El corazón del Rey. [Rey 3]

By Karinebernal

29.3M 2M 8.3M

Las huellas de un pasado doloroso persiguen al rey Magnus Lacrontte, quien ha levantado murallas para no volv... More

Importante Leer.
Prefacio.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Nota explicativa. - Importante leer.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 1. Presente.
Capítulo 2. Presente.
Capítulo 3. Presente.
Capítulo 4. Presente.
Capítulo 5. Presente.
Capítulo 6. Presente.
Capítulo 7. Presente.
Capítulo 8. Presente.
Capítulo 9. Presente.
Capítulo 10. Presente.
Capítulo 11. Presente.
Capítulo 12. Presente.
Capítulo 13. Presente.
Capítulo 14. Presente
Capítulo 15. Presente.
Capítulo 16. Presente.

Capítulo 23.

451K 41.1K 198K
By Karinebernal

¿Qué ocurre hermanito? - Continúa provocándome. - No tienes nada que decir.

- Tú no eres mi hermano, Gerald. - Espeto con desagrado. - No eres más que un mugroso aldeano.

- No. - Grita enfurecido. - Yo soy un Lacrontte.

- No, no lo eres. Mi padre siempre me dijo que yo era su único hijo. Su único heredero.

- Claro, porque ese hombre era tan solo una escoria que utilizó a mi madre y cuando supo que estaba embarazada la desechó.

- Cuida tus palabras. - Advierto. - Estas hablando de mi padre.

- También es el mío y no sabes cuanto disfrute cuando murió. Y sabes por qué, porque sentí que pago por lo hizo, por lo que me quito.

- Cada quien estaba en el lugar al que pertenecía, Heinrich. Tú en la sucia plaza de mercado y yo rodeado de oro en el palacio con un padre que me amaba.

Ni siquiera otro disparo podría herirlo tanto como las palabras que he dicho en este momento. Sus ojos son como brazas y mi interior pide que me retracte. Él tiene razón, yo lo estimo porque es mi hermano y debido a eso siempre luché contra mi padre.

- Te duro poco la felicidad, Magnus. - Ataca con fuerza. - Al menos yo tengo una madre.

- Veo que para ti eso no es suficiente, pues vienes buscando algo que no te pertenece.

- Claro que me pertenece. Tú estas usurpando mi lugar. - Acusa furioso. - Soy el hijo mayor de Magnus V, yo debería llevar tu nombre, tu apellido, debería ser el rey y no tú.

- Podrás ser un rey, Gerald, pero jamás un Lacrontte. Eres demasiado inferior para tener nuestro linaje y papá lo supo incluso antes de que nacieras.

- Si soy tan inferior porque se metió con mi madre.

- Eso debes preguntárselo a él. No me interesan sus asuntos del pasado, solo lo que vivió una vez se caso con mi madre.

- ¿Así que no te importa todo lo que mamá sufrió?, lo humillada que fue por entregarse a un hombre que solo se aprovecho de ella, a pesar de que llevaba un hijo suyo.

- Siempre estuve de tu lado, pero ahora no me interesa estarlo, Gerald. Tengo prioridades y una de ellas no es sentir lastima por ti. - Declaro con frialdad.

- Veo que has cambiado mucho. No hay nada del niño que iba a verme al mercado. ¿Tanto te afecto la muerte de tus padres?

- Basta de conversaciones. - La voz de Francis llega a nosotros con fuerza. - Ya han tenido suficiente tiempo.

Los soldados entran enfilados a la estancia en un grupo total de 6 y se distribuyen alrededor de la sala bajo las ordenes directas de Puntresh.

- No intentes ser Magnus V. - Escupe Gerlad con odio dirigiéndose a Francis. - Nunca lo serás.

- No intento tomar el papel de nadie, pero esta claro mi sitio en el mundo siempre será mejor que el suyo, señor Heinrich.

Un par de hombres toman sus brazos y lo sostienen con violencia llevándolo afuera.
Gerald me mira con ira mientras camina, prácticamente con el fuego en su mirada, pero a pesar de su odio latente hacia mi, yo no soy capaz de odiarlo a él.

