El Día Que Las Estrellas Caig...

By kathycoleck

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Willow Hemsley soñó una vez con ser diseñadora. Con recorrer el mundo y conocer a un chico decente antes de r... More

Prefacio
Capítulo 1 : El adiós no dicho
Capítulo 2 : Madurez
Capítulo 3 : La loca
Capítulo 4 : Como la aguamarina
Capítulo 5 : Culpa de Piolín
Capítulo 6 : Más cerca
Capítulo 7 : Estrategia para conquistar a Willow
Capítulo 8 : Sermones
Capítulo 9 : Bajo la mesa
Capítulo 10 : Un pequeño regalo
Capítulo 11 : Soledad
Capítulo 12 : Alguien tiene que hacerlo
Capítulo 13 : Secreto descubierto
Capítulo 14 : Madera y menta
Capítulo 15 : Pasatiempo
Capítulo 16 : La familia perfecta
Capítulo 17 : Una historia para no ser contada
Capítulo 18 : En el tejado
Capítulo 19 : Persona no grata
Capítulo 20 : Declaración
Capítulo 21 : Intolerable a los prejuicios
Capítulo 22 : Lección de honor
Capítulo 23 : La casa de la colina
Capítulo 24 : Confrontación
Capítulo 25 : Justificación barata
Capítulo 26 : Favor pendiente
Capítulo 27 : En voz alta
Capítulo 28 : Mañana
Capítulo 29 : Primeras veces
Capítulo 30 : Valor
Capítulo 31 : Amigo. Hermano. Traidor
Capítulo 32 : El loco
Capítulo 33 : Beso de buenas noches
Capítulo 34 : Paredes en blanco
Capítulo 35 : Perro fiel
Capítulo 36 : Un alma vieja
Capítulo 38 : Silencio
Capítulo 39 : Opciones
Capítulo 40 : Charla de despedida
Capítulo 41 : Hasta el fin del mundo
Capítulo 42 : Todo lo perdido
Tiempo
Capítulo 43 : En reparación
Capítulo 44 : A. Webster
Capítulo 45 : El adiós dicho
Capítulo 46 : Novecientos noventa y nueve intentos
Epílogo
Nota Final de Autor
✨ Extras ✨
La carta que no encontró destino
Después de ocho años
En el prado
¡Anuncio Importante!

Capítulo 37 : Culpable

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By kathycoleck


DEVAN


Hablar con D se sentía como atravesar un camino de brasas ardientes cuyo fin no alcanzaba a ver. Nunca imaginé algo peor que enterarme de la muerte de mamá. Pero esto, sin duda, lo estaba sobrepasando. Cada palabra que intercambiábamos era una aguja enterrándose en mi pecho; siempre más profundo, siempre más agónico. No sabía qué hacer para mitigar el dolor, así que empecé a beber.

Dado que mi padre parecía determinado a encargarse del asunto de mi hermano y cuidar del drogadicto en rehabilitación que era su segundo hijo, evité sucumbir al tequila barato con frecuencia. No porque me importara que se viera a sí mismo fracasando en ambas tareas, sino porque no quería escucharlo darme un falso sermón sobre la fuerza de voluntad.

Papá era de la clase que, en sus días buenos, se sentía con la autoridad de soltar consejos motivacionales a diestra y siniestra. Un juego de ropa limpia y un día sin alcohol le hacía considerarse todo un ejemplo de la bien empleada paternidad. Sin embargo, yo sabía que unas horas en el bar bastaban para enterrarlo de nuevo en la nada. Y era entonces cuando enfrentábamos los días malos, aquellos donde sólo le importaba el irremplazable aguardiente y esa camisa de cuadros que mi madre le había regalado. Sus intentos de recuperación quedaban atrás, junto con la noción de que había dos personas en casa que tal vez lo necesitaban.

Daven consideraba que yo era demasiado inflexible. Papá tenía depresión, por lo que el alcoholismo era su vía de escape para evitar matarse. Sufría y mi hermano creía que mi resentimiento provenía de mi falta de comprensión ante su enfermedad. Pero estaba equivocado. Lo que me hacía hervir la sangre es que Malcolm fuera incapaz de notar cuánto nos lastimaba verlo rendirse una y otra y otra vez. Era como si no le importara tener a dos hijos desesperados por recibir un poco de su apoyo. Como si fuéramos un par de mascotas que decidía acariciar en ocasiones para luego volver a ignorar.

Nunca fue así mientras mamá vivía, lo cual sólo me enojaba más. Él conocía la mecánica para ser un padre normal. De lo contrario, no habría perdido el tiempo tratando de recuperarse en el centro de ayuda. ¿No debíamos ser la razón que lo impulsara? ¿No éramos suficiente motivo para que decidiera resistir por más de unos meses? A veces creía que no sólo había perdido a mi madre en ese accidente. El pensamiento siempre me hacía sentir miserable, porque aún recordaba los buenos ratos que pasamos antes de que la tragedia nos golpeara.

Malcolm había sido buen padre. Sólo que ya no más. ¿Y a dónde terminó arrastrándonos su falta de compromiso? Si él hubiera tomado el control de nuestras vidas, estas jamás se habrían derrumbado. Si hubiera puesto una pizca de atención en mí, si hubiera aligerado la carga de mi hermano o tomado las decisiones que le correspondían en nombre de su jodida adultez, las cosas llevarían un rumbo diferente. Lejos de adicciones, cárceles y pérdidas.

Pero nunca hizo nada aparte de engañarnos con eso de querer rehabilitarse.

No podía evitar culparlo cada vez que abría a escondidas la maldita botella de tequila. Y no podía evitar culparme durante cada conversación que sostenía con mi hermano. Las llamadas eran un recordatorio de dónde se encontraba: la cárcel. Decir que estaba matándome era quedarse corto.

