Capítulo 9

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La mujer de recepción estaba atendiendo una llamada telefónica cuando entré en el edificio aquella tarde, y se limitó a dedicarme una sonrisa cuando me vio

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La mujer de recepción estaba atendiendo una llamada telefónica cuando entré en el edificio aquella tarde, y se limitó a dedicarme una sonrisa cuando me vio. Supuse que sabría el motivo por el que me encontraba allí, aunque tal vez solamente me sonriese por educación.

Subí en el ascensor como lo había hecho el día anterior, tratando de aparentar seguridad en mí misma. Al fin y al cabo, se suponía que tendría el puesto si aceptaba las condiciones del contrato, y que no debía estar nerviosa. Era una cazadora, me habían entrenado para cosas mucho peores. Me habían entrenado para luchar a muerte. ¿Cómo podía mostrarme nerviosa por firmar unos papeles?

Toqué la puerta del despacho de mi futuro jefe suavemente, y entré cuando escuché su voz pronunciando la palabra "adelante".

—Buenos días, señor Garay —dije, y me apresuré a corregirme de inmediato, avergonzada—. Buenas tardes, perdón.

Vi cómo esbozaba una pequeña sonrisa mientras negaba con la cabeza.

—Espero que no sea tan despistada en el trabajo, señorita Arriaga, o me arrepentiré de contratarla.

Sentí aquellas palabras como una pequeña ofensa. ¿Acaso él era tan perfecto que no podía equivocarse con algo así? Yo no era una persona despistada por naturaleza, pero los nervios me habían jugado una mala pasada aquella tarde. Había sido un pequeño error que no tenía relación alguna con el trabajo que desarrollaría.

—No soy despistada por lo general —murmuré, tratando de mantener una expresión neutra y no fruncir el ceño.

—Eso espero —respondió él—. Siéntese y lea el contrato, por favor.

Tomé asiento en la silla que se encontraba frente a su mesa, y solamente entonces me di cuenta de que, frente a mí, había varios papeles con lo que, supuse, sería el contrato que debería firmar. Lo leí con detenimiento, siendo consciente de que no podía arriesgarme a protestar. Si me mostraba en desacuerdo, era posible que prescindiese de mí.

Trabajaría de lunes a viernes entre las ocho de la mañana y las cinco de la tarde, aunque tendría una hora para comer. Sin embargo, existía la posibilidad de que tuviese que realizar horas extra por "circunstancias extraordinarias", o de que tuviese que acompañar a mi jefe a viajes de negocios que podían ser a países extranjeros y podían tener una duración de varios días. Me pagarían más dinero, pero no podría negarme.

—Señor Garay, ¿qué ocurriría si no pudiese acompañarlo a un viaje? —pregunté con curiosidad.

No lo preguntaba porque temiese no poder hacerlo, sino por mera curiosidad. En realidad, mi único objetivo era la misión, y si para realizarla debía acompañar a mi jefe a viajes, lo acompañaría a cuantos fuese necesario.

—Necesito a alguien que sepa idiomas y me acompañe a reuniones en el extranjero —me dijo—. Y si tú no puedes hacerlo, deberé buscar a otra persona.

Su cazadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora