El Día Que Las Estrellas Caig...

Por kathycoleck

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Willow Hemsley soñó una vez con ser diseñadora. Con recorrer el mundo y conocer a un chico decente antes de r... Más

Prefacio
Capítulo 1 : El adiós no dicho
Capítulo 2 : Madurez
Capítulo 3 : La loca
Capítulo 4 : Como la aguamarina
Capítulo 5 : Culpa de Piolín
Capítulo 6 : Más cerca
Capítulo 7 : Estrategia para conquistar a Willow
Capítulo 8 : Sermones
Capítulo 9 : Bajo la mesa
Capítulo 10 : Un pequeño regalo
Capítulo 11 : Soledad
Capítulo 12 : Alguien tiene que hacerlo
Capítulo 13 : Secreto descubierto
Capítulo 14 : Madera y menta
Capítulo 15 : Pasatiempo
Capítulo 16 : La familia perfecta
Capítulo 17 : Una historia para no ser contada
Capítulo 18 : En el tejado
Capítulo 19 : Persona no grata
Capítulo 20 : Declaración
Capítulo 21 : Intolerable a los prejuicios
Capítulo 22 : Lección de honor
Capítulo 23 : La casa de la colina
Capítulo 24 : Confrontación
Capítulo 25 : Justificación barata
Capítulo 26 : Favor pendiente
Capítulo 27 : En voz alta
Capítulo 28 : Mañana
Capítulo 29 : Primeras veces
Capítulo 30 : Valor
Capítulo 31 : Amigo. Hermano. Traidor
Capítulo 32 : El loco
Capítulo 33 : Beso de buenas noches
Capítulo 34 : Paredes en blanco
Capítulo 35 : Perro fiel
Capítulo 36 : Un alma vieja
Capítulo 37 : Culpable
Capítulo 38 : Silencio
Capítulo 39 : Opciones
Capítulo 41 : Hasta el fin del mundo
Capítulo 42 : Todo lo perdido
Tiempo
Capítulo 43 : En reparación
Capítulo 44 : A. Webster
Capítulo 45 : El adiós dicho
Capítulo 46 : Novecientos noventa y nueve intentos
Epílogo
Nota Final de Autor
✨ Extras ✨
La carta que no encontró destino
Después de ocho años
En el prado
¡Anuncio Importante!

Capítulo 40 : Charla de despedida

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Por kathycoleck



WILLOW


Llevo rato sentada en el alféizar de la ventana con los ojos puestos sobre el columpio que la brisa balancea suavemente. La voz de mi consciencia insiste en preguntarme si de verdad pienso marcharme sin visitar su tumba. Debería llevarle flores, quizá quedarme de pie frente a la lápida por unos minutos en señal de respeto. La cuestión es que no creo estar lista. De hecho, el sólo pensamiento hace que mis manos suden, mi piel hormiguee y mi corazón amenace con saltarme fuera del pecho.

No es que desprecie la idea de pronunciar el adiós que hasta ahora he callado, es que no sé qué pasaría conmigo entonces. Siento que estoy a punto de explotar, como un globo que ha alcanzado su límite y al cual siguen llenando de aire. Algo me dice que cualquier decisión que tome terminará por hacerme pedazos. Tal como lo veo, el mejor camino es irme antes de que enloquezca. Necesito tiempo y espacio. El verano en Hampton me ha traído más revuelos emocionales que todos mis dramas adolescentes juntos.

Y eso que tuve muchos.

A veces me pregunto si el rencor que siento hacia mis padres es injustificado. Ellos nunca actuaron de forma desalmada o irresponsable. Al contrario, fueron lo que cualquier persona habría deseado tener en el comienzo de su vida. Desde que llegué al mundo, me dieron más de lo que pedí, probablemente más de lo que merecía. Apoyaron mis sueños, me enseñaron a ser fuerte y soportaron cada rasgo tonto e insoportable de mi personalidad. Lo tuve todo: el amor, la libertad, el apoyo, la confianza... y luego lo arruiné quedando embarazada del chico al que todos veían como un delincuente sin remedio.

Nunca esperé que lo tomaran a la ligera o perdonaran mi equivocación sin más. Estaban en el derecho de reclamarme y echarme en cara mi propia estupidez. Comprendía la decepción y el enojo causado por el constante silencio al que me aferraba. También entendía su temor ante lo que podría ocurrirme durante el embarazo. Mi caso era especial debido a la condición que, como casi todas las mujeres de mi familia, había heredado. El nombre específico es hipoplasia uterina, aunque se entiende mejor si sólo lo llamas útero infantil. Significa que ese pequeño órgano nunca llega a desarrollarse en su totalidad, por lo que tener bebés es un asunto complicado. A mis padres les preocupaba los riesgos que correría conforme más se acercara el momento del parto.

Mi tambaleante estado emocional tampoco ayudó a disminuir la tensión que pesaba sobre nosotros. Los tres nos hicimos daño a nuestra manera. Ellos con discusiones; yo con silencio. Sobrevivíamos como podíamos en una casa que había adoptado la forma de un campo de batalla. Mis propios temores y culpas me impidieron confiar en ambos, así que los vi perder la paciencia en más de una oportunidad; hartos de mí, de lo que me había convertido. Soporté el caos lo mejor que pude, refugiándome en mi habitación con las manos envueltas alrededor de mi dije y la mente sumida en recuerdos que eran mejores que mi realidad.

Entonces me di cuenta de lo mucho que necesitaba hablar con Dave. Necesitaba hacerle llegar la carta con la noticia del embarazo. Puede que no fuera la mejor forma de decírselo, pero era una medida desesperada. No podía con la presión y la incertidumbre de no saber qué hacer. Sólo quería que alguien me dijera que estaba bien tener un bebé. Quería que alguien se alegrara y no viera mi embarazo como una desgracia o un peligro potencial para mi vida. Incluso con las malas circunstancias que nos rodeaban, yo no sentía que un niño fuera algo de lo que quisiera deshacerme.