Me desgarraba por dentro.

—Espera... —dijo D cuando estuve a punto de colgar, después de nuestra segunda charla semanal. —Quería preguntarte... ¿has sabido algo de ella?

Presioné la frente contra la puerta de entrada, listo para mentirle.

—No después de que le entregué la carta.

—¿Cómo...? —realizó una pausa y el ruido del fondo se coló en el auricular: hombres charlando y un guardia ordenando alguna formación. —¿Cómo la viste?

—Ya te conté: estaba enojada y triste. Supongo que dedujo lo que le escribiste antes de leerlo.

—Tiene sentido.

—No pienses en ella, D. —susurré cerrando los ojos con fuerza. —Necesitas mantenerte fuerte, concentrar toda tu energía en la audiencia. Tú mismo dijiste que lo mejor era que ambos siguieran caminos separados. Deja de atormentarte haciendo preguntas y enfócate en cuidar de ti.

—Sí, sí. —sonó abatido. —Escucha debo irme, mi tiempo se acabó. —añadió. —Llamaré en unos días. Hazlo bien en las terapias, ¿de acuerdo? Y coman algo más que las hamburguesas de Big Mike. Hay una lista fija de víveres para comprar cada semana, está en la despensa.

—Lo tenemos cubierto, no te preocupes.

—Debo irme. —repitió. —Mucho cuidado, Dev.

—Te quiero.

—Yo a ti, hermanito.

Seguí sosteniendo el teléfono contra mi oreja aún después de que la línea quedara muerta. Al final, el esfuerzo para no derrumbarme resultó inútil. Mi garganta se cerró, como si una gran bola de caramelo la hubiera obstruido, y ya no pude mantenerme en pie. Terminé echo un ovillo contra la puerta, en el mismo lugar donde, semanas atrás, había celebrado con D su ingreso a la universidad. Una universidad a la que no iría; un sueño que no tendría oportunidad de cumplir en un futuro cercano.

La correa de la mochila se deslizó por mi hombro y fui consciente de que aún la llevaba. Sacudí el brazo dejándola caer en el suelo junto con las llaves y el teléfono. Acababa de regresar a casa luego de mi turno en Mochee's. Era una suerte que papá se hallara en el taller, así no tendría que presenciar mi deprimente estado. Apoyé los codos en mis rodillas flexionadas y fijé la vista en las escaleras mientras sentía las lágrimas humedecerme el rostro.

Cuidar de mí había conllevado un precio demasiado alto para mi hermano...y también para Mitch. No sentía que lo mereciera o que el sacrificio hubiera valido la pena. Si el costo era una vida, hubiera preferido que se tratara de la mía. Probablemente nadie más que yo lo merecía. Después de todo, había sido mi error. ¿Cómo deshaces lo que ya está hecho? ¿Cómo borras las letras escritas a bolígrafo en una hoja? ¿Cómo consigues que el papel recupere su antiguo aspecto cuando la tinta ya lo ha manchado? Si existía un truco para no sentir repulsión al verme en el espejo, yo quería conocerlo.

Nunca llegaría a ser ni la mitad de valiente que mi hermano. Nunca podría darlo todo de la forma en que él lo hacía. Él no tenía límites cuando se trataba de protegernos. Yo, en cambio, siempre dejaba algo para mí mismo; una reserva con la que esperaba preservar mi seguridad y dejarle a otros la tarea de resolver mis problemas. Daven no era así; era leal con la familia y había renunciado a su futuro por mi causa.

La primera vez que llamó, le pedí perdón tantas veces que las palabras se transformaron en un ruego vano, demasiado insustancial para lo que quería transmitir. D me aseguró que todo estaba bien, que no había razón para sentirme culpable. Yo no podía creerle. Aún así, me obligaba a mantener una actitud positiva en cada llamada. Los pensamientos autodestructivos se quedaban en lo profundo de mi mente durante nuestras charlas, y siempre que él preguntaba cómo iban las terapias, yo le daba la misma respuesta:

—Genial.

Jamás tendría el corazón para confesarle que me había perdido las dos últimas sesiones. Tampoco que decía mentiras con respecto a Willow. Honestamente, las cosas no fueron bien la tarde que le entregué la carta. Ella había pasado los días posteriores a la partida de mi hermano enviándome mensajes y, cuando las noticias sobre el tiroteo en la ciudad y los nombres de los implicados se conocieron en Hampton, apareció en casa luciendo como si acabaran de informarle que le quedaba un día de vida.

No di detalles acerca de lo que Daven había estado haciendo, excepto que se trató de un encargo para un traficante. Willow no podía creer que la hubiera engañado, menos aún que estuviera herido. Su rostro pasó de mostrar rabia y traición a una absoluta preocupación. Estaba desesperada por contactar o ver a mi hermano, tanto que intentó convencerme de ir a Portland. El problema es que ninguno de los dos contaba con un auto y, de haberlo tenido, no habría servido más que para empeorar las cosas. Además, mi padre me había ordenado encargarme de mi trabajo y el suyo en el taller, de modo que no perdiéramos nuestros salarios.

La tranquilicé asegurándole que Daven ya había conseguido un abogado y que sus heridas sanaban bien. Ella, en cambio, me hizo jurarle que la mantendría informada de todo, incluyendo la próxima vez que tuviera una conversación con alguno de los dos, papá o D. Ese momento llegó cuando mi padre regresó al pueblo, apenas dos días después de haberla visto.

—Tenemos que hablar de tu hermano. —dijo Malcolm en cuanto me vio.

