vez como un ejercicio de castración emocional, y es pensar en lo que habría sido de la vida de mi familia si no se hubiera cruzado con la de Vieri. Si ese hombre maldito y corrupto, aún más que mi padre, no hubiera decidido que la vida de mi padre no era digna de ser vivida. Si aquella tarde de un mes que ni siquiera soy capaz de recordar, no se hubiera presentado allí, con Mamba de la mano y hubiera levantado el arma y encañonado a mis padres y a mi hermano.

Es duro que el último recuerdo de la persona a la que más amabas sea su rostro contorsionado por el dolor, las lágrimas cayéndole por las mejillas mientras te pide una y otra vez que lo perdones. Que lo perdones porque sabe que te ha destrozado la vida. Porque sabe que ahí termina todo, que no ha podido ser el padre que quería, el marido que su mujer merecía, el hermano que siempre había soñado. Que el mundo se iba a terminar en el mismo instante en el que Vieri apretara el gatillo.

Me pregunto qué pensaría mi padre si me viera hoy en día. Si supiera lo que Vieri hizo conmigo. Si hubiera sabido el destino que me aguardaba, estoy segura de que, de algún modo, él mismo habría acabado con mi vida.

Pero aquí sigo, viva y coleando, mientras mis padres y mi hermano están muertos hace tanto tiempo que probablemente no queda ni un hilillo de carne en sus huesos.

Suspiro e intento centrarme en lo que estoy haciendo, apagar mis pensamientos aunque solo sea por unos minutos, pero es difícil hacerlo cuando todo lo que tengo que hacer en este preciso momento es esperar.

Últimamente siento como si estuviera viviendo en uno de esos sueños lúcidos donde soy consciente de que estoy soñando pero eso no evita que el sueño siga su curso. Hago todo lo posible por centrarme en el trabajo, en hacer lo que me corresponde sin fallar, y por ahora lo estoy consiguiendo, pero en cuanto me quedo sola no dejo de pensar en Vivi, en lo que ocurrió, y de culpabilizarme una y otra vez, y luego pienso en mis padres y mis hermanos, y después, como si alguien hubiera puesto un espejo sobre mi conciencia para que pudiera verla a todo color, pienso en todas esas personas a las que yo les hice justo eso mismo: arrebatarles la vida sin compasión. Sé que estoy entrando en un círculo de autocompasión, de rabia y de tristeza, pero no tengo ni la más mínima idea de cómo salir de aquí. Nadie me enseñó a hacerlo, no tengo a una persona al lado que me ponga una puñetera mano en el hombro y me indique el camino a seguir, así que tengo que arreglármelas yo sola, como de costumbre.

Para mi desgracia, cuando eres un Fantasma, el luto es un lujo que no te puedes permitir. Tienes que seguir adelante porque las lágrimas no están permitidas para aquellos que no somos vistos como personas, sino como herramientas. Toca seguir trabajando hasta que el cuerpo no aguante más o hasta que cometas un error y se termine tu vida. Ese es el futuro que me espera y, aunque no me guste, no tengo ninguna otra opción.

Cuando Pantera me entregó este encargo, estaba tan ocupado que ni siquiera me miró a los ojos. Lo agradecí, porque no tengo ni idea de cómo habría reaccionado si, de algún modo, intuía la muerte de Vivi tras sus pupilas. Él es la última ancla a la realidad que me queda. Si pierdo esto, si lo pierdo a él... Ni siquiera me atrevo a pensar en las consecuencias de que alguien como yo se encuentre en esa situación.

«Es fácil» me dijo con la cabeza enterrada en un montón de papeles que no me atreví a mirar. «Entrar y salir. Y sé discreta. No quiero nada de sangre y ni una sola mirada puesta sobre ti».

Así que me estoy ciñendo al encargo lo mejor que puedo, porque no tengo nada más que hacer —más allá de ir perdiendo la cabeza lenta y dolorosamente, quiero decir— y porque, en fin, es mi trabajo. No quiero joderlo todo otra vez.

El salón está a rebosar de gente y el objetivo está a la vista, con la copa medio vacía. Solo tengo que esperar un poco más. Saco una botella de la nevera, cuidando de no tocar absolutamente nada con la mano izquierda y pongo cuatro copas vacías sobre una bandeja.

