Perfecta ImperFecciÓn

By allison_porras

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• ° Usa guantes por una razón que desconozco. Su sonrisa es hermosa, y aunque tiene un problema de lenguaje... More

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By allison_porras


°

°

¡Hola, mis amores!🌺 

Esta vez no me tardé, jajjaja.
Espero que les guste el capítulo.😂

¡Muchísimas gracias por todos esos bellos comentarios y mensajes que han estado mandando últimamente! 🌈😻

¡Los amooo!❤️

°

°

Comencé a mover mi pierna con impaciencia. Estaba nervioso, como cuando presentaba un examen. Llevaba quince minutos sentado a la mesa de una cafetería.

Había aceptado hablar con John Kellerman. Tenía un miedo increíble, pero también necesitaba saber qué tenía que decir, a parte de reprender mi orientación sexual.

No quería meterme en problemas, pero le había mentido a Derek sobre adónde me dirigía. Fue una condición exclusiva de su padre, justamente cuando terminó de hablar conmigo hacía dos días. John me había enviado la ubicación la noche anterior.

Le había dicho a Derek que vería a Adalia primero, y que luego tomaría un café con Andrew, mi ex. Él no replicó al respecto, me dijo que saludara a ambos.
Y con respecto a los chicos que me vigilaban, les pedí que me dejaran sólo por al menos una hora, que necesitaba un poco de privacidad.

Me pasé la mano por el cabello por milésima vez. Acomodé mis guantes, pues sus costuras están un poco chuecas de posición. Estaba tan concentrado en arreglarlos, que pegué un ligero brinco cuando se sentaron al frente mío.

—El diablo —susurré.

Y vaya que ahí estaba. John Kellerman estaba tan pulcro como acostumbraba. Llevaba un traje entero, de color gris, combinado con una corbata azul rey. Era la primera vez que lo veía un poco despeinado, y ciertamente el look no le quedaba mal. Era un viejo guapo, pero a la vez detestable.

—Qué gracioso —contestó serio, para que luego una sonrisa se dibujara en su rostro—. ¿Cómo estás? —preguntó.

Su tono de voz me pareció sarcástico e hipócrita. Sabía bien que debía tener cuidado con mis palabras. No quería burlas de ningún tipo, y menos provenientes de alguien que escupía veneno por la boca.

—Bien, gra-gracias —fue lo más que contesté. Ni siquiera tomé la decencia de preguntarle lo mismo a él.

Qué le dieran por el trasero.

—Veo que no has ordenado nada —dijo, mientras su vista viajaba por la mesa vacía que nos separaba. Simplemente negué y él continuó—: ¿Quieres algo? Sé que te gusta el chocolate, ¿se te apetece en algún tipo?

Abrí la boca, mas la volví a cerrar. Realmente tenía ganas de satisfacer mi antojo, pero el nerviosismo no me lo permitía, y recibir algo de ese señor no me convenía mucho.

—Relájate, muchacho —alcé la vista y me encontré con sus ojos verdes mirándome fijamente—. Acá no puedo hacerte nada malo.

—¿Eh? ¿Por qué dicir eso? —exclamé asustado. «Acá». O sea que en otro lugar si llegaría a hacerme daño.

—A ver, tranquilízate Ivo. No voy a hacerte nada malo —movió sus manos de izquierda a derecha—, sólo quiero conversar un poco, ¿okey?

Lo miré con desconfianza, y luego de chasquear la lengua, asentí ligeramente.

—Te pediré un chocolate caliente y... ¿Galletas de chispas de chocolate, tal vez?

Ni siquiera le respondí. Él pidió por mi nombre, y para él, pidió un café mocca. Todo estuvo listo en pocos minutos, y durante ese tiempo, el silencio reinaba en nuestra mesa. No me atrevía a mirarlo. Parecía que me mataría con la mirada en cualquier momento.

—Espero que hayas disfrutado el fin de semana —comentó, una vez la chica de la cafetería dejó el pedido sobre la mesa. Él se dio un pequeño sorbo al café.

