El Día Que Las Estrellas Caig...

By kathycoleck

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Willow Hemsley soñó una vez con ser diseñadora. Con recorrer el mundo y conocer a un chico decente antes de r... More

Prefacio
Capítulo 1 : El adiós no dicho
Capítulo 2 : Madurez
Capítulo 3 : La loca
Capítulo 4 : Como la aguamarina
Capítulo 5 : Culpa de Piolín
Capítulo 6 : Más cerca
Capítulo 7 : Estrategia para conquistar a Willow
Capítulo 8 : Sermones
Capítulo 9 : Bajo la mesa
Capítulo 10 : Un pequeño regalo
Capítulo 11 : Soledad
Capítulo 12 : Alguien tiene que hacerlo
Capítulo 13 : Secreto descubierto
Capítulo 14 : Madera y menta
Capítulo 15 : Pasatiempo
Capítulo 16 : La familia perfecta
Capítulo 17 : Una historia para no ser contada
Capítulo 18 : En el tejado
Capítulo 19 : Persona no grata
Capítulo 20 : Declaración
Capítulo 21 : Intolerable a los prejuicios
Capítulo 22 : Lección de honor
Capítulo 23 : La casa de la colina
Capítulo 24 : Confrontación
Capítulo 25 : Justificación barata
Capítulo 26 : Favor pendiente
Capítulo 27 : En voz alta
Capítulo 28 : Mañana
Capítulo 29 : Primeras veces
Capítulo 30 : Valor
Capítulo 31 : Amigo. Hermano. Traidor
Capítulo 32 : El loco
Capítulo 33 : Beso de buenas noches
Capítulo 34 : Paredes en blanco
Capítulo 35 : Perro fiel
Capítulo 36 : Un alma vieja
Capítulo 37 : Culpable
Capítulo 38 : Silencio
Capítulo 39 : Opciones
Capítulo 40 : Charla de despedida
Capítulo 41 : Hasta el fin del mundo
Capítulo 42 : Todo lo perdido
Tiempo
Capítulo 43 : En reparación
Capítulo 44 : A. Webster
Capítulo 45 : El adiós dicho
Capítulo 46 : Novecientos noventa y nueve intentos
Nota Final de Autor
✨ Extras ✨
La carta que no encontró destino
Después de ocho años
En el prado
¡Anuncio Importante!

Epílogo

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By kathycoleck


DAVEN


—Trevor, los gritos. —reprendo a mi hijo por enésima vez mientras juega con Booh justo en la entrada del estudio (como si la casa no fuera lo bastante grande). —Intento tener una charla de trabajo. —agrego en tono firme.

—Lo siento, papá.

Vuelvo a colocar el teléfono en mi oído.

—Perdona, Luna. ¿Qué decías?

—Una exposición. Quieren obras tuyas y de Kevin para mostrar en la Universidad de Quebec dentro de dos meses. —escucho un libro siendo hojeado al otro lado de la línea. —Oh, y no olvides la entrevista de la próxima semana.

—La recuerdo bastante bien. —rezongo.

—Vamos, será divertido. Tendrás una sesión de fotos en un hotel lujoso y conseguirás dos páginas en una importante revista de arte. —añade con entusiasmo. —Todo será muy profesional y elegante. Stephanie es un encanto de reportera, la conozco desde que íbamos a la universidad. Te hará sentir tan cómodo que ni siquiera notarás que se trata de una entrevista.

Pongo el teléfono en altavoz y me muevo a través del taller en busca de la pequeña lima eléctrica que uso para difuminar bordes. La encuentro cerca de la sierra de mesa.

—Nunca voy a sentirme cómodo contándole mierdas personales a una desconocida. Creí que ya lo sabrías. —objeto.

—Tienes que empezar a superarlo, Daven. —replica y puedo imaginarla poniendo los ojos en blanco. —El éxito va aumentando y debes aprender a sacarle provecho o te quedarás en la sombra.

—La sombra está bien para mí.

—Bueno, eso no servirá si quieres que la galería progrese. —suspira. —Por fin estamos lográndolo como equipo. Tú, Kevin, los chicos de la agencia. El esfuerzo en conjunto nos ha hecho crecer. Sería un completo desperdicio detenernos ahora. Yo misma lo dejé todo para acompañarte en esta aventura y no voy a parar sólo porque eres un esnob que entra en pánico cada vez que tiene una entrevista. Sé que no te gusta la gente y que preferirías pasarte los días tallando en cómodos pantalones de chándal, pero eso no bastará para hacer historia. Y quiero hacer historia.

—Estás excediéndote.

Ella se carcajea.

—Ya hablas como Leah. —dice, burlona. —Lo siento, tengo una mente loca y muchas ganas de hacer cosas. Irás a esa entrevista y a todas las que te consiga porque es bueno para el negocio. No hay discusión.

Me detengo frente al cuadro a medio tallar ubicado sobre el soporte de metal que mandé construir específicamente para este fin. Examino las líneas sobre las que necesito trabajar e inicio con la tarea partiendo de la esquina inferior derecha del cuadro, donde descansan los pies de la mujer. Ella está acostada boca arriba sobre la hierba, su rostro vuelto en mi dirección con la mirada ausente. Una tela transparente la cubre de pies a cabeza disimulando, sin mucho éxito, su desnudez. Cuesta encontrarle forma a una pieza inacabada, pero después de trazar al menos seis bocetos en papel y añadir una docena de anotaciones sobre cuánto tallar aquí o allá, no tengo problemas en ver que quedará tal como lo imagino.

—De acuerdo. —digo hacia el teléfono que descansa a un lado. —No volveré a quejarme de las entrevistas. Aunque tal vez deberías acordar con Kevin...

—Kevin no talla madera. —me recuerda Luna. —Ese es tu punto fuerte. No puede reemplazarte todo el tiempo.

Ruedo los ojos.

—De acuerdo. —repito.

—Ya tengo que volver, lo cual quiere decir hacer el trabajo de mis chicos mientras ellos viven su retiro artístico o lo que sea que signifique eso.

—Dejaste todo por esta aventura, recuérdalo. —le echo en cara.

—Oh, no seas pesado. —recrimina. —Dale un beso a tu familia de mi parte. Los esperaré para cenar la próxima semana, no olvides que es el cumpleaños de Leah.

—No lo olvidaré. —prometo.

—Papá.

—Te llamaré si surge algo.

—Adiós, Lu.

La llamada se corta y yo me enfoco en la tarea que tengo delante.

—Papá.

—Un segundo, amigo.

Deslizo la lima por el contorno de una línea y luego cojo un pequeño cilindro eléctrico para darle profundidad. Soplo y paso los dedos sobre el borde haciendo una mueca ante la ligera imperfección que siento bajo las yemas. Joder, aún no queda.

—Papá.

—¿Sí?

—Creo que Booh tiene hambre. —escucho su voz más cerca, las pisadas del golden retriever siguiéndolo a medida que se adentra en el taller. —Está muy inquieto.

—Es un cachorro hiperactivo. Claro que está inquieto.

—Creo que tiene hambre. —reitera.

—Entonces dale comida. —replico mientras trato de arreglar ese maldito borde con el cilindro. —Sabes dónde está su plato y su alimento.

