El corazón del Rey. [Rey 3]

By Karinebernal

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Las huellas de un pasado doloroso persiguen al rey Magnus Lacrontte, quien ha levantado murallas para no volv... More

Importante Leer.
Prefacio.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Nota explicativa. - Importante leer.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 1. Presente.
Capítulo 2. Presente.
Capítulo 4. Presente.
Capítulo 5. Presente.
Capítulo 6. Presente.
Capítulo 7. Presente.
Capítulo 8. Presente.
Capítulo 9. Presente.
Capítulo 10. Presente.
Capítulo 11. Presente.
Capítulo 12. Presente.
Capítulo 13. Presente.
Capítulo 14. Presente
Capítulo 15. Presente.
Capítulo 16. Presente.

Capítulo 3. Presente.

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By Karinebernal

Magnus.

Me levanté esta mañana sintiéndome tan extraño como lo he hecho todos los días que no estoy con Emily. Su presencia me hace falta más de lo que creí, pues me encuentro asombrado con la absoluta realidad, y es que mi vida es mejor con ella.

Ayer derrame todas las lagrimas que reprimí todos estos años y no podía creer que estaba abriendo mi alma a otra mujer, dejándole ver todas mis heridas, mis miedos, mi dolor.

La miraba y sabía que luchaba conmigo mismo, que luchaba por no amarla y luchaba por no perderla. Pero lo que más me aterraba era el hecho de luchar por merecerla, pues aunque era el rey más poderoso sabía en el fondo que yo era indigno de su amor.

Estoy acostumbrado a infligirle dolor a las personas y disfrutar de su sufrimiento, pero con Emily... Por Dios, jamás podría. Odio verla sufrir, llorar, detesto ver que algo le hace daño.

He planeado miles de estrategias de guerra y ninguna se compara con lo mucho que me he esforzado por idear algo por hacerla feliz.

Es que su sonrisa y sus ojos cafés, inocentes y brillantes. Su pequeño cuerpo coqueto, su voz dulce, sus gestos, su capricho y determinación me llenan completamente.

Ella es tan desesperante, ordenándome como si yo fuera un niño pequeño, algo que sin duda odio. Así que no sería tan malo dejarla ir, es decir, ya no intentaría controlarme o reprocharía mis decisiones. Volvería ser tan libre como antes y es algo que amo. Amo ser libre para hacer lo que quiero.

Pero entonces si la dejo ir, ella conocerá a alguien más. Ese alguien la hará sonreír, la hará feliz y ella se olvidará de mi.
No me pensará nunca más y comenzará a amar a ese hombre, le dirá que lo quiere y se entregará a él.

No podría, no podría permitir que algo así sucediera. Lo buscaría y lo torturaría por tocar lo que es mío. Porque ella me lo ha dicho, ha dicho que es mi Emilia y ella no miente o ¿si?

¿Me mintió? ¿No es mía? Estoy tan confundido y furioso, porque la extraño pero ella no quiere verme. Me pidió tiempo, pero yo le pedí espacio primero.

Y ¿si me deja? Jamás volvería a verla. ¿Qué haría sin ella? Volvería a estar vacío y vivir mi vida por inercia. No podría escuchar su voz o sentir su piel, ya no podría besarla, no volvería a acariciarme porque ella aricaría a alguien más.

El pensamiento me mata, me desgarra. Ella no puede estar con nadie que no sea yo. Debe estar conmigo y solo conmigo, porque soy suyo de la misma manera en que ella es mía.

Desecho las tormentosas ideas mientras salgo de mi habitación. Le pedí ayer a Francis que preparará las celdas a evacuar, asesinando a todo aquel que ocupe espacio, pues los rebeldes detenidos por el atentado pasado deben pagar. Sin embargo, le he ordenado que no toque a una persona de la cual yo quiero encargarme personalmente.

- ¿Ya esta todo preparado? - Le pregunto.

- Si, señor. Esta esperando por usted.

Camino hasta el calabozo del palacio, avanzando despacio pero decidido. Esto es algo que he querido hacer desde hace mucho tiempo y con lo cual me he abstenido debido a Emily, pero ya que no está aquí puedo hacerlo libremente.

Paso por los corredores de la prisión, viendo las recientes celdas desocupadas ser limpiadas y al mismo tiempo ganándome miradas de odio y temor por parte de aquellos que aún están encerrados.

El guardia abre la reja para permitir la salida del prisionero hasta el centro del campo de batalla, donde regularmente juego con ellos y hoy no será la excepción.

- Señorita Alfort. - Saludo con una sonrisa arrogante. - Nos volvemos a ver la cara.

- ¿Qué desea? - Pregunta algo asustada, buscando a alguien a mi espalda.

- No está aquí para salvarte. - Replico altivo al conocer el motivo de su ansiedad.

- No necesito que nadie me salve.

- Perfecto, porque nadie lo hará.

- ¿Qué quiere de mí? ¿Por qué me han sacado de mi celda?

- Necesito espacio.

- ¿Iré a un verdadera prisión?

- No, la verdad es que he cambiado tu condena. Ya no serán 40 años.

- Denme todos los que quiera. Me da igual.

- Te tengo una mejor propuesta. - Digo divertido.

Chasqueo los dedos y un sirviente entra en la escena, sosteniendo una bandeja con té.

- No soy bueno para predecir el futuro, pero si de algo estoy seguro es que morirás hoy.

- Emily no permitirá eso.

- ¿La ves aquí? ¿Tienes algún poder que te permita ver más allá? - Espeto caminando, acechando. - Ella no tiene porque enterarse, podría ser nuestro secreto.

- Tengo derechos. - Alega asustada.

- Tus derechos terminan donde yo lo decida. - Me acerco al sirviente. - Ahora tienes dos opciones, puedes tomar el té o morir de una forma más ingeniosa.

- ¿Son adelfas? - Pregunta nerviosa.

- Lo descubrirás cuando lo tomes.

La mujer llega hasta nosotros, mirando con duda ambas tazas para luego me observarme a mi.

- Toma la que desees, las dos contienen lo mismo.

Con un pronunciado temblor escoge una, la lleva a su boca y bebe apresuradamente, dispuesta a no dejarme disfrutar de su temor.

- Emily es solo una niña insulsa que supo meter en su bolsillo a hombres poderosos. - Acusa con odio.

La provocación llena mi sistema de ira, pero aún así no le permito ver cuanto me molestan sus palabras.

- Te va a odiar cuando sepa que me has asesinado.

- Yo no he hecho nada en tu contra. - Replico con desinterés. - Tú tomaste el té por voluntad propia.