Pero, la única persona que podía servir de mediador entre Daven y yo fue la misma que decidió darme la espalda. Lanzó por la borda las últimas esperanzas que había depositado en esa carta, y lo que quedaba de mí corazón se rompió. Estaba perdida; no sabía a quién confiarle mis secretos o cómo liberarme de ellos. Y cuando finalmente quise explicarle a mi madre el porqué de todo, el día después de ver a Devan, el escenario empeoró. Terminé en un hospital con los nervios desechos a causa de una amenaza de aborto.

Esta es la parte donde el resentimiento contra mis padres siempre toma fuerza. Si tan sólo hubieran actuado diferente. Si me hubieran dejado decidir, en lugar de asumir que era mentalmente incapaz de encarar la situación, la historia habría dado un giro. Ninguno estaría ahora cargando mierdas u observando el pasado con decepción y rabia. Seríamos felices y, tan seguro como que las pizzas con piña saben mejor, mi hijo habría sobrevivido.

Y quizá Trevor no existiría, pienso con desgana.

Así funciona la vida: o tienes una cosa u otra, nunca ambas. Es como si existiera una ley universal que le prohibiera a los seres humanos tener todo lo que desean. Aunque supongo que hay cierto consuelo en ello, en especial si tienes un vecino al que detestas o un jefe que es un idiota. Significa que a ellos también les falta algo que probablemente jamás tendrán. Se vuelve casi gratificante cuando lo analizas.

—Toc, toc.

Giro la cabeza y encuentro a Nathalie en la puerta llevando pantaloncillos verdes y una camisa negra de Mochee's. De inmediato, reparo en la taza de café en sus manos.

—¿Arlene ya te contagió su adicción al café cubano?

—Es una maravilla, Willy. —dice dándole una mirada impresionada a la taza. —Un trago y ya estoy despierta. De haberlo sabido, lo habría tomado desde el principio. Tengo que preguntarle a tu madre dónde lo encuentra.

—Hasta donde sé, lo trae Jack. Uno de los proveedores de la tienda de comestibles.

—¿El lindo sujeto de gafas?

—Es gay, Nat.

—¿Y qué? Podría probar.

Alzo una ceja.

—De acuerdo, no.

Resopla adentrándose en el dormitorio para luego dejarse caer en una esquina de la cama.

—¿Por qué siempre piensas que estoy en busca de un hombre guapo y caliente?

—Porque siempre estás buscando un hombre guapo y caliente. —respondo como si fuera obvio.

—Si no fueras mi amiga, me sentiría ofendida. Hace mucho que no salgo con alguien.

—¿Qué hay del chico de la semana pasada?

—Ah, eso. —chasqueó la lengua. —Pésimo servicio. Y eso que sólo cenamos. Dios, tengo que ser más selectiva con los hombres.

—Aún quedan de los buenos. Sólo ponle cariño a la búsqueda. —la consolé.

—Devan estuvo coqueteando conmigo ayer mientras desayunaba en Mochee's. Claro que jamás sería capaz de meterme con semejante imbécil. —añadió al ver mis ojos entrecerrados. —Pero no negarás que está bueno, Willy. Algo como... excesivamente musculoso. No lo recordaba así. ¿Qué se supone que les dan en el ejército?

—No sé. ¿Batidos con esteroides?

—Quizá. —hizo un mohín. —Como sea, juro por mis bragas más costosas que no me meteré con él. —reiteró. —Aunque no lo haya dicho, apuesto a que recuerda bien cuando lo amenacé con arrancarle las pelotas y meterlas en el fondo de su garganta si volvía a acercarse a ti. Joder, nunca una bofetada se sintió tan bien.

—Después de eso nunca insistió con buscarme en la escuela. Siéntete orgullosa.

—¿Crees que realmente quería disculparse?

Encojo un hombro.

—Eso decía. Pero yo no quería verlo de nuevo. A duras penas lo he tolerado desde que regresó. —frunzo el ceño. —Es que no me cae bien. Siento que se me revuelve el estómago cada vez que me cruzo con él por ahí.

—¿Y quién podría culparte? —toma un trago de su café. —Cuando recuerdo lo mal que se portó contigo me siento sucia por incluso considerarlo atractivo. Fue cruel y, además de todo, cobarde. —suelta un bufido. —Ni siquiera ha sido capaz de confesarle a su hermano que le escribiste una carta, ¿cierto?

—No que yo sepa. —sacudo la cabeza. —Si lo piensas, es mejor. Así no tengo que explicarle a Daven por qué intenté buscarlo cuando ya me había terminado.

—Es una lástima que sea tan cretino o estaría en mi lista de prospectos para casarme. —se muerde el labio. —Bueno, no tanto como casarme, aunque definitivamente sí para pasar el rato.

Ruedo los ojos y me pongo en pie antes de estirar mis agarrotados miembros. Los ojos azules de mi mejor amiga se tornan contemplativos mientras avanzo a la cama para seguir con la tarea de hacer las maletas.

—¿Nada de lo que diga hará que lo reconsideres? —pregunta.

—No, Nat. —digo cogiendo una blusa de la pequeña pila que descansa a un lado. —Debo irme, ya no soporto estar aquí.

—Escapar no te dará las respuestas.

Suspiro y tomo asiento cerca de ella.

—No intento escapar. —me mira, escéptica. —Bien, quizá un poco.

—¿Y luego qué? ¿Seguir con tu vida como si estos dos meses no hubieran pasado?

—No lo sé. Sólo quiero paz. —declaro. —Volver ha sido duro en muchos sentidos. Una parte de mí extrañaba Hampton; extrañaba a la gente buena que hay aquí y la tranquilidad de un pueblito simple. Pero los recuerdos son más de lo que puedo manejar, Nathalie. Me he dado cuenta de que jamás podría quedarme en el lugar donde viví tantas cosas no tan buenas. Sería como repetirlo todo una y otra vez cada día. —suspiro. —Estoy encantada con mi independencia, mis logros y mi trabajo en la ciudad. Son cosas que he hecho por mí misma, que he logrado a pulso y, sobre todo, que he elegido. Renunciar al dinero de mis padres y a su protección fue una de las mejores decisiones que tomé después de terminar la escuela. Tal vez tenga poco comparado con otras personas, pero es mío y estoy orgullosa de ello. De mi pequeño departamento, mi auto siempre en reparación y de los lujos de los que me cohíbo por no tener suficiente dinero. Si me quedo, sería porque tú o Arlene o Abu o Daven lo quieren. No yo. ¿Entiendes?

Nat hunde los hombros.

—Claro que te entiendo, Willy. Yo más que nadie sabe lo que es estar atrapada en un lugar al que sientes que no perteneces. —se señala así misma con el dedo índice. —Mírame, veinticuatro, licenciada en literatura y sigo viviendo con mis padres. ¿Puedo ser más perdedora?

Me río.

—Deja de llamarte así. Aunque si lo que te preocupa es la completa falta de clubes en Hampton, siempre puedes quedarte conmigo una temporada. —sugiero. —Sigo teniendo esa cama de agua en la habitación contigua. Sólo para ti.

—Oh, cuánta consideración. Ya me dieron ganas de escaparme. —tuerce el gesto. —Lástima que esté atrapada en Mochee's o me iría contigo sin dudarlo.

—La oferta es por tiempo ilimitado.

—En ese caso, será mejor que vayas preparándote, porque hace mucho que no me divierto en un bar decente.

—Te he soportado toda la vida. Seguro que podré hacerlo durante el tiempo que me hagas compañía.

Termino de doblar un par de prendas antes de acomodarlas en la maleta abierta que descansa sobre la cama.

—¿Puedo preguntarte algo, Willy? —comienza tras un minuto de silencio.

—Me preguntarás de todos modos.

Ella duda.

—¿Por qué no confiaste en mí cuando supiste que estabas embarazada? No tendrías que haber cargado con la noticia tú sola, especialmente después de que tus padres se enteraran.

Frunzo los labios considerando mi respuesta.

—No quería implicarte en mi desastre, Nat.

—Ya estaba implicada. —objeta. —¿Quién inventaba excusas para tus escapadas con Daven? ¿A quién le contaste cuándo y cómo te acostaste con él?

—Era diferente. Mi padre iba detrás de cualquiera que pudiera decirle algo sobre el chico del que había salido embarazada. Tenía miedo de que le soltaras el nombre si sabías que esperaba un bebé.

—Para que sepas, jamás le hubiera dicho nada. —añade en tono ofendido. —Y, de todos modos, fui sometida a su interrogatorio. Me presionó hasta que estuve a punto de insultarlo por volverme loca. Creí que alguien te había visto con Dave y corrieron a contárselo a tus padres. ¿No fue lo que dijiste que pasó?

—Sí.

—Bueno, hubiera preferido que confiaras en mí, en lugar de enterarme cuando ya te habías salido de esa clínica. Accedí a ocultar la carta de Daven y quedarme con el teléfono que contenía sus conversaciones para que tus padres no lo encontraran. —me recuerda. —Merecía un poco más de crédito como mejor amiga. Yo te hubiera apoyado, Willy. Así no habrías estado sola.

—Lo sé. —bajo la mirada a los pantalones que doblo. —Es que fueron tiempos difíciles y yo tampoco supe manejar la situación.

Lo cierto es que Nat tiene razones para sentirse disgustada. Fue mi coartada en cada ocasión que me escabullí con Dave, así que probablemente merecía más del silencio que le di. No es que desconfiara de su capacidad para guardar secretos, es que no quería llenar su vida de los problemas que me rodeaban. Disimulé lo mejor que pude durante las semanas que le siguieron a la noticia, evitando recibirla en casa siempre que podía con la excusa de estar castigada. No fue sino hasta que regresé de la clínica que le conté la verdad.

—Lo que viviste fue jodido, Willy. —expresa despacio. —Estoy feliz porque no te dejaras arrastrar. Puede que no hayas superado todo, pero has logrado salir adelante.

Sonreí.

—Mira nada más, Nathalie Everett reconociendo mis logros emocionales.

—Oh calla, tonta.

—¿Me ayudas a hacer las maletas?

—Dame un abrazo antes, ya me puse sentimental.

Me acerco y extiendo los brazos.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Nat se despide poco después de ayudarme a armar el equipaje. Amenaza con patearme el trasero si no la llamo al llegar a Portland y, como aprecio mi trasero, juro solemnemente que lo haré. Hay lágrimas y unas cuantas promesas de encontrarnos en la ciudad en cuanto Mochee's le dé un respiro. La emoción en su mirada es una clara muestra de que sigue preocupada por mí. Sin embargo, me las ingenio para convencerla de que las cosas irán bien... o eso espero.

De vuelta en mi habitación, tomo una ducha y luego dedico los próximos minutos a secarme el cabello. No pongo mucho empeño en la tarea, por lo que mi pelo acaba con el mismo aspecto desordenado de siempre. Me pongo una camisa holgada de rayas y unos ceñidos pantalones de mezclilla antes de calzarme los botines Converse de arcoiris. Son los mismos que captaron la atención de Trevor aquel día en el taller, debido al gran número de pines y la desproporcionada cantidad de color. No es raro que, aún cuando apenas me conocía, los hubiera observado embelesado.

Me pregunto si Daven ya le dio la noticia de mi partida. Me pregunto si le hizo daño o si ahora me ve como otra persona más que eligió abandonarlo. La sola idea me resulta dolorosa.