—Es que yo también tengo hambre.

Respiro hondo y me rindo con el cuadro por ahora. Encuentro a mi hijo de pie frente a su caballete pasando los dedos por un lienzo en blanco. Ya no me acompaña en el taller con la misma frecuencia, culpa de la escuela y de la pequeña bola de pelos que se pasea por sus tobillos. Ha estado emocionado con él desde que lo trajimos a casa, hace unos dos meses.

Dejo las herramientas en una mesa cercana y cojo un paño húmedo para limpiarme el polvillo de las manos.

—¿Qué quieres comer? —pregunto.

Él se toma un momento para pensar. Al final, levanta el rostro mirándome con esos enormes ojos claros.

—¿Cereal?

—¿Qué tal un emparedado? —propongo de vuelta.

—¿Con mermelada?

—Con mucho queso de tu favorito: Cheddar. —cualquier cosa es mejor que el montón de dulce que siempre quiere añadirle a la comida. —Puede que te prepare una malteada.

—¿De chocolate?

—Bien. —cedo con eso. —Vamos, tienes que ayudarme.

—Ven, Booh.

Me encargo de servirle comida al cachorro mientras Trev extrae de la nevera algunos de los ingredientes que usaremos para preparar nuestro refrigerio. Se pone de puntillas y coge el queso y el jamón. Sin embargo, no puede hacer lo mismo con los huevos, de modo que voy a ayudarle. Ha crecido a lo largo del último año, aunque no lo suficiente para alcanzar el tarro de galletas en la esquina de la encimera (gracias a Dios). Ahora tiene siete y el pelo un poco más largo de lo normal, producto de la aversión que ha desarrollado hacia las tijeras luego de que me equivocara cortándole más que las puntas.

Le gusta así, enmarañado.

Ni idea de a quién se parecerá.

Deposito los productos en la barra de desayuno al tiempo que veo a mi hijo trepar por uno de los taburetes hasta situarse en el borde de granito. Booh se mueve alrededor olisqueando y moviendo la cola mientras ambos nos ocupamos de armar los emparedados. Le muestro a Trevor cómo batir los huevos y él lo hace por su cuenta poniendo mala cara cuando un poco salpica su brazo.

—Ugh.

—Déjame limpiarte. —cojo una servilleta y quito la sustancia que le ha manchado la manga de la playera. —Ahora sigue batiendo, ya casi lo tienes.

Hablamos poco o nada durante la siguiente media hora. Cocinar es una de las actividades que Trevor disfruta hacer en silencio. También uno de los escasos momentos en los que obtengo un respiro de su incesante parloteo. Últimamente es una máquina de palabras. Habla y repite como un loro. El camino de ida y vuelta a la escuela siempre está lleno de charlas sobre deberes pendientes o las novedades más recientes del grupo de amigos de quienes rara vez se separa.

Una parte de mí está acostumbrándose a esta nueva faceta suya, donde los silencios escasean y la curiosidad lo impulsa a soltar pregunta tras pregunta. La otra parte, la de padre embobado e indulgente, no quiere que se detenga nunca. Puede fastidiarme con los porqués cada noche después de leerle o rogarme para ir al acuario todas las semanas. No me importa mientras tenga la oportunidad de ver su confianza crecer. Él por fin está dejando de temerle a la gente. Todavía es tímido, pero cualquiera que lo haya visto en sus primeros años podría notar la diferencia ahora que tiene más edad.

Estoy tan orgulloso.

Siempre me preocupó la posibilidad de que desarrollara un trastorno. Los psicólogos de la escuela nunca pudieron darme una respuesta sobre lo que le sucedía. Trev no presentaba síntomas de algún desorden mental, sólo mostraba un comportamiento extremadamente introvertido y suspicaz. Era raro para un niño cuya vida había sido normal... o tan normal como podía ser sin su madre presente. Más de una vez se me ocurrió que la ausencia de una figura materna era el problema, sobre todo cuando empezó el jardín y se dio cuenta de lo que le hacía falta. Lo que otros niños sí tenían.

Ha sido un largo camino para alguien tan pequeño. Perder el miedo a explorarse no es fácil, menos tratándose de un niño. Llegué a dudar respecto a si le haría bien mudarnos a Canadá. Sin embargo, no parecía una mejor idea quedarnos en Hampton. Aún con la casa de mis sueños en lo alto de esa colina y los planes de llevar una vida tranquila en el sitio donde crecí, tuve que aceptar que aquel ya no era mi hogar. Probablemente nunca lo haya sido. Estaba aferrándome a un sinsentido cuando la verdad era que la única razón que me había arrastrado de vuelta fue la posibilidad de ver a Hemsley, si es que algún día ella decidía regresar.

Después de darle vueltas y vueltas, en los meses posteriores a su partida, entendí que no quedaba nada en el pueblo con el poder de retenerme. Mi padre y las pocas personas que aún consideraba mis amigos, jamás serían motivo suficiente para fingir que me hallaba a gusto.

Quizá la parte difícil de tomar la decisión fue comprender que, más que los vivos, era de los muertos de quienes debía despedirme. Tenía que dejar ir a mi madre y, en especial, a Mitch. Aunque intentara convencerme de lo contrario, no estaría mejor quedándome en el lugar donde yacían sus tumbas; el lugar en el que siempre sería el hijo dañado de una familia en desgracia. Necesitaba sacar de mi cabeza el absurdo pensamiento de que les fallaría al elegir marcharme. Ninguno de los dos hubiera querido verme atrapado soportando los mismos rumores sobre el pasado. Ellos me amaban y habrían esperado que tomara el camino correcto en nombre de mi hijo y de mí mismo.

Así que, compré una casa en Toronto y acepté formar una asociación con Kevin para abrir una galería en la ciudad. El día antes de la mudanza visité el cementerio por última vez y dejé rosas en las tumbas de mi familia. Me importaba una mierda que algún Montgomery encontrara mis flores sobre la lápida de Mitch; yo tenía tanto derecho de visitarlo como ellos. Era mi hermano y me cubrió la espalda hasta el final, incluso cuando eso le costó la vida. Joder. Si yo hubiera notado el peligro antes que él, no habría dudado en servirle de escudo, tal como lo hizo conmigo. Así de poderoso era lo que nos unía.

Hay cosas que se me quedaron atascadas en el pecho. Palabras que no me di cuenta de que quería decirle, sino hasta que lo vi muerto. A menudo tengo pesadillas sobre esa noche; vuelvo a observar su torso ensangrentado mientras grito su nombre desde algún punto lejano. Siempre estoy encadenado contemplando la escena sin poder moverme. Siempre percibo sombras irreconocibles moviéndose alrededor. Es sofocante y me pone los pelos de punta.

No obstante, hay otros sueños en los que él se mezcla como una pieza más de irrealidad. La gorra roja está puesta al revés en su cabeza y lleva la chaqueta de los Lobos con esos pantalones raídos que eran tan de su estilo. Lo escucho hablar y reír sabiendo, en el fondo de mi subconsciencia, que hay una razón por la que nunca lo acompaño adonde sea que se marcha. Estamos en lugares muy diferentes; uno respirando, el otro vagando por caminos desconocidos. En el único momento en el que volvemos a ser dos es en esos sueños.