- ¿Y ahora qué? ¿Esperaras que haga efecto para disfrutar de mi agonía?

- Ese es un plan extremadamente aburrido y yo soy un hombre de acción.

Tomo la otra taza y la llevo a mis labios, probando el asqueroso té. ¿Cómo alguien puede beber esto?

- Siempre he odiado esta bebida. - Afirmo con desagrado.

- ¿Has tomado el té? - Dice con asombro.

- Me alegra que tu mente haga tan excelentes deducciones y te felicitaría si no fuese algo tan obvio. - Alego con sarcasmo. - ¿Deseas otra taza o con esa es suficiente?

- ¿De qué se trata todo esto?

- Camina. - Le ordeno, omitiendo su pregunta. - No tengo demasiado tiempo. Debo ir por Emily.

- Te ha dejado ¿no? - Inquiere. - Por eso te has envenenado. ¿Tan prendado estás de ella?

- Hablas demasiado ¿Acaso no has comenzado a sentir los efectos del mi poción? - Pregunto con burla.

Un guardia la toma del brazo, ahogando la respuesta en sus labios para obligarla a entrar al automóvil, mientras yo subo al mío.

Rápidamente llegamos al coliseo Lacrontte donde el pueblo espera con ansias el espectáculo. Aún no comprendo su morbo ante estas situaciones, pero soy su rey y me gusta complacerlos.

Al bajar la mujer lucha contra los custodios que la llevan hasta el escenario. Se tropieza con las escaleras pero aún así avanza hasta su destino.

- ¿Me traes para que me vean agonizar con el veneno?

- ¿Cuál veneno? - Inquiero divertido. - Solo has tomado un simple té. ¿Crees que te daría la vía fácil después de lo que intentaste hacerle a mi esposa?

Ella no responde y es entonces donde comprende lo que pasará a continuación. Conmigo las cosas no son sencillas y el castigo para ella tampoco lo será.

- Reverénciense ante su rey Magnus VI Lacrontte Hefferline. - Habla el vocero real, dando lugar a mi entrada.

- Eres igual o incluso más imbécil que Stefan por fijarte en ella. - Escupe con ira la mujer.

- Debe dolerte mucho el saber que Emily consiguió sin querer todo lo que tú siempre deseaste.

Voy hasta el centro del escenario, dejando la humillación clavada en su rostro, y después de recibir la multitudinaria reverencia, tomo el micrófono y me dirijo a mi nación.

- Lacrontters. - Inicio. - Hoy estamos reunidos aquí para ser testigos de cómo se castiga la traición a la corona.

Las personas vitorean mi nombre una vez les cedo mi silencio. Lo repiten sin cesar, poniendo su atención solo en mi figura.

Rose es llevada hasta la horca a trompicones, donde le ponen la soga en el cuello y la preparan para su cruel destino.
Sus ojos me observan con odio, con desdén y no puedo disfrutar más su inferioridad como lo hago ahora.

- El atentar contra la vida de sus monarcas se paga con la muerte y mucho más si se trata de su reina. - Señalo hacia la joven Alfort quien esta a punto de quebrarse en lágrimas. - Esta plebeya hoy aprenderá la lección que todos deben grabarse en su cabeza. Emily Lacrontte no se toca, no se maltrata o amenaza.

Los espectadores están atentos al frágil cuerpo de la mujer.
El sol la golpea, haciendo brillar el sudor que corre por su rostro y dejando visible el temblor que la controla.

- Nadie intentará jamás asesinar a la reina y salir libre de ello.

Le doy la orden al verdugo para desarrolle su función.
La palanca es accionada y sus pies empiezan a colgar.

Esta mujer debió morir desde el primer momento, pero alargó sus días gracias a la benevolencia de Emily, algo que jamás encontrará en mi, y el pequeño pataleo de sus piernas es la prueba de ello.

Las personas no apartan la mirada de la escena, regocijándose en el morbo y el dolor ajeno. Dicen que el pueblo representa a su rey y esto es una clara muestra de tal refrán.

Cuando el rostro morado de Rose nos regala su último suspiro de vida, el verdugo suelta su cuerpo y lo traslada fuera del escenario. Dando fin al macabro espectáculo.

- Por último, sé que los rebeldes están entre nosotros. - Declaro, paseando la vista por la multitud. - Les aseguro que voy a encontrarlos y todos ustedes correrán la misma suerte que Rose Alfort, porque en Lacrontte la muerte se paga con muerte. Fuerza, lealtad y riqueza. - Finalizo con el lema de la nación.

- Fuerza, lealtad y riqueza. - Repiten mientras salgo del escenario.

Cuando Emily se entere de lo sucedido, no tendrá derecho a enojarse pues ya la había puesto en sobre aviso. Pero lo que no creo que me perdone es el hecho en como ejecute su pena. Algo de lo que no me pienso arrepentir jamás.

Subo al automóvil después de encargarle a los soldados que busquen a los padres de la joven Alfort y entreguen su cuerpo sin ningún tipo de condolencia. Quiero que vean cuán indolentes somos en Lacrontte con los traidores como ella.

Al llegar al palacio me adentro por los pasillos, buscando a Francis para encargarle una función. Quizás con esto Emily me perdone y no se enoje tanto conmigo cuando se enteré de lo que hecho.

El lugar se siente vacío, silencioso. Hace falta ella con su ruidosa y colorida presencia.
Todo a mi alrededor vuelve a estar muerto. Yo me siento muerto, porque ella es quien me da vida y ahora no esta.

Le di el poder de hacerme daño y ahora me lo esta haciendo. ¿Estará pensando en mi como yo en ella? ¿Estará llorando o riendo? ¿De que color será el vestido que usa hoy? ¿Será amarillo? Ella sabe que odio el amarillo, pero ¿qué importa si esta lejos de mi?. Me gustaría verla en ese color, solo si eso implica que regrese.

Quiero verla, abrazarla y tener la certeza de que no se irá, pero lo he arruinado. He arruinado nuestra relación por completo y por más que lo intenté anoche, no pude convencerla de venir conmigo.

Toco la puerta de mi consejero, dejando mis estúpidas emociones por el camino.
Me adentro cuando me autoriza y me siento en sus sillas de respaldo sin ningún reparo.

- Necesito que me consigas un libro. - Le ordeno.

- Buenas tardes, Francis. ¿Cómo estás? - Alega con sarcasmo ante mi falta de educación. - Bien, señor y ¿usted?. Muy bien, gracias.

- ¿Ya terminaste? - Cuestiono con mal carácter.

- Probablemente. - Replica con ironía.

- Bien. Ahora consígueme un libro.

- ¿Un libro sobre qué? ¿Batallas imperiales? ¿El arte de la guerra?

- De paternidad. - Susurro con algo de vergüenza.

- ¿Disculpe? No logre escucharlo.

- De paternidad, Francis. - Replico molesto, pues no sé si este es uno de sus juegos o en verdad no me escuchó. - Necesito saber todo. Como tengo que comportarme, que decir, que comer.

- No creo que en los libros le indiquen que decir.

- Entonces, ¿qué me dirá?

- Bueno, quizás le explicarán algunos cambios por los que pasara Emily y le recomendaran que tenga paciencia con su humor o cosas como esas.

- No importa, consíguelo. Consigue varios. Y si hay uno que te enseñe como ser un buen padre también lo traes.

- Esta bien. ¿Algo más?

- No lo sé, ¿qué me recomiendas?

- Que te tranquilices. Ya has hecho mucho en estos días.

- Pues necesito hacer más. Soy un rey, nada puede quedarme grande y mucho menos ser un padre.

- Hablado de ser rey, hay un asunto que requiere su presencia.

- Ahora no estoy de humor para atender nada.

- Usted mismo lo ha dicho, es el monarca supremo y ha indicado que solo sea su majestad quien imponga las penas.

- Te otorgare esa responsabilidad por hoy. Siéntete libre de hacer lo que gustes.

- El que Emily no esté aquí, no da lugar a que se desenfoque.

- No estoy desenfocado. - Replico de inmediato, totalmente molesto.

Jamás perdería las riendas de una nación por una mujer y mucho menos por Emily. Puedo estar perfectamente sin ella y seguir siendo el severo rey que soy.

- Como digas. - Repone, haciéndome enojar mucho más.

- Solo cumple con lo que te ordeno. - Declaro colérico, levantándome de la silla.

Camino hasta la sala del trono con la sangre hirviendo en mis venas. ¿Qué se cree ese anciano? ¿Cree que no podré vivir sin ella? Claro que puedo.

Soy el gran Magnus con o sin esposa.
No, no es cierto. Me siento incompleto y odio, odio haberme convertido en un débil, porque es lo que soy. Ella me ha vuelto débil.

Cualquier palabras que diga, cualquier cosa que haga, cualquier mirada que me ofrezca, me afectará.
Si me sonríe me sentiré bien, si me observa con desdén estaré todo el día pensando que hice mal, si en verdad me querrá o me odia. No quiero que me odie, no ella. Puede odiarme el mundo entero, pero no mi Emilia.

¿Qué sucede si un día no me saluda en la mañana? O ¿evade mi presencia a toda costa? No lo soportaría, juro por Dios que sería una tortura.

Y detesto sentirme de esta manera. Siempre he sido libre e independiente, siempre he controlado mis emociones y no le he permitido entrar a nadie para que no se adueñe de nada, pero parece que ahora mi interior lleva su nombre, y es que aunque pueda vivir sin ella, me niego a hacerlo.

Entro a la sala y ocupo mi lugar, sentándome en el trono. 3 hombres están encadenados frente a mi con claro temor en sus ojos. Quisiera no tener que lidiar con esto hoy.

- Tiene un minuto para informar cual fue su falta. - Declaro con severidad.

- Son ladrones, señor. - Avisa un guardia. - Estuvieron hurtando fuera del coliseo.

Pienso en lo que haría Emily.
Probablemente los pondría en trabajo comunitario, pero eso no importa ahora porque ella no está a aquí para salvarlos de mi furia.

- A la horca. - Ordeno con autoridad.

- Señor, solo han robado un par de cosas. - Refuta el guardia.

- A la horca he dicho. - Grito hirviendo en cólera. - ¿Acaso quieres ser tú también condenando?

- No, majestad, pero al menos debería tener un poco de piedad.

- ¿Ves a la reina Emily aquí?, ¿no, cierto?, entonces no me pidas misericordia.

- Majestad, juro que no volverá a suceder. - Asegura uno de ellos. - Tuve razones para hacerlo pero puedo...

- ¿Crees que me importan tus razones? ¿Qué me importa tu vida? - Refuto colérico.

- Es usted mi rey, majestad. Claro que le importa mi bienestar.

- Es usted un ladrón, igual que sus compañeros y a ese tipo de persona no me interesa protegerlas.

- Majestad. - Vuelve hablar pero lo interrumpo.

- ¡Cállate de una vez! - Replico iracundo. - Conocen las leyes y aún así se atrevieron a incumplirlas. Ahora aténganse a las consecuencias.

- ¿Podemos hablar con la reina Emily? Tenemos derecho a apelar con ella. - Habla un segundo hombre.

- Se a corrido la voz sobre la benevolencia de la reina, majestad. - Informa el guardia.

- Pues debieron escoger un mejor día para cometer delitos, porque no esta aquí para salvarlos.

El hecho de que la mencionen me hace enojar aún más, pues dejaría que ella los eximiera si así lo desea, pero yo simplemente no puedo hacerlo.

- No tengo nada más que agregar. Cumplan la pena hoy mismo si es posible, no quiero que la reina encuentre todo este revuelo cuando regrese.

Salgo del lugar sin mirar atrás y sin importarme las lágrimas pecaminosas de los condenados.
Voy hasta mi oficia y le aviso a los custodios que no quiero que nadie me interrumpa, salvo si se trata de mi esposa.
Quiero que me hagan saber cualquier noticia sobre ella, incluso lo más mínimo.

Me siento en mi escritorio con la cabeza a punto de estallar, recordando todo lo que he pasado en su ausencia.
Esta mañana tuve que desayunar solo y aunque he estado acostumbrado a hacerlo toda mi vida, se siente extraño después de haberla dejado entrar. Volví a sentirme vacío, tan solo como a los 12 años, cuando me sentaba en el inicio del comedor en compañía de la soledad.

Sin embargo, no fui capaz de comer. Creo que el estúpido de Gregorie me ha contagiado su inapetencia en el momento de estar triste, y es que triste no es la palabra, más bien consumido, devastado.

Intento olvidar esos sentimientos, cargándome con trabajo hasta la sien. Una mente ocupada no piensa en nadie y lo último que necesito es tener la imagen de Emily en mi cabeza diciendo que necesita espacio.

No entendí hasta ayer, cuanto duelen esas palabras. El escuchar que la persona que amas necesita espacio para reflexionar si quiere estar contigo o no, es una de las cosas más difíciles que puede vivir un ser enamorado.

- Majestad, alguien quiere verlo. - Informa uno de mis custodios desde la puerta.

