Mainland.

Por Binneh

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La tercera guerra mundial causó destrozos a nivel global, dejando a la Tierra tan llena de radiactividad que... Más

Sinopsis.
Prólogo.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40

Capítulo 37

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Por Binneh

La parte débil de nuestro plan era la huida.

En otras circunstancias Peter y yo nos habríamos unido a la batalla nada más prender en llamas el ejército enemigo, pero ahora que él había sido desterrado y yo era la culpable de ello, unirse al pueblo enfurecido y armado era prácticamente un suicidio. De hecho, lo más probable es que muchos de los soldados se negaran a participar al percatarse de nuestra intromisión.

Cuando corríamos por el bosque otoñal con el corazón desbocado, escapábamos de ambos bandos. Cualquiera con el que nos encontráramos podría intentar acabar con nosotros.

Otro gran problema era que las entradas a nuestra comunidad era muy probable que estuvieran bien vigiladas por Xena y los suyos. Además, nuestro refugio en el garaje no contaba con lo que necesitábamos en ocasiones como aquella.

Al menos ya teníamos previsto un inconveniente como este.

El continuo impacto de nuestras botas contra el suelo apenas emitía un murmullo, puesto que las hojas en putrefacción funcionaban como una mullida moqueta. Los charcos resultantes de la lluvia negra explotaban en cientos de gotas cada vez que los pisábamos y el agua turbia nos manchaba ya hasta las rodillas. El veneno se filtró hasta nuestra piel y nos provocó picores que tratamos de ignorar.

Avanzamos en un trayecto sinuoso, esquivando árboles, grandes zarzales y escombros. Peter me sujetaba y trataba de hacerme caminar rápidamente a pesar de mis heridas. Sin embargo, cuando llevábamos demasiado tiempo moviéndonos a un ritmo desenfrenado, todas mis energías se volatilizaron y caí como un peso muerto sobre el chico, que perdió el equilibro, trastabilló, y aterrizamos sobre un montón de helechos.

–¡Lizzy! – Me acomodó boca arriba y retiró de mi frente sudorosa los mechones marrones que se habían quedado adheridos.

El frío que me atenazaba manos y pies se propagó por mi cuerpo como una corriente eléctrica arrolladora. Introduje mis dedos en el terreno húmedo como si anclarme a aquel lugar hiciera que el mundo dejara de girar como un colosal huracán.

–Vale, creo que es momento de verte esa herida. – A través de las rendijas de mis párpados vi que sus ondulaciones oscuras comenzaban a escapar de la capucha.

A pesar de las dos grandes espadas que siempre portaba cruzadas en su espalda, cogió el puñal de mi bota para rasgar la tela de mi brazo. La prenda estaba completamente empapada en sangre, tiñéndola de negro, y cuando la despegó de la carne abierta, un gruñido surgió de lo más hondo de mi pecho.

–Mierda. – Dijo, frunciendo el ceño en una señal de desaprobación. – Estás perdiendo más sangre de la que creía. Es profunda, quizás te haya rozado el hueso.

–Haz un torniquete. Tenemos que continuar. – Murmuré, sin apenas fuerzas para hablar.

Escuché con atención, tratando de percibir algún extraño a nuestro alrededor, pero el estruendo de la batalla había quedado atrás hacía mucho. Después de media hora de carrera, lo único que se percibía en aquel salvaje bosque era la vegetación agitada por la suave brisa de la tarde y nuestras respiraciones alteradas.

–Seré lo más rápido que pueda. – Peter me miró con temor, posiblemente porque sabía que lo que iba a hacer me dolería mucho más que el flechazo.

Se sacó los guantes para mejorar la movilidad de sus manos y rasgó tres trozos limpios de su propia capa negra: el primero lo introdujo dentro de mi boca. El segundo lo utilizó para cortar el flujo de sangre a la herida con una atadura que apretó con un veloz tirón. El tuétano de mi esqueleto vibró y me hubiera cercenado la lengua si el tejido no lo hubiera impedido. El tercer trozo, más pequeño que el resto, lo incrustó en el interior del agujero para taponar el corte. Chillé hasta que las cuerdas vocales estuvieron en carne viva, apreté las muelas hasta que la mandíbula estuvo a punto de partirse en dos, vi el cielo azul girar con destellos blancos y amarillos que me cegaron.

–Ya está, ya está. – Murmuró él en mi oído, tratando de acallar mis sollozos y retirando el fragmento de ropa de entre mis dientes.

