Su cazadora

Від Eihara

75.3K 5K 499

En el pasado, los vampiros eran perseguidos por los cazadores. Ahora, la situación ha cambiado, y son los caz... Більше

Sinopsis
Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
EPÍLOGO

Capítulo 23

1.6K 122 19
Від Eihara

Me levanté de la cama y me acerqué hacia él para intentar tranquilizarlo. Lo miré a los ojos, y noté su respiración agitada. Él aún era incapaz de apartar la mirada de mi cuello, como si fuese lo único que le importaba.

—Dime quién te ha hecho eso —me pidió en voz baja.

—Zigor, estoy bien —aseguré—. Solamente he tenido un pequeño enfrentamiento con un vampiro, pero no ha sucedido nada grave.

Sin embargo, él no se conformó con aquellas simples palabras. Se mostraba furioso, al mismo tiempo que preocupado. Era como si, a pesar de todo, no terminase de creer que me encontraba bien. Miró mis muñecas para confirmar que no había en ellas marcas de colmillos, y el hecho de no verlas lo calmó un poco.

—Lo mataré —dijo—. Lo mataré por haberse atrevido a tocarte. Dame una descripción.

—No necesito que hagas nada —insistí—. Yo le habría vencido, pero Johann ha llegado y todo ha terminado muy rápido. No debes preocuparte más.

—Hablaré con Johann. Él me dirá quién ha sido. Ese vampiro estará muerto antes de medianoche.

Quise protestar, pero sabía que no lograría hacerlo cambiar de opinión dijera lo que dijese, y aquel vampiro no me había gustado lo más mínimo. ¿Por qué tratar de defenderlo cuando era uno de los que amenazaba las vidas de los cazadores de aquella ciudad? Tal vez fuese cruel, pero no iba a malgastar esfuerzos por tratar de salvarlo. No cuando había demostrado estar dispuesto a matarme.

Zigor mordió entonces su propia muñeca, haciendo que la sangre apareciese. Me ofreció la muñeca mientras me miraba a los ojos.

—Solamente quiero curarte —me dijo—. Un par de gotas bastarán para que no se note que has estado peleando. Te fortalecerá.

Sabía que la sangre de los vampiros tenía propiedades curativas, pero no debía aceptar. Si ocurría un accidente y moría, me convertiría en una vampira, y no lo deseaba. No quería convertirme en una de ellos.

—No puedo —dije—. ¿Y si ocurriese algo con tu sangre en mi organismo?

—¿Tan malo sería convertirte en vampira? —me preguntó. Parecía algo triste.

Sus palabras me hicieron reflexionar. ¿Realmente ser vampiro era tan detestable como los cazadores pensaban? Tal vez no lo fuese. Solamente me habían hecho pensar que ser vampiro era lo peor que me podía ocurrir por el odio natural entre vampiros y cazadores. Pero yo no era capaz de experimentar aquel odio ni de odiar a los vampiros por su condición. ¿Por qué me horrorizaba, por tanto, la idea de convertirme en uno de ellos? ¿Era el hecho de beber sangre lo que horrorizaba a todos los humanos?

—No lo sé —admití—. No quiero dejar de ser humana ni perder mi humanidad.

—Los vampiros también sentimos, Liher, pero lo hacemos de otra manera. Yo quiero a mis hermanos, porque son mi familia, y también a ti. Y, si te convirtieses, tú querrías a Ariadna, a tu ex, a tu familia... Todo eso no lo perderías.

Lo miré a los ojos. Era la primera vez que un vampiro me hablaba sobre aquello, y él lo decía con total sinceridad. Si lo que decía era cierto, convertirse en vampiro no debía de ser tan malo como los cazadores siempre habían pensado. No eran los monstruos que creían.

—Pero muchos parecen no sentir —dije.

—¿Y acaso no hay humanos que tampoco parecen sentir? —me preguntó él—. Hay veces en las que el poder, ciega a los vampiros, y llevan a cabo masacres. Otros simplemente son crueles. Tal vez tengamos una parte de nosotros que es cruel, al igual que muchos humanos. El mal forma parte de todos nosotros, al fin y al cabo.