- Les dije que no me interrumpieran a menos que fuera... - No termino la frase ante la esperanza que comienza a crecer en mi interior.

¿Regreso?, ¿en verdad regreso? ¿va a quedarse o solo vino de visita? Es decir, esta es su casa y ella puede permanecer aquí cuanto lo desee.

- ¿Es ella? - Pregunto y él asiente. - Entonces ¿por qué estas ahí de pie y no la has hecho pasar?

Me levanto de golpe y no entiendo la razón. Sé que me atrapa la emoción pues estoy seguro que no se trata de nerviosismo.

Dejo los papeles a un lado, pareciéndome innecesario todo el trabajo que hacía hace un momento.
La puerta se abre y ella aparece, casi como un ángel rescatando a un demonio de la oscuridad.

Camina hacia el interior mientras la puerta se cierra a su espalda. Se detiene a unos metros de mi, totalmente tranquila, pausada y meticulosa.

- Hola. - Me sonríe. Extrañaba verla sonreír.

- Hola. - Le respondo. Mi garganta está seca y mi voz sale baja.

Luce un extraño vestido azul fuerte con diminutas manchas doradas, aunque supongo que así no se llaman.
Tiene atados los tirantes en sus hombros y el entalle en su cintura me hace desear tomarla entre mis brazos.

Su cabello está completamente suelto y una parte de este está recogido detrás de su oreja. Quisiera colocar el mechón restante, pero no quiero tocarla hasta estar seguro que ha venido a quedarse.

- ¿Cómo estás? - Pregunta, devolviéndome a la realidad.

- Soy Magnus Lacrontte, siempre estoy bien.

- Entiendo. - Dice tímida, uniendo sus manos con ansiedad.

- Pero he estado mejor. - Repongo rápidamente para componer la estupidez que he dicho.

- Yo también. - Masculla en voz baja. Sin duda hay una tensión entre nosotros que odio infinitamente.

Soy un completo idiota. Ni siquiera le he preguntado como se encuentra ella.

- ¿Vas a quedarte? - Digo en su lugar, totalmente temeroso por su respuesta.

- Si, a eso vine. - Responde con naturalidad, pero aún así no se ve muy feliz.

A pesar de todo, el alivio recorre mi cuerpo al escucharla. ¡No va a dejarme! ¡No volveré a estar solo nunca más!

- Gracias. - Mi corazón late fuerte mientras hablo. Quisiera abrazarla pero me contengo.

- No tienes que agradecer el hecho de que te ame.

- Si, si debo porque amas a un monstruo.

Mi mente rememora todo lo que he hecho este día sin ella y aunque siempre me he comportado así con las personas, Emily me hace despertar ese sentimiento de remordimiento que nunca antes había experimentado.

- No eres un monstruo. - Replica acercándose a mi y es allí donde me doy cuenta que no me he movido un centímetro. - Tú tienes un gran corazón, solo que te resistes a demostrarlo.

- Discrepo, sin embargo, aceptaré todo lo que digas.

- ¿Dónde quedó tu criterio propio? - Dice con un atisbo de diversión en sus ojos.

- En el comedor de Gregorie, cuando me arrodillé como un vil mortal.

- Eres un mortal, Magnus.

- Me gusta creer que no lo soy porque esto me hace pensar que tendré toda una eternidad junto a ti.

- Eso fue muy romántico para venir de ti.

- No diré nada parecido hasta dentro de una semana, así que no celebres demasiado.

Ella sonríe, pero es un gesto débil.
Me observa y se remueve inquieta, quiere que haga algo pero no sé qué. ¿La abrazo?, ¿la beso?
Mi cabeza está hecha un lío en este momento.

- Perdóname todo lo que te hice pasar. - Balbuceo rápidamente. - El haber sido egoísta y el darte la espalda cuando lo único que necesitabas era mi apoyo. - Es lo que se merece. Eso y más.

- No te preocupes, ayer pude entenderte mejor.

- No, Emily. Mi pasado no justifica mis acciones y esa tarde no fui el hombre que necesitabas. - Las palabras queman al salir de mi garganta. No me gusta dar mi brazo a torcer pero esta vez debo reconocer mi error. - Me llamaste cobarde y tuviste razón, me comporté como uno.

- Abriste tu corazón conmigo y no puedo juzgarte por el hecho de tener miedo, después de todo lo que pasaste siendo solo un niño.

- ¿Eso quiere decir que me perdonas?

- Ambos nos debemos una disculpa, así que lo haré si tú me perdonas a mí.

- Yo no tengo ninguna falta que disculparte. Tú eres perfecta, Emily, y yo solo estoy intentando ser lo que mereces.

- Tú también mereces amor, Magnus. Y yo estoy dispuesta a entregarte todo el que tengo, solo debes dejarte querer.

Sus palabras crean una presión en mi espalda. No creo que merezca amor, no después de todo lo que he hecho y sobre todo con lo que pienso hacer.

- No creo que tengas razón. - Refuto nuevamente.

- Ayer dejaste caer tus murallas y me dejaste entrar, así que no me saques ahora, por favor. - Pide con ojos brillantes. - Quiero que la única barrera que tengamos, sea una que nos cubra de la maldad del mundo.

- Lo intentaré, pero no será sencillo.

- Tú reparaste mi corazón, ahora déjame reparar el tuyo.

Hay cosas dulces en la vida como la miel o la azúcar misma y luego esta Emilia. No entiendo como es capaz de expresarse sin reparos y sin miedo al rechazo.

- No tienes nada que reparar. - Le aseguro. - Si en verdad tengo un corazón, ha sido tuyo desde el principio y tú jamás has hecho nada para romperlo.

La sonrisa se extiende por su rostro, haciéndome sentir tranquilo, esperanzado. A ella le encanta que le diga la verdad y más cuando está viene envuelta con el romanticismo que tanto le gusta y que tanto me cuesta demostrar.

- Conseguí libros de como ser un papá. - Suelto para cambiar el ritmo del ambiente.

- ¿Y qué has aprendido?

- Nada, aún no los leo.

- Entiendo. Conseguirlos es un gran avance.

- Si, mañana quizás lea sus títulos.

El silencio se instala entre nosotros por un segundo. No me gusta esta sensación extraña de distancia y duda.

- Bueno, me voy. - Informa con tranquilidad.

- ¿A donde te vas? - Cuestiono alarmado.

¿Va a dejarme otra vez? ¿No se supone que vino para quedarse?

- Me refiero a que me retiro para ir a la habitación.

- Ah bueno. Esta bien.

Siento el aire regresar a mis pulmones ante la explicación dada. Patético, verdaderamente patético, Magnus.