- Llévenlo a los calabozos del palacio. - Ordeno abatido. - Después de la sentencia lo trasladaremos a la prisión central.

- ¿Sentencia? - Pregunta Francis, asombrado. - ¿No ira a la horca?

- Ya he dado los lineamientos. Harán lo ordenado. - Espeto, dispuesto a no dar explicaciones.

Salgo en su compañía, mientras Gerald es llevado a uno de los autos de la milicia.
Gadea corre hacía mi, bloqueando mi atención de la escena. Me rodea en un abrazo atrevido, reposando su cabeza sobre mi pecho.

- Gracias, Magnus. - Exclama aliviada. - Gracias por lo que has hecho por mi pequeña. Sabia que nunca la abandonarías.

- ¿Cómo esta Vanir? - Pregunto mientras la alejo de mi cuerpo con discreción.

- Esta algo aturdida. Necesita ver a un medico con urgencia.

- El medico del palacio podrá ayudarla. - Propongo con un atisbo de preocupación.

El viaje de regreso al palacio es silencioso. Francis no menciona nada y se lo agradezco. Él sabe que Gerald es mi hermano mayor y también sabe lo injusto que mi padre fue con él y su madre.

Recuerdo como fue humillada en la plaza, donde le arrojaron un par de quinels para que se fuera de Mirellfolw y así evitar que me relacionará con mi hermano. Recuerdo escuchar a padre referirse a Gerald como "sucio aldeano" cuando realmente era su hijo.

Yo intentaba tener un vinculo con él, estar en su vida de alguna forma pero siempre el título y las clases sociales suponían una enorme brecha entre nosotros, hasta que un día Gerald entendió lo que mi padre luchaba por enseñarme a mi.
Él era un plebeyo, hijo de una pobre mujer de los barrios más marginados de Mirellfolw, mientras yo era el príncipe heredero a la corona de Lacrontte, hijo de los reyes de la nación.

Pero nunca pude verlo así y juro que lo intenté. Siempre nos vi como madera del mismo roble, salvo que uno fuimos destinados a convertirnos en cosas diferentes.

Al llegar al palacio Gadea acompaña a su hija al interior, mientras Gerald es trasladado al calabozo.
Soy consciente de que Francis quiere refutar la orden dada, pero antes que pueda hacerlo voy tras las mujeres Etheldret.

- Quiero que te quedes conmigo y me cuides. - Pide Vanir a medida que el medico limpia su herida.

- No puedo hacer eso. - Digo casi autómata. - Necesito descansar.

- Por favor quédate. En ocasiones una mujer quiere que la consientan.

- Pues yo no soy un hombre de mimar, así que acostúmbrate.

- Bien. - Dice entristecida, haciendo un mohín para convencerme.

No lo logrará ni aunque me manipule como quiera hacerlo. ¿Yo mimar a una mujer? Nunca, jamás y mucho menos a ella.

- ¿Puedo quedarme en el palacio esta noche? - No sé si se lo pregunta a su madre o a mi. - No soy capaz de volver a casa. El me rapto en el umbral.

- No va hacerte daño. - Le aseguro. - Ahora esta encerrado y fuertemente custodiado.

- Por favor, Magnus. - Interviene Gadea. - Fue un suceso traumático para ella. Permítele pasar la noche y prometo que por la mañana yo vendré a recogerla.

Dudo en aceptar tal propuesta por temor a lo que pueda suceder si cedo. Esta claro que no voy a volver con Vanir, pero tampoco la quiero cerca.

- Esta bien. - Digo finalmente. - Mandaré a que le preparen una habitación.

Salgo del recinto y le pido a los doncellas lo acordado, con la regla de que por ningún motivo toquen mi antigua habitación. Ese lugar nunca será habitado por alguien más.

- ¿Ya podemos hablar? - Pregunta Francis cuando bajo a la primera planta.

- ¿Qué vas a decirme que no sepa ya?

- Es mejor erradicar este problema de raíz.

- Él no es un problema. - Replico molesto

- Esta obsesionado con tu vida. Busca tu atención a como de lugar. Si eso no es un problema entonces no sé que es.

