Su cazadora

By Eihara

75.3K 5K 499

En el pasado, los vampiros eran perseguidos por los cazadores. Ahora, la situación ha cambiado, y son los caz... More

Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
EPÍLOGO

Capítulo 30

1.4K 103 9
By Eihara

La pregunta de Paulo sobre cuándo tendríamos un hijo aún rondaba mi mente cuando me levanté a la mañana siguiente. Zigor había respondido que había tiempo de sobra, que aún era muy pronto, y nadie había insistido. Yo no había dicho nada. No esperaba ser madre tan joven.

No tardé en acostumbrarme a aquella casa y a su rutina. Pasaron un par de días en los que Ariadna y yo no salimos de la finca, pero pudimos entretenernos con los hermanos Garay, que no dudaban en estar a nuestra disposición para hablar o distraernos, y que nos contaban historias sobre su familia o sobre lo que habían vivido en sus más de cien años de vida. Así supe que Zigor, el mayor, tenía casi ciento cincuenta años. Por las noches, Zigor me llevaba a su habitación, y no nos separábamos hasta que él iba a trabajar a la mañana siguiente. Apenas utilizaba mi habitación.

Aquel día, Zigor se había marchado pronto a trabajar, porque tenía una reunión. Se había despedido de mí con un beso sin molestarme más de lo necesario, y después se había marchado, dejándome continuar durmiendo.

Bajé a desayunar más tarde de lo que había planeado. Solamente se encontraba Ariadna en el comedor cuando llegué, pero aún había comida preparada para desayunar.

—¿Y Paulo y Milo? —preguntó.

—Creo que Milo aún sigue durmiendo —respondió ella—. No lo he visto esta mañana. Y Paulo ha salido a correr.

Me fijé en que tenía unas ojeras disimuladas con maquillaje.

—Los vampiros duermen poco —comenté—. ¿No es extraño que Milo siga durmiendo?

Sujetó con ambas manos su taza de café y la acercó a sus labios. Dio un largo trago para espabilarse antes de responder a mi pregunta.

—Anoche pasaban las cinco de la mañana cuando se fue de mi habitación —me dijo—. Nos acostamos y después pasamos un rato hablando.

—Pensaba que habríais dormido juntos.

—No. Prefiero dormir sola, al menos por el momento.

Tomé una tostada y le unté mantequilla. Era un desayuno simple, pero también uno de mis preferidos. En aquel lugar, podía disponer de lo que desease para desayunar, comer y cenar, sin tener que cocinar. No estaba acostumbrada a aquello, pero debería hacerlo si Zigor era rey.

—Creo que ha ocurrido algo —comentó entonces mi amiga—. Anoche oí hablar a Milo y a Paulo... Luken y Adrián deben de haberse puesto nerviosos y exigen saber dónde estamos y cómo nos encontramos.

—Espero que no cometan ninguna estupidez. No quiero que pongan nerviosos a los niños, ni que les hagan daño.

—¿Crees que nos están contando todo?

Quería creer que sí. Zigor había dicho que podría estar al tanto de todo, y esperaba que, si sucedía algo, me lo hiciese saber lo antes posible. Pero no me había dicho nada acerca de Adrián y Luken, y no cabía duda de que sabía todo lo que sucedía en la academia.

—Espero que sí, pero no puedo estar segura —admití.

—Temo que la situación esté peor de lo que nos cuentan.

—Y quieres comprobarlo por ti misma —adiviné.

A mí también me gustaría comprobar que mis seres queridos se encontrasen bien, pero no tenía manera de hacerlo. Salir de aquella finca era imposible para mí, al menos en aquel momento. La orden de Zigor me lo impedía.

—Podríamos ir —comentó ella, pensativa.

—No puedo salir de aquí. Podría pedirle a Zigor que me permitirse ir a la academia para asegurarme de que todos están bien, pero no sé si aceptaría.

—Podrías llamarlo —sugirió Ariadna.

Pero no tenía ningún teléfono disponible. Zigor me había quitado el mío, y a mi amiga tampoco le habían permitido conservar el suyo. No querían que tuviésemos contacto con nuestros compañeros y arriesgarse a una traición.

—No tengo teléfono —dije.

Decidimos esperar a que Milo bajase a desayunar para pedirle su móvil para hablar con Zigor. Cuando le explicamos lo que deseábamos, su expresión cambió. Había perdido todo rastro de jovialidad, y se mostraba serio. No le había gustado lo que queríamos hacer.