Una de las ventajas de matar en un entorno donde las apariencias lo son todo, es que incluso los camareros tienen que vestirse como monos de feria. Todos los camareros llevamos guantes y los míos no parecen fuera de lugar. Por supuesto, nadie sería capaz de detectar qué los hace diferentes sin mirarlos muy de cerca. E, incluso entonces, les costaría detectar la pequeña aguja en la palma de la mano, tan diminuta que apenas notarías su pinchazo si te atravesara el brazo.

Lleno las cuatro copas y me dirijo al salón, con la espalda erguida y la bandeja en alto. Sé cuál es mi objetivo, y también sé que no debo pensar en ello, hacerlo demasiado evidente. Me paseo y sirvo dos copas a una pareja de invitados que se acerca a mí y esquivo a otros dos que parecen buscarme con la mirada.

La mujer toma un sorbo de su copa y, al verla vacía, mira a su alrededor en busca de alguien más. Es de sobra conocido que Federicca Fellini tiene un ligero problema con el alcohol, aunque yo jamás usaría el término ligero para la forma en que engulle las copas de champán como si fueran agua y ella acabara de salir de un desierto infinito, sedienta y al borde de la más extrema de las deshidrataciones.

Llevo la cuenta del tiempo que ha pasado bebiendo, de cómo se le van cayendo los párpados lentamente y relaja cada vez más los hombros. Sus acompañantes varían en función del tiempo que son capaces de soportar su largo discurso sobre las políticas del Regio de Calabria, sus infinitas quejas sobre las pocas facilidades que tienen sus empresas para expandirse en un lugar que ya está controlado por otros.

Me acerco a ella con la bandeja en alto y, en cuanto la ve, se le iluminan los ojos y deja incluso de hablar. Dicen que los borrachos son los más fáciles de matar, pero yo opino exactamente lo contrario. Los borrachos hablan demasiado, gritan, se tropiezan, son ruidosos y patosos. Son como niños intentando huir del monstruo que vive bajo sus camas. Sí, es más fácil pelear con ellos si las cosas se tuercen, pero rara vez dejo que llegue a ese extremo.

Generalmente, los mato de una forma mucho más eficiente. Aprovechando sus debilidades y no causando un escándalo.

En el último momento, me muevo para dejar paso a un invitado y Federicca, que ya se acercaba a mi bandeja, trastabilla. Le sujeto el brazo desnudo con la mano izquierda y la ayudo a recuperar el equilibrio. El guante entra en contacto con su piel y presiono lo suficiente para que la aguja atraviese la piel y el veneno que llevo oculto en la palma de la mano haga el resto. Ella está tan borracha que ni siquiera lo nota y sé que ya solo es cuestión de tiempo.

Uno...

Dos...

Federicca se echa hacia atrás e intenta sacudirse de mi brazo, sin duda sintiendo que el guante es demasiado áspero, que algo la ha picado, pero finjo no darme cuenta.

Cuento hasta cinco. El vial tarda en vaciarse diez segundos.

—¿Se encuentra bien?

Ella arruga la nariz como si el hecho de que me hubiera atrevido a hablarle fuera la mayor ofensa que ha sufrido en sus cincuenta años de vida. Si supiera que, en realidad, es una sentencia de muerte, estaría gritando como una banshee.

Seis...

Siete.

—¿Necesita que llame a alguien? —insisto.

Ocho.

La mujer estira la mano y agarra una copa de mi bandeja, que tiembla entre sus dedos.

Nueve.

—Aparta, estoy bien, estúpida —sisea, sacudiéndose.

Diez.

La suelto y murmuro una disculpa antes de perderme entre el mar de gente. No tengo intención de acaparar más atención de la que ya he despertado. La última copa desaparece antes de que llegue a la cocina y me cuelo entre otros trabajadores hasta que termino en el exterior y me deshago del guante en una zona donde no hay cámaras, guardándolo en una bolsa de plástico bien cerrada.

No me quedo a ver el espectáculo. No espero a ver cómo Federicca se desploma y todos lo achacan al exceso de alcohol y no a la neurotoxina que está viajando por su sangre, invadiendo su cuerpo lentamente. Tampoco quiero imaginar cómo se arrastrará a la cama esta noche, sintiéndose profundamente mareada, probablemente planteándose la idea de dejar de beber. Para su desgracia, ya no tendrá la oportunidad de hacerlo. En su lugar, dejará de respirar en algún punto de la madrugada.

