El corazón del Rey. [Rey 3]

By Karinebernal

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Las huellas de un pasado doloroso persiguen al rey Magnus Lacrontte, quien ha levantado murallas para no volv... More

Importante Leer.
Prefacio.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Nota explicativa. - Importante leer.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 1. Presente.
Capítulo 2. Presente.
Capítulo 3. Presente.
Capítulo 4. Presente.
Capítulo 5. Presente.
Capítulo 6. Presente.
Capítulo 7. Presente.
Capítulo 8. Presente.
Capítulo 9. Presente.
Capítulo 10. Presente.
Capítulo 11. Presente.
Capítulo 12. Presente.
Capítulo 13. Presente.
Capítulo 14. Presente
Capítulo 15. Presente.
Capítulo 16. Presente.

Capítulo 28.

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By Karinebernal

Ayer asistí a una reunión en Mishnock y fue desolador no ver a Emily en la sala.
Supe que Denavritz la encerró en su habitación como una especie de castigo que yo ayude a crear y no pude odiarme más por ello.

Salimos al patio del palacio a petición de Lerentia, quien quería una reunión más informal después de lo que ella considera una victoria, al verme devolver a Emily como si de mercancía en mal estado se tratara, y mientras caminábamos por ese lugar pude observar la figura de Emily a través de la ventana de su habitación.

Su rostro estaba bañado en lágrimas y su expresión era de derrota absoluta. Lucía apagada, desanimada.
No podía concebir el hecho de que yo le haya causado tal desdicha.

Al instante sentí un apretón en el pecho, pues me di cuenta que al lastimarla me lastimaba yo mismo, y fue entonces cuando supe que tenía que hacer algo para remediar mi error.

Por tal razón le pedí a Atelmoff que buscara una manera de reunirme con ella y así intentar explicarle mi situación, pero cuando llegó la noche y me escabullí hasta su habitación, ella no me permitió hablar.

Estaba tan enojada que me vi obligado a cubrir su boca con mi palma para ahogar sus gritos de histeria. Así que dado el fallo de mi plan, tuve que resignarme e irme, dejando en su alcoba una de mis capas.

"No sé si esto pueda perdonártelo" fue lo último que me dijo, y se sintió como mil espadas atravesar mi fragmentada alma.

Me odio, sin duda me odio por haberle hecho tanto daño. Sin embargo, no me rindo, pues Emily Malhore es una de las pocas personas en la vida por las que vale la pena luchar. Así que haciendo uso de mi última carta, les he invitado esta mañana a mi palacio para poner en marcha una nueva estrategia.

Después de volver de Mishnock fue hasta casa de Valentine y le informé que la reuniría con Emily. No necesitaba su permito pero si su compromiso, pues sé que ella se sentirá feliz al ver a su amiga y eso sin duda ayudará a que me perdone.

Tenía todo calculado, pero no contaba con la visita de mi abuela, quien me hizo perder el tiempo que pretendía usar para agregarle más detalles a la sorpresa en paseos por el patio del palacio y como si fuese poco, tuve que usar una camisa blanca solo para complacerla. Sin contar el hecho de tener que soportar las interacciones afectuosas entre ella y Francis. Completamente asqueroso.

Así que aquí estoy, en medio de la sala principal, en una prenda blanca esperando la llegada de mi Emilia. La misma que ahora me odia.

Y cuando pensé que no podía estar más ansioso, los veo entrar al cubículo con discreción. Emily viste uno de sus característicos vestidos en color salmón con aquellos brillantes que tanto me llaman la atención.

Ella me mira con disimulo y extrañez al notar esta estúpida camisa clara que muy seguramente me hace ver ridículo.

- Bienvenidos. - Vocifero en un intento por parecer amable.

- Que apuesto te ves en esa prenda. - Comenta la reina Denavritz mirando mi atuendo.

Me limito a asentir ante sus palabras, pues no era ella quien quería que hablara.

- Pasemos al comedor. - Exclamo al ver como Emily decide mirar a Francis en vez de a mi.

Ella luce confundida ante mi petición y por un momento duda en caminar hasta el lugar indicando, sin embargo, termina por hacerlo.

- ¿Puedo hablar contigo, Emily? - Cuestiono cuando pasa por mi lado.

La esperanza es palpable en mi voz. Necesito hablar con ella, una oportunidad para que me escuche, para que entienda que a pesar de lo indolente de mi acto, estoy muriendo por haberla lastimado.

- No tengo nada que hablar con usted, rey Lacrontte. - Refuta sin mirarme.

Suspiro frustrado cuando camina lejos de mí, ignorando mi presencia por completo.
He visto ese comportamiento de apatía y desinterés antes, lo he visto en mi. No obstante, jamás había experimentado cuanto duele que alguien se comporte así contigo.

Tomo lugar al inicio de la mesa, con Denavritz a mi derecha y Lerentia a mi izquierda.
Una pésima posición que me impide estar cerca de la señorita Malhore.

Los guardias de ambas naciones llenan la estancia, creando un contraste de color llamativo, pero no tanto como Emily.

Ella siempre roba mi atención y así esté un conjunto de monerías a mi alrededor, será solo su figura a la que admirare.

- ¿A qué se debe tanta amabilidad, Magnus? - Cuestiona el intento de rey mientras los sirvientes traen la comida.

- No me andaré con rodeos, Denavritz. Mi intención al invitarlos es poder ver a la señorita Malhore.

- Eres un idiota. - Insulta Lerentia.

- Cuida tus palabras, pequeña Wifantere. - Ordeno dispuesto a no soportar escenas. - Estas en mi reino y ahora respiras bajo mis leyes.

- ¿Y qué me harás? - Alega desafiante. - ¿Enviarme a la horca?

- No, ese lugar ya fue reservado para alguien más. - Lanzo una clara indirecta hacia Emily.

Ella se mantiene inmóvil y con la vista fija en su plato de comida. Parece como si no hubiese escuchado mi voz en ningún momento. ¿Por qué es tan fría?

- Denavritz, te propongo un trato. - Hablo luego de la derrota.

- ¿Que podrías ofrecerme tú? - Cuestiona desinteresado.

- Todo aquello que desees, pero esta vez solo será una cosa.

- Te escucho. - Contesta intrigado.

- Puedes quedarte Wessex, incluso firmaré un acta de propiedad donde se evidencie que desde ahora te pertenece, pero si le permites a la señorita Malhore salir del palacio solamente en mi compañía.

- ¡Jamás! - Asevera, lanzando la cuchara que sostenía en su mano.

- Pueden ir guardias si así lo deseas. - Insisto. - La única condición es que de esta mesa solo seamos ella y yo.

- No lo sé, Magnus. - Duda, pero aún así es obvio que terminará aceptando.

- Wessex es una gran ciudad y ahora será propiedad de Mishnock tan solo con un "si".

- ¿Pero qué creen que soy? ¿Mercancía? - Una indignada Emily se levanta de su lugar. - Estoy justo aquí y mi presencia no se vende con un par de tierras.

Sabia que diría algo así y tarde o temprano esperaba su intervención, su regaño o explosión.

- Créeme que lo sé. - Espeto en un intento por calmarla. - Pero esto te conviene.

Ella opta por permanecer en silencio mientras Francis trae el derecho de propiedad.
Coloco mi firma en la parte inferior del papel y lo deslizó hacia el soberano de Mishnock.

- Es toda tuya, Denavritz. - Le invito a aceptar. - Solo tienes que firmar.

La duda solo tarda unos segundos pues rápidamente comienza a escribir su nombre en la hoja. Dándome vía libre para salir con Emilia.

- Excelente. - Me levanto totalmente dichoso. Sé que esto le encantará. - ¿Nos vamos Emily?

- No iré a ningún lado. - Alega decidida, tomando lugar nuevamente.

Ella concentra su atención en Francis y de un momento a otro, se levanta y me mira con severidad.
No sé que le haya dicho Puntresh con la mirada, pero se lo agradezco.

Camina fuera del comedor, obligándome a ir tras ella como si fuese un ser dependiente.

- Sígueme. - Ordeno una vez que le alcanzo el paso.

Avanzamos por el pasillo a gran velocidad o al menos yo lo hago, y mientras me deslizo me doy cuenta que Emily ha quedado relegada unos centímetros lejos de mi y todo debido a sus cortas piernas.

Ralentizo el paso y espero a que ella llegue a mi lado para avanzar juntos hasta la habitación que da justo al jardín.

El guardia que habitaba el lugar, sale una vez hacemos acto de presencia y cuando quedamos completamente solos, me permito observar a Emilia a mi antojo.

El vestido se ajusta a su cintura, creando una figura realmente llamativa y las flores de sus tirantes iluminan su rostro de alguna manera. Todo el conjunto es algo horroroso, pero en ella se ve realmente bien.

- ¿Qué? - Inquiere molesta al ver como la observo.

- Nada. - Digo, encogiéndome de hombros. - Me gusta cuando usas vestidos con brillantina.

Esas pequeñas cosas doradas llaman mucho mi atención, quisiera tocarlas pero me mantengo impávido para no sobrepasar su espacio personal.

- ¿Magnus en camisa blanca? Es insólito ¿no lo crees? - Cuestiona con un atisbo de diversión.

- Rey Magnus para ti - Alego sonriente. - Y si, fue un regalo de mi abuela.

- ¿Tienes una abuela? - Inquiere asombrada.

- Señorita Malhore no me haga desconfiar de su inteligencia. Todos tenemos abuelas.

- Sabes a lo que me refiero. ¿Esta aquí?

- Estaba. Solo la he usado para hacerla sentir bien. Por cierto, le ha encantado el listón azul. - Levanto la mano para permitirle ver el lazo atado en mi muñeca.