Entonces procedió a darme los detalles escabrosos del tiroteo, la detención y la audiencia para la que Daven debía prepararse. Dado sus antecedentes con la justicia y el papel que desempeñó en el traslado de la droga, había pocas posibilidades de que saliera libre bajo fianza. La mejor opción seguía siendo llegar a un acuerdo con la fiscalía para obtener una reducción en la pena por los cargos que se le imputaban, entre ellos posesión ilegal de armas. La abogada Dwason intentaría conseguir la sentencia mínima, quizá insistir una última vez en la fianza. Las declaraciones que mi hermano le había dado a los agentes servirían para demostrar que siempre estuvo dispuesto a cooperar. También ayudaría el testimonio de Tommy, ya que era el único testigo que había presenciado la extorsión a la que Leon lo sometió.

Papá aseguró que seguiría yendo y viniendo de la ciudad para mantenerse cerca del proceso judicial de D. Yo quise convencerlo de permitirme ir con él en el próximo viaje, pero no tuve éxito.

—Necesitamos una fuente de dinero fija, Devan. —argumentó. —Tienes que cubrirme con Anton mientras esté lejos.

—Quiero verlo.

—Lo sé, pero no es el momento. Las únicas visitas importantes son las que recibe de la abogada. Ambos necesitan tiempo para armar su defensa, ya tendrás oportunidad de pasar el rato con él, hijo. Por lo pronto, confórmate con las llamadas. Dijo que te marcaría pronto.

Sin nada que rebatir, murmuré:

—De acuerdo.

—Hay otra cosa. —extrajo algo del bolsillo de la chaqueta y me lo tendió. —Quiere que le des esto a esa amiga suya con la que siempre sale.

—¿Una carta? —fruncí el ceño y cogí el pequeño sobre. —¿Por qué debo entregarla yo?

Papá se encogió de hombros.

—No lo sé. Sólo hazlo, parece importante para él.

Por un momento, pensé que podía estar dirigida a Row. Pero al reparar en la W que adornaba el borde superior del sobre, las dudas quedaron atrás. Conocía a mi hermano más de lo que me conocía a mí mismo, así que no fue difícil adivinar las palabras escritas en aquella carta.

Una punzada de dolor se asentó en mi pecho, como la vez en que, jugando al fútbol, recibí un pelotazo directo en el esternón. Recuerdo haberme quedado sin aire durante varios segundos, y recuerdo las lágrimas involuntarias que brotaron de mis ojos cuando por fin logré inhalar. Afortunadamente, el impacto del golpe no prevaleció por mucho tiempo; bastó con que me frotara un poco el pecho y voilà, estuve de vuelta en el campo.

Esta vez era diferente, no obstante. Un masaje no ayudaría a eliminar la presión que se acumulaba en mi interior. Willow era otra cosa a la que Daven renunciaba por mi culpa; otro sueño hecho pedazos. Parecía justo que fuera precisamente yo quien la enfrentara, sólo que no tenía idea de cómo hacerlo. ¿Cuál era el método más eficaz para mirar a la chica que mi hermano amaba y decirle que se había terminado? ¿Qué palabras de consuelo serían las apropiadas?

Pasé la noche en vela buscando respuestas que no llegaron. Ni a la mañana siguiente ni la que vino después. Al observar los mensajes de Willow acumulados en mi bandeja, supe que era imposible posponerlo más. Debía verla a los ojos y entregarle la carta.

—¿Por qué no me contaste que tu padre lleva días en el pueblo? —me recriminó cuando la cité en casa. —Acabo de enterarme por casualidad. Joder, prometiste que me dirías todo. Todo. —se bajó de la bicicleta y dio zancadas furiosas hacia el porche, donde yo esperaba. —Estuve a punto de interceptarlo para obtener la información que tú te has negado a darme, aunque eso hubiese significado exponerme a que alguien me viera merodeando por el taller sin ninguna excusa. ¿Se puede saber por qué no has respondido mis mensajes? —respiró hondo, como intentando calmarse. —Lo siento. Entiendo que sea difícil para ti, Dev. Pero, Dios, llevo noches sin pegar el ojo y este silencio está acabando conmigo. ¿Cómo se encuentra él? ¿Han sabido algo de su caso? ¿Qué hay de la abogada y la audiencia y sus heridas? Dime que se está recuperando bien. Dime cualquier cosa, por favor.

Ella no lucía como la Willow que conocía, la chica que se sentaba al frente de la clase sin ninguna vergüenza y no temía recordarle al profesor de matemáticas que debía revisar la última tarea. Lucía, más bien, como si la vida la estuviese abandonando. Tenía los labios agrietados, la tez extremadamente pálida y los ojos hundidos. Lo único que la hacía reconocible era el gesto de determinación que volvía su mandíbula ligeramente cuadrada.

—Vamos a sentarnos. —me descubrí diciendo. —Charla larga.

Ella tomó lugar a mi lado en las escaleras y, sin mucho preámbulo, le relaté lo que había sido de mi hermano en los últimos días. Permaneció muy callada luego de escucharme hablar, con la vista perdida en algo que sólo sus ojos veían. Entonces supe que no habría mejor momento para entregarle la carta que ahora.

Se la ofrecí.

—¿Qué es eso? —inquirió tras despertar de su estupor.

—D te la envió.

Willow titubeó, como si tuviera miedo de que, al coger la carta, esta se desvaneciera en sus manos. Transcurrió más de un minuto antes de que la tomara.

—¿Quieres que te deje sola? —le propuse.

—No, no. Quédate.

Era lo último que quería, pero ¿qué más daba lo que yo quisiera?

La observé desplegar el sobre y extraer una hoja llena a ambas caras con la delicada caligrafía de mi hermano. Le temblaban las manos y, pronto, también la barbilla. No sabía lo que en realidad significaba un corazón roto hasta que vi el suyo saltar en pedazos. Una sola lágrima resbaló por su mejilla mientras leía las últimas líneas y fue como si la escasa luz que aún emanaba de ella, esa que la convertía en la adolescente burbujeante, se desvaneciera. Le llevó segundos marchitarse, perderse, quebrarse. Y yo tuve la desgracia de presenciarlo todo en primera fila.