—No podréis ir —dijo.

—¿Por qué no? —quiso saber Ariadna, molesta—. En primer lugar, yo puedo marcharme cuando desee, según dijisteis. Y, además, si la situación está controlada, ¿por qué no podríamos ir y verlo nosotras mismas?

—Porque vuestra presencia allí podría dar lugar a revueltas —respondió él—. Iréis cuando el sitio termine y todo esté completamente bajo control. No antes.

—Quiero hablar con Zigor —intervine. Tal vez, si hablaba con él, podría convencerlo.

—Son órdenes de mi hermano. No hay más que discutir.

Salió del comedor sin haber desayunado, antes de que nosotras pudiésemos seguir protestando. Tal vez él no estuviese contento con nuestras demandas, pero nosotras tampoco lo estábamos. Al fin y al cabo, nos estaban prohibiendo algo a lo que considerábamos que teníamos derecho.

—No confío en ellos —opinó Ariadna—. Liher, en esa academia están mis padres, Adrián, los niños... incluso tu padre y Luken están allí.

Los nervios comenzaban a apoderarse de ella, algo comprensible. Habíamos crecido en la academia y nuestros seres queridos estaban allí. No nos permitían verlos, y la razón que nos daban no nos parecía suficiente justificación.

—Tenemos que ir y comprobarlo.

—¿Estás segura de que no puedes salir?

—Sí.

El día anterior, mientras recorríamos la finca, había tratado de salir. Había resultado imposible. Había sentido como si hubiese una pared invisible que no podía traspasar, a pesar de haberlo intentado con todas mis fuerzas. Nunca en mi vida había sentido nada igual.

—En ese caso, lo único que nos queda es poner tu vida en peligro.

Si bien aquel era uno de los supuestos en los que podía salir de la finca, no se me ocurría cómo podía funcionar, por lo que lo había descartado casi de inmediato.

—¿Cómo pretendes hacerlo? —le pregunté.

—Un incendio. Si el fuego se extendiese, tu vida estaría en peligro, y te verías obligada a salir, ¿no?

Suponía que aquello era cierto, pero no quería provocar un incendio en la casa de Zigor. Y, además, si se descontrolaba, no solamente mi vida estaría en peligro, sino que también lo estaría la de Ariadna y la de Milo, porque los vampiros no eran inmunes al fuego. Cuando se lo dije a mi amiga, esta asintió.

—¿Y un atropello? —preguntó.

—¿Un atropello?

—Cogeré prestado uno de sus coches y te perseguiré con él mientras corres. Sin duda, verás tu vida en peligro pues, si no freno a tiempo o llegas a tropezarte, podría atropellarte. Podría bastar para que salieses.

Tenía sentido, a pesar de ser arriesgado. Y, en caso de salir mal, solamente mi vida correría peligro. Siempre cabía la posibilidad de que Ariadna acelerase demasiado, de que yo cayese por algún motivo... era una ínfima posibilidad, pero existía.

—No sé dónde están las llaves de los coches —dijo entonces Ari.

Pensé durante unos segundos, pensando en lo que había hecho Zigor antes de entrar en el coche y después de cerrarlo.

—Están en un cajón, en la entrada —dije.

Ambas nos encaminamos hacia allí para comprobar si era cierto y poner en marcha el plan. Tal y como yo había dicho, encontramos cinco llaves en un cajón de un mueble de la entrada. Faltaba el coche que se había llevado Zigor aquel día al trabajo. Las cinco llaves estaban correctamente etiquetadas indicando el coche que abrían.

—¿Cuál...?

Antes de que Ariadna terminase la pregunta, yo ya había cogido las llaves de un BMW y me dirigía hacia la salida. Apenas había pensado en el coche que elegiría. Lo único que tenía en mente era llevar a cabo el plan antes de que Milo se diese cuenta de lo que tramábamos. Una vez en el exterior, le lancé las llaves a mi amiga, que las tomó al vuelo, y se dirigió hacia los coches. Yo la esperé.

Habían pasado unos minutos cuando escuché el motor de un coche, y después solamente tuve tiempo de ver un vehículo blanco dirigiéndose hacia mí antes de echar a correr. Los cazadores corríamos más rápido que los humanos comunes, por lo que el coche no iba despacio. Sentí auténticos nervios cuando lo escuché cada vez más cerca de mí, y me pregunté si, en caso de necesitarlo, Ariadna tendría tiempo de frenar.