Más que la secuela de una experiencia traumática, para mí es un regalo.

Creo que habría sido un buen padrino para mi hijo, con todo y lo loco que estaba. Si algún día Trevor llega a tener una amistad igual de profunda, le diré que yo también compartí una. Le hablaré de las almas gemelas que muchos tienen la fortuna de encontrar y otros, como yo, la desgracia de perder. Entonces seguramente estaré viejo y él contará con la suficiente edad para escuchar los detalles escabrosos. No será una historia del todo agradable, pero me consolará saber que sabrá la verdad.

Ese fue otro de los motivos por los que decidí largarme de Hampton. No quería que Trev creciera oyendo chismorreos acerca de lo que hice o fui. No estaba dispuesto a exponerlo al odio demente de la mujer que, aún hoy, sigue considerándome el asesino de Mitch. Llegué a pensar que con el tiempo se le pasaría, pero Kara Montgomery no estaba dispuesta a compartir el mismo espacio conmigo; el pueblo era demasiado pequeño para los dos. Mi hijo merece algo mejor que escuchar versiones distorsionadas de lo que pasó. Al carajo la gente. Seré yo quien le relate la historia dentro de unos quince años o cuando alcance la madurez.

Nadie más.

—Aquí, cógelo con las dos manos. —indico tendiéndole el emparedado envuelto en una servilleta. Él lo toma cruzando las piernas sobre la barra de desayuno. Ya tiene tamaño para el taburete, pero se lo dejo pasar. —Por si quieres hacer algún desastre. —coloco un plato frente a él.

—Gracias, pa.

Reprimo una sonrisa al escuchar eso último. Es como siempre he llamado a mi propio padre. Le revuelvo el cabello diciendo:

—Haré la malteada.

Trevor ocupa el silencio hablando sobre nuestra más reciente visita al acuario. Entretanto, yo me ocupo de darle mordiscos a mi propio sandwich y licuar los elementos de la malteada.

—Quieres ir de nuevo, ¿cierto? —pregunto tras engullir. —Al acuario.

—¿Podemos? —oigo la súplica en su voz. —El papá de Mica lo lleva todos los fines de semana.

—Porque el padre de Mica trabaja allí. Es uno de los supervisores.

—Sí, pero... —traga. —Pero, escucha papá: es que es muy divertido. —es su argumento. —Y los delfines, oh, los defines son lo mejor del mundo. No, no, espera. Lo mejor son las cosas con tentáculos transparentes. ¿Cómo se llaman? Siempre olvido su nombre.

—Medusas.

—¡Medusas! Sí, esas. —exclama. —Oh, sí que son hermosas. Y las tortugas marinas y los tiburones... no hay nada mejor que los tiburones. Los chicos les tienen miedo, pero a mí me gustan. ¿Es verdad lo que dicen de la sangre, pa? ¿Que la huelen en el mar a miles de kilómetros?

—Estoy seguro de que la distancia no es tan grande. —expreso sirviendo malteada en un vaso.

—También me fascinan los caballitos de mar y los pingüinos son muy graciosos y...

—De acuerdo, bien. —ubico la bebida al lado del plato. —Entendí la indirecta. Iremos al acuario el sábado otra vez. Sin embargo, va siendo hora de que cambiemos de atracción ¿no crees? La semana siguiente podemos probar en un parque de diversiones o en el zoológico. —sugiero. —Hay un club campestre donde montan ponis. ¿Te gustaría probar?

—¿Ponis de verdad?

—Claro.

Parpadea con el emparedado a medio camino de su boca.

—No lo sé.

—Los caballos son dóciles, como Tiro al Blanco. Te gustarán.

—¿Y si no le gustan a Wylo? ¿Y si la asustan?

—Nos tiene a los dos para cuidarla.

Piensa un poco en ello y luego murmura:

—De acuerdo. —le hinca el diente a su pan. —Mica se pondrá como loco cuando le diga que monté un poni.

—La boca llena.

—Lo siento. —se excusa después de engullir. —Lo que digo es que no creo que nadie en mi clase haya montado uno. ¿Podríamos sacarnos fotos? Así se las muestro a los chicos y a la señorita Jaminson. Ella siempre habla de que tiene una granja con animales de corral, un sabueso y dos yeguas.

Tomo un poco de su malteada para pasar el último trozo de mi emparedado.

—¿En serio?

—Sí, sí. Nos contó que es donde pasa las vacaciones de verano. —frunce un poco el ceño. —Creo que extraña su hogar. Dijo que espera mudarse algún día, porque es donde creció.

—Regresar funciona para algunos.

—¿Tú extrañas nuestra vieja casa, papá?

La pregunta me toma por sorpresa. Me observa mientras mastica, en espera de una respuesta que no sé si quiera darle.

—Extraño algunas cosas. —finalmente admito. —¿Qué hay de ti?

—Me gustaba la casa de la colina, aunque esta se parece bastante.

—Excepto por la decoración. Eso es culpa de Wylo.

—Es divertido. A la otra le faltaba color. —entrecierra los ojos, pensativo. —También extraño al abuelo y a Row y a Zac.

—Los visitamos cada verano.

—Lo sé, por eso no me duele el corazón cuando los recuerdo.

Apoyo los codos en la barra inclinando la cabeza para verlo mejor.

—¿Hay alguien con quién sí sientas que te duele el corazón? ¿Alguien que extrañes?

—Umm... creo que el tío Dev.

Devan. Claro.

Mantengo mi expresión neutra, aunque por dentro el pesar cobra vida. El sentimiento no tiene nada que ver con nuestra relación rota, sino con la idea de mi hijo extrañándolo. Ojalá pudiera convencerlo de no pensar más en él, pero Trevor es un niño que ama a su familia. Sólo por ese motivo me negué a arrancar a Devan de su vida. No quería que se sintiera abandonado por alguien más, así que, meses después de nuestro enfrentamiento, lo llamé y le expliqué la situación. Mi hermano accedió a mantener el contacto con su sobrino y visitarnos siempre que pudiera para pasar tiempo con él. Sin embargo, la frecuencia de nuestros encuentros y de sus llamadas ha disminuido dramáticamente desde que nos mudamos a Canadá.

Podría pensar que la distancia es la causa. Pero, sé bien que lo que se esconde detrás de su alejamiento es la decepción de no haber recuperado lo que teníamos. Quizá por fin entendió que hablaba en serio cuando dije que no me quedaba nada para darle. Ni amor ni odio ni mucho menos comprensión. Estuve enojado y decepcionado durante tanto tiempo, que el afecto acabó entumeciéndose hasta tomar la forma de la más pura indiferencia.

Cristo, es que me cansé de las mentiras injustificadas y las excusas para disculpar su comportamiento. No creo que mi hermano sea una mala persona, pero ocultarme lo de la carta, haber agredido a Willow, fingir durante tanto tiempo... es demasiado para dejar pasar. A la mierda su dolor. Yo también la pasé mal cuando mi madre murió, cuando papá empezó a actuar con indiferencia, cuando las cuentas se acumularon. La pasé peor intentando resolver el desastre con Leon. Nunca me quejé en su oído sobre la desgracia que era mi vida o cuánto seguían atormentándome las imágenes del tiroteo después de dejar la prisión.