Sentada en la cama, tomo el carrito amarillo de la mesita de noche y le doy vuelta en mis manos. Un regalo. Casi puedo escuchar las palabras en su voz siempre tímida. Desearía poder verlo otra vez, pero sé que un encuentro sólo traería problemas. Él no necesita una despedida y, de cualquier modo, mi corazón no soportaría tener que pronunciar las palabras. Parece correcto que sea Daven quien se haga cargo, con todo lo cobarde que ello me haga lucir.

Trago para eliminar el nudo en mi garganta y, por inercia, llevo mi palma al pecho en busca del alivio que siempre me brinda mi dije.

Sólo que no hay nada aparte de una horrible costra, producto de todas las veces en que me he rascado la piel inconscientemente. Tengo que aceptar de una vez que mi posesión más preciada se extravió. Daven la arrojó a algún lugar y ya no podré recuperarla. Incluso si reuniera el valor suficiente para pedirle revisar con una lupa el maldito jardín de su casa, sé que no serviría de nada. Además, es obvio que él tampoco hizo ningún esfuerzo por encontrarlo o, de lo contrario, habría llamado en algún momento de los dos días que han pasado.

Pero no lo ha hecho. Y algo me dice que no lo hará.

Lo cual es genial porque no sabría cómo reaccionar si vuelvo a verlo.

Detén ese tren de pensamientos, Hemsley.

Guardo el carrito en mi bolsa y salgo de la habitación intentando redirigir mi mente hacia una zona fuera de peligro. Encuentro a Arlene y Billy en la cocina; ambos apartan la vista de los ojos del otro para mirarme. Mi madre se sonroja un poco y aleja la mano que hasta hace segundos mantenía entrelazada con la de él. Cualquiera diría que los atrapé teniendo una charla subida de tono, aunque supongo que después de tantos años sola debe ser extraño para ella eso de coquetear. La buena noticia es que Billy es un tipo paciente, educado y respetuoso, justo lo que necesita para ir despacio con el enamoramiento.

Sólo espero que no pase mucho tiempo antes de que decidan dar el paso de vivir juntos. Me sentiría mejor si alguien le hace compañía permanentemente. La imagen de Arlene sola en una casa tan grande siempre me ha puesto nerviosa. Le iría bien tener a un hombre dispuesto a protegerla y darle su cariño.

—Hola, Billy.

—¿Qué tal, Willow?

—Iré con Abu. —le informo a mi madre. —Vuelvo en un rato.

—Hay panqueques, por si tienes hambre. —ofrece, pero yo sacudo la cabeza.

—Desayunaré con ella. Quiero estar lista para su tonelada de comida.

—Oh, bien.

Me lleva menos de cinco minutos hacer el recorrido hasta la casita con el bien cuidado jardín. El abuelo se encuentra en la entrada reparando la puerta de la verja, cuyas bisagras se han oxidado.

Dicen que te marchas, Willy Wonka. —es lo primero que articula tras dejar a un lado el martillo. —Creí que te quedarías un poco más.

—Tengo trabajo en Portland, ¿recuerdas? —modulo, ya que no lleva el aparato en el oído. —Las clases comenzarán pronto y debo hacer cosas de maestra.

—¿Te hace feliz?

Parpadeo, confundida.

Tu trabajo, tu vida lejos, enseñar... ¿te hace feliz? —insiste.

—Sí.

—¿Qué tan feliz?

—Diría que es una de las cosas que me ha mantenido cuerda durante estos años. —respondo con honestidad. —Me gusta quien soy en la ciudad y por eso no puedo quedarme. Creo que volver me ha convertido en la chica herida de nuevo. No quiero ser ella nunca más.

—Si no enfrentas lo que te hizo daño, esa chica herida siempre estará dentro de ti. —objeta. —Una parte del problema es Hampton, pero la otra parte eres tú misma.

—Ya sé, abuelo. No viviré con ello por el resto de mi vida, lo prometo. Espero tomarme más en serio las terapias a partir de ahora. —efectúo una pausa. —Quiero hacerlo bien, pero necesito tiempo y control. En Hampton siento que no tengo ninguna de las dos. Siento que todos me presionan y me exigen hablar, perdonar y dejar atrás.

Él asiente.

—Hazlo a tu manera, entonces. Yo nunca sería capaz de ponerte entre la espada y la pared. —da un paso más cerca de mi antes de modular. —Mi único deseo es que seas feliz, con o sin ese muchacho. Con o sin colgante. —mi mano vuela a mi cuello. El abuelo sonríe. —Sí, me doy cuenta de muchas cosas, Willy Wonka.

Das miedo. —digo medio en broma. —Eres como un anciano acosador.

Me pellizca la mejilla antes de volver a tomar el martillo.

—Ve con tu abuela. Estará deseosa de darte de comer.

Lo hago, no sin antes darle un beso en la mejilla.

Estoy sorprendida de que Abu no intente convencerme de dar un paso atrás y reevaluar mi decisión. En lugar de enfocarse en mi despedida, parece más interesada en hablar sobre el próximo concurso de tartas o las novedades de la última boda en Hampton. Sospecho que el abuelo tiene mucho que ver con su deliberada forma de evadir el tema. No es que me moleste. Desayunar mientras escucho su parloteo es una excelente distracción para quien ya comienza a extrañarla.

Pasamos la siguiente hora entre cuentos y un desayuno que lo tiene todo, incluido una versión de mi batido favorito de Mochee's. Es la única señal que la delata de cuánto quiere mimarme ahora que me marcho. Eso y el abrazo más apretado que he recibido en la vida, uno que amenaza con romperme las costillas. Le cuesta dejarme ir cuando llego a la puerta, no porque se haya puesto sentimental, sino porque quiere asegurarse de que comeré en el viaje y le marcaré para cualquier asunto que necesite arreglar.