—Así fue —contesté simple. Tampoco quería hablar de más.

—Hay un par de cosas que me interesa saber.

Sin responder, alcé una ceja y esperé a que continuara. Mientras tanto, probé aquella bebida que me dejó embobado. Estaba realmente deliciosa.

—¿Durante el fin de semana, mi hijo recibió una llamada importante?

La pregunta me tomó por sorpresa, pero la respondí de inmediato.

—Claro. Tra-Trabajo.

—Oh, no me refiero a una llamada de su empresa. Me refiero a alguna ajena a su vida laboral.

Recordé todas las llamadas que recibió para atender las dudas de mis compañeros de trabajo. Aquellas dudas que habían surgido el sábado y el lunes, pues que nos quedamos en Wiehengebirge un día más. Que él apagara su teléfono, era prácticamente imposible.

—No que yo se-sepa.

—¿No recibió una llamada de algún agente de policía?

Aquel cuestionamiento fue suficiente para que las manos me comenzaran a temblar más de lo normal. ¿Por qué diablos tenía que atender una llamada de la policía? Aún, cuando se suponía, no había hecho nada malo.

—¿Por qué pol-policía, señor?

—¿Sí o no? —yo negué moviendo mi cabeza—. Bien, a él no le han llamado, así que no debería responderte esa pregunta, Ivo.

La confusión me invadió por completo.

—¿Sólo pa' esto quiso ve-vernos?

—¿Tú conoces a Frieda? —ignoró por completo mi pregunta.

—Una vez ella golpiarme con... Con su a-a-auto. Na'a más. Oh, eso fue que me dici... Dijo Derek. ¡Ah, y Sylvio también!

­—¿Pero nunca has interactuado con ella?

—Nop. Nunca.

Nuestras miradas se volvieron a encontrar por unos pocos segundos. John Kellerman me sonrió descaradamente y añadió:

—Pues ya es hora de que eso suceda, ¿no crees? Que ustedes dos se encuentren, es completamente inevitable.

Gracias a sus palabras, un escalofrío me recorrió por la espalda, dejándome helado del miedo. Sabía muy bien que pronto, las desgracias de Derek aumentarían si esa mujer aparecía frente a él de nuevo. Lo único que no me pasaba por la mente, era por qué tendría que encontrarse conmigo.

—Yo entiendo muy bien por qué aceptaste esta reunión, Ivo. Quizás, muy en el fondo quisieras que apruebe su relación...

John Kellerman parecía muy seguro de sus palabras, pero estaba muy equivocado.

Moví mi cabeza en señal de negación total. Le mantuve la mirada, y tratando de equivocarme lo menos posible, le respodí:

—No. Derek y yo e-e-e'tamos bien. Que usté meta o no las narices, no cambia que nos que-queramos. Punto. 

El rostro de mi detestable suegro, cambió a uno impresionado. Se echó a reí un momento, e incluso aplaudió un par de veces. Aquello me desconcertó.

—Mi querida hija enseña bien, ¿a qué sí? —exclamó, fingiendo emoción—. Incluso te ha podido enseñar a hablar, y eso que ya tienes tres décadas encima, joder...

¡Joder con él! Ya se había tardado demasiado en hacer comentarios sobre mis dificultades de comunicación oral.

Simplemente rodé los ojos, y seguidamente, lo miré con desgradado.

—Ivo, quiero advertirte algo, y espero que logres entenderme a la perfección —el viejo apoyó su barbilla en ambas manos y luego sonrió—. Frieda está apunto de contactarse con Derek, y contigo.

Mi mandíbula tembló, y el pecho llegó a dolerme un poco. Sabía que después de esa conversación no podía nunca más estar tranquilo.

Agarré mi taza de chocolate y le di un sorbo. Joder, no único que necesitaba ahora era un whiskey doble, o triple.

—Y espero que seas muy obediente, zorrita. Las condiciones serán estrictas.