Aún hoy lo hacen. Y Devan continúa sin tener idea.

Willow cree que debería intentar arreglar las cosas, pero ella no lo entiende: no hay nada que me interese arreglar.

—Eso dices, pero nadie se desprende de lo que siente de un día para otro. —expresó una noche mientras yacíamos en la cama. —Lo sé por experiencia.

No respondí, demasiado entretenido en seguir el camino que mis dedos trazaban sobre su piel desnuda.

—Dave.

—¿Qué quieres escuchar?

—Nada que no quieras decirme. —se acurrucó más cerca deslizando una mano por mi mandíbula y, de allí, a mi pelo. Cerré los ojos involuntariamente. —No quiero que sufras. —susurró. —No quiero que te arrepientas por no haberlo perdonado.

Parpadeé encontrando sus ojos en la tenue oscuridad de nuestra habitación.

—¿Quién dice que no lo perdoné?

—Sigues enojado...

—No, Wylo. —medité las palabras que diría a continuación. —No estoy molesto. Lo estuve por unos meses, pero ya no. Hace mucho que lo perdoné por haberte dañado y haberme mentido.

—¿Entonces, por qué no intentas mejorar su relación?

—Porque tengo buena memoria. —respondí. —Comprendo todo lo que vivió, lo duro que fue para él, lo culpable que se sentía. Pero, entender a alguien no es olvidar que te lastimó. No tengo espacio para él en mi vida después de las cosas que me ocultó por simple cobardía. No me quedan ganas de defender lo indefendible. Lo roto se queda roto sin importar cuánto uno se esfuerce en remendarlo.

—Dave...

—No, Wylo. —repetí. Envolví su cintura con los brazos pegándola a mi cuerpo. —No me interesa y, contrario a lo que piensas, no estoy triste porque no me importe. Puedo sentirlo todo y con la misma pasión puedo arrancármelo del pecho. Vi a mi hermano cometer errores y estuve allí para solucionar cada uno de ellos porque no podía pensar en que algo malo le ocurriera. Pero cuando decidió ser estúpido con la única cosa que le daba paz a mi vida, la cagó a lo grande. Interfirió entre nosotros, te puso en peligro...

—Eso no lo sabemos.

—Con la duda basta. —rebatí. —Él no debía tocarte, no debía esconderme cosas que estaba en el derecho de saber.

—No era él mismo.

—¿En serio estás defendiéndolo?

—Sólo quiero que te sientas bien.

—Estoy bien. Por una vez estoy feliz y en paz. —aseguré.

—Pero...

—Me perdió completamente, Wylo. Puede que una parte de mí aún lo quiera. Sin embargo, no basta para compensar lo demás. Y estoy bien con ello. Siempre puse su bienestar por delante del mío y siempre buscó la manera de decepcionarme. —me encogí de hombros. —Ya basta de eso. Me harté de no pensar en mí, de dejarme en segundo plano cuando se trata de él. Ni el afecto más grande puede sobrevivir a una traición. Nuestro caso no es la excepción. No soy un jodido santo y no quisiera que me juzgaras por no ser lo suficientemente compasivo.

Ella frunció el ceño.

—Sería incapaz de juzgarte. —murmuró. —Te... entiendo.

Yo sabía que no era del todo cierto.

El perdón funciona diferente para cada uno. En mi caso, no basta para reparar los daños. Deseo que mi hermano tenga una larga y feliz vida, pero me niego a ser parte de ella o actuar como si nunca hubiera pasado nada. No se me antoja fingir que podríamos funcionar igual de bien que en el pasado. No hay nada dentro de mí que sea para él. La gente tiende a pensar que estás obligado a soportar las mierdas de otros sólo porque son tu familia, pero ¿qué hay de ti? ¿Se supone que compartir la misma sangre debe hacerte olvidar las traiciones y los engaños? ¿Se supone que estás obligado a dar incluso lo que no tienes en nombre del amor fraternal?

Si esa es la excusa para perdonar basura, entonces yo no la quiero. Hice lo que pude por papá hasta que consiguió rehabilitarse. Lo entregué todo por Devan hasta que redirigió su vida. Jamás esperé nada a cambio y, aún así, se las ingenió para lanzar todo por la borda. El afecto perdido se queda perdido cuando alguien me falla. Que fuera mi hermano, de entre todas las personas, quien decidiera actuar como un maldito cobarde únicamente lo hace peor.

—Devan. —repito parpadeando hacia mi hijo, que come lo último de su pan relleno. —Sabes que está en el ejército y hay mucha disciplina allí. —es todo lo que digo.

—Ya casi no lo vemos. —añade tras beberse la malteada. —Antes nos visitaba.

—Antes vivíamos en Hampton.

—Aquí también nos ha visitado.

—Bueno, no puede tomar un vuelo siempre que le place. —argumento. —Sé que lo extrañas, pero todo va cambiando y tenemos que adaptarnos. ¿No eres feliz aquí?

—Sí. —asiente varias veces. —Me gustan mis amigos y la escuela y las cosas que podemos ver y el acuario.

Sonrío.

—¿Puedo trabajar en un acuario cuando sea grande?

Encojo los hombros recogiendo plato y vaso para llevarlo al fregadero. Booh se mueve entre mis piernas esperando por los restos.

—Serás lo que quieras, amigo. —señalo mientras observo al golden masticar.

—¿Y si quiero tallar, como tú?

—Entonces te enseñaré.

—Mica dice que quiere ser doctor, como su mamá.

—Eso es genial.

—Pero a mí me gustan los animales y los autos y la pintura. Wylo puede enseñarme a pintar, ¿verdad?

—Sí, quizá le gustaría.

—Oye, pa. —dice después de una pausa. —¿Y crees que quiera ayudarme con la tarea de Te Presento a mi Familia?

Me seco las manos antes de girarme. Está sentado en el borde de la barra con las piernas colgando y las manos apoyadas a ambos lados. Te Presento a mi Familia es una actividad en donde los niños llevan ante la clase a algún pariente para charlar sobre las cosas que hace, a qué se dedica y por qué lo consideran especial.

—Pensé que yo haría eso contigo. —expreso con cuidado.

—Es que ya lo hicimos juntos una vez. En la escuela vieja, ¿recuerdas?

—En esta no me conocen.

—Ya sé. —mira abajo. —Es que... me gustaría... me gustaría que ella fuera conmigo.

Ladeo la cabeza.

—¿Por qué?

Esta vez es mi hijo quien se encoge de hombros.

—Mica va a llevar a su mamá y pensé... pensé que sería bueno presentarle a Wylo. —alza la mirada. —Ya sé que ella no es mi mamá, pero ojalá lo fuera.

Algo se remueve en el fondo de mi pecho.

—Ella te ama. —afirmo con calma. —Estoy seguro de que le encantará acompañarte.

Él guarda silencio.

—¿Crees que se enojaría si un día la llamo así? —pregunta al final. —¿Si le digo mamá?