Ella camina y yo la sigo por inercia. No quiero que se arrepienta y se vaya. Quizás podría escaparse por una ventana.

Subimos hasta la tercera planta acompañados de un guardia, quien trae su modesto equipaje y lo deja sobre la cama.

- Majestad. - Habla este antes de irse, ganando la atención de Emily. - Quería informarle que ya hemos...

- Esta bien. - Me adelanto a decir frente a lo que estoy seguro dirá. - Ya puedes retirarte.

- ¿Ya han qué? - Cuestiona el bastón a mi lado.

- Asuntos del reino. - Alego, indicándole al guardia que salga ahora mismo. No puedo permitir que se entere de lo que hice.

Emilia se adelanta a abrir sus maletas y sacar la ropa que está en su interior. No habla mucho mientras lo hace, cosa que realmente me incomoda.

- Siento que no estamos bien, Emily. - Admito ante la tensión.

Ella deja las cosas a un lado y viene hacia mi. Toma mi mano y acaricia el dorso con mucha lentitud.

- Estamos bien, pero quiero tener la certeza de que lo ocurrido no volverá a pasar.

- Te lo juro. - Aseguro. - Haré todo para no perderte.

- Lo único que tienes que hacer es amarnos al bebé y a mi.

- ¿Y tú me amarás a mí? - Pregunto y ella asiente. - ¿Más que a él? - Señalo su estómago.

- Los amare por igual.

Siempre he tenido desconfianza con respecto a ese tema y aunque reconozco que es algo irracional, no puedo evitarlo. No quiero perder su cariño y tampoco quiero ser testigo de como se lo entrega a alguien más.

Soy consciente de que yo también debo quererlo y esforzarme por dejar mis miedos por él, pues recuerdo lo bien que se sentía el ser amado por mis padres y quiero que mi hijo experimente lo mismo que yo viví.

- No te atormentes por el mañana, Magnus. Esas dudas que te persiguen las resolveremos cuando llegue el momento.

Quisiera decirle que no son dudas, son temores pero prefiero permanecer en silencio antes de verme aún más patético.

- Esta bien. - Mascullo, poniéndole fin a la discusión.

- Te traje algo. - Levanta la mano que ya sostenía y abrocha en mi muñeca una pulsera. - Sé que no te gustan los obsequios pero espero lo aceptes.

Un montón de cuencas azules están unidas entre sí, formando un aro celeste que brilla sobre mi piel.

- Gracias. - Me limito a decir. - ¿Lo hiciste tú?

- Si. - Alega quitándole importancia. - Elisenda estaba haciendo esto para Zachary y quise hacer una para ti.

Elisenda es tan extraña como su nombre. Tiene cierta vibra artesana que la hace buscar cosas raras para crear objetos. No quiero imaginar de qué sucio lugar saco estas piedras.

- Recuerdo que usabas el cinto azul que quitaste de mi vestido y cuando vi las cuencas, pensé en hacer una para que no reemplazaras aquel objeto.

- Entiendo. - No sé qué más decir. Esto es muy Emily para mi gusto, pero aún así aprecio el obsequio.

No quiero deshacerme del cinto. Me hacía sentir acompañado aún cuando no estaba con ella.

- No te gusto ¿cierto? - Dice contraída.

- Si, si me gustó. - Replico rápidamente. - Solo que no estoy acostumbrado a reaccionar a los regalos.

Es decir, no está feo y sin duda lo usaría. Simplemente no sé qué responder.

- Yo también tengo una. - Levanta su brazo, enseñándome una pulsera idéntica. - Y le hice una a nuestro bebé.

Ya lo arruinó. Pensé que era un regalo para mi y ahora es una joya familiar.

- Dime algo, Magnus. - Dice decaída.

- Lo siento. - Me disculpo. - Es un gesto muy... - No encuentro las palabras para describir la situación.

- ¿Bonito? - Inquiere por mi.

- Si, bonito. Nunca había compartido un accesorio con alguien.

- Lo compartirás con tu familia.

Estoy arruinado este día con mi comportamiento errático y cohibido. No es que me emocione la idea de tener un hijo, pero ahora tampoco me aterroriza.

Francis me ha pedido que piense que es una persona a la que puedo instruir, a la que le puedo enseñar todo lo que sé y que puede también mostrarme otra perspectiva del mundo. Pero no creo que un bebé pueda hacer algo así, sin embargo, he decidido no cerrarme a las posibilidades.

- Me gusta saber que si tendré un hijo será contigo. - Revelo con sinceridad.

Ella sonríe, lo hace de verdad y ese gesto me llena. Tomo su mano y la atraigo hacia mí, sintiendo su calidez después de estos días tormentosos.

Sus brazos rodean mi cintura mientras yo entrelazo mis manos en su espalda.
Su respiración es cálida y suave, haciéndome apreciar con mayor fuerza cada momento que paso con ella.

- Te amo. - Susurra con su mejilla pegada a mi pecho.

Tomo su barbilla y levanto su rostro hacia mí. Busco su boca y bajo para besarla.
Sus labios me reciben con dulzura y avidez. Es extraño besarla después de tanto tiempo, de tantas discusiones y lejanía.

- No quiero volver a estar alejado de ti. - Musito, acariciando cada lado de su cara.

Sonríe contra mis labios y mueve sus manos sobre mis hombros.
Aprovecho para tocarla, desatando los nudos que forman los tirantes de su vestido.

- ¿Qué haces? - Pregunta nerviosa.

- Desnudo a mi esposa ¿no es obvio?

La diversión en mi voz oculta el deseo que he reprimido todos estos días.

- No lo harás. - Dice huyendo de mi.

Su risa se hace presente mientras espera que vaya en su búsqueda. ¿Quiere jugar conmigo? ¿Cómo se hace esto? ¿Debo correr hasta atraparla?

- Emily no voy a ir tras de ti. - Le aseguro, mientras veo como corre hasta el otro lado de la habitación.

- Si lo harás. - Replica confiada.

Se quita los zapatos, luciendo aún más pequeña que hace un momento.
Sus manos van a su espalda y sé que está desabrochado el cierre de su traje. En otras palabras, esta tentándome.

- Te gusta provocarme ¿no es así, señora Lacrontte?

- Es mi especialidad, señor Lacrontte.

Y ahí voy como un imbécil tras un bastón con falda.

Le rodeo la cintura y la uno a mi cuerpo, sintiendo su respiración agitada al sentirme cerca.
Beso su boca con posesión, con autoridad. Bajo por su mentón y muerdo la piel de esta zona hasta llegar a su cuello. La posición es incómoda dada mi estatura, pero aún así me esmero por complacerla.