- Eres un ladrón. - Acusa con fingida indignación.

- Pues mira que ladrón más tonto al robarse un simple listón.

Camino lejos de ella para tomar una chaqueta oscura, la cual abandoné mientras estuve con mi abuela en este lugar.

- Por fin estamos de acuerdo en algo.

- ¿Me has llamado tonto? - Pregunto a medida que ajusto la prenda.

- Y ladrón. - Agrega.

- Insolente. - Alego con picardía. - Así me gustan. - Extiendo una mano hacia ella, capturando su atención - Venga aquí, señorita. Permítame mostrarle algo.

Ella viene a mi con los brazos cruzados sobre su pecho en un claro ejemplo de autoprotección.
Me posiciono en la ventana que ayuda a iluminar todo el lugar y observo la zona de la que Aidana me ha hablado esta mañana.

- Hoy mi abuela ha sugerido que allí quedaría bien un jardín. - Señalo el terreno vacío.

Emily es demasiado pequeña para la altura de la ventana por lo que soy testigo de como lucha por alcanzar la punta y visualizar lo que quiero enseñarle.

Sus intentos me causan gracia y antes de que pueda evitarlo, comienzo a riendo ante su desafortunada estatura. Aún no entiendo por qué es tan pequeña.

- ¿Necesitas ayuda? - Inquiero, intentando ocultar la burla en mi voz.

- No. Puedo ver bien.

Sin importarme lo que haya dicho. Tomo su cintura y la levanto despacio para permitirle una mayor visibilidad.

- Necesitas ventanas más bajas. - Sugiere molesta por la escena.

- Como ordenes. - Sonrío ante la ironía. Si colocara ventanas más pequeñas, sería yo quien no podría ver.

- A decir verdad un jardín quedaría espléndido. - Concluye cuando sus pies tocan el suelo nuevamente.

- Pero mi abuela sabe perfectamente que yo odio las flores.

- Entonces, ¿a qué viene el comentario?

- A que cuando dijo aquello, no pude evitar pensar en ti y en tus vestiditos de jardín.

Lo cual es cierto. Abuela dijo que a este palacio le hacía falta vida y que un jardín sería una solución magnífica.
No puedo ver tal cosa en mi hogar pues me gusta este sitio tal como esta, sin embargo, fue inevitable no pensar en Emily cuando mencionaron la flora.

- Ya deja de burlarte de mí ¿quieres? - Exige enojada.

Se apresura a alejarse de mí sin notar que su vestido está enredado con una de las mesas del lugar, razón por la cual, la falda se desgarra cuando intenta avanzar.

- Esto no puede estar pasando. - Susurra al ver lo acontecido.

Intento ser un caballero para ella, pero es imposible que no me ría frente a la escena. Demostrando una vez más que Emily Malhore es la única persona en provocar tales emociones en mí.

- Al parecer tienes una obsesión con los vestidos rotos. - Me bufo.

- Supongo que solo pasa cuando tú estas cerca.

- ¿Estas diciendo que tus vestidos están locos por mi?

- Si eso te hace sentir mejor. - Replica con ironía.

- ¡Guardia! - Llamo mientras la observo de manera retadora.

- Si, Majestad. - Aparece un hombre dispuesto a obedecer.

- Pídele al sastre unas tijeras.

- Como diga, señor.

Emily me mira con clara confusión en su rostro a medida que el sujeto sale de la sala, y mientras pasan los minutos su gesto se mantiene intacto.

Cuando el sujeto aparece, tomo las tijeras y en un acto loco e impulsivo, guiado por la plebeya de ojos café, comienzo a cortar una de las mangas de mi chaqueta y la solapa derecha.
Jamás creí llegar a estos extremos de ridiculez, pero debo confesar que disfruto el comportarme de esta manera.

- ¿Pero qué estás haciendo? - Cuestiona anonadada.

- Demostrándote que mis trajes también están locos por ti. - Le sonrío ampliamente.

- Has perdido la razón ¿no es así?

- Vamos Emily, solo quiero estar en paz contigo. - Comienzo a quitarme el desastre que ha quedado de mi chaqueta. - Lo estoy intentado, incluso de maneras en las que antes jamás me atrevería.

- Solo vámonos, por favor. - Pide con frialdad.

Me siento como un idiota. Me estoy esforzando, sacando un lado divertido que solo muestro para ella y Emily lo único que hace es dejarme como un estúpido.

Le pido a un guardia traerme un abrigo que cubra la totalidad de mi camisa blanca y mientras me arreglo, intento no perder la cabeza y continuar el buen ánimo que he decidido tener hoy.

Los guardias Mishnianos ya se encuentran en el umbral esperando por nosotros.
Subimos al automóvil y de inmediato concentro la atención en la mujer a mi lado. Ella solo me ignora, mientras yo reprimo el deseo de sentarla en mis piernas y besarla.

Rápidamente llegamos a casa de Valentine, y me complace ver la extrañez en su rostro al no saber a donde la he traído.
En verdad espero que con esto me perdone, de otra forma habré hecho todo en vano.

Toco la puerta y una doncella aparece. Se reverencia ante mi con una sonrisa fastuosa en el rostro.
No me gusta que nadie me sonría, a excepción de Emily Malhore y ella ahora no quiere hacerlo.

- Su majestad. - Dice con los ojos clavados en el piso.

La mujer se aparta para permitirnos entrar a la vivienda y solo hace falta dar dos pasos para encontrar a Valentine Russo en la sala.

- ¡Emily! - Exclama, rodeándola en un abrazo.

El asombro en el rostro de la señorita Malhore es indescriptible y el ser testigo de las lágrimas que intentan apoderarse de ella, me llevan a experimentar una extraña sensación en el pecho.

- ¡Valentine! - Jadea sorprendida.

Los hermanos Russo salen de una de las habitaciones y el mayor de ellos se reverencia ante mi.

- Su majestad. - Saluda con la elegancia poco propia de un niño.

- ¿Emi? - Masculla el joven restante. ¿Por qué la llama así?

- ¡Taded! - Suelta Emily, corriendo para abrazarlo.

- ¿Cómo has estado novia? - Inquiere sujetándose a ella.

- ¿Disculpa? - Pregunto con algo de confusión.

- Oh, señor Lacrontte, debo informarle que Emily fue mi novia y terminamos por que ahora tengo a alguien más y no pretendo engañarla.

- Que afortunado. - Asevero incómodo pero sorprendido.

- Lo sé. - Agrega el menor de los Russo. - Quizás algún día nos demos otra oportunidad.

- Para eso tienes que crecer. - Replica su hermano con severidad.

- Por eso dije algún día. - Refuta molesto. - ¿O acaso ya es su novia, señor Lacrontte?

- No lo creo. - Alego, enfocando mi atención en Emilia. - Lo he arruinado.

- ¿Ya le pidió perdón?

- Así es, pero no lo he conseguido.

- Entonces fue muy grave. Cómprele flores, eso le gusta.

- ¿Tú que sabes de mujeres? - Inquiere el niño conocido como Thomas.

- Más que lo que se podría decir de ti. Yo tengo novia y tú no.

- No tengo novia porque no me apetece. Tengo planes mejores por ahora.

- ¿Podrían hacer silencio? - Interviene Valentine al ver la discusión estúpida de sus hermanos. - Quiero hablar con mi amiga, o sea miren como ha crecido, es decir, se ve como una mujer. - Espeta mirándola. - Desde que Magnus dijo ayer que te traería, no pude ni siquiera dormir. Estoy tan feliz.

- ¿Desde ayer? - Cuestiona extrañada.

Ahí va la soplona de Valentine. Le dije que tenía que actuar como si no supiese nada y luego viene a decir esto.

- Si, bueno en realidad fue en la madrugada. - Chilla alegremente. - Lo escuché decir algo de no darse por vencido.

- ¡Cállate, Valentine! - Bramo enojado.

¿Qué le pasa a esta mujer? Vuelve a decir una palabra más y juro que la enviaré a la horca sin que Emily se dé cuenta.

- Bien, amargado. - Me acerco intimidante para evitar que diga una palabra más.

- Se ven extraños juntos. - Masculla cuando me posiciono junto a la señorita Malhore. - El rey es tan sobrio en color negro y tú tan colorida y brillante. Son un contraste digno de admirar.

- Val, dime ¿cómo has estado? - Pregunta Emily, cambiando de tema.

En verdad ella no quiere que comenten nada que nos incluya unidos.
Entre cada minuto que pasa siento que pierdo más la esperanza.

- A excepción de lo que ocurrió con mi padre, he de revelar que muy bien. - Confiesa mirándome.

- ¿Te gusta tú nueva vida?

- Emily. - La lleva lejos de mí para que no pueda escuchar lo que dice a continuación. - No imaginas el corazón que tiene Magnus, sé que puede parecer frío pero nos a brindado ayuda incluso cuando no la hemos pedido. - Comenta en un susurro.

- Puedo escucharte, Valentine. - Asevero molesto. - Hablen de otra cosa.

Le pedí que no mencionara absolutamente nada sobre lo que ocurrió en el palacio. Le exigí que fuese una tumba, pero en realidad parece una tumba abierta.

- Esta bien. - Suspira frustrada. - Pero ¿Nos permite su majestad el glorioso rey un poco de privacidad?

- Solo porque has reconocido que soy glorioso. - Alego divertido.

Las observo acomodarse en un sillón mientras los hermanos Russo intentan comenzar una conversación conmigo.

- Así que fuiste pareja de Emily. - Le digo al pequeño de cabello café y ojos oscuros.

- Si, majestad. Incluso antes que el rey Stefan.

- Entiendo. - Mascullo, ocultando mi desagrado por la mención del intento de rey. - ¿Cómo la conociste?