Sopeso sus palabras. Ha pasado un año desde que llegamos a Canadá, un año desde que dejamos Hampton y Portland para establecernos en un lugar nuevo y nuestro. No nos hemos despegado uno del otro desde entonces. Él ha estado más que contengo al ver que Willow no rompió su promesa de volver a marcharse. Supongo que es lógico que ahora busque sentirse más cerca de ella llamándola de una forma más personal. La forma en que ha aprendido a verla, como una madre.

—Nunca le dijiste mamá a Row. —me acerco de nuevo hasta quedar frente a él.

—Quiero a Row, pero Wylo... ella es... es...

—Especial.

—Sí.

—Bueno, podemos preguntarle cuando quieras. ¿Eso está bien para ti?

Sonríe con timidez.

—Sí.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Hay un alboroto en la puerta, seguido de un:

—¡Estoy de vuelta!

Trevor sale disparado de algún lugar de la sala para recibirla y ayudarle con el bolso, como siempre hace cuando Willow llega a casa. Los ladridos de Booh se unen a la algarabía mientras yo intento concentrarme en quitar algunas capas de madera con el cincel.

—¿Qué traes dentro, Wylo? Está pesado. —se queja mi hijo mientras avanzan más allá del vestíbulo.

—Es como el bolso de Mary Poppins, cielo.

—¿Quién es Mary Poppins?

—Oh, tengo que enseñarte. Es una mujer loca que guarda de todo en su cartera.

—¿Como Harry Potter?

—Algo así.

—¡Papá, ya llegó Wylo! —grita asomándose por el pasillo hacia mi estudio. Cualquiera diría que no los escuché.

—¿Cómo estuvo tu clase hoy? —escucho que ella pregunta. —¿Hiciste tus deberes ya?

—Sí, ven te mostraré. Oh, tengo que contarte lo que hizo Mica a la hora del recreo y cómo la señorita Jaminsen lo reprendió. Es que es tonto y de remate, Wylo. Le he dicho que no coja pintura de la estantería para lanzarle a las chicas, pero a él le parece divertido y ¿adivina qué pasó?

—Cuéntamelo todo.

—Pues la maestra lo agarró con las manos en la masa y...

Su voz se va perdiendo a medida que ambos caminan escaleras arriba. Las pisadas de Booh resuenan a mi espalda y me vuelvo para encontrarlo en la entrada, como demandando mi atención.

—Dame un segundo.

Él ladra y retrocede un poco.

—¿Quieres ir afuera?

Gruñe. Yo pongo los ojos en blanco antes de volverme hacia el cuadro. Me toma unos minutos darle una forma básica a la hierba bajo el pie de la mujer. Booh ladra de nuevo.

—Eres un dolor de cabeza.

Me limpio las manos y, seguidamente, camino a la entrada para coger al perro en brazos. Trevor y Willow siempre olvidan cuánto le teme a subir las escaleras por sí solo. Está adaptándose, así que trepa poco y, al menos de momento, no ha llegado a la cima. Booh me lame los dedos y se estruja, inquieto, contra mi pecho a medida que avanzo.

—... montar ponis, porque papá dijo que nos llevaría. Pero, si tienes miedo no iremos.

Wylo se ríe.

—No les tengo miedo. De hecho, creo que son adorables.

—Entonces iremos y nos sacaremos fotos y seremos como vaqueros...

Suelto a Booh en el pasillo y lo veo corretear hasta el dormitorio de mi hijo. Acorto la distancia a paso más lento y me detengo en el umbral observando a las dos personas más importantes de mi vida sentadas en la cama. Wylo alza el rostro de inmediato mientras Trev cae al suelo para jugar con Booh.

—Alguien salió de su cueva. —alza una ceja.

—Los cuadros no se hacen solos. —replico al tiempo que me acerco, elevo su barbilla y planto un beso de bienvenida en sus labios. —Te extrañé, mi diosa.

—No trates de endulzarme con palabras melosas sólo para tapar el hecho de que no fuiste a recogerme. —me riñe apartándose. —Tuve que venir en metro.

—Lo siento, te dije que estaría ocupado.

Hace una mueca.

—Ambos sabemos que necesito un auto.

—No dejaré que compres uno de segunda mano. —puntualizo. —Si no quieres que yo te lo regale, entonces ahorra para uno de agencia.

—Es lo que estoy haciendo. —añade con un puchero.

—Nos evitaríamos el drama si sólo dejas que te lo compre.

—Un coche es una cosa personal. —insiste. —Quiero hacerlo yo. En unos meses más de trabajo lo conseguiré. Además, aún tengo el dinero que conseguí por Piolín.

—No se puede decir que sea mucho.

—Da igual.

Jesús, es tan terca. Respiro hondo y me paso una mano por el pelo.

—Como quieras.

—No discutas, Dave.

—No lo hago. —suavizo el tono. Entonces alzo su mentón de nuevo acariciándole la mejilla con el pulgar. —¿Tienes apetito?

—Mucho. —por el modo en que me mira, sé que no sólo se refiere a la comida.

Estoy a punto de replicar cuando Trev salta.

—Yo también tengo hambre.

—Hace menos de dos horas te comiste un emparedado bastante enorme.

Él me mira con ojos inocentes. Wylo lo envuelve con sus brazos atrayéndolo hacia sí.

—No lo juzgues. Está en etapa de crecimiento.

—Es un barril sin fondo. —difiero.

—Estoy creciendo sano y fuerte, papá.

Arqueo las cejas. Wylo rompe a reír.

—Son más de las siete. Prepararé la cena. —ella se pone en pie tomándose un momento para estirarse como un gato. —¿Macarrones con queso?

Sonríe al escucharnos soltar un simultáneo "sí".

—Okey.

Los dos la seguimos escaleras abajo, Booh de vuelta a mis brazos. Charlamos en la cocina mientras Wylo trabaja en los macarrones y Trev divide su atención entre lanzarle la pelota al perro e insistirme para cambiar nuestros planes de fin de semana. Parece que la idea del club campestre, y más específicamente de montar a caballo, le gustó más de lo que pensé. Se muere por sacarse fotos arreando un poni y descubrir si realmente son animales aficionados a comer manzanas (supongo que esto último lo vio en alguna caricatura).

Wylo me habla de su jornada, aunque lo cierto es que solemos mensajearnos bastante durante el día. Por el tono siempre caliente de nuestras conversaciones, yo diría que eso también cuenta como juego previo. De allí que no pare de batir las pestañas o soltar uno que otro comentario sugerente en su recorrido por la cocina. Está haciendo que mi imaginación vuele mientras la veo caminar alrededor en esos bonitos pantalones plisados y esa blusa ceñida. Sin embargo, tengo bastante paciencia para burlarme de su descaro más tarde.

Hacerla rogar me excita.

Escucho su parloteo sobre niños inquietos y una clase de arte que se le hizo eterna. Willow está retomando lo de pintar, así que se ha apuntado a un curso especializado después del turno en la escuela. La misma escuela donde Trev pasa la mitad del día. Fue una extraordinaria casualidad que, poco después de mudarnos a Toronto, apareciera una vacante. No fuimos lo suficientemente afortunados para que ganara el lugar como maestra de Trevor, pero estuve más tranquilo sabiendo que podría mantener un ojo sobre él durante el tiempo que le llevara adaptarse al nuevo lugar. Fue un ganar-ganar, dado que a ella también le preocupaba el efecto que tendría el cambio de ambiente.