«No tendrá tiempo —pensé, angustiada—. Si no logro salir, el coche me atropellará, porque Ariadna cree que podré salir.»

Aumenté la velocidad, y el coche me siguió. Las puertas de la finca se encontraban abiertas. Se encontraban a poca distancia, pero el coche estaba tan cerca de mí... Entonces atravesé la entrada. Lo había hecho; nada me lo había impedido.

Continué corriendo un poco más hasta que Ariadna detuvo el coche.

—¡Lo hemos conseguido! —me gritó, contenta.

Fui hasta el vehículo sin perder tiempo y me senté en el asiento del copiloto.

—¡Vamos! —apremié mientras Ari arrancaba—. Milo debe de haber oído el motor. Pensará que se trata de alguno de sus hermanos. Tenemos unos minutos hasta que se dé cuenta de que hemos sido nosotras.

Mi amiga no dudó en sobrepasar la velocidad permitida. La carretera estaba casi vacía, por lo que el riesgo de tener un accidente no era alto. Nos podían poner una multa por exceso de velocidad, pero era lo último que nos importaba en aquellos momentos.

—¿Sabes ir? —pregunté.

Ella señaló el navegador que el coche llevaba incorporado. Estaba encendido e indicaba la ruta que debíamos seguir para llegar al destino introducido. Supuse que Ariadna habría metido la dirección en el aparato antes de iniciar la persecución.

—¿Qué haremos cuando lleguemos? La academia estará rodeada por vampiros. Nos descubrirán antes de poder acercarnos lo suficiente.

—Diremos quién eres —respondió, encogiéndose de hombros—. No les quedará otra opción que permitirnos pasar y ver lo que está sucediendo; eres su reina.

—Pero Zigor no me permite ir. Puede que ellos lo sepan.

En aquellos momentos, Milo debía de haber descubierto que habíamos escapado, y lo primero que habría hecho habría sido avisar a su hermano mayor. Habíamos escapado después de pedir ir a la academia; no era difícil saber hacia dónde nos dirigíamos. Solamente esperaba poder llegar antes de que los hermanos Garay o sus hombres nos diesen alcance.

—¿Crees que se enfadarán? —me preguntó entonces Ariadna.

No estaba saliendo formalmente con Milo, pero a pesar de todo, le preocupaba el futuro de su relación. Se le notaba.

¿Podían enfadarse? En mi opinión, no. Teníamos derecho a comprobar que nuestros seres queridos estuviesen bien y, si ellos nos prohibían hacerlo, lo haríamos por nuestra cuenta. Yo le había perdonado a Zigor los ataques, y también el hecho de que me conociese de niña y me lo hubiese ocultado. Él no podía enfadarse por haber escapado. Al fin y al cabo, nuestra intención no era traicionarlos. Planeábamos regresar.

—No pueden hacerlo —decidí—. En primer lugar, tú puedes salir de la finca, según dijeron. Y, además, no pueden retenernos allí indefinidamente.

Yo misma quería creer aquello. Quería pensar que no se enfadarían.

—A veces envidio tu relación con Zigor —confesó Ariadna—. Sabéis que sois almas gemelas, y os perdonaríais todo. Porque os necesitáis el uno al otro. Él no podría sustituirte nunca, y tú tampoco a él.

Era cierto. Cuidábamos nuestra relación, pero en el fondo sabíamos que no había discusión que nos hiciese cortar para siempre. Ninguno de los dos lo soportaría, y terminaríamos volviendo a estar juntos.

—Milo no querrá romper contigo. Entrará en razón y comprenderá que lo que hemos hecho no está mal. Que no hay nada que tenga que perdonar porque no tenían derecho a prohibirnos ir.

—Lo sé. Pero nuestra relación puede fallar en cualquier momento. Ni siquiera estamos saliendo oficialmente. Podemos romper para siempre, mientras que vosotros permaneceréis juntos pase lo que pase. Ni siquiera tienes que preocuparte porque te engañe, porque será incapaz de hacerlo.

—Tú también encontrarás a alguien especial. Si no es Milo, será otra persona, pero estoy segura de que encontrarás a alguien con quien querrás quedarte para siempre. No es necesario que sea tu alma gemela para sentir que es tu otra mitad.