- Ella visitaba mi casa. Supongo que iba a verme.

- Claro que no. - Replica su hermano. - Ella jamás estuvo interesada en ti.

- Solo envidias que entre Emily y yo existió algo, en cambio Amadea jamás te miró.

- Entre Emily y tú tampoco ocurrió nada. - Acuso fastidiado. - Ella es mía, niño.

- ¿No se supone que estaban enojados? - Cuestiona ladeando la cabeza.

- Aún así no deja de ser mía.

- ¿Y qué hace que alguien sea tuyo?

- Muchas cosas. - Repongo sin saber que decir.

- Dígame una, por favor.

- Bueno que piensa en ti, te toca y te besa.

- ¿Usted besa a Emily?

- Por supuesto. - Repongo orgulloso. - Y ella me besa solo a mí porque es mía.

- Yo jamás hice eso, es decir, besarla.

- Porque tienes 8 años, Taded. - Refuta el mayor.

- Y nunca lo harás porque de ser así te enviaría a la horca. - Le aseguro.

- No lo haré porque tengo otra novia.

Este niño no se calla, parece un clon masculino y más pequeño de Emily, aunque es casi imposible que exista un ser más diminuto que el bastón con falda.

- ¿Y usted es de ella? - Vuelve a preguntar.

- Claro que si. - Asevero. - Tengo una etiqueta que dice "propiedad de Emily Malhore"

- ¿En dónde? - Dice, abriendo los ojos en sorpresa.

- En un lugar que es solo para adultos.

- ¿Así que cuando crezca podré verlo?

- Todos los varones tenemos uno, así que si.

¿Por qué estoy hablando de esto con un niño? Es una de las cosas más raras que he hecho.

Cambio rápidamente de tema, llevando la conversación hacia algo más apto para menores, y sufriendo entre cada palabra al tener que hablar con dos menores.

Pasa el tiempo y el guardia Mishniano nos avisa que es momento de marcharnos. Odio que alguien me imponga reglas, pero como no estoy en condiciones de refutar, prefiero solo callar y liberarme de los hermanos Russo.

Al arribar al palacio, la señorita Malhore se aproxima al interior de la casa real, obviando mi presencia por completo. ¿Acaso no le ha gustado mi sorpresa?

- Emilia. - La llamo antes que se aleje.

Logro hacerla detener, pero la mirada que me ofrece es una de las menos cálidas que me ha regalado desde que la conozco.

- No quiero estar mal contigo. - Confieso sincerado. - Juro he luchado contra mi orgullo y me he dado cuenta que nada de eso importa si la intensión en buscar redención contigo.

- Magnus, has sido un egoísta y me has lastimado. - Acusa con frialdad. - Fuiste un traidor conmigo.

- Solo te pido me permitas defenderme de las dos ofensas que has lanzado en mi contra y así podré...

- Si lo que quieres es que sea feliz - Masculla interrumpiéndome. - Entonces aléjate de mí.

Las palabras caen en mis hombros como un peso gigante que soy obligado a transportar.
Me siento desolado, afligido, lastimado, y no por el hecho de que me rechace si no porque es ella quien lo hace.

- Bien. - Acepto resignado.- Todo sea por su felicidad, señorita Malhore.

Duele. En verdad duele, pero estoy a kilómetros de rogarle a alguien para que no se aleje de mi. Si ella desea conservar la distancia, no seré yo quien se lo prohíba.

Voy escaleras arriba, sintiendo una tortuosa opresión en mi pecho. Por más que me esforcé por buscar su perdón, Emily decidió alejarse de mi con la mayor frialdad que he visto en sus ojos.

La lastimé, soy consciente de ello. Pero no sabía que esto al final me dolería más a mí que a ella.

Mientras asciendo, deseo volver y rogarle una oportunidad, prometerle que esta vez haré las cosas bien y que no la haré sufrir nunca más... pero simplemente no puedo hacerlo.

Primero, mi orgullo no me lo permite. Eso supondría el tener que rendirme ante ella y ser totalmente vulnerable, dejarle ver cuanto me afecta el alejarme y cuanto quiero tenerla cerca.
Segundo, no puedo prometerle que no voy a lastimarla porque al parecer es lo único que sé hacer.

Una promesa suscita comprometerse a muchas cosas y es por ello que las personas nunca logran entender el significado de esa palabra. Solo la usan como una manera de remediar en forma superficial el daño que han hecho, sin darse cuenta que al no cumplir lo que han prometido, lastiman el doble.

Me detengo en la punta de los escalones que dan inicio a la segunda planta y desde esta posición puedo ver a Francis hablar con Emily furtivamente.

Ella luce triste, apagada, y sé que he sido yo quien ha extinguido la luz que se esforzó por crear luego de las heridas que le dejó Stefan.

Él se despide y sube las escaleras rápidamente. Estoy muy seguro que viene en mi búsqueda, es lo que siempre hace.

- ¿Qué hablabas con Emily? - Cuestiono cuando llega a mi lado.

- Cosas que ella necesitaba escuchar.

- ¿Y qué son esas cosas?

- No creo que quieras oírlas.

- Como digas. - Alego malhumorado por su misterioso comportamiento. - Voy a mi oficina.

Me escabullo en mi espacio de trabajo con las pisadas de Francis a mi espalda, quien cierra la puerta una vez ambos estamos dentro.

- Quiero estar solo. - Replico al ver que toma lugar en las sillas de respaldo.

- Pues ignora mi presencia.

- ¿Qué quieres Francis? - Cuestiono frustrado.

- Espero que no vengas aquí para lamentarte cuando has sido tú el que la lastimó.

- Puedo hacer lo que guste y no puedes venir a decirme como manejar mis emociones.

- Dime una cosa, ¿cambiarías algo de lo que has hecho?

- Absolutamente nada. Mis actos reflejan el hombre que soy y me gusta el ser en el que me he convertido.

- Somos humanos y tenemos fallas. - Alega. - Tú no eres la excepción.

- Soy un Lacrontte, Francis.

- Lo sé bien, pero eso no te exime de equivocarte.

- Por estas cosas no quería enamorarme de Emily. Estar ligado a una mujer no es bueno para un rey de mi nivel.

- No voy a acusarte de orgulloso porque has intentado remediar el error, pero debes entender que lo hiciste no es fácil de excusar.

- Eres la última persona que espero me juzgue. Conoces mis razones y los motivos que mueven mis acciones.

- También conozco cuanto la quieres y como sacrificas lo que sientes por el odio.

- Si ella no quiere perdonarme es su problema, Francis. Créeme cuando te digo que no voy a perder la cabeza por su lejanía.

- En ocasiones es bueno perder la cabeza. Vivir tan controladamente es solo probar la parte más simple de la vida.

- No me interesa cambiar lo que ahora tengo.

- Ya has cambiado, solo que eres demasiado terco para notarlo. Ella te cambia para bien.

- No lo hace. - Asevero convencido. - Ella solo me hace débil y es algo que sin duda pude comprobar hoy. Me esforcé por hacerla sonreír, por ganarme su perdón y ella simplemente decidió despreciarme. - Espeto al recordar su distante actitud. - No pretendo hacerme la víctima pues fui yo quien ocasionó todo esto, sin embargo, no pienso mover un dedo más para convencerla que me dé otra oportunidad.

- Bien. - Concluye cansado. - Entonces espero puedas vivir con lo que sientes por ella, sin tenerla.

- He vivido reprimiendo las emociones, así que no me será difícil.

- Buenas noches, majestad. - Dice, levantándose de la silla para caminar hasta la salida.

Esta enojado conmigo, es obvio. No obstante, me importa poco si le molesta mi actitud pues tengo demasiado en que ocuparme para perder mi tiempo pensando en una mujer.

••••

Un extraño zumbido me hace abrir los ojos en la madrugada, la ventana vibra y un juego interminable de luces se refleja detrás de las cortinas.

- Majestad. - Un guardia irrumpe en mi alcoba sin autorización. - Estamos bajo ataque.

Me levanto de la cama completamente alarmado y corro hasta el cristal de mi habitación para comprobar las palabras del hombre.

- Creemos que se trata de Mishnock.

Las calles están repletas de personas que corren, gritan e intentan buscar algún refugio.

- Voy a matar a Denavritz. - Asevero, apresurándome a cambiarme la ropa de dormir.

- Hemos flanqueado las inmediaciones del palacio pero las calles ya son un desastre total.

- Llamen a la armada lo más pronto posible.

- Vienen en camino, majestad. - Informa eficiente. - Ya se activaron todas las rutas.

El guardia pasa a mi manos un arma una vez salgo de la habitación.
Bajo hasta el primer piso con el sonido de explosiones a mi alrededor, mientras un grupo numeroso de guardias custodian mi andar.

- Son soldados de Grencock. - Informa Francis, llegando a mi derecha.

¿Cómo se atreve? Sabía desde un principio que algo así sucedería. Sigourney se aprovecharía de alguna forma y atentaría contra mi.

Esta vez su oportunidad fue dada gracias a Emily Malhore, pues si no me hubiese enredado con esa mujer, jamás habría tenido que quitar mi ejército de la frontera para protegerla.

- Quédate en el palacio. - Le ordeno.

- ¡No! - Discrepa. - No me pidas eso.

- Eres el consejero de guerra, pero muy pocas veces has luchado y estamos hablando de un ejército que se ha preparado para derrotarnos. Así que no me hagas perder el tiempo y quédate aquí.

- No voy a dejar que vayas solo. - Grita mientras yo camino a la puerta.

Los guardias hacen lo propio cuando les doy la orden, y toman a Francis de los brazos para arrastrarlo a un lugar seguro. No me perdonaría que algo le sucedería y supongo que mi abuela tampoco.