—Siempre lo resuelvo todo para ti, ¿no es cierto? —declara. —Como esa vez que probaste panecillos de marihuana y creíste que ibas a morir. Pero te dije exactamente lo que debías hacer para despertar de tu viaje y funcionó.

Frunzo el ceño.

—Aún no recuerdo haberte llamado.

—Bueno, yo sí. —me da una palmadita en la mejilla. —No te avergüences querida, esas cosas pasan en la universidad.

—¿Y tú cómo supiste qué hacer?

—Sé muchas cosas, Jasmin.

Suelto una risotada y vuelvo a abrazarla.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Billy ya se ha marchado para cuando estoy de regreso. La casa se encuentra en silencio, excepto por la voz de mi madre que resuena desde la sala mientras habla por teléfono con alguien del trabajo. Agito la mano en su dirección para hacerle saber que iré por el equipaje; ella me da un asentimiento. En el dormitorio, cojo llaves, bolsa y una de las tres maletas que he preparado antes de dirigirme a la cochera. Me toma dos viajes más trasladar mis pertenencias y acomodarlas en la cajuela del auto. Es como si estuviera llevándome el doble de ropa de la que traje, aunque sigo sin ver dónde están las prendas nuevas.

Con todo listo, saco a Piolín del garaje y lo estaciono en la acera de enfrente. Entonces recuerdo que dejé una mochila olvidada en la habitación. Resoplando, bajo del auto y arrastro los pies de vuelta al interior de la casa. No quiero tener una gran charla de despedida con mi madre, la prueba de ello es que ni siquiera me molesté en cerrar la puerta de entrada al ir por la mochila. Está abierta de par en par esperando a que la atraviese, pero en cuanto alcanzo el final de las escaleras, me descubro avanzando a la sala.

¿Qué estás haciendo? Sólo dile adiós allá afuera, así no tendrás que hablarle más de la cuenta.

Ignoro las advertencias y aferro la correa de la bolsa mientras doy pasos dudosos.

—...lo siento, tengo que irme. —escucho que dice Arlene. —Si, sí. Te llamaré luego, Frank.

Mi madre sufre un pequeño sobresalto al encontrarme de pie en medio de la estancia.

—¿Todo listo?

—Sip. —jugueteo con las llaves en mi mano. —¿Problemas en el trabajo? —pregunto.

Menea la cabeza.

—Frank cree que soy una especie de asistente. La chica que contrató no es la persona más inteligente del mundo, así que casi nunca sabe lo que hace.

—Dime que no tiene nada que ver con senos enormes.

—¿Tú qué crees? Ese hombre necesita dejar de pensar con su pene y prestar atención a la gente que contrata.

Bufo.

—Si su padre supiera...

—Qué va. —niega. —Están hechos de lo mismo. Sólo que Ryan prefería a las enfermeras.

Arqueo las cejas.

—Oh, Jesús. No me mires así. Lo conocí antes que a Chris, pero jamás se me hubiera ocurrido meterme con él. Era mucho mayor que yo.

—Y un completo Don Juan.

—Cuando lo analizas, llegas a entender los cuatro divorcios en su vida.

Sonrío y lo siguiente que sé es que no tengo nada para decir. Ambas miramos al suelo, incómodas.

—¿Cuándo volveré a verte, Willy? —inquiere, cautelosa.

—¿Quieres una verdad cruda o una mentira optimista?

—La verdad.

—No lo sé. No tengo idea de si volveré. Tal vez debería hacerlo por Abu y por ti, pero sigo sin saber qué pasará.

Asiente una vez.

—Entiendo.

—Odio darte una pésima respuesta.

—Tranquila. —esconde un mechón de cabello detrás de su oreja. —Sin embargo, me gustaría que intentáramos tener la conversación de nuevo.

—No.

La palabra sale antes de que pueda contenerla. Es rotunda, inflexible, igual que siempre que la pronuncio. Doy media vuelta, dispuesta a abandonar el lugar... y entonces me detengo. Caray.

—No es que no te quiera. —declaro encarando a mi madre otra vez. —Es que es difícil para mí olvidar ciertas cosas.

Arlene suspira y se deja caer en un sillón. Aún cuando los años han acentuado las arrugas en su rostro, continúa siendo delicada, elegante y hermosa. Como si hubiese sido esculpida por algún artista experimentado y no por la naturaleza misma. La gente dice que me parezco a ella, pero sé que soy una especie de chiste a su lado. Mis ojos no son tan expresivos, mi piel no es tan tersa y, sobre todo, no tengo una suave y manejable cabellera.

—Lo lamento. —susurra entrelazando las manos en su regazo. —Lo lamento todos los días.

—También yo. —admito. —Probablemente necesitemos más de ocho años para superarlo.

—Quisiera saber cómo reparar el daño. —alza la vista. —¿Qué puedo hacer para recuperar al menos un poco de lo que fuimos?

Me descuelgo la mochila y tomo asiento en el brazo del sofá, insegura sobre este intercambio.

—No creo que exista un gesto en específico.

—¿Nada?

—Eres mi mamá, —digo suavemente. —pero no creo que sea suficiente para justificar las decisiones que tomaron.

—Los padres también nos equivocamos.

Hay niveles de equivocación. Aprieto los labios para no soltar la frase.

—Me hubiera gustado que al menos visitaras su tumba. —declara tras un silencio. —Él sufrió mucho por nuestra familia rota. Por desgracia, nadie lo notó hasta que fue demasiado tarde. Intenté convencerlo para que dejara la comida chatarra y probara diferentes planes alimenticios. —niega. —Nunca me escuchó. Estaba empecinado en comer lo que se le antojaba. El doctor le dijo que no podía continuar así, pero a Chris le dio igual. Sabía adónde se dirigía su salud. Sabía que tenía los días contados si seguía atiborrándose de hamburguesas y litros de Coca Cola. El infarto sucedió por una razón... y me da la impresión de que él estaba listo para que ocurriera.