Algunos días de la semana ni siquiera tengo que recogerlo a la escuela. Les gusta eso de caminar, comer helado y tener algo nuevo para contar cuando me encuentran tallando en el estudio. Yo no podría estar más encantado por ello y las comidas en familia, como la que tenemos ahora.

A pesar de contar con un comedor bastante amplio, cenamos en la barra de la cocina. Willow me comenta que habló con su madre sobre visitarla en navidad. La verdad es que la aversión que la mujer siente hacia mí se convirtió en un sentimiento mutuo desde que supe sobre el aborto. Ella no me tolera y yo no la tolero de vuelta. Sin embargo, los dos fingimos cordialidad por el bien de Wylo. También ayudan sus abuelos, quienes siempre mantienen la atmósfera ligera durante nuestras visitas.

Hablamos de esto y de aquello y luego escuchamos a Trevor soltar un chiste tonto del que sólo recuerda la mitad. No tiene nada de gracia, pero él se parte de la risa y ambos lo seguimos. Pasamos el resto de la comida intentando hacerlo recordar de qué demonios se trataba. Él nunca llega más allá de un pollo que levanta una pata.

—Me daré una ducha. —anuncia Willow tras levantarse y recoger los platos.

—¿Papá, podemos ver una película? —Trev salta alrededor con Booh pisándole los talones.

—Mañana hay escuela y ya casi son las nueve. —le recuerdo.

—¿Por favor? —ruega con dulzura.

—No. —digo imitando su tono dulce. —Ambos sabemos que no querrás despegarte de la televisión hasta que termine.

—¿Una película cortita? —intenta negociar ladeando la cabeza.

Ruedo los ojos.

—No Harry Potter.

—Bueno. —dice, pero puedo ver que no está satisfecho.

—Y no le subas todo el volumen, por favor.

—Ajá. —rezonga antes de salir de la cocina con el golden a su lado.

Observo a la mujer que apila los platos sucios y, un segundo después, me acerco a ella rodeándole la cintura con los brazos desde atrás.

—Déjalo, yo lo hago.

—Soy perfectamente capaz de meterlos en el lavavajillas. —se mofa.

—Sé que eres capaz de cosas más interesantes que las tareas domésticas. —le aparto el cabello para exponer un lado de su cuello y rozo su piel con los labios. —Déjalo y ve a darte esa ducha.

—¿Por qué? ¿Huelo mal? —intenta bromear, su voz sonando levemente entrecortada.

—No. Podría lamerte así como estás.

—Ahora mismo no tengo una respuesta para eso.

—Eso me convierte en un ganador.

Deslizo las manos justo por debajo de sus pechos sin llegar a rozarlos siquiera. Willow se remueve olvidando los platos para buscar más de mi toque.

—Siempre ganas en los intercambios verbales. —se arquea contra mí.

—Intercambios orales suena mejor.

Eso la hace reír.

—No he olvidado qué día es hoy, por cierto. —susurro en su oído.

—Tampoco yo.

—Bien, sólo quería asegurarme. —deposito un beso en el espacio detrás de su oreja. Entonces la dejo ir.

Willow me dirige una mirada ceñuda por encima del hombro.

—Eso no se hace.

—No sé de qué estás hablando. —le doy un empujoncito a su hombro, así puedo encargarme de los platos.

—Eres vengativo.

—Has estado provocándome desde que llegaste. No te quejes por recibir un poco de lo mismo.

—Te lo tomas muy enserio.

—Sabes lo que me haces. Sabes que me vuelves loco.

—¿De verdad?

—Espero que también sepas que no dormirás hoy. —la amenazo. —Mientras tanto, confórmate con lo que ya te di.

Se muerde el labio reprimiendo una risa.

—Parece justo. Ahora iré a darme una ducha caliente. Desnuda, ya sabes.

—Tan sutil, Hemsley.

—Te dejará pensando. —retrocede observándome con lascivia para luego abandonar la estancia.

No quiero aceptarlo, pero sus palabras tienen el efecto deseado.

Me encargo de los platos antes de unirme a Trev en la sala, donde yace desparramado en uno de los sofás con Booh descansando sobre su pecho. Vemos juntos Tierra de Osos mientras lo escucho soltar las mismas expresiones de asombro por una película que hemos visto cientos de veces. Hace frío, pero en lugar de encender la chimenea, cubro a mi hijo (y al perro) con una manta y tomo otra para Wylo, quien aparece a mitad de película. Ella se acurruca contra mi costado y el olor a lavanda me impregna las fosas nasales de inmediato. Lleva unos coloridos pantalones de pijama y una camiseta sin mangas.

Ella, él, nuestro hogar... todo es perfecto.

A veces no puedo creer que sea mío.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

—¿Está dormido? —pregunta Willow cuando me acerco a comprobar a Trev.

—Sí.

Booh se remueve y lo saco del sofá antes de tomar a mi hijo en brazos. La película acaba de terminar, pero él ni siquiera estuvo cerca de ver el final. Simplemente se quedó rendido. Y sin lavarse los dientes, pienso mientras acomodo su cabeza en mi hombro. Él se remueve un poco. Sin embargo, permanece con los ojos cerrados y la boca entreabierta.

—Sacaré al perro antes de meterlo en su cama. —me informa Wylo en un susurro.

Yo asiento y me dirijo escaleras arriba a la habitación de mi hijo. Dentro, lo acuesto en la cama y lo cubro con el cobertor estampado con dibujos de sombreros de magos. Su dormitorio es un poco más grande que el de la casa de la colina, lo cual le ha dado espacio suficiente para llenar las paredes con afiches de sus películas y libros favoritos. Es como si alguien hubiera volcado una mezcla de cosas alrededor.

Le beso el lado expuesto de la cabeza y dejo al mínimo la luz de la lámpara que sigue siendo su favorita. Ya no le asusta la oscuridad; ahora este es sólo un recurso que le permite guiar sus pasos al baño cuando lo necesita.

Dejo la puerta entreabierta masajeando mi cuello ante la tensión que siento allí. Una parte de mí quiere ponerse a trabajar en esas líneas del cuadro que tantos problemas me está dando. Pero lo descarto. Avanzo a la habitación principal y me muevo hacia la entrada que conecta al amplio vestidor. Es sólo cuando estoy de regreso en el dormitorio que reparo en la caja negra de tamaño medio puesta cuidadosamente sobre la cama.

Me acerco al mismo tiempo que Willow aparece en la entrada. Su expresión es ilegible.

—Ya dejé a Booh en la sala para que no haga ningún desastre. —dice con los ojos yendo y viniendo de mí a la caja. —La rejilla está bien asegurada esta vez.

—Los muebles nos lo agradecerán.

—Y el tapizado.

Hay un silencio.

—¿Esto es mío? —pregunto como si no lo supiera ya.

—Puede ser. —intenta contenerse, pero ahora puedo notar lo emocionada que está. —Oh, Dios ya no puedo más. Sólo ábrelo.

—Así no se presenta un regalo de aniversario, Hemsley.

—Perdona, no sabía que había una ceremonia. —se burla. —¿Qué se supone que debo decir?

—Usa tu imaginación.