- No creo que sea apropiado que salga en este momento. - Opina un custodio cuando tomo otra arma.

- ¿Y qué pretendes que haga? ¿Me quedo aquí a esperar que todo pase? - Cuestiono molesto por su atrevimiento.

Camino hasta la calle y cuando llego a ella, se ilumina como si estuviese en el infierno mismo. Todo es caos y sombras para mí.

El informe negro de mi ejército lucha contra el crema oscuro de Grencock.
Las balas y los gritos están revueltos en el aire mientras camino entre las personas apretando el gatillo deliberadamente, abriéndome espacio entre el horror que invade Mirellfolw.

La debilidad se instala en mi cabeza a medida que avanzo y detallo la escena. Niños acribillados, familias enteras sangrando sobre el pavimento y aldeanos que se defienden con sus propias armas, haciendo flaquear mi severidad.
Mi pueblo está siendo masacrado por mi culpa, por mi sentimientos.

Es justo por esta razón que me mantengo alejado de las emociones que no ayuden a edificar a un rey indestructible, y el amor es el enemigo principal.

Sin embargo, intento mantener el control, pues nuestras armas son superiores y se hacen sentir en medio del llanto de los heridos y desconsolados que lloran a sus muertos.

Disparo a todo lo que represente una amenaza, directo a la cabeza o al pecho. Mis pasos ya dejan huella de sangre y el hollín de las explosiones se cierne sobre mi cabello.

Veo familias arrodilladas en las calles a merced del ejército enemigo y es entonces donde decido ponerme más violento.
Las municiones que traía conmigo se acabaron, obligándome a hacer uso de mis armas blancas.

Distingo a un soldado que apunta a una joven y antes de que pueda lastimarla, lo atravieso con la espada, elemento que no usaba desde el incidente con Cournalles.
Pero antes de caer, el hombre me lanza un golpe directo a la cara que me desorienta por unos microsegundos.
No hay nada que odie más que toquen mi rostro.

Finalmente cae y aprovecho la Victoria para atravesar a otro hombre frente a personas inocentes que gritan ante lo que ven, y así me distribuyo por todo el lugar tan rápido, sigiloso pero fuerte como el viento.

En un momento de descuido, una bala roza mi hombro lo suficientemente cerca como para abrir una herida, haciéndome quejar de inmediato.
El dolor consume o da energía, es tu deber transformarlo en lo que necesites y en este momento necesito lo segundo.

Nunca había atravesado tantos cuerpos como hoy y jamás había cargado tantos pequeños como esta noche.
Lloran, gritan, se asustan cuando me acerco, sangran y llenos de suciedad se aferran a cualquier cosa que les genere seguridad.

Un corazón que ha sufrido lo cruel que es la guerra, la violencia o el dolor, late de una manera distinta y ve el mundo con la agonía viva de lo que una vez vivió.
Y cada uno de los elementos mencionados son una cadena que ata al victimario con el desgarro que ha dejado la tétrica experiencia en el corazón.

El ver el miedo en el rostro de esos niños me hace desear con mayor fervor el no traer un ser a este mundo en tiempos como este.

Mi brazo sangra mientras corro a través de las balas, cortando gargantas entre cada paso. En la lejanía puedo escuchar los tanques de guerra aproximarse, convirtiéndose en la luz al final del túnel.

- Necesitamos acorralarlos. - Le grito al soldado más cercano. - No importa quiénes mueran, esa es la única opción.

El hombre asiente y pasa la orden mientras nos seguimos moviendo.
Les indico que los lleven hasta las inmediaciones del palacio pues en su interior deben haber guardias que puedan respaldarnos.

Ellos llevan su propia lucha contra los soldados que han invadido la casa real, pero aún así cuento con la disposición de unos pocos para ayudarnos.

Los hombres de cada reino caen ante el enfrentamiento, pero como en todo guerra, hay que sacrificar algunas almas para salvar cientos.

Los tanques se abren camino mientras yo cambio de arma para ahora disparar y esquivar, llevándolos lo más cerca posible a la fortaleza del palacio.

Los tiradores comienzan a llegar al techo, esperando a la presa para cazarlos, sin embargo, la lucha continúa en el umbral del lugar.
Dejamos hombres en el camino y pasamos encima de sus cuerpos. Voy en la parte trasera de la línea, aniquilando a todo aquel que quede en los alrededores, no obstante, un montón de soldados enemigos logran huir.

La lluvia de balas comienza a caer desde lo alto de la casa real, acribilla do por la espalda a varios de nuestros enemigos, quienes están ahora a solo centímetros de tocar la pared que recubre el palacio, lo que designan que es hora de dispersarnos y dejar que los tanques hagan lo suyo.

- ¡Despejen! - Ordeno a mis hombres. - ¡Despejen ahora!

El gesto de confusión es notable en el rostro de los Grencianos, quienes continúan disparando y cayendo.
Mis hombres corren hacia ambos lados, dejando el frente libre para el ataque.

Las cascadas de disparos se detonan, impactando en el cuerpo de aquellos que continúan en pie. Estos trastabillan y chocan con la pared de fondo, creando un macabro mural.

No hay piedad en estos hombres, agujereando incluso la fortaleza. Los tiradores desvían su foco hasta aquellos que se encuentran invadiendo el palacio.

Mi herida continúa ardiendo, sangrando, pero no iré a revisión hasta ver a cada Grenciano en el pavimento, regalándole su último aliento de vida.

Cuando los tanques comienzan atacar a aquellos hombres que han invadido mi propiedad, los guardias se dispersan, hasta que la ultima bala es dejada caer.

El ataque acaba cuando ellos deciden abortar y escapar a como de lugar, sin embargo, eso no significa que el sufrimiento haya acabado.

El llanto continúa a mi espalda, el miedo sigue vigente y los autoreclamos se hacen presentes en mi cabeza.
Esto es mi culpa, por albergar sentimientos no dignos de un rey. Por querer tanto a una persona como para sacrificar la seguridad de mi pueblo por la suya.

Miro a mi alrededor y no puedo evitar odiarme, incluso más de como lo hice esta mañana.

La parte superior de mi frente está sangrando, mi mano está magullada ante la fuerza con la que empuje la espada combinado con la violencia de mis movimientos.
Mis antebrazos están arañados por las uñas temblorosas de los niños que sostuve y mi pómulo izquierdo se siente inflamado.

- ¡Magnus! - Escucho el llamado de Francis en la distancia. - ¡Magnus!

La zona continúa despojándose y las partes destruidas del palacio se hacen visibles.
Camino hasta el sonido de la voz y encuentro a Puntresh desaliñado y lleno de algún tipo de polvo blanco. Corre hacia mí, deteniéndose a unos centímetros para detallar me cuidadosamente.

- Estas sangrando. - Espeta al ver mi brazo.

- Estaré bien. La bala solo me rozó.

- Necesitas ver un médico.

- Hay cosas más importantes que hacer que ver a un médico.

- Y no lo harás si antes no curas esa herida. - Me señala con desaprobación.

Suspiro frustrado antes de seguirlo en busca de un especialista, y después de la limpieza y vendaje, despliego a los soldados y guardias que aún pueden mantenerse en pie para traer un reporte de la gravedad del ataque.

Siento una rabia incontrolable ante lo sucedido, si no hubiese sido tan descuidado esto no habría pasado.

- No te culpes, Magnus. - Pide Francis como si leyera mis pensamientos.

- Es mi pueblo y él ha acabado con miles. Yo debía protegerlos y no lo hice.

- No podrías predecir que Aldous haría esto.

- Mi labor como rey es cuestionable

- Has hecho mucho por este pueblo, así que confiemos en que eso ayudará.

- Las personas son injustas. Puedes hacer mil cosas buenas por ellos, pero sin importar cuán grandes fueron tus actos, te condenarán cuando cometas el primer error.

- Eres su rey. No lo harán.

- Ya una vez lo hicieron. Me culpan por la muerte de mis padres y debo darles la razón. - Admito abatido. - Todo lo malo que sucede en Lacrontte siempre es por mi culpa.

- Pones cargas en tus hombros que no es tu deber llevar.

- Un soberano es responsable de todo lo que ocurra en su nación y si hay miles de muertos en este momento es porque algo estoy haciendo mal.

No hay un mayor crítico que yo mismo. Conozco mis fallas, mis debilidades y llevo la lista de los errores que he cometido.

El alba se hace presente mientras mis guardias traen el reporte inicial, contando más de 80 personas muertas. Asesinadas en una sola noche.

Aún puedo recordar como huían los soldados de Grencock y mi imposibilidad de detenerlos. Pero debía acabar con la mayoría antes de ir tras unos pocos.

Envío una carta a Gregorie, pidiéndole que venga cuanto antes a Lacrontte. Intento mantener la cabeza fría mientras espero su llegada pero solo el leer los nombres de los primeros identificados, hace que hierva en cólera y dolor.

Estoy destrozado, enojado. El pueblo que tanto protejo está sufriendo y juro por mi vida que no me detendré hasta traer la cabeza de Sigourney para ellos.

••••

La mañana de hoy di un anuncio temprano en el Coliseo Lacrontte. El luto estuvo presente en el ambiente, llenándonos a todos de una aura triste y desolada.

Yo estoy acostumbrado a sentir la pérdida, lo he hecho toda mi vida. Pero sé bien que ellos no.
El perder a tantos familiares en una sola noche es extremadamente devastador y es mi deber vengarme por ello.

Así que aquí estoy, caminando por los pasillos del palacio de Mishnock con la cólera reinando en mi sistema, cegando mi visión y cargándome de odio.

- Abran las malditas puertas. - Ordeno cuando estoy a centímetros de la sala de reuniones.