Se limpió los dedos ensangrentados y luego atrapó con sus yemas las lágrimas que bañaban mis mejillas. Temblé. Su piel nudosa me acarició las cicatrices del semblante y consiguió calmarme lo suficiente para volver a abrir los párpados.

Sus ojos oscuros, que bailaban entre el negro y el marrón en función de la luz, me sonreían con cariño y preocupación. Los destellos naranjas de su mirada fueron el reflejo del mundo otoñal a nuestro alrededor.

–Vamos a estar bien. – Su voz sonó como una suave canción. Yo creí que sería cierto. Me aferré a su mano y el agarre consiguió transmitirme un poco de calor a mis músculos ateridos. –Estaremos bien. – Repitió. –¿Cómo te encuentras?

–Agotada. – El dolor era inconmensurable.

A pesar de todos los golpes que había sufrido en los últimos meses, no había sentido jamás nada como aquello. Mis ligamentos y nervios ardían de pura tortura, casi a punto de reducirse a polvo y cenizas como el campo de batalla que habíamos dejado atrás. Las extremidades estaban embotadas, dormidas, pero palpitando ferozmente como si algo en el interior de mis venas estuviera rasgándome desde las entrañas para abrirse paso hacia el exterior.

Peter se inclinó sobre mí, pero el paño de su boca interrumpió el acercamiento entre sus labios y mi frente. Permaneció de ese modo durante unos instantes: acariciado mi cara con la suya y con su característico aroma a tierra húmeda acunándome con delicadeza.

–No. – Protesté con preocupación, tratando de apartarle para evitar lo que estaba a punto de hacer. Cualquiera que rondase la zona podría vernos.

Sonrió y se aproximó todavía más, retirando la prenda que lo entorpecía.

El beso fue delicado, como si temiera hacerme daño. Sin embargo, su lengua jugó con la mía y Peter rio contra mi boca. Aquello fue suficiente para avivarme el cuerpo e inyectarme un poco de energía.

–Sabía que eso ayudaría. – Evité la carcajada y le lancé uno de sus guantes, que atrapó al vuelo sin ningún problema.

Me incliné hacia delante, ignorando la broma, y él me ayudó a ponerme en pie con gran esfuerzo.

–Llama a Brett. – Me apoyé en sus hombros esperando que cesara el bestial terremoto bajo la suela de mis zapatos. –Estamos cerca y ya nos hemos detenido demasiado tiempo.

Asintió, cubriéndose de nuevo. Recogió nuestras pertenencias del suelo y buscó la radio entre sus ropas.

–¿Brett? –Habló con voz firme después de haber toqueteado los botones adecuados. Peter se metamorfoseó en el líder con un tono gélido y autoritario.

–¡Zay!, ¡Joder, por fin! No sé lo que está pasando ahí fuera, pero nadie responde a este cacharro y me estaba preocupando. –El joven rubio sonó con la voz totalmente metálica. Las ondas no llegaban con fluidez desde donde él se encontraba.

–De momento todo ha ido según lo previsto. Vamos para allá.

–Perfecto. Esto está desierto, hace horas que no veo a nadie. – Hizo una pausa. –¿Cómo está mi hermana?

–Ocupada, pero ella sabe arreglárselas, no te preocupes. – El muchacho me miró de reojo, probablemente él también se preguntaba que estaría pasando con Shiloh y Rona, pero no podía permitirse mostrar su incertidumbre ante el chico. –Prepárate, estaremos ahí en breves. –Cortó la comunicación y guardó el aparato en el bolsillo.

Tomó aire deliberadamente, como si absorber todo el oxígeno del mundo pudiera impulsarlo hasta el final de aquel plan. Me rodeó por la cintura y yo me sujeté a su brazo con mi mano buena.

Caminamos unos pasos más, a un ritmo moderado, pero cuando mis piernas debilitadas comenzaron a recuperarse y pudimos volver a reanudar la carrera, la vegetación tras nosotros se agitó como si un monstruo fuera a surgir de entre la maleza.

Una sombra oscura nos sobrevoló justo un instante antes de que un golpe seco nos hiciera colapsar contra el suelo. El impacto hizo que mi hombro chirriara, como si los huesos de la extremidad friccionaran entre sí por el brusco movimiento. Chillé de dolor mientras la escuálida figura que nos había aplacado forcejeaba con mi amigo, que permanecía tirado en el suelo intentando bloquear los puñetazos que el enemigo trataba de asestarle.