Mentiría si dijera que no me duele el infierno que atravesó mi padre. Llegué a enterarme de su problema con la comida poco antes de que sufriera el ataque cardíaco. Sin embargo, nunca pensé que se tratara de una adicción propiamente dicha. Creí que lo tenía bajo control, que era algo que superaría. Christopher siempre estuvo interesado en cuidar de su salud, sobre todo cuando era el doctor quien daba indicaciones. No se me ocurrió que, en realidad, había un montón de culpa escondida detrás de su gusto por las cenas grasientas. No pensé que era el dolor el que impulsaba su necesidad.

Su muerte, y el hecho de haber evadido sus mensajes y llamadas durante tanto tiempo, es algo que aún no me he atrevido a enfrentar. Algo que podría convertirme en un monstruo ante mis propios ojos.

—Siempre quiso volver a conectar contigo. —prosigue mi madre. —Ese último correo que te envió...

—Todavía está sin abrir. —confieso.

—Deberías leerlo. —sugiere. —Quizá darte una vuelta por el cementerio antes de salir de Hampton.

—No siento que sea lo correcto hoy.

—Te irás y nadie sabe si volverás. ¿Cuándo tendrás mejor ocasión?

—No puedo hoy. —reitero bajando la mirada a las llaves que sostengo.

Hay otro momento de silencio. Arlene lo interrumpe con una pregunta que no estoy segura de querer contestar:

—¿Qué podíamos hacer, Willy?

Mis ojos encuentran los suyos.

—¿Qué podíamos hacer? —repite. —¿Qué decisión podríamos haber tomado?

—Preguntar. —mi tono es impasible. —Sólo tenían que preguntarme.

—Estabas histérica. Aún después de que logré calmarte, seguías en shock.

—Porque creí que iba a perderlo. —alzo la voz. —¡Y no quería que eso pasara! Desperté y había un montón de sangre en la cama y no sabía qué estaba pasándome. Lo único que pensé de camino al hospital es que él o yo o ambos moriríamos. —realizo una pausa. —¿Sabes qué otra cosa pensé? Que en realidad no quería vivir si él se iba. Tal vez no estuviera lista para criar a un niño, pero te aseguro que no estaba preparada para dejarlo ir.

—Verte tan deprimida nos asustó. —objeta, también elevando el tono. —Llévabamos semanas observando cómo empeorabas. No podíamos esperar que el escenario mejorara después de una amenaza de aborto. —empuña las manos en su regazo. —No teníamos idea de lo que pasaba por tu cabeza.

—¿Y pensaron que someterme a un procedimiento como ese arreglaría todo? Vaya, lo recordaré la próxima vez que alguien me pida consejos sobre cómo tratar con una adolescente embarazada.

—El problema fue Daven. Siempre ha sido Daven.

Hago un esfuerzo para contener mi furia.

—No me sentaré aquí a explicar las razones por las que me enamoré de él o señalar uno a uno los motivos que lo llevaron a prisión. —asevero. —Sí, estuve hecha polvo cuando lo encarcelaron y también sentí pánico al enterarme del bebé. Pero no creo que nada me haya dañado tanto como el hecho de saber que no podía confiar en mis propios padres.

—Te apoyamos, aún con lo difícil de la situación.

Se me escapa una sonrisa amarga.

—Es graciosa la manera en que lo demostraron.

—Nunca hablaste. Nunca dijiste nada.

—Lo único que escuchaba todo el tiempo eran gritos y una demente insistencia por saber quién era el padre de mi hijo. ¿Cómo iba a hablarles de Daven cuando estaba claro lo que Christopher haría en cuanto supiera su nombre? ¿Cómo se confía en alguien que constantemente te echa en cara los errores que has cometido y las oportunidades que has perdido? Sí, Arlene. Entendía que debía renunciar a mis sueños, dejar la escuela y hacerme a la idea de que todos hablarían de la chica embarazada. Entendía que era riesgoso, que las cosas podían ir o no ir bien y que debía poner interés en cuidarme. —tomo aire, exaltada. —Hacía... cielos, hacía verdaderos esfuerzos para sentirme mejor cada día. Sólo que nunca parecía suficiente. Y, de pronto, el problema no era mi silencio, sino que yo no pusiera bastante entusiasmo. Que no comiera la cantidad que me se indicaba. Que no tomara las vitaminas a tiempo. Que no sonriera. Las discusiones surgían por cualquier tontería cuando la verdad se resumía a una única cosa: ninguno de los dos quería verme embarazada. Nunca pensaron en el bebé como algo que podría funcionar.

El efecto de mis palabras se refleja con claridad en su rostro crispado. Mi madre tarda unos segundos en recuperar la voz.

—Sólo queríamos lo mejor para ti. —expresa. —Esperábamos que despertaras un día siendo la misma de antes.

—Necesitaba tiempo, al igual que tú y Christopher. Pero, tan empeñados como estaban en solucionarlo todo, pasaron por alto ese pequeño detalle.

—El tiempo era un lujo que no podíamos darnos. —rebate. —Si el embarazo avanzaba y no mostrabas mejorías...

—Ya conozco ese cuento. —interrumpo su discurso. —Lo escuché mientras hablaban en las escaleras aquella noche.

La sorpresa tiñe sus rasgos.

—Sí, escuché la charla sobre lo que sería mejor para mí. —remarco la última parte. —Debí darme cuenta de que siempre había sido el plan.

—Era una opción. Lo que pasó después lo decidimos en el momento.

—Mi padre parecía estar cómodo con su propia idea.

—No es así.

Yo tengo mis dudas. Recuerdo haberlo escuchado plantear la alternativa como si fuera la solución para superar el asunto. Fue debido a esa charla, y el miedo de lo que pudiera venir, que insistí en buscar a Devan. Fue por las frases salidas de aquella conversación que decidí escribirle una carta a Dave.