Los guardias Mishnianos acatan mi pedido con rapidez, despejando el camino para mi.

Mis pasos resuenan mientras me adentro al recinto con las manos empuñadas y la capa ondeante ante la fiereza de mi andar.
No miro a nadie en mi camino, solo me concentro en buscar a mi objetivo.

- ¡Te has atrevido a atacarme! - Acuso colérico una vez encuentro la figura de Sigourney.

- Al parecer. - Repone con naturalidad, prácticamente burlándose de mí.

Puedo sentir los ojos de todos los presentes sobre mí, y espero que nadie se acerque a decirme algo o tocarme porque no lo toleraré de nadie. Eso incluye a Emily Malhore.

- ¡Tus soldados han asesinado niños, familias enteras! - Acuso destrozado por el dolor de mi pueblo. - ¡Teníamos un acuerdo de paz! ¡Un maldito acuerdo!

- ¿Te resulta familiar? - Replica sonriente.

Sigourney sabe bien como burlarse de mí, y claro, la historia se repite.
Nuevamente soy víctima de unos estúpidos acuerdos que aseguraban la protección de mi nación.

Me duele, lo admito. Me destroza ver a mi pueblo hundido en la agonía, el sufrimiento, y todo por mis malos actos como gobernante.

No puedo perdonarme el hecho de que ahora ellos tengan que enterrar a sus familiares porque no fui capaz de protegerlos. No hay otro culpable que yo, y juro que aceptaré cada una de las ofensas que lancen en mi contra.

- Ruégale piedad a Dios, por qué yo no la tendré contigo. - Asevero.

Sigourney morirá, puedo apostar todo mi oro a ello.
No descansaré hasta traer su cabeza a Lacrontte y exhibirla como el mayor trofeo de guerra en la historia.

Me reivindicaré con ellos, así deba llevarme a medio Grencock para cumplirlo.
Nada impedirá que me vengue de Sigourney de la peor manera existente.

Mi atención se dirige hacia Stefan por microsegundos, proyectando en él todo el odio que siento por lo que su padre le hizo a los míos.

- Me retiro. - Masculla Denavritz como el cobarde que es.

Devuelvo la mirada hacia Sigourney, quien aun continúa inescrutable.
Juro por mi vida que su tranquilidad será arrebata por mi violencia.

- Has acabado con mi pueblo y yo acabaré contigo.

Me dirijo a la salida antes de perder el poco autocontrol que me queda.
No lo asesiné justo aquí porque aún hay soldados sobrevivientes que necesitan recibir mi castigo, con los cuales no tendré ni un ápice de piedad.

- Espero estés bien, Magnus. - Se burla por última vez.

- ¡Cállate! - Escucho el grito de Francis, pero me alejo antes de ser testigo de su furia latente.

Camino hasta el avión con la sangre hirviendo en mis venas. Todo intento por calmarme es en vano, pues no encontraré la paz hasta verlo derrotado.

Puntresh aparece pasado unos minutos con el rostro enrojecido y la respiración agitada. Lo observo sentarse al otro lado del transporte, sin embargo, decido no hacerle ningún pregunta sobre lo que sucedió una vez salí de la sala.

Me cuesta respirar en todo el viaje, pues sé que debo afrontar todo el desastre que se ha esparcido por Mirellfolw e intentar remediar lo que ha sucedido.

- No debes perder la cabeza. - Pide cuando pisamos el palacio de Dinhestown.

Este es ahora el lugar más seguro. La casa real central está ahora en reparación por lo que me he mudado a este sitio para pensar en alguna estrategia.

Las altas montañas elevan un poco mi tranquilidad mientras ideó una manera de cobrarme este maldito atentado.

- ¿Ya tienen los uniformes? - Cuestiono en su lugar.

- Así es. Según el reporte, los hombres ya han partido a la frontera. - Avisa Francis, intentando seguir mi frenético paso.

- ¿Gregorie esta aquí? - Continuo indagando.

- Si, majestad. - Responde uno de mis guardias. - Lo esta esperando en su oficina.

El tono marfil impoluto de las paredes del palacio me inquieta. Se supone que ese color debe darme tranquilidad, pero al no tener ningún otro detalle, me resulta perturbador.

Soy consciente que he tenido algo descuidado este lugar y se debe al hecho de que no lo hábito, por ende no me preocupa demasiado como luzca. No obstante, ahora que estoy aquí me resulta imprescindible hacer algunas modificaciones.

Esta parte del reino es bastante retirada e ideal para esconderse. Muy pocas personas habitan esta región por ser campestre, siendo algo a lo que los Lacrontters no estamos acostumbrados.

- Primo. - Saludo cuando llego a mi lugar temporal de trabajo.

- Primo. - Contesta animado. A Gregorie le gusta jugar sucio tanto como a mí. - Tal como lo pediste, hemos infiltrado a soldados Lacrontte.

- ¿Estas seguro que no sospechan? - Inquiero desconfiando. Necesito que este plan funcione.

- ¿Cuando alguna de mis estrategias ha salido mal?

- La idea de implantarlo fue mía. - Le recuerdo.

- Pero soy yo quien la está ejecutando, ya que tú tienes la sutileza de una elefante.

- ¿Cómo lo hiciste? - Cuestiono, sentándome en el escritorio.

- Bueno, interceptamos uno de sus camiones en los cuales se transportaban algunos soldados sobrevivientes. - Explica, tomando lugar en las sillas de respaldo. - Utilizamos los uniformes que tus soldados han recogido y vestimos a nuestros hombres con el horrible crema oscuro de Grencock, llevando consigo las identificaciones de cada hombre.

- ¿Cómo estamos seguros de que no los reconocerán? Es decir, ellos deben conocer su tropa.

- Por supuesto, y es por ello que tuve que mover algunas piezas de manera un poco agresiva.

- ¿A qué te refieres? - Pregunto intrigado.

- General Chawssen. - Coloca una carpeta sobre mi escritorio. - Tiene dos hijos hermosos que ahora deben estar barriendo mi jardín. - Informa con una sonrisa de suficiencia.

- ¿Los secuestraste? - Replico sorprendido.

- Digamos que solo los invité a un paseo para presionar a sus padres. - Explica. - Son solo niños, ni siquiera saben que están secuestrados.

- Una razón más para no tener hijos. - Repongo aturdido. No podría con la idea de saber que alguien más tiene en su poder a mis herederos.

- De cualquier forma, nos sirvió que Chawssen se reprodujera. Ahora el hará pasar a nuestros hombres como oficiales bajo su mando. - Alega sonriente. - Dime que me amas, porque sinceramente soy el mejor primo del mundo.

- Te lo diré cuando tenga la cabeza de Sigourney.

- Esta bien, tenemos un trato, y hablando de bebés. - Inicia, mirando sus uñas. - Mi Ely cosecho a uno.

- ¿Lo cosechó o tú se lo implantaste? - Levanto una ceja con ironía.

- Un poco de ambos.

- Es la peor forma que he escuchado de decir que embarazaste a tu esposa.

- Pues voy a ser papá. - Asegura, sonriente.

Ni siquiera tengo palabras para responderle. Soy feliz si él lo es, y se nota que le agrada la noticia, pero no imagine a Gregorie cuidando niños por un largo tiempo. Supongo que no todos piensan como yo.

- Felicidades. - Me limito a decir.

- Sé que te asusta todo eso de formar una familia. - Replica, uniendo las manos sobre la mesa. - Pero estoy tan feliz, primo. ¡Voy a ser papá! Habrá alguien en el mundo que lleva una parte de mí y será para siempre. Es genial ¿no?

- Supongo. - Respondo al no compartir ese sentimiento.

- Vas a ser tío. El tío Magnus.

- Ya. El sueño de toda mi vida. - Espeto con ironía.

- No seas amargado y comparte mi alegría.

- La comparto, en verdad. Deseo que tengas todo lo que quieres y si anhelas a un infante que lo único que hará será llorar, robarte tu tiempo, espacio y sueño, pues adelante. Disfruta del regalo de la procreación.

- Admito que al principio no supe como tomar la noticia, estaba aterrorizado. - Explica riendo. - Pero luego entendí que si quería esto y más si era con mi Ely.

- Nadie es de nadie, Gragorie.

- Bueno, se comparte conmigo. Nunca he entendido esa extraña filosofía tuya. - Discrepa, meneando la cabeza. - En fin, ya Elisenda esta avanzada en el embarazo. Es hermoso ver su estómago crecer.

- Eres raro, Fulhenor. - Despotrico ante su meloso comportamiento.

- No me importa que te burles. Me gusta sentirme enamorado. - Asegura confiado. - ¿Y tú como vas con la plebeya?

No creí que fuera posible hacer más tormentoso este día, pero mi primo acaba de conseguirlo con mucha facilidad.

- No me hables de esa mujer. - Le pido.

- ¿Ya lo arruinaste? - Cuestiona intrigado.

- ¿Por qué crees que fui yo quien lo arruinó?

- Porque eres tú quien no sabe como llevar las relaciones interpersonales.

- Ves esto. - Bajo la manga de la camisa para enseñarle el cinto azul atado a mi muñeca. - Llevo esta porquería que le quite a su vestido y aún no he sido capaz de quitármelo.

- ¿Usas un lazo azul que le quitaste a uno de sus trajes y te atreves a llamarme raro?

- Es tonto ¿verdad? - Sonrió derrotado.

- El amor nos hace tontos, y esta bien, porque ser cuerdos toda la vida es una perdida de tiempo. La plenitud de amar radica en desbalancear un poco el control que nos esmeramos por obtener, el detalle está en saber escoger con quien descontrolarnos.

- Te pareces a Francis.