Ella lo considera. Entonces acorta la distancia que nos separa y me rodea el cuello con los brazos. Yo sujeto sus caderas en un acto reflejo.

—Feliz primer aniversario, mi Dave. —se pone de puntillas y deja un beso casto en mis labios. —¿Qué tal lo hice? —inquiere apartándose.

—Mejorará con el tiempo. —murmuro contra su boca. —Quizá después de muchos aniversarios.

—Vamos, ya ábrelo.

Me da espacio para que coja la caja, deshaga el lazo y deslice la tapa fuera. En el interior hallo una tela de terciopelo verde cubriendo lo que parece una almohadilla. La retiro echándole un vistazo a la mujer a mi lado, quien junta las manos firmemente bajo su barbilla y casi ha comenzado a dar saltitos emocionados.

—¿Te gustan? —pregunta sin poder contenerse. —La verdad no sé mucho al respecto, pero el fabricante me dijo que era todo lo que necesitabas. Y luego estuve investigando, por supuesto. Aunque, si no te gustan puedo devolverlas o tal vez pedir que le hagan ciertas modificaciones. El lado malo es que pasará un tiempo para que nos lo entreguen de vuelta, porque ya mandé grabarle tu firma de artista y tengo entendido que eso lleva tiempo. Supongo que no te importará, ¿o sí? ¿Te gustan? —insiste.

Observo el juego nuevo de herramientas para tallar sin poder creer que se halla tomado el tiempo para esto, especialmente cuando sé que no tiene idea del equipo que uso. Tomo el cincel y lo sopeso en mi mano sintiendo el mango suave en mi puño. Hay más de una docena de utensilios frente a mí, muchos de los cuales nunca he usado.

—Sé que no hay un equipo determinado para tallar de la manera en que tú lo haces. —expresa Willow al ver mis ojos posarse sobre un utensilio parecido a un escalpelo. —Sé que casi siempre improvisas. Yo... bueno, hice bocetos y ayudé a diseñar algunas cosas que podrían facilitarte el trabajo, como esta. —coge una pieza de punta en U. —Es buena para hacer curvas pequeñas y se desliza como mantequilla; yo misma la probé. Todas son de un acero resistente, uno muy raro según escuché, y conservan el filo, así que...

Dejo a un lado el cincel y la atraigo contra mi cuerpo. Al segundo siguiente, me zambullo en su boca. Willow suelta un gritito sorprendido y es todo lo que le lleva responder al beso. Me rodea el cuello con los brazos de nuevo y hunde los dedos en mi pelo de esa forma que me hace sentir hambriento. Ella conserva el mismo sabor de siempre: a rocío, a lluvia recién caída, al agua que se desliza por la hoja de un árbol en lo profundo de una selva virgen. Sabe a todo lo que quiero probar cada noche y lo que quiero sentir junto a mi costado justo antes de dormir.

Joder.

El beso no tarda en volverse salvaje y, de algún modo, terminamos en la cama. Me cierno sobre sus curvas sin abandonar su boca y su cuello y luego sus pechos. Willow desliza las manos por encima de mi playera antes de moverlas a la cinturilla de mis pantalones de chándal. El movimiento me hace recordar algo.

—También tengo un regalo para ti. —digo con la voz ya ronca.

—Ya me lo estás dando. Ven aquí.

—No. —apoyo el peso en los brazos apartándome lo suficiente para demostrar que hablo enserio. —Esto no puede dejarse para después.

Suspira, resignada.

—Espero una compensación.

—Acepto el reto. —me incorporo y le tiendo la mano. —Vamos.

Intenta lucir frustrada, pero el brillo curioso en sus ojos la delata. La guío fuera del dormitorio y a través del oscuro corredor en cuyo extremo se hallan las escaleras al tercer piso. Lo único que ocupa esta parte de la casa es un ático con mirador, exactamente igual a la antigua propiedad en Hampton. Siendo francos, hay más de una cosa en la que coinciden. Como la cantidad de ambientes, el gran jardín trasero y los paneles de vidrio reforzado que cumplen el papel de muros y ventanas al mismo tiempo. Incluso la ubicación se le parece bastante: en lo alto de una pequeña colina. La diferencia más evidente es que ya no estamos solos, sino rodeados de vecinos.

Sonrío un poco al sentir la inquietud de la mujer que camina detrás de mí. Su palma sudorosa es otra señal de la emoción que trata de reprimir. Willow es fácil de impresionar cuando se trata de regalos, ella estalla como una bengala cuando sabe que estoy a punto de obsequiarle algo. Más de una vez me ha arruinado las sorpresas.

—Bonita vista, ¿eh? —digo cuando pasamos las puertas francesas y nos detenemos en el balcón.

—Creo que es la parte que más me gusta de la casa. —admite.

—Hay una mejor.

Tiro suavemente de su mano mientras retrocedo hacia la escalerilla que da al tejado. Willow frunce el ceño.

—Nunca subimos tan tarde. —señala. —No veremos por dónde vamos y soy un poco torpe.

—¿No confías en mí?

—Sí, Dave. Pero está muy oscuro. Ni siquiera hay luna y sigues sin instalar la maldita bombilla.

—No necesitamos la luna o las bombillas. Tenemos las estrellas.

Mira el cielo despejado con escepticismo.

—Pues yo las veo bastante lejos.

—Esas no. Estas.

Acciono el interruptor a mi espalda y nuestro entorno se llena de luz dorada. Hay de todos los tamaños y formas. De cinco, siete, doce puntas. Enredadas en la barandilla del balcón, en el marco de las puertas francesas, en el techo del ático, en los peldaños de la escalerilla y, por supuesto en el tejado. Willow observa la escena con la boca abierta y los ojos tan abiertos que temo que se le vayan a secar. Una brisa pasa zumbando alborotándole el cabello. Ella no parece percatarse, así que alzo la mano para apartarle el flequillo. El movimiento la arranca de la conmoción.

—¿Tú... hiciste esto para mí?

—Qué manía la tuya de hacer preguntas estúpidas. —replico. —Ven.

La sitúo por delante de mi cuerpo en dirección a las escalerillas. Ella comienza el ascenso sin rechistar, aún impresionada por la cantidad de luces que nos rodean. El techo del balcón es plano y más bajo que el del ático, lo cual nos da un estupendo espaldar para recostarnos. Hay una saliente a ambos lados y también a lo largo de todo el tejado, nada más que precaución extra.

Ocupamos el lugar de siempre, teniendo cuidado de no pisar las luces cuando nos tumbamos boca arriba. El frío viento otoñal sopla de ida y vuelta entumeciéndonos los pies desnudos, aunque ninguno de los dos se queja.

—¿Te gusta? —sin mirarla.

Willow resopla.

—¿Bromeas?

—En realidad, sí.

—Los vecinos pensarán que nos adelantamos a la navidad. —escucho la sonrisa en su voz.

—O que estamos locos.

—Nunca se me ha considerado una mujer cuerda, así que puedo lidiar con ello.

—Qué bueno que me hiciste un adorador de la locura, porque tampoco me importa lo que piense un puñado de personas.

—Creo que las circunstancias te obligaron a enamorarte de mí. —señala. —Específicamente las malas calificaciones.

—Benditas malas calificaciones. —suspiro.