—Juro que no lo planeamos. —reitera. —Elegimos el camino que, pensamos, era el indicado.

—¿Debería sentirme afortunada? Porque no siento que la suerte me haya sonreído.

—Nunca quisimos...

—No quiero seguir hablando. —me pongo en pie. Mi madre imita el movimiento. —Debo irme.

—Por favor, hija.

—Ya no sigas.

—Por favor.

—¿Qué? —digo, exasperada. —¿Qué quieres escuchar?

Su mirada se humedece.

—Que entiendes que lo hicimos por tu bien.

—Engañar a alguien no es procurar su bien. Y fue exactamente lo que ambos hicieron. —trago luchando contra la opresión en mi garganta. —Engañaron a su hija

Sus lágrimas se desbordan, pero esta vez soy quien se niega a detenerse.

—Presenciaron mi histeria. Me observaron llorar una y otra vez por lo que significaba la sangre. Sostuvieron mi mano en el camino a emergencias hasta que fui llevada esa sala para someterme a evaluación. —ladeo la cabeza. —¿Y qué hicieron luego? ¿Qué hiciste tú? Viniste a mi habitación cuando lo peor pasó y pronunciaste las palabras que terminaron de joderme. Dijiste que no había posibilidad de un embarazo normal, que el riesgo era potencial y que la amenaza de aborto se convertiría en algo real en cualquier momento. Y yo te creí, Arlene. Aunque me dolía, creí que me decías la verdad porque se supone que la gente que te ama es incapaz de mentir de esa manera. Te creí porque era mi madre la que me daba la noticia de que, hiciera lo que hiciera, perdería al bebe.

Aspiro profundamente antes de expulsar el aire despacio.

—Debería haber buscado al doctor yo misma para exigirle que me explicara la situación. Así me habría enterado de que el peligro no era tan alto si tomaba los cuidados apropiados. Había esperanza para ambos.

—No estabas preparada psicológicamente para sufrir otro episodio parecido. —intenta justificarse. —Las probabilidades de que se repitiera existían, estaban allí. Y yo no quería ver cómo volvías a recaer.

—Pues mira cómo terminé gracias a tu acto de prevención. —suelto con una pizca de sarcasmo. —Dime si ha valido la pena.

—No podíamos esperar a que sucediera una segunda vez. ¿Qué si pasabas por lo mismo cuando el embarazo llegara al segundo trimestre?

—Eso no te daba el derecho de mentir acerca de mi hijo. Es la salida más inteligente, cielo. —imito su tono compasivo. —Ambos están expuestos. ¿No fueron tus palabras exactas? —sacudo la cabeza. —Tendría que haberme preguntado por qué me trasladaban a una clínica especializada. Sólo que no lo hice. Permití que me arrastraran a ese lugar sin cuestionar nada. Di mi consentimiento cuando me pidieron llenar los formularios. Puse mi maldita firma en esas malditas hojas sin creerme lo que estaba a punto de pasar. Me viste llorar mientras escribía. ¿Cómo quieres que lo olvide ahora?

Y no sólo fueron las mentiras, sino el hecho de que no hubieran mostrado interés alguno en decírmelo. ¿Por cuánto tiempo me lo habrían ocultado si yo no los hubiera atrapado discutiendo al respecto la tarde en que volví de la escuela? ¿Planeaban esconderme la verdad para siempre? Mi lado más noble y comprensivo puede entender el miedo a perder a su única hija. Puede entender la desesperación y la incertidumbre, consecuencia de mi compungido estado emocional. Sin embargo, el engaño es algo que no puedo ignorar.

Ni siquiera se molestaron en cuestionar lo que yo quería. No me escucharon cuando prometí que haría cualquier cosa para que el niño se salvara. Tampoco cuando dije que ya no estaba tan segura de entrar a ese cuarto esterilizado. Papá me recordó que el papeleo se había hecho y mamá me consoló diciendo que se quedarían en la sala de espera, justo del otro lado de la puerta. ¿Qué estaba bien? ¿Qué estaba mal? Yo no lo sabía. Lo único de lo que era consciente era del temblor de mis manos mientras la enfermera me trasladaba en silla de ruedas al interior de la estancia con olor a antiséptico. Lo que vi, escuché y sentí estando allí dentro... bueno, fue todo lo que nunca quise vivir. Pasó un largo tiempo antes de que volviera a sentirme cómoda con mi propio cuerpo.

—Lamento haberme equivocado. —Arlene limpia las lágrimas de su rostro. —Lo lamento tanto.

—Apoyaste su idea. —no lo digo con reproche, sino con lástima.

—Fue una decisión mutua, no sólo de tu padre. Ambos tuvimos responsabilidad.

—La culpa compartida no hace la situación menos grave. Guardaron un secreto que descubrí por casualidad, uno que yo debí conocer desde el principio.

—Íbamos a decírtelo. —sorbe. —La única razón por la que te lo ocultamos es porque pensamos que no estabas preparada para tomar la decisión que garantizaría tu seguridad.

—¿Mi seguridad? ¿O su tranquilidad? —recojo la mochila y la acomodo en mi hombro. —Si esta es la charla profunda que siempre quisiste tener, tal vez debas pensarlo dos veces antes de volver a sacar el tema. Como ves, acabamos en el mismo lugar. No te he perdonado y no he dejado de recordar lo estúpida que fui al confiar en los dos. —me encojo en gesto de disculpa. —A mí también me duele haberte perdido, pero no estoy lista para borrar lo demás de mi mente. Perdón, no puedo.

Mi madre asiente cruzando los brazos sobre el pecho. Entonces se acerca hasta quedar a un paso de mí.

—Ojalá podamos arreglarlo algún día.

—Ojalá. —coincido. —Si te hace sentir mejor, yo también he sido estúpida y egoísta. Y lo siento por eso.

