Fantasma [+18] - Dark romance...

By Annyquilada

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[AUTOCONCLUSIVO] Una asesina a sueldo se alía con un ladrón de arte para vengarse de la muerte de su mejor am... More

Nota de autora
🔥 Echa un vistazo al interior 🔥
1 | Una compresa salvavidas
2 | Las venganzas personales
3 | Vivi
4 | Una familia disfuncional y una pantera enfadada
6 | Pantera [+18]
7 | Moviendo ficha
8 | Se acabó
9 (I) | Los borrachos son difíciles de matar
9 (II) | Los tríos no solo sirven para distraerse [+18]
10 | Todo por la rata
11 | Los capullos de Schrödinger
12 | Odiar a Dominique es una obligación
13 | Una localización matrioshka y un panda que no distingue a sus hijos

5 | La primera llamada

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By Annyquilada




En el Saira hace demasiado calor. Me he soltado la corbata, ya voy por mi segunda copa y, aunque mis sentidos se empiezan a diluir, el dolor de cabeza no remite ni un ápice. Empiezo a pensar que debería ir a un hospital, porque el golpe ha sido demasiado fuerte y, aunque antes bromeaba con la idea de tener una conmoción cerebral, ahora empiezo a tomármelo un poco más en serio.

En cuanto intento abrir la boca para decirle a Nicolas que me largo, la vibración de mi teléfono vuelve a interrumpirme. No sé cuántas veces me han llamado, pero empiezo a hartarme.

A mi alrededor, las luces de color neón danzan en la pista, moviéndose al rimo de la canción. La gente estalla en vítores cada vez que el ritmo de la música aumenta y posee sus cuerpos. En el Regio de Calabria, la gente es más desinhibida, deduzco, mientras doy un nuevo sorbo a mi whisky y el licor me quema la garganta. Nunca he entendido porqué me gusta tanto beber, si cada sorbo que tomo es como si me estuviera envenenando. Parece más una declaración de autodesprecio que un simple acto para divertirme un rato.

Pero joder, solo quiero distraerme, perder la noción del tiempo y disfrutar de unas horas de borrachera. No pido demasiado. O quizá sí, porque he venido al Regio de Calabria a hacer todo lo posible para que Fabrizio no nos mate, no a holgazanear.

Nicolas me taladra con la mirada cuando me ve sacar el móvil para echarle un vistazo a la pantalla, solo por si acaso. Un número desconocido parpadea una y otra vez y frunzo el ceño. Creo recordar que he anotado todos y cada uno de los contactos que Fabrizio me facilitó. Sin embargo, hay algo en esa insistencia casi obsesiva que despierta mi curiosidad.

—¡Ah, Dominique, para ya! —se queja a voz en grito y aunque su voz cantarina se pierde entre los bajos de la canción, puedo oírle con rotunda claridad—. ¡Hoy íbamos a salir para distraernos!

—Corrección: Tú ibas a salir para distraerte y has arrastrado a un moribundo contigo para no aburrirte hasta que encuentres a alguien que te la chupe en los baños. Además, solo será un segundo. Vuelvo en cinco minutos y nos tomamos otra copa —le digo, haciéndole una señal de disculpa con las manos—. Por cierto, hay un ragazzo mirándote desde hace un buen rato. Aprovecha para echar un polvo mientras averiguo qué cojones pasa.

A Nicolas se le dibuja una sonrisa en los labios cuando sigue la dirección de mi mirada y ve al chico que he señalado. No espero a que se acerquen. Sé que en cuanto cruce las puertas de salida, Nicolas se habrá olvidado de mi existencia durante, al menos, los treinta minutos que pase en el baño con él haciendo precisamente lo que he vaticinado. Eso me dará margen, un respiro para que pueda atender la llamada y asegurarme de que todo va bien,

A lo largo de esos escasos veinte metros que me separan de la salida, rezo para que sean noticias de la asesina. Que me digan que la han atrapado, que está muerta y su cadáver flota en el puerto, chocando contra los cascos de los barcos o en el estómago de algún tiburón o yo que sé. Tampoco sé si debería ser tan extremista, igual solo le han cortado un par de dedos. Los que usa para coger la pistola, preferiblemente.

Cuando alcanzo el exterior, el frío de la noche me alivia durante unos instantes antes de enviar una pulsación dolorosa a través de mi cerebro. El portero me observa con parsimonia mientras me desabrocho varios botones de la camisa y espero a que el teléfono vuelva a sonar. No lo hace en el primer minuto, tampoco en los siguientes cinco. En su lugar, recibo un mensaje instantáneo.

«Tengo lo que buscas».

Arqueo una ceja y miro la pantalla durante un rato, pensando en la cantidad de cosas que estoy buscando en este momento: quitarme el dolor de cabeza, saber qué cojones hicieron con Gabriella, salir de la puñetera lista negra de Fabrizio y, sobre todo, que no intenten matarme otra vez. Aprecio mi vida, aunque no lo parezca.

«¿Quién eres?»

Apenas se envía el mensaje, el desconocido vuelve a llamar. No tardo ni dos segundos en descolgar. La curiosidad siempre ha sido mi punto débil. Para mi desgracia, necesito saberlo todo de todos o de lo contrario no puedo dormir en paz. Soy un puñetero cotilla crónico.

—Vaya, vaya... Empezaba a pensar que íbamos a tener que ir a buscarte. ¿Te lo estás pasando bien en el Saira?

No reconozco la voz. Ni siquiera sé si es de una mujer o de un hombre. Está distorsionada como si alguien le estuviera retorciendo las cuerdas vocales. El cuerpo se me tensa como la cuerda de un arco y me apoyo en la pared, cerca de la puerta, por si tengo que entrar a toda prisa. Ya he tentado a la suerte bastante por hoy.