Yo era plenamente consciente de ello. También los cazadores habían perseguido y torturado a los vampiros durante siglos, dándoles muertes crueles, inimaginables. Tampoco nosotros éramos buenos. La historia nos había mostrado que el poder nos podía hacer cometer las mayores barbaridades, y que nos podía hacer olvidar nuestros sentimientos y nuestra humanidad.

—Puede ser —acepté—. Pero está el hecho de que os alimentáis de sangre humana.

—Eso podemos aprender a controlarlo —me explicó. Su voz era suave, y detecté incluso un cierto tono de cariño en ella, aunque no supe si me lo había imaginado—. Hay quienes se han acostumbrado a beber sangre de animales, incluso. Son pocos, pero algunos lo han hecho.

No sabía que aquello era posible. Era evidente que la sangre que más les gustaba era la de los humanos, pues la mayor parte de vampiros bebían de su sangre. Pero en caso de convertirme en vampira, algo que esperaba que no sucediese, no sabía si sería capaz de hacerlo.

—Bebe, Liher —me pidió—. Yo me encargaré de que no te ocurra nada malo.

Confié en él. Si él había dicho que se encargaría de que no me ocurriese nada malo, estaba a salgo. O al menos así lo sentía yo.

Tomé su muñeca con mi mano lentamente y la acerqué a mis labios, sin perder en ningún momento el contacto visual con él.

—No quiero convertirme —dije a modo de súplica.

—Y no lo harás. No ahora, al menos. No hoy.

Entonces mis labios hicieron contacto con su herida, que ya estaba a punto de cerrarse por completo. Había pensado que el sabor de su sangre sería de un desagradable sabor metálico, pero me sorprendió comprobar que no era así en absoluto. No sabía describir el sabor exacto de la sangre de Zigor, pero resultaba adictivo.

—No ha sido tan malo, ¿verdad? —me preguntó, sonriendo.

—No —tuve que admitir—. Pensaba que sería peor.

De hecho, me había gustado y, si la herida no se hubiese cerrado, habría querido continuar bebiendo. Un pensamiento me vino a la mente de pronto, y lo miré a los ojos, pensando en si debía hablar con él al respecto.

—¿Ocurre algo?

—Que me haya gustado el sabor de tu sangre... ¿está relacionado con el hecho de que sea tu alma gemela? Al menos es lo que me han dicho que soy...

—Supongo que Johann no puede mantenerse callado —comentó él, sonriendo al mismo tiempo que movía la cabeza de un lado a otro—. Sí, lo eres. No quería decírtelo para no agobiarte demasiado, pero ahora que lo sabes, supongo que intentar engañarte no tienen ningún sentido.

Apenas podía dar crédito a lo que me decía. Tal vez para él fuese completamente normal, pero para mí no lo era en absoluto. Había admitido tener una conexión extraordinariamente fuerte conmigo, había dicho que éramos almas gemelas... y actuaba como si fuese algo natural.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—No estuve seguro hasta la primera vez que probé tu sangre. Entonces lo tuve claro. Puede que sea el motivo por el que a ti también te gusta mi sangre, aunque no podemos estar seguros, porque encontrar a un alma gemela es tan poco probable que apenas sabemos del tema.

El exceso de información de forma tan repentina era demasiado para mí, e incluso me imposibilitaba pensar. Tenía sentimientos muy fuertes por Zigor, aquello lo sabía, pero no sabía que era algo así como mi pareja predestinada. Me sorprendió comprobar que la idea no me horrorizaba.

—Ya no tienes las marcas en el cuello —me dijo.

Miré mi reflejo en el espejo de la habitación. Era cierto. Mi cuello mostraba un aspecto completamente normal, como si nada hubiese sucedido. Como si no hubiese peleado a muerte con un vampiro solamente unas horas atrás.

—Quería invitarte a cenar esta noche —comentó Zigor—. He reservado una mesa para dos personas por si aceptas.