Sus manos viajan a mi pecho, desabrochado mi camisa con desesperación. Besa mi torso, haciéndome erizar con la intensidad de sus labios.

Agarro su cabello y la separo de mi cuerpo, levanto su falda y me escabullo entre sus piernas. Corro su ropa interior hacia un lado y llego hasta el punto exacto. La toco y ardo con lascivia al sentirla.

Mi dedo se resbala y ella jadea. El bulto en mi pantalón crece descomunalmente, exigiendo su pronta liberación. Sigo acariciándola mientras mi mano se empapa, incitándome a continuar.

Saco mi dedo y lo llevo a mi boca, la pruebo y enloquezco. Amo sentir su sabor, amo saber que todo su cuerpo me pertenece en la manera más vulnerable, mas intima y pasional.

Su gesto se contrae, le gusta verme hacer esto, pero jamás será capaz de revelarlo. Me encanta esa parte inocente que siempre tendrá consigo.

- Me gusta como sabes. - Susurro sonriente.

- Es grato saberlo. - Dice lujuriosa.

Me excita la Emily perversa que sé que es en el fondo y a la cual deseo en estos momentos.

Tomo su cuello y la llevo hasta la cama, me deshago de su vestido con afán y hago volar mi camisa.

Veo su cuerpo completamente desnudo, cada curva y cada lunar que engalana su piel de porcelana. No puedo creer que sea completamente mía.

Nunca desvestí a alguien solo con mirarla, jamás estuve tan impaciente por poseer a una mujer y nunca necesite de alguien como lo hago con ella.

Emily me mira desde abajo con ternura y deseo. Quiere que la haga mía y yo estoy ansioso por hacerla gemir mi nombre.
Su cuerpo es mi territorio. Mío y solo mío.

Estoy en sus manos, prendado, dominado. Ella hace conmigo lo que desee y aunque me asusta el hecho mismo, es una verdad innegable.
Podría hacerme sentir el rey más poderoso que haya existido, pero también podría convertirme en el soberano más miserable que haya pisado la tierra.

Me tiene rendido ante ella, tanto así que puede moldearme a su antojo. Emily es como un alfarero y lo único que espero es que haga una buena creación de mi.

Observo el lunar en medio de sus senos, ese que tanto me gusta y antes de que pueda resistirme a la tentación de besarlo, ya me encuentro bajando a su cuerpo para lamer esa zona.

Se remueve inquieta y el sabor de su piel me vuelve adicto. Recorro su abdomen, sus costillas y su pelvis con mi boca, haciéndola temblar de expectación.

Abre sus piernas para mi, mientras quito su ropa interior y posicionándome en medio de ella, comienzo a besar la cara interior de sus muslos hasta llegar a su centro.

Mi lengua recorre la extensión de esta zona, provocando que ella apriete las sabanas a cada lado de su cuerpo. Sus gemidos empiezan y el bulto en mi pantalón se hace más grande.

Voy más rápido, más lento, más profundo. Ya sus uñas han dejado marcas en mi espalda y su mano ya sostiene mi cabello con ímpetu para que no me separe. No lo hago y solo enloquezco.

Su placer es mi placer, sus jadeos me pertenecen y su sabor es solo para mi boca.
La muerdo despacio y su espalda se levanta del colchón, grita y yo continuo.
Mi lengua es ávida y la recorre, me embriago de ella y siento que jamás tendré suficiente de su cuerpo. Es extremadamente adictiva.

Me concentro en la zona más sensorial y me adueño de ella a mi antojo. La aprieto entre mis labios, la suelto y vuelvo a poseerla.

- Magnus. - Gime con voz estrangulada, fascinada y complacida. Entonces vuelvo a repetir la acción.

No me tengo hasta conseguir que se derrame en mis labios, bebo de ella satisfecho pero aún así mi cuerpo exige más.
Se retuerce sobre las sabanas mientras gime mi nombre y me obligo a alejarme aún cuando no quiero hacerlo. Me siento en el paraíso.

Subo por su abdomen, dejando besos en su piel. Sus pechos me reciben y me apodero de ellos con furia, los muerdo fuerte haciéndola gemir, paseo mi lengua sobre cada uno y lleno mi boca con ellos.

Sigo con su cuello hasta llegar a su mentón y detenerme en su boca.
La consumo, sintiendo su sabor en mi lengua, y ahora ella también es testigo de aquello a lo que soy tan adicto.

Me encanta cada curva de su cuerpo, cada rincón de su piel, cada una de las hebras de su cabello.

Me fascina su aroma, su voz y los gemidos que hace mientras la hago mía. Cada jadeo y rasguño me hace saber que esta completa y profundamente entregada a mi.

Ella sube y se acomoda en mi pelvis para luego bajar por mi cuerpo lentamente, sé perfectamente a donde se dirige y estoy ansioso por que llegue.

Por un largo tiempo he percibido su interés por esa parte de mi cuerpo y he intentando no presionarla, he decidido esperar hasta cuando se sienta lista y al parecer ahora lo esta.

Se detiene entre mis piernas y abre el broche de mi pantalón, baja la cremallera y se deshace de toda prenda que la separa de mi entera masculinidad.

Toma mi virilidad entre sus manos mientras levanta su mirada hacia mi y veo la lujuria en sus pasionales ojos café.
El cabello le cae a cada lado de la cara y sus labios rojizos se abren despacio cuando lo acerca a su boca.

Deseo mirarla pero me resulta imposible, las sensaciones me atropellan como rayos cayendo sobre mi cuerpo. Es paralizante, gratificante, explosivo.

Su cabeza toma un ritmo lento y recojo su cabello para que no estorbe. Es un poco torpe y descuidada, hasta el punto de generar dolor en vez de placer.

Levanto su barbilla y sus ojos cafes vuelven a mirarme. Luce tan vulnerable pero tan deseosa de mi que me vuelve loco saber que es solo mía.

- ¿Lo estoy haciendo mal? - Pregunta en voz baja.

- Lo puedes hacer mejor. - Suelto ansioso por continuar.

Tomo sus manos y las pongo en una mejor posición, mientras le indico brevemente como podría mejorar. Ella sonríe, se sonroja.
Dios la amo y la amaré toda la vida.

Su cabeza vuelve a bajar y su boca vuelve a llenarse de mi. Esta vez es mucho mejor aunque no realmente experta. Puede entenderla y me gusta ser yo quien la enseñe.

Su inocencia mezclada con las ganas de complacerme, hacen que pierda de inmediato en el placer de sus labios.

Baja y sube cada vez más rápido, se concentra en su función a tal punto que supera cada una de mis mayores fantasías.