- ¿Es muy romántico? - Pregunta y yo asiento. - ¿Sabías que tiene una relación con abu Aidana? Ella me lo confesó.

- Si, estoy al tanto. Lo que me causa curiosidad es saber porque te lo dijo a ti y no a mí.

- Bueno, creyó que te volverías loco y harías algo contra Francis.

- Solo espero que terminen bien, de otra forma sería un total desastre.

- Me alegra que los 3 encontráramos el amor.

- Exclúyeme de la lista. Eso no es para mí.

- El amor es para todos y aún si te resistes a aceptarlo, terminará atrapándote y será tarde cuando notes que lo ha hecho.

Las palabras de Gregorie me recuerdan a mi peculiar relación con Emily. Sin duda me resistí a quererla aun cuando ya lo hacía, pero si una cosa estoy seguro ahora, es que no permitiré que la señorita Malhore vuelva a revolver mi cabeza.

••••

Han pasado 4 días. Cuatro días agónicos y desesperantes.
En este tiempo he tenido que ver a padres sepultar a sus pequeños, ancianos despedirse de sus hijos y nietos, familias enteras ser ocultadas bajo tierra y he tenido que recoger cada una de sus lagrimas y cargarlas sobre mis hombros como una cruz que merezco llevar.

La nación está de luto, todo el pueblo se viste de negro y ahora el cielo ha desplegado su lluvia incesante como muestra de su tristeza ante la desolación de una nación.

He acudido a cada ceremonia fúnebre, he jurado en el coliseo Lacrontte que podrán regocijarse de la muerte de Sigourney lo más pronto posible, obviando la promesa en sí para no delatar ningún detalle de mi plan.

Tardó varios días el trasladar a mis infiltrados hasta la capital de Grencock, no obstante ya lo hemos conseguido, lo cual da paso a la siguiente fase de mi estrategia. El ataque.

Todo está preparado para irrumpir esta noche. Sé que Sigourney está esperando mi golpe pero no se imagina que lo haré desde adentro.

Los hijos de Chawssen aún continúan en Cromanoff y según el último reporte de Gregorie, ya han aprendido hacer joyas artesanales con la embarazada de Elisenda.

Al segundo día de todo este revuelo, me llegó una carta por parte de Atelmoff, en donde expresaban la agonía de Emily al no tener ninguna noticia de mi paradero. Comentaba su profunda preocupación y el remordimiento que carcomía su mente al haberme dicho que quería estar alejada de mí.

Admito que me alegró que se arrepintiera, sin embargo, opté por no responder y continuar desinteresado por su vida. No puedo importarme menos en este momento lo que ella sienta.

He pasado todos estos días enfocado en la meta a corto plazo y no pienso desviar mi atención por una mujer que profesó no quererme en su vida. Así que aquí estamos, a las afueras de la capital de Cromanoff con un ejercito enorme de soldados dispuestos a perder la vida por vengar a su pueblo.

Debemos tomar la ciudad lo más pronto posible, pues sé que Aldous ya nos espera con una gran respuesta a mi ataque, y por esa razón avanzamos sigilosos.
Los tanques de guerra serán los últimos en llegar pues no queremos levantar sospechas.

Despliego mi ejercito por las calles. La oscuridad de la noche les ayuda a camuflarse, los edificios oscuros son nuestro mejor aliado y el uniforme negro se vuelve la piel de mis hombres.

La adrenalina recorre mi cuerpo, mi estomago cosquillea y mis manos tienen un ligero temblor. Estoy lleno de energía, ira y frustración y todo quiero descargarlo en el cuerpo de Aldous Sigourney.

La primera barrera a la que nos enfrentaremos es a la seguridad que se encuentra a unas calles del palacio y la arma cargada en mi mano esta lista para ser usada.

Gregorie camina a mi lado, vestido de negro algo que no le gusta pero que le he pedido. Nuestro cabello rubio es coloreado por la luna a medida que avanzamos y al doblar la esquina encontramos la guardia de Cromanoff haciendo la ronda.

Están atentos a la oscuridad en su ridículo uniforme color crema oscuro. Sigourney no sabe mucho sobre trajes militares.

Nuestros pasos resuenan en la gravilla y cuando uno de mis hombres lanza el primer disparo, el fuego comienza.

Debemos correr, escabullirnos, no permitir que nos alcancen. Ser sombras, edificios, lámparas cualquier cosa que nos permita salir ilesos.

Ellos responden y nosotros atacamos. Estoy en la última fila de hombres, siendo derribados los primeros soldados de ambos bandos.

Los disparos vuelan a mi alrededor y por mi cabeza, mi altura me obliga a agacharme para no ser alcanzado por una bala perdida.

La sangre comienza a esparcirse manchando las calles y noto las casas completamente cerradas, con hierro y tablas en las ventanas. Aldous los puso en sobre aviso del ataque, al menos por una vez en su vida fue un rey, sin embargo, eso no le quita lo pésimo monarca pues yo en su lugar habría evacuado la ciudad.

En cada paso que doy encuentro cuerpos en el suelo. Mis hombres, el enemigo, todos caen.

Tienen buenas armas pero nunca superiores a las nuestras. Nuestro armamento alcanza mayor distancia y ellos deben acercarse para disparar, algo que nos da una gran ventaja.

Los tiros por lo general van directo a la cabeza o el corazón. El entrenamiento militar Lacrontte no permite perder el tiempo apuntando a las piernas o estómagos. Necesitamos ser certeros y mortales.

Los tanques avanzan tras nosotros, sigilosos, esperando su momento.
Pasan por encima de los cuerpos que yacen en el piso y cuidan nuestra espalda.

El primer objetivo es derrotado con facilidad, no eran muchas hombres pero aún así cuento una perdida significativa.
Vamos quebrando las lámparas de la calle para sumirnos en la oscuridad absoluta y lograr dificultar su visión, lo que nos dará ventaja para arribar al palacio.

Avanzamos y las calles se me hacen eternas. Los hombres disparan a aquellos que se encuentran fuera de las rejas y una bala pasa cerca de mi oreja.

El color naranja de los cañones de Cromanoff nos recibe y debemos romper filas y dispersarnos ante la fuerza de estos. Los únicos capaces de hacerle frente son los tanques y ahora ha llegado el turno de usarlo.

Nos refugiamos tras ellos, sin dejar de disparar a los soldados que accionan los cañones y derribando objetivos a cada lado.

Disparo cuando alguien se acerca a mi, directo a la cabeza. Avanzo a sabiendas que necesitamos tomar el palacio pero me detengo al escuchar el fuerte ruido que ocasionan los tanques al soltar su implacable furia.

- Ellos abrirán el espacio para nosotros, Magnus. - Gregorie me toma del brazo cuando nota que quiero ir hasta el frente de la fila.

El tanque de guerra espera mis ordenes, listo para derribar la reja que nos separa de la casa real.
En el techo del ala principal observo a los tiradores, todos ellos apuntándole a mis hombres. Sé que serán tiros certeros que los soldados no resistirán, pero es un sacrificio que debe hacerse.

- Todos atrás. - Ordeno en un grito. - Y los tanques adelante.

Avanzan y las rejas caen demolidas bajo ellos. El hierro se dobla y se desploma hasta el suelo.
Los disparos caen sobre los tanques pero esas balas jamás penetraran. Los hombres continúan disparando y desde el suelo apuntamos con todo nuestro armamento.
Ha llegado el momento de usar mi juguete favorito, la fuerza aérea.

No podía enviar aviones si aún quedaban cañones que pudieran derribarlos, así que cuando le doy la señal a mi hombre al mando, el cielo se oscurece aún más ante el despliegue aéreo.

Uno a uno disparan y derriban a los hombres sobre el techo con gran facilidad, y es entonces donde la diversión empieza.

Corremos por el jardín del palacio asesinando a todo aquel que se acerca. Los hombres me flaquean mientras yo camino tranquilo hasta la puerta.
Sé que Sigourney no huirá y estará esperándome; Alguno de los dos morirá y no seré yo.

La capa se ondea a mi espalda, y si, he tenido la osadía de usarla a pesar de saber que podía estorbarme.
Camino altivo y con elegancia mientras a mi alrededor el enemigo cae como un castillo de naipes ante una brisa ligera. Adoro la escena.

Llego al umbral y mis hombres se adentran, Gregorie avanza y busca en la parte superior del palacio mientras yo lo respaldo.
Mis soldados se divierten con aquellos que se encuentran en la planta baja y el sonido agonizante, los gritos, las llamas y las explosiones convierten la noche en el escenario perfecto.

La primera en aparecer es Gretta, sus ojos negros me observan con miedo. Es hora de que vaya entendiendo que conmigo no se juega.

- ¿Dónde esta Aldous? - Pregunta Gregorie mientras yo la tomo del brazo, sacándola de la habitación donde se encuentra escondida.

- No lo diré. - Balbucea ante mi violencia. Tiembla aún cuando no he ejercido la violencia suficiente.

- Eres una maldita traidora, siempre lo has sido.

La arrastro por el antebrazo hasta el balcón y la pongo contra el barandal, haciendo que la mitad de su cuerpo cuelgue hacía el vacío.

- Ahora soy yo quien te lo preguntará. - Escupo colérico. - ¿Dónde esta Sigourney?

- No diré nada, lo siento.

- ¿Quieres morir? - Amenazo, sacudiendo su cuerpo contra la baranda.

Su cabello rojizo cae como flamas que se extinguen en la niebla que el polvo crea cuando las paredes se estremecen a causa de los tanques que continúan disparando.
Comienzo a odiar ese tono de pelo.

- Sé bien que no me matarás.

- No tientes tu suerte. - Le advierto. - Ya tú no vales nada para mi, así que no me importaría dejarte caer.