Por un momento, no dije nada. Sabía que el plan de aquella noche era cenar juntos, pero me había sorprendido que me lo pidiese de aquella forma tan formal. Incluso podría decirse que su tono era inseguro.

—Comprendo que no quieras venir, después de saber que eres mi alma gemela —comentó cuando vio que no respondía—. Si necesitas tiempo para pensar, lo entenderé. Johann no debería haber dicho nada tan pronto.

No me cupo duda de que haría pagar a Johann por habérmelo contado sin su permiso.

Por otra parte, ¿era cierto que necesitaba pensar? No, no lo necesitaba. Si no acepaba la invitación para cenar aquella noche, pasaría la noche sola en la habitación, dando vueltas una y otra vez a lo que me había contado. Pensando demasiado. Y no quería hacerlo. No quería pensar, sino disfrutar del tiempo que tenía a su lado.

—Quiero ir a cenar contigo —respondí.

Una sonrisa iluminó su rostro al instante.

—Dime cuánto tiempo necesitas para prepararte. Iremos cuando estés lista.

—Pero, ¿a qué hora has reservado la mesa? No quiero que lleguemos tarde por mi culpa.

—No llegaremos tarde; no te preocupes por ello.

Decidí que le avisaría cuando estuviese lista, y cuando salió de mi habitación, me preparé lo más rápido posible. Solamente tuve que ducharme, vestirme con un vestido fino y aplicarme una fina capa de maquillaje, porque no era ninguna experta utilizándolo. Opté por no secar mi cabello con secador. Al fin y al cabo, perdería más tiempo, y la temperatura de la calle era agradable aquella noche.

Cuando estuve lista, salí de la habitación y llamé con los nudillos a la puerta de la habitación de Zigor. Este abrió solamente unos segundos después de que yo hubiese llamado. Su cabello también estaba húmedo, y vestía unos pantalones negros y una camisa blanca. Algo formal, pero no demasiado. Me gustaba.

—¿Estás listo? —le pregunté.

—Sí —contestó—. Pero admito que pensaba que tardarías más en prepararte.

—No, no me preparo demasiado.

Y al decir aquello, me di cuenta de que tal vez descuidase demasiado mi aspecto. Ariadna era una experta en prepararse, tanto en escoger la ropa adecuada para cada ocasión como en maquillarse. Ella se demoraba más que yo en prepararse, pero la espera merecía la pena, pues su aspecto siempre era impecable. Tal vez debería pedirle consejos.

—Así estás perfecta —me dijo él—. No necesitas prepararte más.

Cerró la puerta de su habitación y ambos nos dirigimos hacia los ascensores para bajar.

—Lo dices por educación —reí, sin creerle—. Mi amiga Ariadna siempre...

—No tienes que compararte con nadie, ni siquiera con Ariadna —me interrumpió antes de poder terminar de hablar—. Además, esta será una cena en la que solamente estaremos nosotros dos, y no tienes que impresionarme. No necesitas hacerlo.

Lo que él decía era cierto. Éramos almas gemelas; por tanto, los sentimientos entre nosotros no cambiarían por algo tan simple como la forma de vestir o el maquillaje. Sin embargo, una parte de mí aún quería impresionarlo y gustarle. Una parte de mí quería prepararse para él.

—¿A dónde iremos esta noche? —pregunté mientras bajábamos en ascensor.

—Si te lo dijese ahora, no sería una sorpresa —respondió.

—No sabía que fuese una sorpresa.

Me dedicó una sonrisa y salimos del hotel. Un elegante Mercedes negro nos esperaba justo frente a la entrada. Lo conducía un hombre al que nunca había visto. Zigor me abrió una de las puertas traseras para que entrase, pero, antes de hacerlo, me detuve para mirarlo.

—Sabes que puedo abrir la puerta yo misma, ¿verdad? —pregunté.

No me molestaba que desease ser educado, pero tampoco quería que pensase que era su obligación abrirme la puerta del coche cada vez que entrásemos en uno. A mí no me importaba en absoluto que no lo hiciese, y quería hacérselo saber.