- Mírame. - Le pido y ella obedece.

Sus ojos cafés me observan desde abajo sin abandonar su acto. Se ve inocente y perversa al mismo tiempo.
Me encuentro fascinado con sus movimientos y se lo hago saber con jadeos de satisfacción.

Lucho contra el placer para no cerrar los ojos y así poder continuar viendo como sus labios suben y bajan a mi alrededor, pero después de un par de minutos debo pedirle que pare o seré yo quien se derrape en su boca.

- Estoy completamente enamorado de ti. - Revelo con la respiración agitada. Ella sonríe mientras pasa la lengua por sus labios. Sabe bien como excitarme.

La tomo de los brazos y la subo sobre mi con fuertes ansias de hacerla mía.
En esta posición, siento de inmediato la humedad de su entrepierna contra la caliente piel de mi pelvis. Me vuelve demente.

La invito a apoyarse en mí mientras la llevo unos centímetros atrás para poder perderme en ella. Su espalda se arquea y sus uñas se clavan en mi pecho al sentir la profundidad de la embestida.
Es hermosa, es perfecta.

Su voz inunda la habitación con una fuerza abismal y el verla cerrar los ojos a causa del placer, me lleva a tomarla de las caderas para controlar sus movimientos e incitarla a ir más rápido, más profundo, más entregada.

Me inclino para llegar a sus pechos, haciendo que mis dientes jueguen con ellos y que su cuerpo se estremezca. Su piel se eriza mientras rodea mi cuello, obligándome a permanecer sobre estos. Sé cuanto le gusta que lo haga y a mi me encanta complacerla.

- Te amo tanto, Magnus. - Suspira en un jadeo. No respondo solo sigo consumiendo su piel.

Comienzo a sudar y ella también lo hace, las gotas se esparcen por su cuello y crean un camino por su pecho. Emily gime alto y me lleva al límite. Siento que arde entre mis manos.

La tumbo sobre la cama y soy yo quien demanda el ritmo ahora. Las embestidas se vuelven fuertes, totalmente agresivas.

Cierra sus piernas a mi alrededor en una suplica silenciosa por obtener mucho más y estoy feliz por darle todo lo que me pide.
La beso y ella muerde mi labio inferior, araña mi espalda y yo me voy más profundo.

El choque de nuestros cuerpos y las respiraciones agitadas son los reyes del lugar. Los jadeos de Emily se pierden con mi voz y después de unos largos minutos de un ritmo sincronizado siento como se entrega ante el placer absoluto, gimiendo mi nombre ante la carnalidad explosiva y puedo decir con propiedad que no había escuchado un sonido más placentero que ese.

Sigo embistiéndola, perdurando su satisfacción, su deseo y buscando también mi propia liberación. Siento sus miradas, observo su rostro contraído por el éxtasis y su respiración irregular.

Ella levanta su cabeza y besa mi cuello con posesión, con violencia, llevándome al límite en el momento en que siento sus dientes clavados sobre mi piel.

- Te amo. - Suelto mientras me derramo en su interior.

Su pecho se contrae agitado y mientras se recupera no me permite salir de ella. La miro desde arriba y acaricio su mejilla mientras me sostengo con mi brazo derecho.

Mi corazón late rápido y el suyo igual. Esta despeinada, sonrojada, feliz. Una risita nerviosa sale de su garganta y entonces vuelvo a besarla.

- Quiero que me hagas tuya otra vez. - Susurra en medio del beso.

- Ya eres toda una perversa, señora Lacrontte.

- He aprendido del mejor. - Dice, paseando las manos por mi abdomen.

- Esa es mi Emilia.

El deseo sigue latente entre nosotros, por lo que no me toma mucho tiempo volver a hacerla mía un par de veces más, mientras grabo en su piel la marca de mis dedos y la forma de mis labios en cada parte de su cuerpo.

••••

La noche ya se ha cernido sobre Lacrontte mientras despierto con Emily entre mis brazos, removiéndose tranquila bajo las sábanas.

Su boca está entreabierta y su cabello completamente despeinado. La vista es espantosa pero a estas alturas ya me resulta maravillosa.

Beso su frente con suavidad pero eso no impide que ella despierte algo confundida. Me mira con ojos brillantes, aferrándose más a mi cuerpo.

- Buenas noches, señor enojo.

- ¿Disculpa? - Cuestiono ante el nuevo seudónimo.

- Creo que así te diré desde ahora. - Alega estirando sus brazos.

- No me gusta. - Discrepo, mirando sus pechos realzarse ante sus movimientos.

- Realmente no me importa.

Rápidamente bajo y atrapo uno con mi boca, haciéndola jadear de sorpresa. Lo muerdo con suavidad, erizando su piel en el proceso.

- Haces el amor con la misma intensidad con la que discutes. - Musita cuando suelto su seno.

- Que romántica, señora Lacrontte. - Me burlo de su sonrojo.

- Sabes, siempre he querido rozar tus pies con los míos mientras estamos en la cama, pero no los alcanzo.

- Ah pues crece. - Digo sin más, colocando su cuerpo sobre el mío.

- ¡Magnus! - Regaña, golpeando mi pecho.

- ¿Qué quieres? ¿qué me encoja? Es imposible.

- Podrías hacer el intento. - Busca mi mano y la entrelaza con la suya, haciendo que las pulseras azules choquen una con la otra. - Recuerdo la primera vez que escuché a Valentine hablar sobre ti.

- ¿Ah si? - Sonrío con arrogancia. Ella no imagina que yo mismo le pedí que lo hiciera. - ¿qué decían?

- Que eras el hombre más bello que existía.

- Pues no se equivocaron en lo absoluto.

- Eres tan presumido y vanidoso.

- Calma. No tienes nada de que preocuparte, soy tu esposo.

- Espero que nuestro hijo no sea como tú.

- Magnus VII o Elizabeth III deben ser así, de otra manera los desheredare.

- Será un Magnus VII.

- ¿Cómo lo sabes? - Cuestiono extrañado.

- Nahomi dijo que seria un niño.

- Esa señora me asusta un poco.

- No debería. Ella fue la que me incito a luchar por ti en la plaza.

- Fue tu mejor decisión. - La hago aún lado para levantarme de la cama.

- ¿A dónde vas? - Cuestiona al ver mis actos.

- Al cuarto de baño. ¿Quieres acompañarme?

- No. - Dice cuando extiendo mi mano hacia ella. - Siempre me causa vergüenza verte desnudo.

- ¿Por qué? - Esto es ridículo, acabamos de estar juntos.