—Dime que intentarás estar mejor. —implora. —No por mí, sino por ti. Dime que harás todo para ser feliz.

—Trataré. Siempre he tratado.

—Me conformo con eso.

—Intenta ser feliz, también. —esta vez es mi turno de pedir. —No llevas una vida de condena o algo así.

Ella esboza la más pequeña de las sonrisas.

—Haré un esfuerzo. —piensa de agregar—: ¿Qué hay de Daven? ¿No le dirás adiós?

—Lo odias y, sin embargo, preguntas por él. —me burlo.

—Sólo pienso en ti, Willy.

Hago una mueca.

—Bueno, no quiero hablar de él.

—¿No piensas decírselo?

—¿Decirle que iba a tener un hijo suyo y luego accedí a practicarme un aborto? —mi voz tiembla, aún cuando intento sonar irónica. —Parece demasiado, ¿no?

—Sí, perdona. —me examina con ojos llorosos. —¿Puedo...? ¿Puedo abrazarte?

Accedo. El contacto dura apenas unos segundos antes de que ambas retrocedamos.

—Ya me voy.

—Te acompaño a la puerta.

Lidero la marcha hacia el vestíbulo. Entonces freno de golpe al reparar en la figura masculina que permanece de pie junto a las escaleras. Lo primero que pienso es que él realmente ha venido a despedirme. Lo segundo, que pudo haberlo escuchado todo.

Daven.

Apenas soy consciente de la madre que se detiene a mi espalda o la brisa que se cuela por la puerta de entrada, la misma puerta que dejé descuidadamente abierta. No puedo percibir nada más que el retumbante latido de mi corazón y el sudor helado que comienza a humedecer mi nuca. Ninguna de las dos sensaciones funciona como distractor para hacerme apartar la mirada de esos ojos de aguamarina que, justo ahora, lucen más claros que nunca. Hay tormenta y fuego y una intensidad abrumadora en ellos. No necesito que diga algo para saber cuánto ha escuchado.

Demasiado podría ser muy poco.

Por un segundo, o una hora, sólo nos observamos. Él con un torbellino de emociones; yo con simple pánico. Respiramos agitadamente, aunque no hemos articulado palabra alguna todavía. Aprieto la tira de mi mochila en busca de algo a lo que aferrarme y el movimiento parece traerlo a la realidad. Su voz es baja, amenazante y fría cuando por fin pregunta:

—¿Qué fue lo que dijiste?

Dile. Cuéntale todo.

—¿Cómo?

—¿Qué fue lo que dijiste? —repite, exigente.

—No sé a qué te refieres.

Arruga el ceño hasta que sus espesas cejas crean sombras sobre sus ojos.

—Te lo advierto, no estoy para jodidas mentiras. —murmura entre dientes. —Repite lo que acabas de decir.

Esta vez no consigo hablar, así que sólo niego con la cabeza.

Daven aprieta la mandíbula, su cuerpo tenso de punta a punta.

—Lo haré más sencillo para ti. —gruñe. —¿Estabas embarazada cuando me arrestaron?

Vuelvo a negar, pero el movimiento es tan débil que la mentira se nota a leguas.

—Willow...

—Lo siento. No puedo hacer esto.

Avanzo e intento pasar más allá de él. Daven atrapa mi brazo.

—Harás esto. —declara inclinándose cerca de mi rostro. —Vas a decirme si estabas o no embarazada cuando me fui.

—Suéltame.

—No.

—Daven.

—Que me lo digas, joder. —me sacude un poco, lo suficiente para que abandone mi intento de girar el rostro lejos del suyo. —Mírame y dímelo.

—Y-yo... —sacudo la cabeza.

—¿Es lo que has estado ocultándome? ¿Qué íbamos a tener un hijo? ¡Maldita sea, ya habla!

—¡Suéltame!

Su agarre se vuelve más firme, aunque sigue teniendo cuidado de no lastimarme.

—No. —sisea. —Más vale que aflojes la lengua, porque no irás a ninguna parte hasta que me digas lo que necesito escuchar.

Retuerzo mi brazo en su mano hasta que duele y, al no conseguirlo, hundo las uñas en el suyo buscando provocarle algún daño. Daven no se inmuta.

—¿Ya terminaste?

—Suéltame.

—¿Estabas esperando a mi hijo?

—Déjame ir.

—¡Responde, carajo!

—¡Sí! ¡Sí, mierda! —mi interior se siente en carne viva mientras lo digo. —Tenía más de dos meses cuando acepté interrumpir el embarazo. —concluyo en un susurro.

No espero que me libere, pero lo hace. Quizá demasiado conmocionado, desconcertado o asqueado para seguir tocándome. Me niego a mirarlo a la cara cuando retrocede, y también me niego a permanecer un segundo más en el mismo lugar que él. Aprovechando su reacción, corro a la salida y salto dentro del auto sintiéndome torpe por no lograr moverme más rápido. Mis manos tiemblan tanto que es un suplicio introducir la llave en el contacto. Le doy un último vistazo al porche de entrada, donde mi madre observa la escena con preocupación y Daven habla por teléfono manteniendo una expresión insondable en el rostro.

La determinación en sus ojos me asusta, así que pongo en marcha a Piolín y acelero lejos del lugar.


__________________________________


Nota de Autor: ¡Mis chamos! He estado un poco enferma, así que se me ha hecho complicado actualizar 💕. Había querido escribir este capítulo desde el comienzo y me alegra haberlo hecho por fin. Dallow no es una historia que busque malignizar el aborto (esa es cosa de cada quien). No, esta es una historia de culpas. Sé que hay quienes piensan que Willow ha sido exagerada y que abortar no es para tanto. Bueno, yo tengo mis dudas, sobre todo en las circunstancias en que pasó. Ya les daré mi opinión en la nota final. Los quiero montones. 🤗

Scars - James Bay

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Gracias por leerme ❤️️

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