—Estás romántico hoy.

—Soy un hombre apasionado, tengo mucho qué decirte y me da la gana de que lo sepas.

—Mis oídos son tuyos, Ainsworth.

—Seamos honestos, no hay parte de ti que no sea mía. —expreso, arrogante.

—Te concedo eso. —hace una pausa antes de añadir—: Ojalá no llueva, porque entonces moriremos electrocutados.

—Tú sí que sabes matar momentos.

Deja escapar una risita.

—Perdona.

—¿Ves ese cielo despejado? —digo despacio, como si estuviera hablando con un niño pequeño. —No hay manera de que caiga un aguacero. Vi el jodido pronóstico.

—Deberíamos considerar ponerle una cubierta a esta parte del tejado. —propone.

—No tendría el mismo efecto.

—¿Sabes? Me gustaba la vista de Hampton desde la colina. —confiesa.

—Era hermosa, sí. —coincido.

—Aún no puedo creer que hayas vendido la casa.

—Creo que tardé mucho en darme cuenta de que ese tampoco era mi lugar. —me encojo de hombros. —Supongo que la vida nos sigue mostrando que planearlo todo no significa que saldrá exactamente como esperas.

—En nuestro caso fue para mejor. —suelta un suspiro. —Canadá tiene su encanto.

—Ya lo creo.

Un pacífico silencio se asienta entre los dos. La noche despejada nos ofrece una vista maravillosa de la infinidad de puntos blancos que brillan por encima de nuestras cabezas.

—Cásate conmigo, Hemsley. —vuelvo el rostro en el mismo instante en que ella lo hace. —Ya lo eres todo para mí. Sólo falta que te conviertas en mi esposa.

Abre y cierra la boca varias veces. Finalmente, deja salir un trémulo:

—¿Estás seguro?

—¿No debo ser yo quien haga esa pregunta? —bromeo.

Baja la mirada.

—Creo que es importante recordarte por qué necesitas pensarlo.

Sé que se refiere a la imposibilidad de tener hijos. O, dicho de un modo más concreto, su miedo a intentarlo.

Willow nació con una condición que la hace propensa a sufrir embarazos de alto riesgo. Esto no había sido un verdadero problema en su vida hasta que se sometió al aborto. La tensión generada por unos padres angustiados y el recuerdo constante de que su salud se hallaba en peligro, empeoraron la situación no sólo durante, sino también después de que todo ocurrió. No sé cuánto de ese temor se quedó con ella o con cuánta frecuencia se recuerda a sí misma que el próximo embarazo podría salir mal. Lo único que sé es que tiene pánico de fallar... y, al mismo tiempo, de nunca convertirse en madre.

Ella lo anhela.

Un solo momento bastó para darme cuenta de ello. Fue un día mientras caminábamos por el centro comercial. Trevor me pidió llevarlo al baño, así que lo hice dejando a Willow cerca de las escaleras mecánicas. Nos costó encontrarla cuando salimos del servicio. Ella había caminado por uno de los corredores y ahora estaba de pie frente a una vitrina. Sentí el mundo ir en cámara lenta al ver que se trataba de una tienda de ropa para bebés. La añoranza que vi en sus ojos, la duda... Cristo, me desgarró el corazón.

Actuó como si nada pasara una vez que reparó en nosotros. Sin embargo, yo sabía que en su interior sucedía todo lo contrario.

—No importa lo que pase. No iré a ninguna parte. —prometo con toda la solemnidad que soy capaz de reunir.

—¿Qué si no puedo...? ¿Si nunca puedo darte una familia? —sus ojos destellan por las lágrimas no derramadas.

—Ya somos una familia. —replico mirándola fijamente. —Si aún te queda alguna duda, te lo diré, Hemsley: nunca estarás sola o perdida de nuevo. Me tendrás a tu lado sea que quieras intentarlo o no.

Se toma un momento para responder:

—Quiero que seas feliz, Dave. Quiero asegurarme de que no te arrepentirás o decepcionarás en unos años.

—Me haces feliz con sólo respirar. Me haces feliz de cien maneras diferentes todos los días. —deslizo mi mano sobre la suya depositando en ella la diminuta cajita de terciopelo negro que contiene el anillo. —Y esa felicidad se multiplicaría si aceptas. —observo, embelesado, cada detalle de su rostro. —No puedo pensar en algo mejor que estar contigo. No quiero ser si no es contigo, Wylo.

Sorbe por la nariz. Alza la mano y examina la cajita, sus dedos temblando mientras la acaricia.

—Sí. —dice, bajito.

—No has abierto el estuche.

—No me importa. Sí. —añade en tono ahogado por la emoción.

Me alzo sobre el codo y vuelvo a coger la cajita, esta vez para abrirla. Ella jadea al ver el anillo.

—Oh Dios... un momento, ¿eso es un diamante?

—Uno pequeño. —declaro, indiferente. —¿Qué te parece?

—Precioso... oh, y mira, tiene madera.

—No esperarías menos de mí, ¿o sí?

—Nunca.

—Dame tu mano.

Extraigo el anillo y lo deslizo en su dedo anular. La madera incrustada en el oro blanco refulge contra las luces que nos rodean; la piedra en el centro emitiendo cientos de pequeños destellos con el más leve movimiento.

—Señora Ainsworth. —cito besando el dorso de su mano.

—Siempre me ha gustado tu apellido. —murmura deslizando su palma libre por un lado de mi cara.

—Bien, porque pronto eso también será tuyo.

—Ya bésame.

Lo hago, esta vez con la certeza de que habrá más de nosotros para contar. Una boda, una luna de miel y lo que sea que la vida nos tenga deparado. Sus labios acarician los míos con parsimonia y es entonces cuando nos quedamos completamente a oscuras.

—¿Qué mierda? —me alzo un poco observando las luces ahora apagadas.

—No me digas que hubo un cortocircuito. —Willow suena alarmada.

—No lo creo. —sacudo la cabeza. —Debió haber sido una falla en el tomacorriente.

—Oh. —se muerde el labio. —Deberíamos bajar.

—Nah. —me acuesto boca arriba a su lado sin soltarle la mano en donde ahora luce un anillo. —Quedémonos un rato.

—De acuerdo.

Contemplamos las estrellas en silencio saboreando la completa perfección del momento.

—¿Dave?

—¿Hmm?

—Te amo.

—Podría decir que te amo, también. Pero, nunca será suficiente, Wylo. Esto es más.

Suelta una risa.

—Siempre encuentras la manera de decirlo mejor. Dejas en ridículo a las frases típicas de enamorados.

—Y por eso te tengo comiendo de la mano.

—Cuidado con ese ego.

Sonrío, pero digo nada.

—¿Dave?

—¿Hmm?

—Este lugar es increíble, ¿no crees?

—Desde los tejados todo se ve mejor. 

—Sip. —Inhala profundamente y suelta el aire despacio. —Nuestro hogar.

—Nuestro. —concuerdo.

Ella permanece callada por un buen rato hasta que decide volver a la carga:

—¿Dave?

—¿Sí?

—Espero que tengas un plan para bajar de aquí, porque no quiero morir tan joven.



FIN.


Última canción 💕

Secrets - Jacob Lee

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