- Ya le puse contención. En prisión no podrá hacer nada, Francis.

- En verdad espero que en un futuro no te arrepientas de esto.

- Pidele a los sirvientes que lleven la cena a mi oficina. - Espeto, ignorando su comentario porque sé que eso no ocurrirá.

Voy a mi espacio de trabajo, revisando el reporte de mi embajador en Dinhestown, sobre los problemas y quejas principales de esa nueva parte de la nación.
Esta mañana envió los impuestos recogidos, pero también mandó una enorme lista de cosas que necesitan ser ajustadas en la ahora ciudad.

Soy bueno para solucionar los problemas de mi reino, siempre y cuando no tenga que tener contacto con los habitantes. Puedo hacer un detallado informe de pasos y políticas públicas que ayudarán al pueblo, pero alguien más es quien debe ponerlas en acción.

Después de cenar, sigo revisando el documento y anotando todos los aspectos que necesitan mayor atención, pero mi labor es pausada cuando un golpeteo rítmico en la puerta captura mi atención.

- La señorita Etheldret, majestad. - Avisa el guardia al otro lado.

Dios mío, ¿qué querrá esta mujer ahora?

Estoy a punto de hacer una fiesta debido a mi máxima concentración, la cual no he permitido que Emily Malhore arruine cruzándose en mi cabeza y ahora viene ella a irrumpir mi tiempo de trabajo con quien sabe que excusa.

- Déjenla pasar. - Informo al final.

Su figura se pavonea por la sala tan coqueta como la recuerdo, la única diferencia es que ahora no causa ningún efecto en mi.

- ¿Te he interrumpido? - Pregunta, sentándose en la silla contraria a mi escritorio.

- Aparentemente. - Replico ante lo obvio. - Si estoy en mi oficina es porque estoy trabajando.

- No tienes que ser hostil conmigo, Magnus.

- Solo quédate allí y no me interrumpas. - Bramo en su lugar.

- No te preocupes, me tome el atrevimiento de ir a la biblioteca por un libro y quise leerlo en tu compañía.

Levanto la mirada por milésimas de segundo y mis ojos capturan la portada de "La historia del soberano" entre sus manos.
Claro, tuvo que escoger justo ese libro.

Finjo que no he visto su elección de lectura y continúo haciendo mi informe, ignorando por completo su presencia.

- ¿Qué crees que es lo qué mas le gusta al soberano de la joven? - Pregunta de repente.

- Supongo que el hecho de que cumplía las promesas. Por ejemplo, la de no interrumpir al soberano cuando este esté ocupado con los asuntos del reino.

- Lo lamento. - Dice un poco afligida.

La miro con algo de remordimiento ante mi falta de tacto. La luminiscencia de la luna hace brillar su cabello cobrizo y sus ojos miel, pero extrañamente aquella figura tan hipnótica para mi en el pasado, ahora parece que es simple y superflua.

Su brazo esta vendado y sus hebras le rodean el rostro como el sol engalanando el atardecer, pero eso no es lo que quiero ver.

Bajo la cabeza de nuevo a los papeles y simulo leer con la mente puesta en otra persona. Aquel color castaño invade mis pensamientos, una risa dulce y tímida y unos ojos oscuros que siempre causan algo extraño en mi.

¿Qué estará haciendo en este momento?
Me fui sin darle alguna explicación o al menos despedirme, pero no puedo arrepentirme por haberme alejado antes de arruinar con algún comentario o mal comportamiento todo lo que hemos avanzado.

El día de hoy tuvimos nuestro más grande acercamiento y el tan solo estar a unos centímetros de sus labios me hizo entender cuanto deseo conocerla, estar con ella, hablarle, tocarla. Todo y absolutamente todo lo que nunca imagine desear de esa mujer.

Aún no asimilo el hecho de estar prendado a una plebeya. A la ex pareja de uno de los hombres que más desprecio, a una joven que es todo lo contrario a lo que busco en una dama.
Pero nada puedo hacer, pues mi corazón a hablado y así luche contra mis emociones sé que perderé la batalla desde el inicio.

- ¿Cómo es ella? - Pregunta Vanir, sacándome de mis pensamientos.