—Estás rompiendo la magia del momento —protestó.

Entré en el coche y, unos segundos después, ambos nos encontramos sentados en los asientos traseros. El conductor arrancó.

—Mi padre nos educó a mis hermanos y a mí para comportarnos con caballerosidad; cuando yo nací, era algo común —me contó—. Sé que eres perfectamente capaz de hacer todo por ti misma, pero hay costumbres de las que cuesta desprenderse.

—Yo no necesito que te comportes como un caballero —le dije en tono suave. Nunca había soñado con encontrar a un príncipe azul o algo similar, ni necesitaba que Zigor actuase como uno. Me gustaba tal y como era.

Él me sonrió. Su expresión cambiaba por completo cuando lo hacía. Pasaba de mostrar un aspecto autoritario e incluso intimidante a uno encantador. Estaba segura de que, solamente con aquella sonrisa, podría ser un excelente comercial, capaz de vender cualquier producto.

—No me supone ningún esfuerzo, pero lo tendré en cuenta.

El coche se detuvo unos minutos después en un edificio a orillas del río que pasaba por la ciudad de Viena, el Danubio. Salí del coche seguida por Zigor, quien me llevó hacia la puerta del edificio. Era evidente que el edificio había sido reformado recientemente, aunque conservaba ciertos detalles antiguos en la fachada, que lo hacían parecer más viejo de lo que realmente era.

—Son oficinas —me explicó Zigor—. Pero arriba hay un restaurante. Estoy seguro de que te gustará.

Nos dirigimos hacia el ascensor, inmediatamente a la derecha tras la entrada, y él pulsó el botón del último piso, que era el décimo. En cuanto salimos, un hombre vestido de camarero se apresuró a acercarnos para atendernos.

—Bienvenido, señor Garay —le dijo, y después me miró a mí, para agregar—: señorita Arriaga.

Varias personas comían tranquilamente en un comedor interior, pero el camarero nos llevó a unas escaleras algo ocultas cerca de los ascensores, y nos hizo subir con él un piso. Cuando llegamos arriba, nos encontramos en una terraza increíblemente amplia, panorámica, donde había espacio suficiente para al menos una decena de mesas. Pero solamente había una mesa, preparada para dos personas.

—Zigor —comencé a decir, sorprendida por lo que estaba viendo. Me callé al no encontrar las palabras adecuadas.

Nos sentamos en las dos sillas de la mesa, el uno frente al otro, y el camarero sirvió vino en nuestras copas. Me pregunté si Zigor solamente cenaría como cualquier humano aquella noche, pues aquello no bastaría para saciar su sed. Necesitaba sangre para alimentarse.

—La comida saldrá en unos minutos —dijo el camarero antes de marcharse y dejarnos a solas.

—Esto es... increíble —admití mientras miraba a mi alrededor.

Las barandillas de la terraza eran de cristal, lo que nos permitía ver la ciudad desde un lugar privilegiado. Bajo el edificio del restaurante, podíamos ver cómo se extendía el Danubio, serpenteando en la tranquilidad de aquella cálida noche.

—El restaurante es de un conocido, un amigo —comentó—. En cuanto dije que vendría contigo, se ofreció a dejarnos toda la terraza.

—Debe de ser un buen amigo, en ese caso.

—Acostumbro a rodearme de buenos amigos.

—Por tu amigo —dije levantando mi copa.

Brindamos y después cada uno bebió de su copa. Yo no era ninguna experta en vinos, y apenas había probado unos pocos a lo largo de mi vida, pero aquel era un vino dulce y suave que me gustó. No me costó suponer que sería una de aquellas cosechas caras por las que las personas estaban dispuestas a pagar cantidades ingentes de dinero.

—¿Tú no vas a beber sangre esta noche? —le pregunté, y la preocupación se reflejó en mi voz a pesar de haber intentado ocultarla.

—Ahora no tengo hambre, y no necesito alimentarme. Solamente será una cena normal entre tú y yo.