Pensé en Adrián. Esperaba que él también pudiese encontrar a alguien que lo hiciese feliz. Lo que había sucedido entre nosotros había sido de verdad, no una mentira, pero lo que sentía en aquel momento por Zigor era mucho más grande, y no podía compararlo con nada.

Tardamos casi media hora en llegar al bosque. Durante aquel tiempo apenas hablamos, pero mirábamos constantemente a través de los retrovisores por si alguien nos seguía. Nadie lo había hecho.

—Me parece extraño —comenté, sin poder evitar mostrarme un poco preocupada—. Todos deben de saber que nos hemos ido y, sin embargo, nadie nos ha seguido.

—Vamos deprisa —observó Ariadna—. Puede que no hayan tenido tiempo de alcanzarnos todavía. Si tenemos suerte, debemos aprovecharla.

Aparcamos a las afueras del bosque, a una buena distancia de la academia. El motor alertaría demasiado pronto a los vampiros, y podríamos acercarnos más si íbamos caminando, haciendo menos ruido. De modo que, tras aparcar, comenzamos a caminar. Conocíamos bien aquella zona.

—¿Crees que estarán vigilando los alrededores del bosque? —inquirió mi amiga.

No veíamos a nadie, pero no por ello podíamos estar seguras de que estuviésemos solas. Un vampiro sigiloso podía observarnos sin que nos diésemos cuenta.

—Espero que no. ¿Por qué lo harían? Oirán llegar a cualquiera que se acerque un poco a donde ellos se encuentran.

Habíamos recorrido la mitad del camino cuando escuchamos algo. Al principio pensamos que podían ser los hermanos Garay, pero cuando miramos atrás, no vimos a nadie. Entonces Ariadna cayó al suelo.

—¡Ari! —grité, sin importarme ya llamar la atención.

Me agaché a su lado y vi que tenía un dardo clavado en el brazo. Se lo saqué con cuidado, pero mi amiga no se movía. Temiendo lo peor, coloqué los dedos en su cuello, y suspiré con alivio al encontrarle el pulso. No era débil; su vida no debía de estar en peligro.

—Solamente está dormida —dijo alguien.

Levanté la vista para ver a dos hombres delante de mí. Dos vampiros.

Estaba dispuesta a decir quién era, pero de pronto sentí a alguien a mi espalda y, momentos después, me habían sujetado la cabeza y obligado a morder algo. Una mordaza me impedía hablar. No había tenido oportunidad de decir nada.

Uno de los hombres levantó sin problema el cuerpo sedado de Ariadna y se lo echó al hombro como si no pesase nada. Mientras tanto, el que estaba detrás de mí unió mis muñecas con una cuerda a mi espalda, inmovilizándome.

—Si cooperas, puede que no te ocurra lo mismo que a tu amiga —me advirtió.

Me hizo levantarme, agarrándome de un brazo para tirar de mí, y comenzó a caminar sin soltarme, llevándome con él. Yo no podía hacer nada para resistirme.

—No hagas tonterías —le advirtió el hombre que llevaba a Ariadna al que me sujetaba—. No será más que un estorbo.

Entonces, el hombre que me llevaba se detuvo y sacó un pañuelo del bolsillo que colocó después bajo mi nariz. No podía retroceder ni alejarme del fuerte olor que desprendía aquel pañuelo. Nunca había olido el cloroformo, pero a juzgar por la situación en la que me encontraba, debía de tratarse de eso. Comencé a marearme pasados unos segundos, de modo que el hombre me sujetó con más fuerza contra su propio cuerpo, evitando que cayese al suelo. No supe el tiempo que había pasado cuando perdí por completo la consciencia.

Continue Reading

You'll Also Like

48.2K 4.6K 29
Ian encontró un trozo de papel en el parque con unos números escritos. Le dio curiosidad uno de ellos porque estaba al lado de un dibujo con una cala...
36K 4.1K 56
💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe su copia o adaptación.💫 •Cuarto libro de la saga EE.• •No es necesario leer los...
2.1M 108K 101
Cuando la fiesta se sale de control
54.1K 7.8K 20
«Mi futuro marido sabe todo de mí... yo solo sé que cuadruplica mi edad, y que pertenece a una especie que podría matarnos a todos» Libro de la saga...