- ¿Quién? - Cuestiono extrañado, levantando la vista de los documentos

- La joven. - Dice como si fuera obvio y entonces entiendo que habla de Emily, pero ¿cómo sabe ella sobre eso?

- No es de tu incumbencia.

- ¿Por ella me terminaste? - Inquiere prácticamente dolida.

- No voy a hablar de ella contigo.

- Es decir, que si hay alguien. - Espeta con una sonrisa triste.

- La hay. - Afirmo sin mirarla.

- ¿Cómo es? Tengo derecho a saberlo.

- No tienes derecho a nada en mi vida. - Replico con desdén.

Ella me mira por unos segundos, parece que estudiará mi rostro y mi reacción mientras hablamos de Emily. ¿Qué pretende con todo esto?

- ¿Es bonita? - Continúa. Esta a punto de agotar mi paciencia.

- Vanir detente, por favor.

- Dime solo eso. ¿Es bonita?

- No es mi tipo.

- Entonces ¿por qué piensas en ella?

- ¿Quién te dice que pienso en ella?

- No lo sé, es lo que parece. Llevas más de 10 minutos en la misma página y solo pueden ser dos cosas. O no entiendes lo allí plasmado, algo que dudo gracias a tu gran intelecto o estas distraído en algo, en alguien.

- No te equivocas. - Confieso. - Estoy pensando en alguien.

- ¿Me terminaste para cortejarla? - Recrimina con un atisbo de molestia.

- Si eso quieres creer, puedes hacerlo.

- Quiero creer solo la verdad y esa esta en ti.

- Ya dije que no voy a hablarte de ella.

- ¿Por qué? - Pregunta frustrada.

- Porque si te lo digo te pasaras todo el día pensado en ella y quiero ser yo él único que lo haga.

- Eso es cruel, Magnus. - Dice afligida. - Tú me terminaste sin darme una explicación cuando estábamos a punto de contraer matrimonio y esta claro que no he podido olvidarte.

- Más vale que lo hagas pronto.

- No es fácil. - Informa desesperada. - Yo te amo, Magnus. Pero tú lo único que hiciste fue deshacerte de mi cuando te aburriste de mi presencia.

- No me aburrí, solo supe que no éramos el uno para el otro.

- Yo estaba entregando lo mejor de mi.

- Eso no me era suficiente, Vanir. - Declaro con frialdad.

- ¿Y ella si? ¿Ella te esta entregando lo suficiente?

- No voy a empezar una discusión. Así que te agradeceré que dejes de hablar o te retires.

- No quiero que nos llevemos mal. - Vuelve a hablar, obviando mi orden. - Te amo, Magnus y siempre estaré para ti.

- El único lugar que tendrás en mi vida sería ocupar el papel de amiga.

- Me han dicho que soy una amiga incondicional. - Dice sonriendo.

- Como digas. - Espeto con un toque ligero de sarcasmo. - Eres oficialmente la amiga del rey, ahora déjame continuar con mi trabajo.

••••

Hace unos días fue mi última visita a Mishnock. Tiempo que me ha parecido eterno.
No he vuelto a ver a Emily desde la irrupción de Lerentia y he de confesar que la extraño como nunca he extrañado a nadie.

Me hace falta su voz, sus regaños, su mal humor, su sonrisa, su dulzura y todo lo que me atrajo de su ser. Su acaparadora inocencia.

Y dada mi falta de autocontrol decidí por la tarde enviarle una carta a Atelmoff quien para mi conveniencia es el jefe de la oficina de correos del palacio, en donde le indique mi profundo fervor por ver a Emily.

Horas más tarde él envió un mensaje devuelta con todas las indicaciones de lo que debía hacer para verla y cumpliendo con cada uno de sus pasos, me escabullí hasta su oficina junto a Francis a la espera de la llegada de la joven Malhore.

- Si sigue frotando sus manos con tanta ansiedad van a prenderse en fuego. - Dice Puntresh a mi espalda.

- Permanece en silencio, por favor. - Pido totalmente nervioso.