Me levanté de inmediato, y la silla se estampo contra el suelo. Tomé lo poco que me quedaba del chocolate caliente y se lo aventé en la cara junto con la taza.

—Púdrase, hijo de puta.

No le di tiempo si quiera de responderme, ya había comenzado a salir de ahí a pasos apresurados, y con el corazón saliéndome por la boca.

<•>

Justamente cuando crucé la esquina del pasillo, para ingresar al piso ejecutivo, noté que Romy se levantó de su asiento, y se acercó corriendo hacia mí.

—¿Qué pa-pasa? —pregunté, mientras me acomodaba en mi asiento.

—¡Eso quiero preguntarte yo! —exclamó asustada—. Derek está que se lo lleva el diablo. ¿Dónde estuviste todo este rato? —estaba desesperada.

—¿Por qué...?

—¡Ay, pues yo no sé! —respondió—. ¡Sabes que habla conmigo, pero no tanto! Quiere hablar contigo —añadió, echando un vistazo a su puerta cerrada—, me ha pedido que te dijera apenas te viera.

Aquello no me podía estar pasando.

Sentí que un peso terrible en mis hombros me hizo encorvar. Ya sabía por qué era. Listo, se había dado cuenta que me di una escapada sin decirle exactamente con quién iba.

Solamente suspiré. Me puse de pie, y tomando todo el valor del mundo, me dirigí hasta su oficina. Toqué la puerta tres veces y luego de unos minutos, está se abrió.

Alcé la mirada y me encontré con aquellos orbes verdes mirándome fijo. Estaba serio. Verlo así me ponía avispado. ¡Qué nervios!

—¿Entras o te quedas ahí?

Rodé los ojos ante su pregunta. Su tono de voz era tan tosco, que me hizo chasquear la lengua. Odiaba cuando se ponía así.

Entré, y él cerró la puerta. Me giré, y de nuevo permanecí justo al frente suyo.

—¿Quieres explicarme dónde demonios estabas? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Tomar café —respondí. Esto no era ninguna mentira—. Yo te di-dije.

—Me dijiste que irás primero a verte con Adalia.

—Eso hice —acá también fui sincero. Me había visto con mi niña minutos antes de reunirme con John. Le compré un hot dog que me había pedido y de paso, le regalé un poco de dinero.

—Bien —contestó, mordiéndose el labio como llevaba haciendo los últimos días—. ¿Y puedo saber con quién andabas disque tomando café?

Él se acercó a mí unos pasos, y yo me alejé la misma distancia. Me estaba intimidando y aquello me ponía nervioso. Sabía que no debía mentirle, pero tampoco quería que mis palabras fueran motivos de conflictos con el odioso de su padre, muchísimo menos quería causarle más desastres mentales al saber que Frieda estuvo mencionada en la conversación.

Estaba contra la espada y pared.

—¿Con quién estabas? Porque me dijiste que irás a tomar café con Andrew, pero resulta que acaba irse de aquí hace tan sólo unos minutos.

¡Ay, mierda! Era lo único que me faltaba, que aparte de haberle mentido, la mentira saliera mal.

—Derek, si te vas a ce-celos yo no quero que...

—¡Nada de esto es porque esté celoso, maldita sea!

Había llegado el momento de alzar la voz. Su grito me hizo dar un salto, y por ello volví a chasquear la lengua. Realmente, la bomba de tiempo se había tardado muchísimo en estallar.

—¿¡'tonces por qué!?

—¡Porque estoy aterrado! —contestó inmediatamente—. ¡No puedo ni dormir por estar pensando en que tipos peligrosos están respirándome en la nuca! ¿¡Tienes alguna idea de lo que está pasando!? ¡Me tienen amenazado! ¡A mí, a toda mi familia y creo que sabes perfectamente que eso te incluye a ti también!

Sus palabras me hicieron que mis labios temblaran, y que mis ojos ardieran como un demonio. No me gustaba verlo así. Estaba cargando un peso enorme él sólo, y yo solamente lo hacía preocupar de más. No era justo.