—¿Estás seguro? Puedes beber de mí si lo necesitas, y tampoco me importaría que te alimentases delante de mí.

Lo último que deseaba era que pasase hambre por negarse a beber en una cena. Confiaba en él como para saber que no perdería el control y me dañaría, pero tampoco quería que sufriese por no poder alimentarse.

—Estoy bien —me aseguró—. Tengo edad suficiente como para controlar mi hambre y no necesitar alimentarme a cada momento.

Sacaron el primer plato, que consistía en una sopa de marisco. El camarero nos explicó el plato y nos dejó de nuevo solos para que comiésemos con mayor tranquilidad. Yo tenía hambre, pues aquel día no había bajado a comer, y mi estómago comenzaba a protestar por ello.

—¿Te gusta? —se interesó.

—Sí. Creo que nunca había probado una sopa tan buena.

—En este restaurante tienen buenos cocineros, por eso es uno de los más prestigiosos de la ciudad.

No dudaba de que así fuese. Solamente había que ver la elegancia del comedor interior, la magnífica terraza panorámica y la educación de los camareros para darse cuenta de que, al igual que el hotel, aquel era también un lugar de cierto lujo, en una ubicación privilegiada de la ciudad.

—¿Tú no vas a lugares normales? —pregunté—. Buenos restaurantes, hoteles de lujo...

—Busco calidad —admitió—. Pero también voy a lo que tú llamas "lugares normales". ¿O acaso piensas que no voy a la bolera o a un pub corriente?

No lo imaginaba en una bolera, en realidad. Lo había conocido como un empresario de éxito y un vampiro poderoso, por lo que no podía siquiera imaginar que pudiese comportarse como una persona común en algún momento, con gustos tan comunes como jugar a los bolos.

—No te imagino en una bolera —admití, riendo.

—Milo nos obliga a ir a todos los hermanos cada cierto tiempo; le encantan los bolos —comentó—. Supongo que ya te habrás dado cuenta de que somos completamente diferentes.

Asentí.

—Nunca me hablas de tus otros hermanos —le hice ver.

Quería saber más acerca de su familia. No por la misión o por el interés que pudiese tener para mis compañeros, sino por mí, Porque quería conocerlo más, saber más sobre él.

—Algún día te los presentaré, pronto —prometió.

El camarero retiró nuestros platos cuando terminamos de comer, y nos preguntó si nos había gustado. Ambos dimos una respuesta afirmativa, pues el plato nos había encantado. Entonces nos sirvieron un plato de pescado, uno cuyo nombre apenas comprendí en alemán.

—Espero que les guste —comentó el camarero, y se retiró de nuevo.

El pescado estaba delicioso, al igual que la sopa, y combinaba a la perfección con el vino que nos habían servido. De hecho, dudaba de que algo que sirviesen en aquel lugar pudiese no gustarme. Se esmeraban en la preparación de cada plato.

—¿Los vampiros coméis siempre? —pregunté, curiosa.

—No siempre. Podemos saborear la comida, pero no nos hace engordar, ni nos llena... no supone absolutamente nada para nuestro organismo. Hay quienes comen por costumbre, o por placer. Otros lo hacen por disimular, o como manera de relacionarse.

—¿Por qué lo haces tú?

—En este caso, es evidente que es la excusa perfecta para estar contigo —confesó—. Aunque hay veces que lo hago para relacionarme con socios, clientes o inversores.

Cuando dijo aquello, recordé el trabajo. Parecía muy lejano el momento en el que había acudido a la entrevista en la empresa de Zigor y lo había conocido. Recordaba a la perfección mis nervios por no ser contratada. Incluso me parecían lejanas las comidas con Diego, Alba y Estíbaliz, a pesar de que hacía menos de un par de semanas que los había visto. Todo había cambiado mucho en muy poco tiempo.

—¿En qué estás pensando? —me preguntó, curioso.

—En la entrevista, cuando te conocí —respondí—. Pensaba que no me contratarías.