Suelto su cuerpo y este se desliza por el barandal, pero antes de que caiga e impacte contra el firme piso de la primera planta, la sostengo por el tobillo y colgando le vuelvo a formular la pregunta.

Ella grita y su vestido cae en su cara, puedo escullar sus sollozos, ahora llora y no me podría importar más poco.

- ¿Dónde está ese maldito?

- En el patio del palacio, justo después de las catacumbas. - Balbucea asustada.

Le pido a Gregorie que me ayude a subirla, mientras le ordeno a mis hombres que vayan hasta el fondo del palacio y lo encuentren.

- Magnus. - Llama Gretta cuando la dejamos en el suelo, tomando la manga de mi camisa. - No hagas esto.

- No acepto que me toques. - Bramo, quitando su mano de mi traje.

La dejo arrodillada, despeinada y en un profundo llanto mientras bajo hasta la primera planta y salgo hasta el ala exterior en busca de las catacumbas.

- No pierdas la cabeza cuando lo tengas en frente. - Susurra Gregorie mientras caminamos.

- ¿Cómo quieres que no lo haga? Él asesinó inocentes sin piedad.

- Supongo que debían morir. - Dice una voz a mi espalda y es entonces donde encuentro a Sigourney bajando las escaleras que dan rumbo al jardín.

Gretta me mintió, esa maldita mentirosa me engañó y yo creí en ella. Debí asesinarla cuando tuve la oportunidad.

- Henos aquí. - Dice con una sonrisa, abriendo sus brazos en el aire.

Estamos lejos de mis hombres pero guardo la esperanza de que alguno llegue hasta acá.

A su lado se encuentra Ansel Cornualles, con traje y corbata, acompañado de una calma que estoy dispuesto a desvanecer, y flanqueado a los hombres, se encuentran un grupo de 6 soldados Grencianos.

Sigourney mira a cada lado prácticamente con burla, y al ver lo desolado que está el sitio se dirige a mi con una sonrisa arrogante.

- Creo que se ha acabado tu suerte. - Alega. - Nadie va a venir a salvarte.

- Yo no creo en la suerte. Yo hago que las cosas sucedan.

- Lo único que sucederá esta noche es ver caer al rey más altanero que ha dado este mundo.

- Supongo que estas hablando de ti. - Replico confiado.

- Tengo 6 hombres más que tú, así que entenderás el papel que cumples en esta escena.

- En verdad quisiera creerte, pero siento que en realidad no tienes 6 soldados.

Dos de los hombres que lo custodiaban comienzan a dispararle al resto del grupo, derribándolos con agilidad. Por esta razón a Magnus Lacrontte le encantan los infiltrados.

Gregorie se aproxima a tomar a Cournalles y rodearle el cuello, mientras yo le apunto a un desprotegido Sigourney que mira la escena con horror.

- ¿Qué hiciste? - Cuestiona confundido.

- Es una pena para ti que a mi me encante infiltrar personas en los reino enemigos. - Me bufo.

- Eres un maldito, Magnus, igual que tú padre.

- No, muy seguramente mi padre era peor, sin embargo, me enseñó lo necesario. - Muevo la pistola para indicarle que avance. - Camina.

- ¿Qué harás? ¿Darme un simple disparo?

- Tengo mejores planes para ti.

- Te crees invencible ¿no es así? Pero la realidad es que estas tan podrido como yo.

No respondo, solo lo golpeo directo en la nariz con todo el rencor que he acumulado estos días. Espero al menos haber roto su tabique.

- Nadie elige la maldad por vía propia, solo la confunde con lo que cree le traerá felicidad, y créeme cuando te digo que esto me complace. - Espeto, regocijándome en su insignificancia.

Escucho a los aviones de guerra continuar desplegando su furia contra Grencock, retirándose del palacio. Ahora su objetivo está en todo aquel que se encuentre en las calles.

- Me encantará adueñarme de tu reino y asesinar a todo aquel que no se atreva a seguir mis leyes.

- Puedes acabar conmigo ahora, pero eso no devolverá todas aquellas vidas con las que acabe.

- Les dará calma y para mi es más que suficiente. - Empujo a Sigourney hacia Gregorie. - Encárgate de él mientras yo resuelvo otro asunto.

Fijo mi atención en Cournalles y le indico con la pistola que camine hasta mi.

- ¿Qué hago con él? - Pregunta mi primo.

- Deberíamos permitir que los soldados se cobren lo que él nos hizo. - Espeto sonriente. - Deja que lo golpeen un poco sin llegar a matarlo.

- Púdrete, Magnus Lacrontte. - Escupe con odio.

- Di lo que desees. Un condenado a muerte tiene derecho a hablar.

Gregorie se aleja, guiando Sigourney con el arma en su espalda. Él se resiste como el hombre orgulloso que es, pero al final decide caminar como el cobarde y despreciable ser que intenta ocultar.

- ¿Vas a asesinarme? - Cuestiona Cournalles, llamando mi atención.

- Sin lugar a dudas. - Respondo confiado.

- ¿Aún no superas lo que hice con Vanir? - Replica con algo de burla. - O ¿acaso esto es por Emily?

- La segunda opción es la más viable.

- Interesante, porque he de confesar que en verdad me gusta la señorita Malhore. Es inteligente, alegre y hermosa.

- Aún así solo querías utilizarla como lo hiciste con Vanir.

- Era agradable ver como perdías el control cada vez que estaba cerca a ella, pero no, mi interés por Emily es completamente genuino y me esmere por demostrárselo.

Sus palabras me enfurecen. ¿Cómo se atreve a intentar conquistar a mi Emilia? Porque es mía, ella me pertenece.
Suena ilógico, posesivo, primitivo y podría mencionar un montón de calificativos despectivos, pero es que así lo siento, aún cuando ella no quiera verme.

- Lástima, es mía. - Miento, no lo es. Ella me lo ha dejado claro.

- Es demasiado buena para ti.

- Es demasiado buena para todos, pero eso no quita el hecho de que sea mía.

- Se dará cuenta del asesino que eres y te abandonará.

- No me interesa hablar con cadáver. - Replico molesto por su intervención. - Arrodíllate.

Emily me aceptará tal cual soy ¿no?
Pero puede que no lo haga, que me desprecie después de ver el monstruo que soy.
Porque ella es un ángel y yo solo soy el fantasma de uno. Soy el infierno, la oscuridad, lugares a los que un ser de luz jamás iría. Sin embargo, ella me ha tocado, me ha dado redención y aún así sigo siendo el demonio del que ella quiere alejarse.

No soy bueno para ella, ni para nadie. Merezco lo que tengo, porque es lo único que la vida a reservado para mí. Soledad.

- ¡Arrodíllate! - Le ordeno una vez que vuelvo a la realidad. No obstante, él se niega a obedecer.

- ¿Qué haces, Magnus? - La voz de Gretta llega a mi lado.

- No te metas en esto. - Alego sin quitarle la mirada a Cournalles.

- Él no tiene la culpa de lo que hizo Aldous.

- Escúchala, Magnus. - Pide el conde.

- ¡Tú cállate! - Exijo colérico. Disparando el arma contra su pierna.

El quejido del hombre se hace presente, haciéndolo doblar de dolor.

- Maldito enfermo. - Jadea en agonía.

- Detente, por favor. - Habla Gretta nuevamente. - Tú no eres un asesino.

- Mantente al margen de la situación. - Pido al límite de mi paciencia.

- Mírame. - Toma mi brazo y me gira hacia ella. - Magnus, sé que el destino te ha dado fuertes golpes pero no por ello quiero que te limites a vivir tu vida con tanto odio.

- ¿Vas a hablarme de golpes cuando fuiste tú una de las que me traicionó? - Replico con sarcasmo.

- Lo sé y lo lamento. Estoy arrepentida por lo que hice, sin embargo, te pido que no te ates al rencor pues jamás serás libre. - Dice afligida. - Solo vivimos una vez y no quiero que lo hagas de esta manera.

- Te equivocas. - Replico, zafándome de su agarre. - Solo morimos una vez, pero cada día tenemos una nueva oportunidad para vivir.

- Entonces estas desaprovechando tus días.

- Créeme que hoy es uno de los instantes más vigorizantes de mi vida, y lo será mucho más cuando acabe con él.

Giro hacia Cournalles, pero mi mente colapsa cuando no lo encuentro en la escena. Ha huido, se ha escapado como la rata que es.

- ¡Lo ayudaste a huir! - Acuso enfurecido.

- No, solo hablaba contigo.

- ¡No quiero escucharte! - La furia me gobierna en este momento.

¿Cómo he sido tan estúpido, distrayéndome de esta forma? ¿Qué me está pasando? Era obvio que haría esto al menor descuido.

- Desaparece de mi vida. No quiero volver a ver tu rostro. - La señalo con odio.

Gretta intenta tocarme nuevamente pero detengo su mano en el aire antes que pueda hacerlo.

- No me hables así, por favor. - Pide adolorida.

- Eras la persona por la que hubiese hecho cualquier cosa, Gretta, pero eso no te fue suficiente.

- No intento justificarme, pero me dolió ver como escogúas a mi mejor amiga antes que a mí.

- Y lo volvería hacer. - Recito con toda la intención de hacerle daño.

Necesita entender que su tiempo en mi vida pasó y que jamás volverá a ocupar el lugar que tenía.
El dejar entrar a Vanir fue uno de mis peores errores, no obstante, eso es algo que Gretta jamás sabrá.

Marcho lejos y con paso firme, dejando a quien una vez fue mi amiga en medio del césped, sola y con lágrimas en los ojos.