—¿¡Quieres ver lo que me ha llegado hoy por correspondencia!?

Se dirigió hasta su escritorio y cogió una nota que estaba hecha una bola. Esta me la lanzó, y a como pude la atrapé. La desenrollé y el pánico se apoderó de mí.

«¿Verdad esos tipos están cuidando de ti? No sabes
cuánto espero que
se descuiden de ti y
de tu familia por unos
segundos. Sólo eso me
bastará. Segundos».

—¿¡Crees que es agradable que le digas a los muchachos que no te cuiden por una hora!? ¡Por algo te puse en sus manos, porque están sucediendo cosas graves! ¿¡Pasa por tu mente las consecuencias que podrían haber surgido producto de tu irresponsabilidad!? ¡No eres más que un inconsciente, Ivo!

¿Qué más podía hacer que quedarme en silencio escuchando su regaño? Todas sus palabras estaban desbordantes de razón. No debía haber ido con ese señor, en primer lugar. Nada de eso estaría pasando si hubiera tenido un poco de sentido común.

—¿Tienes alguna idea del revuelo que causas en mí, Ivo? —volvió a acercarse a mí, esta vez tomando de mi mentón para obligarme a verlo. Su tono de voz era más tranquilo, aunque por dentro estuviera volviéndose loco—. Lo causaste desde el día en que te conocí... ¿Qué crees que sería de mí si algo llega a pasarte, eh?

—Lo siento... —respondí. Dejando por fin que mis lágrimas escaparan y fueran libres a través de mis mejillas.

—Estoy algo... Enojado. No quiero seguir con esta conversación, ¿bueno? —él apartó algunos mechones de cabello de mi frente, estaban estorbando—. Hablemos más tarde, y espero que esta vez seas sincero conmigo.

Su mano se colocó en mi nuca y me impulsó hacia sus labios. Su boca devoró la mía con paciencia y sensualidad. Un momento preciso para indicarme que debía a sincerarme con él.

Segundos después, se separó de mí, y tocó la punta de mi nariz con su dedo índice. Quise tomarlo por el brazo, pero era mejor dejar las cosas como estaban. Al menos por un rato, debía darle su espacio. Aquello lo entendía muy bien. Él tenía razón en estar enojado, así que no protestaría. Todo era mi culpa.

—Debo ir al Sector Creativo, hay algo que debo arreglar. ¿Puede continuar con lo que le asigné esta mañana, Lane? —dicho esto, él tomó unas carpetas y se dirigió a mí puerta, para seguir diciendo—: Quiero los documentos en mi escritorio, antes de su hora de salida.

Junté mis manos y asentí ligeramente.

—Sí, señor.

Dicho esto, él me dirigió una última mirada y salió de la oficina, dejándome sólo y con unas ganas tremendas de seguir arrepintiéndome de mis decisiones. No había pasado mucho tiempo cuando salí de su oficina. Estaba tomando valor para ver cómo rayos contestaría  aquellas preguntas, que seguramente, me harían mis compañeras de oficina.

Cerré la puerta a mis espaldas, y en ese momento, uno de mis compañeros del Sector Creativo llegó a toda prisa y pegando gritos. Así fue como le dio inicio a uno de los más grandes sustos que podía recibir en mi vida.

—¡La secretaria! ¿¡Dónde está Romy!? ¡Necesitamos contactar al doctor del jefe ya mismo, es una orden de la médica del edificio!

—¡Está en el baño, ¿qué sucede?! —respondió Tamara.

Todos los muchachos se levantaron de sus asientos, preguntando qué había pasado. Mi corazón comenzó a latir cada vez más rápido. Tenía un presentimiento terrible.

El chico tomó aire. Estaba notablemente preocupado. Intencionalmente, me llevé la mano al pecho, y estrujé mi suéter.

Sentí que el alma se me salió del cuerpo cuando dijo:

—El señor Kellerman está inconsciente, acaba de caer por las escaleras.

°

°

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