—Willow. De verdad lo sien...

—Hay algo que no están diciéndome. —me cortó en tono ausente. Se puso en pie dando unos pasos lejos de los escalones. —Es que aún no entiendo por qué lo hizo.

Guardé silencio. La verdadera razón por la que Daven terminó en prisión era algo que ni siquiera papá sabía todavía. Mi hermano se había negado a involucrar mis problemas con las drogas en el asunto, así no tendrían que someterme a interrogatorios ni obligarme a dar declaraciones. No estuve de acuerdo cuando me hizo prometerle que me mantendría callado, pero tampoco quería complicarlo más para él.

Examiné a Willow, quien volvía a observarme.

—Daven necesitaba...

—¿Qué? ¿Dinero? —me interrumpió. —No creerás que voy a tragarme ese cuento. Lo conozco. Jamás habría puesto su futuro en riesgo por una plata que no necesitaba.

—Tú no sabes nada de sus necesidades. —declaré con una seguridad que no sentía.

—Dime por qué. —exigió.

—No sé de qué hablas.

—Dime, Devan. —insistió apuntando en mi dirección con la carta en la mano. —No me iré de aquí hasta que me digas por qué lo hizo. ¿Cómo terminó metido en esa mierda?

—Ya te dije.

—No. No lo has hecho y merezco enterarme de la verdad.

—Vas a quedarte con las ganas.

—¿Por qué lo hizo?

—Terminé contigo, Willow. Supéralo. —me puse en pie y caminé a la puerta.

—¡¿Por qué diablos lo hizo?! ¡Devan!

—¡Por mí! —las palabras salieron distorsionadas debido al esfuerzo de decirlas en voz alta. —Fue por mi culpa, ¿bien? —di media vuelta para encararla de nuevo. —Hice tratos con las personas equivocadas y él... joder, él actuó de la manera en que siempre lo hace. Dio la cara para evitar que yo saliera lastimado. —en unas cuantas frases, expliqué el asunto de Leon. —¿Querías la verdad? Ahí la tienes. —agregué. —Yo lo arrastré al lugar al que no quería volver. Nunca quise, nunca he querido hacerle daño, pero lo hice y ahora él está pagando las consecuencias que yo debía enfrentar.

Willow me contempló; sus ojos estaban idos, su rostro desprovisto de emociones.

—Dave no merece nada de esto. —susurró.

—Ya sé.

—Pero es probable que tú sí. —su declaración me dejó lívido. —Si tuviera la oportunidad de meterte en ese infierno para sacarlo a él, lo haría sin dudar. —comenzó a retroceder. —Espero que te remuerda la conciencia por haber sido tan malditamente estúpido. No tenías derecho a arruinarle la vida de ese modo. No tenías derecho a separarnos, Devan.

Y con ello, caminó hacia su bicicleta y se marchó.

La última frase quedó pulsando a mi alrededor, igual que una fuerza invisible nacida para oprimirme. Aún cuando habían pasado días desde el enfrentamiento, sus palabras seguían reproduciéndose en mi mente. Las escuchaba antes de ir a la cama, durante cualquier rato libre o mientras yacía derrumbado contra la puerta, justo como ahora. No tenías derecho a separarnos. Era cierto. Había lanzado a mi hermano a las fauces del león y ya nada podría arreglarlo. Willow estaba en todo el derecho de odiarme.

Por eso no me explicaba qué la empujaba a querer contactarme de nuevo. Había estado enviándome mensajes últimamente. Supuse que buscaba disculparse, aunque la verdad ya no importaba. Después de lo que pasó, evitaría verla a toda costa.

Suspiré al tiempo que me secaba el rostro con la manga de mi sudadera. El teléfono vibró a mi lado y lo recogí del suelo leyendo el nombre de Willow en la pantalla. Desvié la llamada de inmediato antes de ponerme en pie.

Necesitaba un trago. Tal vez cien. Quizá mil.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Logré que una de las chicas me cubriera en las mesas externas mientras escapaba a la sala de taquillas para tomarme un Advil. Sentía mi cabeza a punto de estallar y el bullicio que armaban los clientes de Mochee's no mejoraba mi estado resacoso. Era la mañana del sábado, por lo que el lugar se hallaba hasta el tope de gente deseosa de seguir la tradición de comer los desayunos que Big Mike preparaba. Al menos no tendría que cubrir a papá en lo de Anton. Eso me dejaba la tarde libre para perderme en mis propios asuntos.

Regresé al jaleo del local unos minutos más tarde, yendo directo a las mesas del fondo para tomar nuevas órdenes. En momentos como aquel, donde debía caminar entre la multitud de comensales habituales, me invadía la sensación de estar siendo observado por alguien... o por todos. El pueblo entero ahora reconocía el apellido Ainsworth, igual que reconoces las líneas de un comercial de televisión después de haberlo visto numerosas veces. El nombre de mi hermano se había quedado grabado en más de una mente, especialmente luego de que Kara Montgomery abofeteara a mi padre en la tienda de comestibles la semana anterior. Su encuentro fue una de esas casualidades que parecen castigo divino, uno que había dejado un reguero de chismes y acusaciones en contra de nuestra familia.

La mujer amenazó con hacer cualquier cosa para ver a mi hermano pudrirse en la cárcel. Ni papá ni yo dudábamos de la influencia de los Montgomery. Tenían dinero y poder, además de un odio desmedido hacia nosotros.

El funeral de Mitch no había hecho más que aumentar la ira de Kara, quien usaba su dolor para referirse a Daven como el asesino de su hijo. Claro que jamás mencionó el infierno que era su propio hogar o la forma en que ella misma se hizo a un lado siempre que el bastardo de su marido usaba a Mitch como su saco de boxeo.