—¿Quién cojones eres? —repito, cada vez más molesto.

—Un aliado —dice al otro lado—. Pero eso no es lo importante, Dominique. Tengo información sobre la mujer que te atacó. De hecho, tengo mucho más que eso.

Me pego aún más a la pared, sintiendo la pistola que mi hermano me obligó a llevar clavándose en mi espalda. El corazón se me acelera y la adrenalina corre por mis venas como un torbellino. ¿Y si es la asesina, que se ha dado cuenta de que no me mató y ha venido a terminar el trabajo? Miro a mi alrededor, pero no veo a nadie. Una pareja estalla en carcajadas a unos metros de mí y doy un respingo que llama la atención del tipo de seguridad, que pone los ojos en blanco creyendo que estoy completamente borracho. Gilipollas.

Me llevo la mano a la espalda y aferro el cañón de la pistola, a la espera de la más mínima señal. He disparado pocas veces en mi vida, pero tengo una puntería sorprendentemente buena, algo que Nicolas achaca a la buena suerte del principiante y yo a que se me da bien y punto.

—¿Cómo sabes que me atacaron? —le pregunto. Trato de que mi voz suene apática, casi aburrida, y espero conseguirlo.

—Oh, yo lo sé todo. Sé de dónde vienes, para quién trabajas y lo que haces. Conozco todos los detalles sobre tu vida. Por eso te he escogido a ti.

Aprieto el teléfono con tanta fuerza que temo que se vaya a partir en algún momento y alzo la cabeza hacia el edificio de enfrente. Busco con la mirada entre las cortinas, en la azotea, en los rincones más oscuros. Intento encontrar una silueta, algún movimiento sospechoso, pero solo logro toparme con el vacío más absoluto. Son las cuatro de la madrugada, así que apenas hay gente por la calle, más allá de los cuatro idiotas que salen a fumar a la puerta del Saira cada veinte minutos exactos.

—Mira, si esto es alguna clase de broma ridícula, no vas a conseguir nada de mí. Encontraré a la chica por mis propios medios, no necesito que un tío raro con voz de robot me diga lo que debo hacer.

Él me ignora por completo, cosa que detesto.

—Las cámaras dejaron de funcionar, ¿verdad? Y no hay ninguna prueba de su paso por el edificio, salvo tres cadáveres y la sangre en el arma con la que fue atacada. Sangre que has enviado a analizar y que no devolverá ni un solo resultado. Puedo seguir hablando, Dominique, pero creo que ya sabes a dónde quiero llegar: esa chica es como un fantasma y no la encontrarás sin ayuda.

—Puedes ser tú la asesina, intentando embaucarme para acabar el trabajo. ¿Qué te hace pensar que me voy a fiar de tu palabra?

—Oh, ese es un riesgo que tendrás que correr. Soy tu única salida y lo sabes.

Exhalo un suspiro y sopeso todas las posibilidades que tengo. Mis hombres no han encontrado nada y las grabaciones de las calles están en manos de los funcionarios del gobierno. Para mi desgracia, nuestros tentáculos aún no llegan tan lejos, aunque empiezan a aproximarse lentamente. Cualquier pista es válida, aunque venga de una fuente muy poco fiable.

—¿Qué quieres a cambio?

—Venganza, por supuesto —dice, aunque detecto un tono burlón en su voz—. Tú y yo tenemos enemigos en común. Me conformo con que me hagas el trabajo sucio.

—Básicamente quieres que me manche las manos por ti y que la mate yo en tu lugar —escupo, ahogando una carcajada—. Si me has investigado, sabrás perfectamente que no soy ningún sicario. Mi especialidad es robar cosas, no cargarme a gente.

—No, no, no. Lo que quiero en realidad, querido Dominique, es poner a prueba tu capacidad para embaucar a la gente, esa de la que tanto sueles presumir. Convéncela para que se una a nuestra causa. Haz que trabaje para ti. Ella tiene mucho más poder del que imaginas. Puede acceder a la 'Ndrangheta de un modo que tú no podrías ni soñar.

—Esto es ridículo. Estás loco si crees que voy a aliarme con una tipa que mató a tres de los socios de Fabrizio.

El capullo suelta una carcajada que suena como si le hubieran sacudido los tornillos a un robot.

—Oh, amigo. Lo harás porque ella es la única llave para llegar hasta Gabriella. ¿Qué diría Fabrizio si supiera que has rechazado una oportunidad como esta?

La rabia me sube por la garganta a toda velocidad. Cualquier persona sabe que encontrar a Gabriella es prácticamente imposible. La única pista con la que ha dado Fabrizio en los últimos quince años es que se la llevaron al Regio de Calabria, pero a partir de ahí no hay absolutamente nada.

Tal vez este imbécil piense que soy idiota, que puede engañarme con tanta facilidad, pero se equivoca de lleno.

—¿Pretendes usar eso para manipularme? Bene. Vaffanculo allora, coglione.

El muy capullo se parte de risa al otro lado del teléfono. Lo que me faltaba. Lo mando a la mierda y se burla de mí.

—Veo que estás de muy mal humor hoy. Te daré un tiempo para que te relajes y lo pienses. Volveré a llamar mañana a las tres. No te daré más oportunidades. O lo tomas o lo dejas, pero ten por seguro que me encargaré de que Fabrizio sepa que has rechazado la llave que te abrirá la puerta a uno de los secretos más oscuros de Donato De Luca de par en par.

Se me atraganta un nuevo insulto, pero ya ha colgado y apenas puedo acertar a meter el teléfono en el bolsillo de mi americana antes de volver a sumirme en el ruido y apagar mis sentidos bajo una nueva copa de alcohol.


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