No puedo creer que esta mujer me ponga en este estado. Que mi corazón marche tan rápido ante la expectación de poder verla, que mi respiración se agite por el deseo de tenerla cerca y que mi estomago tenga un vacío tan grande por la adrenalina que me gobierna.

Sin poder colocar mis pensamientos en orden, soy arrastrado a la realidad cuando un frágil cuerpo choca contra el mío con la poca fuerza que tiene.

Se tambalea y se aleja de mi, mirándome desde abajo con esos ojos café que tanto extrañaba.
Aparece con otro de sus vestidos llamativos, el cual esta repleto con un millar de pequeñas piedras de colores que me gustan. Me gustan mucho.
Parezco un niño entretenido por una tontería banal que quiere tocar como polilla atraída a la luz.

- Hola, Emily. - Saludo con una sonrisa sincera. En verdad estoy feliz de verla.

Ella no me responde. Permanece en silencio como si no me hubiese escuchado, como si mi presencia le importará poco.
¿Qué hice ahora para que este comportándose así? De verdad no entiendo a esta mujer.

- ¿Qué sucede? - Cuestiono molesto por su actitud. - ¿Por qué no me respondes?

Vuelve a ignorarme y tanta es su desfachatez que prefiere dirigirse a Francis en vez de hablarme a mi. ¿Cómo se atreve a hacer algo así? ¿Acaso quiere irse a la horca?

- No seas maleducada, Emily. - Bramo, obligándola a mirarme. - ¿Qué ocurre contigo?

- Te fuiste. - Replica enojada. - Después de... tú sabes, te marchaste.

- ¿Y por ello te comportas así? ¿No crees que es mejor hablar primero?

No sé mucho sobre las relaciones interpersonales pero supongo que una de las reglas básicas es profesar aquello que te molesta. ¿Acaso no la educaron en su casa?

- Bien, lo hablaremos después. - Dice como si tuviera la potestad para decidirlo. - Ahora quiero saber que ocurrió con mi familia.

- Inicia, Francis. - Cedo por ella. Doy el brazo a torcer solo para no hacer más complicada la situación.

Jamás había hecho esto por nadie. Siempre soy yo y solamente yo, pero al parecer cuando estoy con ella, disfruto ponerla en primer lugar.

- Señor, me presenté como un amigo de la señorita y fui atacado con miles de preguntas que no supe como responder.

- ¿Cómo están? - Pregunta ella, desesperada.

- Señorita no voy a mentirle, se ven algo cansados, pero aún así me atrevo a decir que no están mal o al menos se mostraron fuertes en mi presencia.

Emily tiembla ante las palabras de Francis, mientras sus ojos comienzan a tornarse cristalinos y rojizos. Esta a punto de llorar.

- Emily. - Espeto con preocupación. - No llores. Debes ser fuerte por ellos.

- Es difícil, estoy encerrada mientras ellos se enfrentan al mundo por los caprichos de Stefan.

Coloco las manos sobre sus hombros, en un vago intento por reconfortarla. No soy muy dado a brindar consuelo a los desvalidos pero con la señorita Malhore siempre podría hacer una excepción, aún cuando esto es lo máximo que puedo ofrecerle.

- He conocido a su hermana mayor y ella desea verla. - Continúa Francis - Debe buscar una manera para que le permitan venir.

- ¿Qué hacia Liz en mi casa? - Cuestiona ella con el ceño fruncido.

- La han mandado a llamar. Su madre se ha llenado de lágrimas por mi presencia, pero su padre mantuvo la compostura.

- ¿Y Mia? - Pregunta con ansiedad.

- ¿Quién es Mia? - Cuestiono intrigado. Tendré que hacer una lista con los nombres de la familia de Emily.

- Su hermana menor, señor. - Me explica Francis - Me han informado que se fue a casa de su abuela por un tiempo. Eso es todo lo que sé, señorita. Espero haber sido de ayuda.

- No imaginas cuánto lo agradezco. - Espeta, juntando las manos con ansiedad.

- Bien Francis, ahora déjanos a solas. - Pido ante mi necesidad creciente de ella.

Él hace lo pedido y cierra la puerta con cuidado, dejándonos solos en la confinada oficina.
Me acerco a Emily despacio y la reacción inquieta de su cuerpo me hace entender que ella también esta ansiosa por la soledad que nos rodea.