La despreciaba tanto que me provocaba náuseas. Sin embargo, no había nada con lo que pudiéramos corresponder a sus ataques. Los cuchicheos estaban ahora en todos lados. La gente repetía mentiras mientras mi padre y yo cruzábamos los dedos para que esa maldita familia se mantuviera lejos de Daven. Nunca tendríamos oportunidad si decidían intervenir en la justicia o buscar una manera de jodernos.

—Huevos, tocino y panqueques. —recité depositando la orden en la mesa que atendía. —Y para usted, un par de tostadas francesas.

Recibí un asentimiento seco de la pareja. Joder.

—Oye, Dev. —me volví hacia Eva, la chica caucásica con la que siempre charlaba durante la hora de almuerzo. —Hay un desastre en el depósito. Iré a limpiarlo, ¿puedes encargarte de atender la barra con Tammy y Kirk?

—Seguro.

Me moví hacia la caja pasando más allá de la morena que permanecía sentada detrás de la caja registradora. Tammy facturaba los últimos pedidos mientras Kirk repartía cafés y bollos calientes. Lo ayudé con los panecillos y las malteadas recibiendo los pedidos de los clientes que hacían fila a un lado.

—Un bollo de carne y un expreso. —pidió alguien.

Tomé el bollo del interior del mostrador y lo empaqueté antes de moverme a la máquina de café para servir el expreso. Fallé en sellar bien el vaso, por lo que un poco del contenido salpicó el borde de la barra mientras lo entregaba. Limpié el desastre justo a tiempo para recibir una nueva orden.

—Media docena de panecillos de naranja y una malteada de café y chocolate, por favor.

Alcé el rostro ante la voz ligeramente conocida. Una mujer de ojos marrones y cabello corto me devolvió la mirada. Pero no fue eso lo que provocó que mi garganta se secara, sino reparar en la chica menuda situada a su lado.

Willow.

Calculaba que habían pasado unas tres semanas desde nuestra pelea, un tiempo demasiado corto para el cambio tan radical que ahora veía en ella. Saltaba a la vista que su estado no era el mejor. Tenía la piel del color de la leche y las mejillas hundidas debido a la pérdida de peso. Willow siempre fue de bajita, pero ahora era como si su cuerpo se hubiera encogido hasta casi adquirir la apariencia de una niña. Incluso la ropa que llevaba parecía irle grande y los huesos de su clavícula destacaban sobre el borde de su sencilla playera. Su mirada me mostró algo roto y desesperado. Algo que no quería ver.

—Media docena de panecillos de naranja y una malteada de café y chocolate. —repitió la señora Hemsley en un tono más urgente.

—Disculpe.

Me puse manos a la obra evitando fijarme en ambas mujeres. Por desgracia, el intento de evasión no sirvió para dejar de pensar en el aspecto de Willow. Me pregunté si valía la pena mencionárselo a D en nuestra próxima conversación. No. Su audiencia será en unos días, no necesita esto. Incluso si llegaba a hablar con mi hermano sobre lo mal que lucía su chica, no había nada que él pudiera hacer desde prisión para mejorar la situación. Con la muerte de Mitch y el encarcelamiento, ya vivía su propio infierno. No hacía falta añadirle más.

—Aquí tiene. —dejé ambos pedidos sobre la barra junto con el tarjetón de pago.

La señora Hemsley los recogió antes de moverse a la caja. Medio esperé que Willow dijera algo, pero todo lo que hizo fue seguir a su madre en silencio. Estuve aliviado de verlas salir de Mochee's. No me hallaba de ánimos para soportar una conversación sobre el día de la carta. Tampoco quería saber por qué demonios insistía tanto en charlar. El resentimiento y la rabia se agitaban en mi estómago cada vez que recordaba sus palabras. La había considerado una buena amiga antes de escucharla culparme por la desgracia de Daven.

Y no es que pensara que estuviera equivocada. Mi problema es que lo dijera como si siempre hubiera sido mi intención dañar a mi hermano.

Qué más da, ya se fue, pensé al tiempo que atendía a un nuevo cliente. Sin embargo, mi tranquilidad se esfumó en cuanto observé a Willow cruzar de nuevo la entrada y caminar hacia la puertecilla que separaba la barra del área de mesas.

—Encárgate Kirk, ya vuelvo. —avancé por el pasillo reservado para empleados que ella atravesaba sin ningún cuidado.

—¿Qué mierda crees que haces? —le susurré, furioso. —No puedes estar aquí.

—Te he escrito un millón de mensajes. —incluso su voz sonaba diferente; más apagada y frágil. —Necesito hablar contigo sobre Dave. Bueno, no exactamente sobre él. Es acerca de nosotros. Es...

No le permití terminar la frase. Cogí su brazo y la guié a un espacio medio oculto entre la barra y el pasillo que llevaba a las taquillas.

—No puedes aparecer así. Me buscarás un problema con Big Mike.

—Lo siento...

—Mira, —la corté intentando contener el malhumor. —si es por la pelea que tuvimos, entonces no hay nada que hablar. Dijiste lo que pensabas, yo lo escuché. Allí murió todo.

—No estás prestándome atención. Te digo que tiene que ver con Dave.

—Al diablo. Mi hermano ya carga con suficiente, evita complicarle más la vida.

Ella negó con la cabeza.

—Pero no busco complicársela. Es que necesito ayuda. Tengo que hablarle.

Entrecerré los ojos.

—Sí entiendes que está en prisión, ¿cierto? —miré alrededor para asegurarme de que no hubiera nadie observándonos. —Joder, ni siquiera deberías merodear cerca. Si alguien llega a sospechar que te enrollaste con él, lo empeorará todo.

—Jamás sería tan estúpida de abrir la boca.