- Te odio, Magnus. - Puedo escuchar como tiembla su voz y aún así no me importa. Prefiero que me deteste a que intente estar cerca a mi.

Cuando llego hasta Gregorie, descubro a un golpeado Sigourney tendido en el suelo con el rostro cubierto de sangre y la mirada perdida.

- ¿Estas feliz? - Balbucea la pregunta.

- No, aún no. - Repongo altivo.

- Los soldados han sabido como demostrar su enojo. - Informa mi primo. - Por cierto, el palacio ha sido conquistado, así que ya puedes ondear la bandera Lacrontte.

La noticia no puede hacer más feliz, después del fracaso obtenido a unos metros de distancia.
Tengo a Grencock bajo mi poder y con ello a Plate. Dos naciones que agregar al mapa de mi reino.

Corro hacia el interior y subo hasta la segunda planta, buscando un balcón con urgencia.
Cuando por fin hallo uno, me asomo en el, observando desde arriba todo lo que ahora me pertenece.

Las calles son un caos. Los aviones han hecho lo suyo y una gran cantidad de soldados han sido derribados.

El silencio que gobierna en estos momentos ha hecho que algunos curiosos salgan de sus casas, detallando su alrededor para comprobar si han ganado o perdido. Así que escojo este instante para hacerme escuchar.

- Pueblo de Grencock. - Grito lo más alto que puedo. - Reverénciense ante su nuevo rey.

Uno de mis soldados, clava la bandera Lacrontte en el jardín principal del palacio, la cual ondea fuerte contra la brisa de la noche.

- Soy Magnus VI Lacrontte Hefferline y ahora sus tierras me pertenecen. - Vocifero con orgullo. - Pueden quedarse y adoptar mis leyes como suyas o emigrar a una nueva nación, perdiendo todo lo que han conseguido hasta el momento. De cualquier forma ahora soy su soberano supremo y me deben respeto, pues su vida ahora pende de mis manos. Fuerza, lealtad y riqueza. - Finalizo con el lema del reino.

Los soldados esparcidos por las calles repiten mis últimas palabras, aplaudiendo frente a la nueva conquista Lacrontte.
Bajan las banderas de Grencock y las pisotean o queman, haciendo la vista mucho más gloriosa.

Confieso que una de las cosas que más amo de ser rey es someter naciones a mi voluntad y obligar a sus pobladores a rendirse ante mí. Es un sueño cumplido.

Después de dejar algunos hombres al mando de la ciudad, viajamos de regreso a Lacrontte, trayendo como prisionero a un ensangrentado Sigourney y a una Grace asustada por la suerte de su esposo.

Ella ha decidido permanecer a su lado durante el viaje, y es algo que respeto aún cuando no lo comparto.

Le he dicho que puedo vivir en Lacrontte si así lo desea y le asegure que le otorgare un título nobiliario para que pueda mantener su estatus, pero aún no ha tomado ninguna decisión. Solo sostiene la cabeza de Sigourney e intenta limpiar la sangre que emana de su nariz, boca y oídos.

No ha sido capaz de mirarme en todo el trayecto y mucho menos mientras avanzamos hacia el coliseo, donde ya todo el pueblo espera la muerte del rey de Grencock.

- Es mejor que no veas esto, Grace. - Le sugiero al ver el manojo de nervios en el que se ha convertido.

- No digo que no deba pagar por lo que hizo, pero debe haber otra forma. - Dice con lágrimas en los ojos.

- En Lacrontte la muerte se paga con muerte y tu esposo ya ha cometido muchas faltas contra mí.

- Reconozco que no es el hombre más gentil del mundo, pero es el hombre del que me enamoré.

- Y en verdad es una pena que aún lo ames. Después de todo lo que te ha hecho.

- Solo es una amante. - Lo excusa. No entiendo como puede defenderlo.

- Ninguna mujer vale tan poco como para convertirse en las migajas de un hombre. - Coloco la mano en su antebrazo. - Y ningún hombre vale tanto como para tener a dos mujeres.

Ella sonríe frágilmente, y baja la cabeza con algo de vergüenza.

- No seas la mujer que deja pasar todo por miedo a quedarse sola.

- No sabía que fueras tan bueno con las féminas. - Alega con tristeza.

- Vi a mi padre amar a mi madre como si ella fuese la más grande maravilla en el mundo, así que no conozco otra forma en la que se deba amar a una mujer. Cuídate, Grace.

La dejo a mitad de las escaleras mientras yo subo al escenario. El pueblo ya espera ansioso el desenlace de esta batalla y yo estoy impaciente por complacerlos.

Francis y Gregorie ya se han situado a un lado del lugar, observando mis movimientos a unos centímetros de distancia.

Le pido al soldado que sostiene al antiguo rey de Grencock que lo traiga hasta mi, y en ese recorrido puedo ver como Sigourney lucha por mantenerse en pie. Esta débil, herido y muy seguramente con alguna hemorragia interna, así que debo actuar antes que eso sea la causa de su defunción.

Tomo el cabello de Aldous para mostrar su rostro golpeado a toda la ciudad que vitorea mi nombre y con el poderío dominando mis venas, me dirijo a la nación.

- Aquí esta el hombre que ha acabado con nuestro pueblo y ahora nosotros acabaremos con él. - Vocifero orgulloso. - Les dije que tendrían su cabeza y aquí esta para todos ustedes.

El guardia pasa la espada a mi mano libre, la levanto al aire, ganándome el coro del pueblo que exige venganza.

"Muerte al rey Aldous" es el nuevo hito que se escucha en el coliseo y cuando el himno Lacrontte comienza a sonar, procedo a cumplir la promesa.

El filo de la espada se desliza precisa y profundamente por el cuello de Sigourney, provocando el inicio de un desangro inmediato.

Puedo escuchar su lucha por respirar y el frenesí del pueblo cuando el verdugo aparece en la escena para terminar con su agonía.

Sigourney aún vive y me mira con el poco odio que su cuerpo le permite reflejar. No es capaz de hablar y esta a pocos segundos de morir frente a mí como la escoria que es.

El hombre coloca al antiguo rey sobre la base y con la violencia de un hacha, hace rodar la cabeza de Aldous Sigourney.

Los aplausos y gritos de júbilo se extienden, haciendo que Gregorie se niegue a ver la escena.

- He traído la justicia que les prometí. - Anuncio satisfecho. - Grencock nos pertenece y les aseguro que no volveré a fallarles.

He dado la orden de cederles el cuerpo al pueblo y que ellos decidan que hacer con el, al final son estas personas quienes más sufren, por lo que estoy seguro harán un buen uso de su odio.

Camino fuera del escenario con Francis y Gregorie a mi espalda, limpiando mis manos en cada paso.

- Si Elisenda viese lo que has hecho, te temería. - Comenta Fulhenor.

- Que mal, pensé que ya lo hacía. - Replico con sarcasmo.

- ¿Ahora si te sientes en paz?

- Una parte de mí.

- Entonces creo que me debes algo, primo. - Inquiere divertido y sé bien a lo que se refiere. Desea que cumpla la sosa promesa que le hice hace unos días.

- Te amo, Gregorie. - Suelto prácticamente con ironía.

- Lo sé, soy genial. - Espeta con superioridad. - Ahora si me disculpan, tengo dos niños que devolver.

Lo veo avanzar hacia la salida para tomar el automóvil que lo llevará hasta la pista de despegue, y mientras eso sucede, siento la mano de Francis apoyarse en mi hombro.

- ¿Y ahora qué? - Cuestiona a mi lado.

- ¿Recuerdas la brújula que me dio mi abuela en la recepción de Gregorie?

- Por supuesto, pero ¿qué tiene que ver con esto?

- Ella dijo que debía buscar el lado hermoso de la vida, sin embargo, siento que eso no existe.

- ¿Lo dices por Emily? - Cuestiona y yo asiento. - Escucha bien. La vida es como un río. A veces es turbio, en otras claro, en ocasiones su nivel asciende pero también puede tener bajones y por supuesto, habrá alguien que luche contra nuestra corriente. En tu caso esa persona es la señorita Malhore.

- Ojalá se ahogue. - Repongo con ironía.

- Es ridículo, pero quien se ahogó fuiste tú.

Es cierto, estoy totalmente perdido en las extrañas y dulces aguas de Emily, pero juro que una vez salga de aquí me mantendré lejos de la orilla. A metros y metros de ella y de todo lo que representa.

Notas de autor.

¡Hola! ¡Hello! ¡Hei!

El capítulo estuvo larguísimo, por lo que intenté hacerlo lo más entretenido posible. No quería aburrirlos con tantos detalles, sin embargo, aquí pudimos ver muchas de las inseguridades de Magnus.

El creer que solo merece soledad, el pensar que todo lo malo que ocurre es por su culpa y el temer que Emily no lo acepte por quien es, muestran la mala imagen que tiene sobre si mismo. Esta es una de las razones por la cual él le oculta tantas cosas a su Emilia.

Tocando otro tema, sé que ha pasado algo de tiempo desde la última actualización y muchos me escriben pidiendo un nuevo capítulo, razón por la cual les pido me entiendan, pues en estos momentos me encuentro haciendo mi proyecto de grado y es algo que demanda mi atención.

No sé desanimen o aburran porque tardo en actualizar, llegará el capítulo cuando menos lo esperen. En verdad me esfuerzo por cumplirles y espero que eso sea valorado.

Por otra parte, estoy muy emocionada por el capítulo que viene, pues es uno de mis favoritos y sé que a mucho de ustedes les encanta de la misma manera. ¿Saben de cuál hablo?

Sin otra cosa que decir, los quiero y nos vemos en el próximo capítulo.

P.D. En mis historias de Instagram encontraran la sección "Frases que nos dejo esta sección de la historia"

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