Había temido que no lo hiciese, y que la misión se viese suspendida o al menos perjudicada por ello. Ahora, todo había cambiado. Continuaba adelante con la misión, pero habría preferido no tener que llevarla a cabo nunca, o poder abandonarla. Cumplir con mi deber nunca me había resultado tan difícil.

—Aún estás en periodo de prueba —me recordó.

—¿Y crees que lo superaré?

—No lo sé. No creo que involucrarte con tu jefe sea algo que debieras hacer. Puede que tu rendimiento en la empresa baje por ello...

—¿Crees que, en ese caso, deberíamos dejarlo? —pregunté, fingiendo estar seria y preocupada por aquel tema.

Fingió meditar detenidamente, como si se tratase de un asunto realmente preocupante.

—Creo que no.

Solté una carcajada sin poder evitarlo, y él se unió a mi risa.

Sin embargo, una parte de mí no reía. Porque sabía que no me quedaba mucho tiempo a su lado. Cuando la misión terminase, debería regresar a la academia para ayudar a los cazadores, a los míos. Aunque desease quedarme junto a Zigor, no podría hacerlo. Saberlo y pensarlo me dolía, me dolía mucho.

Después de la cena, el mismo coche que nos había llevado, conducido por el mismo hombre, nos recogió para llevarnos de vuelta al hotel. Yo trataba de recordar y atesorar cada uno de los momentos de aquella noche, pues quería tenerlos para siempre en mi memoria.

Eran casi las doce de la noche cuando llegamos a nuestro piso. Pero antes de que pudiese entrar en mi habitación o sacar siquiera la tarjeta que abría la puerta, Zigor rodeó mi cintura con el brazo y me llevó hacia la suya. No me opuse.

La suite de él era enorme, con una zona que hacía de salón y otra que hacía de dormitorio. Pero lo que más me sorprendió fue la terraza, a la que ambos salimos. Era grande, y contaba incluso con una mesa donde poder sentarse a tomar algo. Fui hacia la barandilla para contemplar las luces de la ciudad.

—Es precioso —comenté.

Noté que se había situado justo detrás de mí, y su aliento en mi cuello me hizo estremecerme.

—Feliz cumpleaños —susurró.

Sorprendida, di media vuelta, solamente para ver la inmensa sonrisa de en su rostro.

—¿Creías que no lo sabía o que lo olvidaría? —me preguntó—. Sé perfectamente qué día es hoy. Hoy cumples veintiún años.

Y, tras decir aquello, me besó.

No fui capaz de preguntar por qué sabía que aquel día era mi cumpleaños, ni me importaba. Solamente supuse que lo sabía por mi currículum o algo semejante. Lo único que acerté a hacer fue seguirle el beso, que fue subiendo de intensidad a medida que pasaban los segundos.

Apenas me di cuenta del momento en el que entramos en la habitación de nuevo. No supe si era él quien nos había hecho entrar o si había sido yo, pero nos encontramos de pronto en el interior, cerca de la cama.

—¿Quieres hacer esto de verdad? —me preguntó Zigor, separándose de mí lo justo para mirarme a los ojos.

—Sí —dije.

No quería hablar en aquel momento. Solamente quería continuar con lo que estábamos haciendo, sin interrupciones. Aquel no debía ser un momento romántico, y una conversación sobraba. Las palabras resultaban innecesarias.

—Bien —fue lo único que dijo antes de ayudarme a quitarme el vestido.

Продовжити читання

Вам також сподобається

51.9K 4.6K 56
Lyra es una adolescente que recién se integra al elitista Instituto Van Blankestein. Ha caído en un nido de víboras y todavía no lo sabe, sus sueños...
10.7K 1K 24
La historia narra la vida de SERENA una joven muy alegre, carismática y muy trabajadora, siempre se preocupaba por su familia, amigos. Hasta que co...
2.1M 108K 101
Cuando la fiesta se sale de control
21.7K 1.8K 43
¿Qué hace una chica en un lugar cómo éste?- -Solo espero que nadie me descubra.... Le cumpliré la promesa a mi padre cueste lo que cueste.... Aunque...