—Pues mantén ese silencio y aléjate de nosotros. —me froté la frente, exasperado. —Es lo más inteligente para ti. Créeme, no quieres ser amiga de los Ainsworth.

—De todos modos, sigo necesitando hablar con Dave. —insistió. —¿Hay alguna forma en que pueda contactarlo?

—Él sólo llama una vez a la semana. —respondí en tono seco. —No iré a visitarlo hasta después de la audiencia.

—¿Audiencia?

—Por favor, Willow. Está en internet, la audiencia determinará si se quedará o no en prisión.

—Sí, yo... leí algo. Es que ha sido difícil seguirle el ritmo. —sacudió la cabeza. —Escucha, sé que no debería pedírtelo. Sé que fui grosera y que estuvo mal señalarte por lo que pasó. De verdad lo siento. —tomó una bocanada de aire. —Realmente me gustaría hablar con él...

—No es buena idea. —respondí, tajante. —Y no cuentes conmigo para amargarle el rato. Daven está arrastrando un montón de mierda de la que nunca tendrás idea. Si no eres capaz de entenderlo es porque eres una maldita egoísta.

—Sé que parece capricho, pero no lo es. —parpadeó y las lágrimas que llenaban sus ojos retrocedieron. —Dios, sólo quiero contarle lo que está ocurriendo. Necesito su ayuda...

—¿Ayuda para qué? —resoplé. —Mejor ni me digas. Esta es una etapa. Seguro que la superarás, Willow. Nadie se muere porque lo dejen tirado y tú no serás la excepción. A mí hermano no le vienen bien los lloriqueos en este momento y, definitivamente, no serviré de intermediario para que le llenes la cabeza de drama adolescente. Vete.

—Devan...

—Tengo que trabajar. —puse la mano en su espalda baja obligándola a avanzar lejos de la barra.

—Sólo...

—Por cierto, agradecería que ya no escribieras o llamaras. —añadí. —No estoy de humor.

—Es que...

—Te lo advierto. —dije sin una pizca de amabilidad en la voz. —Déjame tranquilo. Lidia con lo que sea que te pase y no metas a mi familia, en especial a mi hermano, en tus tonterías. Sólo mantente alejada, ¿quieres? Ya sé que me culpas y que me consideras una mierda cobarde, así que no hay ninguna razón para que vengas a joderme pidiendo favores. Vete.

—No estás siendo justo. —recriminó.

—Déjalo, en serio.

Dudó y luego dio una mirada rápida en dirección al estacionamiento. Aparentemente, le preocupaba extender la discusión con una madre que la esperaba en el auto. Decidí hacerle el favor de terminar aquello.

—Adiós, Willow.

Caminé de vuelta a mi lugar en la barra y, unos instantes después, vi que abandonaba el local.

La mañana avanzó y, mientras enfocaba mi atención en pedidos y mesas por limpiar, intenté olvidar la apariencia pálida y desvaída de la chica loca. Sólo que no lo conseguí. Pensaba en los daños que mi estupidez había ocasionado, en la cantidad de gente que había resultado lastimada. Mis emociones eran una espiral moviéndose directamente a un hoyo negro de perdición. El anhelo que conocía bien tomó fuerza dentro de mí y sólo había una forma de calmarlo. Sólo había algo que me permitiría escapar de la maldita ruina que era mi vida y del dolor que desaté.

Tenía las ganas, así que las aproveché.

Tenía el contacto, así que lo usé.

Encontré al sujeto en el callejón detrás de Mochee's, justo cuando mi turno estaba cerca de terminar. Era amigo de un amigo de Marcus, alguien con quien llegué a coincidir en un par de fiestas. Me dio lo que necesitaba y yo le di la plata que buscaba. El intercambio tomó un segundo.

Las consecuencias me perseguirían para siempre.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

El día de la audiencia de Daven llegó y, aunque en un principio no tenía planes de asistir (dado que aún debía quedarme en Hampton por el trabajo), logré convencer a papá de acompañarlo al juzgado. Quería apoyar a mi hermano. Hacerle saber que, incluso con nuestra familia rota, éramos capaces de mantenernos unidos. No fue fácil verlo vestido de naranja, con el cabestrillo y el cabello afeitado al ras. Sus rasgos parecían más duros de lo que recordaba. Sus ojos más oscurecidos, como si la prisión estuviera convirtiéndolo en algo muy diferente al hermano de siempre. Me dirigió una sonrisa tranquilizadora desde su asiento frente al estrado, pero el gesto tampoco parecía pertenecerle.

Era un extraño.

La sentencia fue de tres años, con posibilidad de libertad condicional a los dieciocho meses de pena.

La voz de la jueza succionó todo el aire de mi cuerpo. Sabía que las posibilidades de una fianza eran pocas, pero nunca dejé de guardar la esperanza. Mi padre se reclinó en la butaca a mi lado mientras yo contemplaba a Daven sin que este lo notara. Él escuchaba con atención las palabras de su abogada al tiempo que movía la cabeza para asentir de modo resignado. Me di cuenta de que, en realidad, mi hermano nunca pensó salir airoso de la justicia. Se había declarado culpable porque le ofrecía la oportunidad de optar por una pena reducida. De lo contrario, el caso iría a juicio, ¿y de qué habría servido cuando las pruebas de su participación estaban en todas partes?

Los testimonios habían ayudado, sí, pero eso no lo exoneraba de haber sido parte de una jodida negociación ilegal. La muerte de Craig tampoco ayudó mucho, especialmente porque era uno de los que más información tenía sobre Leon, la droga que transportaron y la conexión que mantenían otras pandillas de Hampton con organizaciones de Portland.

Aquello era todo lo contrario a una victoria: era una puta mierda.