Un destello rojo en las afueras de mi campo visual hizo que mi corazón sufriera una sacudida de reconocimiento.

Xena, con su cabellera de fuego danzando al viento queriendo prender en llamas el bosque. Sus ojos muertos, blancos y vacíos me agujerearon igual que la flecha que me había atravesado el cuerpo.

Apoyé todo mi peso en el brazo derecho, tratando de ponerme en pie, pero una segunda persona surgió de la nada, me aferró el pelo, y me arrastró por la tierra. Clavé uñas y pies e, pero mis esfuerzos no sirvieron de nada, porque el hombre me alejó de Peter como si yo no pesara nada. Me soltó la cabeza con brusquedad, el cuello recibió un latigazo y el cerebro dio tumbos dentro del cráneo.

El gemelo plantó una de sus botas justo en la herida y vislumbré una sonrisa de dientes amarillentos cuando grité de sufrimiento. De entre sus ropajes marrones extrajo una reluciente daga que apuntó en mi dirección, se agachó a mi lado y jugueteó con ella relamiéndose de puro placer. A pesar de que había retirado el pie, la inmensa conmoción me había dejado resollando.

Más allá, los gruñidos de esfuerzo y el choque de los cuerpos creaban una siniestra sinfonía.

No podía llegar a ver nada más allá del cráneo sin pelo, blanco y enfermo de mi rival.

–Tu cabeza será un trofeo para las familias de aquellos a los que has matado hoy. – Murmuró, con una voz delirante y haciendo danzar el arma entre sus dedos. Su aliento pestilente me acarició la mejilla.

Se estiró hacia delante, clavando la rodilla en mi esternón para sujetarme, retiró el tapón del corte e introdujo la punta del puñal con lentitud. Me revolví, jadeando por la punzada que se adentró en mis huesos y se propagó por el cuerpo como una vibración que me desintegró el alma. Mis propias sacudidas hicieron que el arma se abriera paso todavía más en la carne y berreé tan fuerte que sentí en sabor de la sangre en la boca.

Él aferró la empuñadura y la hizo girar con el filo todavía incrustado. La laceración casi me hizo perder el conocimiento.

Peter, con la capucha y el cubrebocas fuera de su cara y el rostro surcado por su propia sangre, apareció detrás del lacayo y lo aferró por la espalda, aprisionando su cuello entre el pecho y el antebrazo para asfixiarlo.

El chico tenía la nariz y el labio inferior rotos, del que manaban ríos escarlatas que le manchaban los dientes de aquella mueca feroz de esfuerzo.

La daga del rival se le escapó de las manos por el sobresalto y yo la hice mía. Sentí el pálpito de mi propio corazón justo detrás de los ojos.

Bufaron y protestaron mientras el adversario trataba de liberarse de aquella mortal atadura.

El forcejeo fue intenso: el oponente trataba de golpear al líder y con cada impacto que el muchacho recibía, aumentaba la presión que este ejercía sobre la tráquea del otro. El gemelo boqueó y puso los ojos en blanco en un gesto grotesco, y justo cuando parecía que el hombre estaba a punto de colapsar, algo golpeó por la espalda a mi compañero y lo hizo caer como un peso muerto.

Aterrorizada y totalmente desorientada, traté de alzarme lo suficiente para apuñalar al contrario, pero la debilidad me hizo resbalar y caer.

A lo lejos, Xena contemplaba la escena sin llegar a ver, pero por la sonrisa que bailaba en sus labios muertos, intuí que sabía perfectamente lo que estaba sucediendo.

El enemigo permanecía de rodillas, tosiendo y tocándose la garganta como si estuviera comprobando que no la faltaba un trozo. Su hermano, sentado a horcajadas sobre un inmóvil Peter, lanzaba puñetazos una y otra vez, salpicando de rojo las zarzas verdes.

Me levanté con dificulad y mi estómago se contrajo brutalmente, una arcada serpenteó desde mis tripas, pero tragué para contener el vómito. Mi contrincante se estaba alzando también, tan mareado como yo. Sin embargo, al verme aferrando su puñal, un rayo de ira le cruzó la faz y rescató una segunda arma del interior de su zapato.