Los médicos dirán que sufrió un paro cardíaco, que el estrés pudo con ella. En el funeral hablarán sobre lo buena que era y el dinero que traía a nuestro país, pero nunca mencionarán que sus empresas se sustentan con el trabajo esclavo de los sin papeles que llegan a nuestras costas mientras que ella infla el precio de sus productos con la excusa de que son fabricados en Italia, o que es responsable del envenenamiento de un poblado de la India a causa de los vertidos sin control de una de sus fábricas textiles.

Por supuesto, a Donato le importa una mierda todo eso, a él solo le preocupaba que la expansión de sus empresas le estaba robando parte del negocio y que Federicca, a pesar de su corta estatura, no era una mujer que se dejara amedrentar fácilmente y cometió el error de plantarle cara a Donato y tratar de boicotear sus negocios. Todo eso, la esclavitud y las muertes, solo los uso para recordarme que, en el fondo, le he hecho un favor a mucha gente. Como si matar a un par de culpables fuera a equilibrar la balanza y las muertes inocentes pesaran menos.

Llego al punto de encuentro cinco minutos tarde. Tal vez, si Pantera se hubiera molestado en darme una moto nueva, habría llegado quince minutos antes. No hay nadie esperándome, aunque no espero visita. El punto de encuentro no es más que uno de los infinitos garajes propiedad de la mafia que los Fantasmas usamos para eliminar pruebas y desaparecer. Me cambio de ropa y lo tiro todo en una caja. Los limpiadores aparecerán en cuanto me haya ido y se desharán de todo.

Es delirante sentirme tan vulnerable, saber que, si lo quisieran, podrían guardar todas esas pruebas e incriminarme en todos los asesinatos que me obligan a cometer. Es aún peor saber que, aunque quisiera, no tendría forma de defenderme. Antes de abrir la boca ya tendría tres balas incrustadas en el cerebro.

Supongo que debería servirme de consuelo que, cuando quieren deshacerse de un Fantasma, se limiten a matarlo. Sin preámbulos ni florituras. Una bala en el cerebro, una navaja en el pecho o una buena dosis de veneno que, en muchas ocasiones, nosotros mismos tomamos voluntariamente. Nos han adoctrinado para eso. Total, a ojos de la ley y del mundo ni siquiera existimos. Si alguna vez tuvimos una identidad, esa persona figura como muerta o desaparecida y no hay ni una sola forma de demostrar quiénes somos. La 'Ndrangheta sabe escoger muy bien a sus Fantasmas y nunca ha dejado nada al azar. Salvo yo, tal vez, que no soy más que una de las múltiples venganzas personales de Vieri De Luca contra aquellos que osaron interponerse en su camino cuando el viejo aún vivía. Ahora que su hijo ha heredado el negocio, las cosas están más calmadas, pero no podría decir que Donato sea un buen hombre. A fin de cuentas, es el cabecilla de una mafia. Y yo soy el filo de su cuchillo.

No tengo ningún otro mensaje que entregar, así que salgo de allí y tomo el camino de regreso a casa. Aún no es medianoche y las calles están a rebosar. La gente bromea entre sí, algunos arrastran los pies mientras regresan a casa y cada una de las personas que me cruzo parece tener algo que hacer.

Yo, sin embargo, solo puedo volver a casa, cenar lo primero que encuentre en la nevera y dormirme en el sofá mientras veo alguna película de dudosa calidad en la televisión, pero en cuanto llego apenas logro poner un pie en el interior. Veo a Vivi por todas partes: en la cocina, en el salón, en mi habitación. Es como si su fantasma se negara a abandonarme, y es que hay recuerdos de ella por todas partes. Otro motivo por el que tengo que mudarme al nuevo piso franco cuanto antes, pero Pantera ha estado demasiado ocupado para ayudarme a trasladar las cosas de Spars, y sin la rata no pienso moverme.

Aprieto los labios y me voy directa a la ducha, pero ni siquiera eso me ayuda a calmarme, así que hago lo único que se me ocurre: Saco un vestido del armario y me voy a la calle en busca de una buena distracción.


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