No hubo muchas palabras durante los escasos minutos que nos otorgaron para despedirnos, así que lo aprovechamos con abrazos que no volverían a repetirse en un tiempo. Me negué a soltarlo cuando llegó el momento, demasiado aterrado por su traslado para dejarlo ir. Fue un gesto infantil, un momento de debilidad que obligó a mi padre a intervenir y a D susurrarme que estaría bien. Me besó la coronilla de la misma forma en que lo hizo la mañana en que partió y yo me quedé plantado en el sitio con el alma pulverizada. Mis ojos siguieron el recorrido de los agentes que lo escoltaban hasta que su figura desapareció de vista.

—Debemos irnos. —la voz enronquecida de mi padre sonó lejana. —Vamos, hijo.

No. No podemos dejarlo aquí, pensé inútilmente. Me costaba creer que la cárcel fuera el lugar donde Daven permanecería de ahora en adelante. Donde dormiría, comería y pasaría los próximos años.

—Vamos, Dev.

Permití que papá me condujera lejos de la sala alterna al juzgado y, de allí, a la salida. El viaje de regreso fue un borrón sin forma, sonido o color. Llegamos a casa pasadas las doce de la noche, aún envueltos en el impacto de lo que significaba dejar a mi hermano en una cárcel.

—Lo llevarán a la prisión del condado en una semana. —declaró mi padre, una vez hubo estacionado y apagado la camioneta. —Podremos ir a Portland y despedirlo antes del traslado. Los horarios de visita no son tan flexibles en la otra penitenciaría.

—Ojalá hubiera sido yo. —susurré sin que me importara que conociera o no la verdad. —Tendría que haber sido yo.

Sentí sus ojos escrutarme. Yo continué con la vista fija en el parabrisas.

—¿De qué estás hablando?

—Debí persuadirlo. Debí... —callarme y resolverlo por mi cuenta.

—Esto no fue tu responsabilidad.

Esbocé una sonrisa ácida.

—¿Qué sabes tú de mí, papá?

Me bajé de la camioneta antes de que comenzara a hacer preguntas estúpidas o soltar comentarios de fingido aliento. Ninguno de los dos estaba teniendo pensamientos positivos ahora mismo. ¿De qué servía engañarnos? Si él quería mentirse a sí mismo para evitar coger una botella, bien. Yo no disponía de la misma fuerza de voluntad, así que al demonio todo.

Subí las escaleras de dos en dos hasta el dormitorio, apenas registrando el movimiento de mis propios pies. Una vez dentro, descansé la espalda contra la puerta y aseguré el pestillo, sólo en caso de que a mi padre se le ocurriera fastidiarme con una visita. No quería que me viera siendo un perdedor como él. No quería nada. Tiempo atrás había estado deseoso de su compañía; ahora era demasiado tarde.

Me moví a través de la pequeña habitación, deteniéndome frente al ordenador para poner algo de música. Entonces salí de la ropa que aprisionaba mis miembros y fui a la cama. De debajo del colchón, extraje la reserva que había adquirido días atrás. Aún me quedaba suficiente para un par de días, si es que sabía administrarla. Sopesé la bolsita mientras inspeccionaba, ensimismado, el polvillo blanco que se movía dentro.

No sé de dónde provino el sollozo, sólo sé que era mío y que era incapaz de detenerlo. Sentía la garganta en llamas y el pecho tan dolorido que tuve que sujetármelo para intentar aliviar el ardor.

No funcionó.

Al final, me dejé caer en el suelo y fui tras ese olvido que era cien veces mejor que nuestro presente.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

No dormí esa noche y, para cuando el reloj marcó las siete de la mañana, seguía en el suelo con la espalda apoyada contra un costado de la cama. Preparé una línea más en el piso y la inhalé de un tirón. A este paso, acabaría con mi reserva, aunque no es como si estuviese preocupado al respecto. La euforia que me recorría, producto de la droga, le daba a mi mente algo en qué pensar y a mi cuerpo algo que sentir, además de pena. Estaba en lo alto de todo, lejos de la culpa, del asco hacia mí mismo. Lo único que deseaba era que durara. Quería quedarme allí solo, sin nadie alrededor recordándome los errores que había cometido.

Escuché el sonido del cacharro al ser encendido y vagamente me pregunté adónde iría mi padre tan temprano en sábado. Mamá. Claro, a llevarle flores y contarle las últimas novedades de sus hijos problemáticos. Sonreí a la nada al tiempo que alzaba el rostro hacia la escasa luz que se filtraba por la ventana. Me puse en pie con cierta dificultad y aparté las cortinas para contemplar el diluvio que caía afuera. Era un día lúgubre por donde se le mirara, lo que iba bien con mi estado de ánimo.

Me senté en la cama todavía con la mirada puesta en el cristal repleto de finos hilos de agua. De pronto, el sonido del timbre cortó el silencio de la casa. No creí que fuera importante hasta que el pitido se volvió insistente. Con un suspiro exasperado, me incorporé y caminé a la puerta. La ira brotó de alguna parte, caliente y espesa, en el momento en que vi a Willow de pie en el porche.

Ni siquiera le di oportunidad de articular palabra.

—Vete.

Apoyó ambas manos en la puerta cuando traté de cerrarla.

—Espera. Caray, espera.

—No es momento, Willow. —gruñí con los dientes apretados. —En realidad, no son días buenos para seguir jodiéndome con mensajes y putas llamadas. Te lo dije en Mochee's y te lo repito ahora: aléjate de mí.

Ella no había renunciado a buscarme, incluso cuando prácticamente la había amenazado en el trabajo. Su persistencia me estaba volviendo loco y ya no sabía qué hacer para que dejara de atormentarme. No quería verla o presenciar lo que el encierro de mi hermano estaba causándole. Estaba harto de toparme con consecuencias dondequiera que mirase.