- Bueno, eres el primer hombre al que veo totalmente descubierto.

Sus mejillas se tornan rojizas mientras mira mi entrepierna. No puedo creer que sea tan tímida después de todo lo que hemos hecho.

- No te vi demasiado avergonzada cuando tu boca estaba...

- ¡Magnus, cállate! - Exige, lanzando un cojín en mi dirección.

- Eso me gustó. - Confieso, recordando la manera en que miraba mientras lo hacía.

- Deja de hablar de ello, por favor.

- ¿Te arrepientes? - Me siento en el borde de la cama, totalmente preocupado.

- No, simplemente me causa vergüenza hablar de ello.

- Somos esposos, no deberías cohibirte a hablar de esos temas. Podemos conversar sobre cualquier cosa.

- ¿Ah sí? - Dice, incorporándose. - Entonces podemos hablar de que mañana iré a la hacienda del marqués Patrick Salavert.

Mi gesto se contrae de inmediato. ¿Por qué tiene que mencionar a ese hombre en este momento.? Además, esos no eran los planes que tenía para ella mañana y mucho menos compartir ese día con el estúpido Salavert.

- No quiero ir a casa de este idiota. - Replico de inmediato.

- No lo llames así, él es un buen hombre.

- Quien frecuenta a mi esposa no es un buen hombre.

- Solo dimos un paseo. - Se excusa. Elisenda me va a pagar esto.

- No me importa. Gregorie me contó cuales eran sus intenciones para contigo.

- ¿Qué te dijo? Él solo se comporto como un amigo.

- Eso lo averiguaremos mañana. Le tendré el ojo encima.

- ¿Vas a ir conmigo? - Cuestiona confundida.

- Yo jamás te prohibiría nada y si deseas visitar a ese indeseado sujeto, yo iré contigo.

- Pero no solo voy por él. Ahí también estará mi amigo Willy, Gregorie y Elisenda.

- Ya te dije que iríamos. No tienes que darme explicaciones.

Intento que la noticia no elimine mi buen humor, así que opto por alejarme y tomar un baño que tranquilice mi posible enojo.

Cuando salgo de la ducha, ella se encuentra vestida con mi camisa y me sigue hasta el vestidor, observándome mientras me cambio.

- ¿Estas enojado? - Pregunta dubitativa.

- No, pero de una vez te advierto que no tardaremos demasiado en ese lugar.

- ¿Por qué?

- Porque no voy a pasar mi día viéndole la cara al idiota que quiere quitarme a mi esposa.

- ¿Eso que escucho son celos? - Inquiere con una sonrisa de satisfacción.

- Yo jamás estaría celoso de nadie.

- Entonces no te importa que salga con el nuevamente ¿verdad?

Abrocho mi camisa con torpeza e ira ante sus palabras ¿por qué le gusta provocarme así?

- ¿Y qué si son celos? - La encaro molesto. - Tú eres mía.

- Es gracioso porque antes decías "Emily, no le perteneces a nadie, te perteneces a ti misma salvo que decides compartirte con alguien"

- Pues ahora te compartes conmigo y eres solo mía.

- ¿Por cuanto tiempo? - Pregunta con la única intención de hacerme enojar.

- ¿Cómo que por cuanto tiempo? Por siempre.

Pero ¿qué le pasa a esta mujer? ¿Acaso no recuerda que estamos casados? Se supone que es hasta el final o eso dijo el cura.

- Por siempre es mucho tiempo. - Declara reprimiendo una sonrisa.

La miro con fuerza, con molestia.
Mis ojos son duros y muestran la ira que fluye en mi interior.
No tengo demasiada paciencia y a Emily siempre le gusta llevarme hasta el límite.

- Solo bromeo, señor enojo.

- Yo no soy enojón.

- Claro y yo aún soy virgen.

No puedo evitar sonreír ante su insolencia. Quien diría que Emilia Lacrontte es tan descarada, y pensar que hace un momento estaba carmín solo por recordar lo que hizo con mi virilidad.

- No me llames así. - Pido con un gesto suave.

- Querías un apodo ¿no? Pues desde ahora eres señor enojo.

- Ve a bañarte. - Le pido, sacudiendo la cabeza con la sonrisa estampada en mi rostro. - Cuando regrese quiero que bajemos a cenar.

Camino hacia la habitación de Francis, golpeando una vez que estoy frente a su puerta.
Me adentró en el lugar, sorprendiéndome al verlo arreglado y a punto de salir.

- ¿A dónde vas? - Pregunto interesado.

- Tengo asuntos personales que atender.

- De acuerdo. - Sonrío al ver la caja que tiene sobre la mesa de noche. - No beses demasiado a mi abuela.

- No puedes prohibirme nada.

Le he dado la tarde de mañana libre a Francis y al parecer tomará sus horas para viajar hasta casa de mi abuela. Ni siquiera voy a imaginar que es lo que hacen juntos.

- ¿Todo está preparado para mañana? - Le pregunto.

- Por supuesto. Estoy seguro que a la reina Emily le gustará.

Más le vale que Puntresh tenga razón o de otra manera lo lanzaré por un barranco. Me he esmerado demasiado en el obsequio de Emily, quiero que su día sea algo inolvidable y sin duda quiero que sea mejor a cualquier cumpleaños que haya pasado antes.

Podría hacer cualquier cosa por Emily, hasta preparar con días de antelación toda una noche para hacerla feliz.

Esta situación es totalmente ridícula. Me juré a mi mismo nunca ser débil por una mujer, hasta que me di cuenta que sería débil sin ella.

Notas de autor.

¡Hola!, Hello!, Hei!

Quisiera preguntarles ¿ya se tranquilizaron?, ¿pueden respirar en paz?
Aunque el hecho de que Emily haya regresado no significa que habrá estabilidad en su relación... solo digo.

Sé que han estado esperando este capítulo por mucho tiempo y yo en verdad no pensé colocarlo por ahora, pero debido al cumpleaños de Emily decidí traerlo hoy.

Por otra parte he visto que algunas personas se han confundido respecto a las actualizaciones y es que creen que todo lo que viene ahora es del presente y no. Aún no he terminado el pasado y es por eso que les llegan las notificaciones de actualización y no ven un avance en el presente, pues aún son capítulos de la primera parte del libro.

Y por último ¿qué creen que sea el obsequio que le tiene preparado Magnus a Emily?

Sin otra cosa que decir, los quiero y nos vemos en el próximo capítulo.

P.D. En Instagram estaremos celebrando el cumpleaños de la vestiditos de jardín, así que vayan y celébrenlo con nosotros.

Me puedes encontrar en Instagram como @karinebernal

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