Se abalanzó hacia mí con el objeto en una perfecta posición de ataque y me habría desgarrado la carne si no hubiera logrado esquivarlo. Mi movimiento fue torpe y caótico, trastabillé y habría vuelto a desestabilizarme si no me hubiera sujetado al tronco de un árbol.

Arremetió de nuevo, apuntando el filo hacia las venas de mi garganta, pero estaba tan afectado por la pelea anterior que conseguí darle un manotazo que hizo volar el acero por los aires. Cuando los nudillos de su otra mano amenazaron con asestarme en la sien, clavé el cuchillo en su muñeca.

Aulló de dolor y varios hilos de saliva saltaron de entre sus labios blancos, como un animal rabioso y herido. Se sujetó los dedos agarrotados con una expresión de puro pánico.

Abrí la carne blanquecina de su vientre con un fuerte movimiento, incrustando el acero lo más hondo que fui capaz. Al retirar el filo pegajoso y encarnado, el borboteo de la sangre espesa resonó en el lugar, callando y paralizando el mundo.

El hombre se sujetó las entrañas con la boca abierta en un grito que no fue capaz de emitir. Los intestinos rotos asomaron en el tajo. Sus párpados sin pestañas aletearon por la conmoción y cayó de rodillas entre la vegetación.

De fondo, su incrédulo hermano, que había dejado de golpear al muchacho inconsciente, observaba la escena.

Un chorro de líquido oscuro se escurrió de entre sus dedos entrelazados y salpicó el suelo como una retahíla de disparos.

Su gemelo se heló a mitad de camino hacia nosotros y apretó la mandíbula. Cerró los ojos cuando el herido se desplomó de bruces contra la tierra y su cabeza quedó medio sumergida en un charco de barro y agua.

Xena apenas parecía afectada por lo sucedido, y a pesar de que su mundo era una oscuridad absoluta y continua, era conocedora de lo que estaba sucediendo.

Avanzó unos pasos hasta el cuerpo totalmente quieto de Peter, con las prendas negras y pulcras danzando como la mismísima muerte a su alrededor. No necesitó inclinarse demasiado para recoger del suelo una de las abandonadas espadas del cabecilla. La observó sin llegar a ver, pero paseó las yemas de sus dedos sobre las filigranas metálicas de la empuñadura con una lentitud enloquecedora, como si disfrutara de un momento anhelado.

–¡NO! – Grité cuando comprendí lo que estaba a punto de hacer. Corrí y chillé, pero el sirviente me atrapó sin ningún esfuerzo y me arrebató la daga. –¡NO! –Lloré y me sacudí enérgicamente, ignorando la tortura de mis articulaciones. –¡Xena, no lo hagas, él ya no es el líder, matarle no te dará lo que quieres!

La mujer sonrió de absoluto placer. Esta vez se acercó lo suficiente al muchacho para leer su rostro con los dedos. Frunció el ceño, pasando la mano una y otra vez por la faz repleta de cortes y protuberancias producto de la disputa. Confusa, se agachó a su lado y se deshizo de la capa y jersey, dejando el pecho lleno de cicatrices y moratones a la vista. En los musculosos pero pálidos brazos, los negros tatuajes de otra vida relucían como petróleo. Ella lo toqueteó sin miramientos, y cuando alcanzó los perfectos dibujos de su piel, se volvió hacia su lacayo con el desconcierto reflejado en sus facciones.

–Esos gravados solo se pueden hacer en el cielo. – Respondió a su silenciosa pregunta y Xena soltó una carcajada de dientes blancos y afilados.

–Él ya no tiene nada que darte. – Sollocé, sin apartar la mirada de su rostro excitado y todavía dando tirones contra los brazos que me mantenían sujeta.

–No entendía su obsesión irracional contigo. – Pasó la lengua por su dentadura y con la punta del arma trazó un sendero sinuoso sobre el pecho de Peter. –Traicionar a su pueblo por ti. –Escupió la palabra con asco. –Algo especial tenías que darle para que te mantuviera con vida. Resulta que ni siquiera eres útil, simplemente Zay es tan repugnante como tú. –Hizo una ligera presión y un rasguño se abrió, emergiendo fluido carmesí.

–¡XENA! –Bramé, lanzándome con fuerza y alma hacia ella. Me liberé de mi carcelero, dispuesta a hundir mis uñas en sus ojos, fracturar su cráneo y hacer trizas sus sesos.

Pero no llegué a tiempo.

El acero se hundió enteramente en el cuerpo de Peter.


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