—Escucha...

—La audiencia falló en su contra. —declaré. —Sabes lo que significa, ¿no? —no esperé a que respondiera. —Le dieron una condena de tres años.

Willow permaneció inmóvil, con el rostro marchito y los ojos muertos.

—Supongo que eso será suficiente para que lo dejes estar. —resoplé temblando de ira o de dolor o no sabía de qué. —Él no puede darte nada. Su única preocupación debe ser mantenerse cuerdo en ese lugar. Más vale que se te meta en la cabeza de una jodida vez. Supéralo.

—No entiendes, no puedo. —reiteró. —Aún sabiendo que se quedará en la cárcel, necesito decirle algo.

Aquello me hizo estallar.

—¡¿Qué parte de que lo condenaron a tres años no te quedó clara?!

—¡Ya escuché! —dijo alzando la voz de vuelta. —Lo sé, lo entiendo. Pero tengo que hablar con él antes de que todo empeore.

—Pues mira qué puedes hacer por tu cuenta, porque yo no pienso ayudarte.

—No hay otra persona a la que pueda recurrir, Devan.

—Entonces date por vencida.

—No.

—Que tengas suerte.

Traté de cerrar la puerta, pero Willow volvió a impedírmelo. Sentí la sangre palpitarme con fuerza en las sienes mientras empuñaba las manos a cada lado de mi cuerpo.

—Lárgate. —rugí y ella saltó.

—Escúchame, está bien si no quieres avisarme cuando llame de nuevo. —comenzó usando un tono conciliador. —Sólo... me gustaría que le entregaras algo la próxima vez que lo veas. —extrajo una carta del bolsillo de su chaqueta impermeable. —Por favor...

Avancé unos pasos hasta que estuvo en el borde de los escalones siendo salpicada por el chaparrón que caía.

—¿Es que no te cansas de lo mismo? —siseé con tanto veneno en la voz que vi el miedo cubrirle las facciones. —Por última vez: deja de jodidamente empeñarte en hablar con Daven. No me busques. No me llames. No. Insistas. Eres inteligente, seguro que puedes entender que se acabó.

—Te lo pido, Devan. Es importante que Daven lea el contenido de esa carta. Es realmente importante...

—¡Qué te largues, maldita sea! —vociferé haciéndola retroceder por el camino de entrada. —Él no necesita la mierda de una jodida mocosa que no puede dejarlo tranquilo sólo porque le terminó. Está en prisión, te lo dije. Te conté lo demás. Entiéndelo de una puta vez y aléjate de nosotros.

—Pero es que necesito decirle...

—Willow... joder, en serio...

Todo lo que quería era que desapareciera de mi vista antes de que mi estado empeorara. La cabeza me palpitaba, producto de la rabia acumulada, y mi corazón en una máquina latiendo a toda potencia. No sentía la lluvia cayendo sobre nosotros ni el frío de la mañana filtrándose en mis huesos. No sentía nada más que ira.

—Vete. —gruñí al final. —De verdad, vete.

—Sé que es difícil para ti, Devan. —ella protegía la carta con la solapa de su chaqueta sin dejar de implorarme con la mirada. —Comprendo que te sientas...

—¡FUERA!

Mi bramido la asustó. Sin embargo, el efecto sólo duró un momento.

—No molestaré, lo prometo. La carta dice todo, lo único que debes hacer es entregársela...

En aquel punto, ya estaba harto de las palabras. Acorté la distancia que nos separaba y la cogí del brazo con la suficiente fuerza para dejarle moretones. El quejido que escapó de su garganta debió servir para hacerme retroceder, pero no lo hizo. Willow se había convertido en el blanco de todas mis emociones reprimidas y, en medio del trance eufórico de lo que había esnifado, me fue imposible pensar en que la estaba lastimando. Los gestos de dolor no eran parte de algún drama, realmente le dolía y yo no presté atención. En cambio, continué arrastrándola a la acera como si fuera una muñeca de trapo.

—Lárgate y no vuelvas aquí. —escupí a centímetros de su rostro. —No quiero verte merodeando o intentando convencerme de ninguna mierda. Olvídate de Daven.

Tras esa última frase, la solté con brusquedad. El resultado fue que Willow tropezó con sus propios pies y cayó de costado en el pavimento. Se le escapó un sonido ahogado parecido al de un cachorro que ha sido herido de gravedad. Me cerní sobre ella hasta que la vi recuperar el aliento y levantar el rostro en mi dirección. Su mirada estaba cargada de dolor, desesperación y súplica. Todas cosas que ignoré a voluntad, demasiado cegado para detenerme a pensar en lo importante que era la carta que ahora la lluvia empapaba en mi mano.

Ni siquiera percibí el momento en que se la arrebaté, del mismo modo en que no noté las señales de lo mal que estaba actuando y lo cruel que me había vuelto.

—No regreses o te sacaré a patadas la próxima vez. —mi voz se alzó por encima del aguacero.

Hice añicos el papel y lancé los trozos a mis pies, cerca de donde Willow yacía tendida. Si me hubiera quedado un minuto más, habría visto la mueca de dolor en su rostro mientras se incorporaba con dificultad. Si hubiera decidido retroceder en mi imbecilidad para pensar en la chica que temblaba bajo la lluvia, habría visto cuánto esfuerzo le tomaba levantar la bici y acomodarse en el asiento.

Pero no advertí ni una cosa ni de otra.

Volví al interior de la casa sin mirar atrás.


__________________________________


Nota de Autor: Ay Devan. Me guardaré mi opinión porque tengo sentimientos encontrados. Estoy dividida acerca de lo que siento por él. ¿Ustedes qué opinan? ¿Se justifica lo que ha hecho?

Creo que la canción va con lo que siente. 

Broken - Anson Seabra

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Gracias por leerme ❤️️

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