- Me gusta esto. - Confieso lo que he venido pesando desde que lo vi. Halo una de las piedrecillas totalmente encantado con el banal objeto.

- Tengo muchos trajes con esas perlas. - Informa con severidad.

- Bueno, pues deberías usarlos más seguido. - Le pido, omitiendo su extraña actitud.

Ella no me responde y opta por apartarse de mi con desdén. Su comportamiento remueve en mi interior una molestia que no había sentido antes. No se trata de ira pero si es algo que me incomoda. ¿Por qué me afecta su rechazo?

- ¿A qué se debe tu hostilidad? - Cuestiono ante el nuevo sentimiento que me embarga.

- Te marchaste dejándome aquí con el caos. - Acusa indignada, enojada.

- Lo lamento, estaba furioso y no quería hacer una estupidez.

- Me dejaste sola. - Replica aún más enojada. No me gusta que se moleste conmigo.

- Pero aquí estoy. - Explico, sintiéndome completamente tonto, sin embargo no puedo evitarlo. Ella me hace tonto. - Hago esto por ti.

- ¿Hacer qué? - Cuestiona como si no fuese obvio. Al menos para mi lo es.

- El esconderme como un enemigo asustado, solo para verte unos minutos.

No puedo creer que eso haya salido de mi boca, pero es la verdad. Vine aquí solo por ella y lo haría mil veces más

Odio pensar en lo mal que esta esto, pues nadie más que yo debe dominar mis emociones, sin embargo parece que es ella quien tiene el control de las mismas.

- Hay algo más. - Revela luego de unos segundos de silencio.

- ¿Qué es? - Inquiero intrigado.

- Stefan ha dicho cosas que me han confundido.

- ¿Qué cosas? - Pregunto rápidamente, asustado.

Si Denavritz se atrevió a inventar alguna cosa sobre mi solo para que ella se aleje, juro que voy a asesinarlo. No habrá ningún lugar en la faz de la tierra que lo oculte de mi ira.

- Dice que me usas solo para fastidiarlo.

Un gran peso cae sobre mis hombros al escucharla. Es como si una pesada ola me golpeara y me arrastrara a las profundidades. ¿Cómo se atreve a decirle algo así? Es decir, al inicio ese era mi único objetivo pero ahora no quiero que ella piense eso.

- No voy a negarlo Emily, al principio empecé a buscarte solo para fastidiar a Stefan, pero mírame bien. - Tomo su mentón para levantar su mirada hacia mi. - Él ni siquiera está aquí y yo no puedo quitarte los ojos de encima.

Se remueve con la mirada brillante, expectantes. Quiere escucharlo y yo estoy ansioso por confesarlo.

- Me gustas mucho, Emily Malhore y en realidad estoy intentando con todas mis fuerzas no ser irrespetuoso contigo.

Ella no responde. No dice nada, lo cual es prácticamente como un castigo. ¿Por qué no responde?
Cruza los brazos sobre su pecho de manera defensiva y mira hacia otro lugar. ¿Acaso no quiere verme?

- ¿Eso significa que aún estás enojada? - Pregunto temeroso. Estoy malditamente asustado en este momento de que esta mujer no me corresponda.

- Debería. - Declara con severidad, devolviéndome su mirada.

Sonrío. No sé si de alivio o de felicidad pero sonrío con el alma. También le gusto.
Baja los brazos, invitándome a acercarme más y lo hago, aprovecho cada oportunidad.

- ¿Ya te he dicho lo mucho que me gusta verte enojada? - Revelo sonriendo como un idiota.

- Era de esperarse. Pues si me haces perder la paciencia tan seguido debes tener alguna razón.

Aquel comentario me hace reír involuntariamente. Ella tiene dominio sobre mis emociones y odio que sea así.

Emilia no se mueve y tampoco intenta alejarse, lo que me da una razón más para dar el próximo paso.
Llevo mis manos hasta su rostro, sosteniéndola con cuidado. Miro sus labios y luego sus ojos, los cuales están brillantes, fogosos.

Es demasiado pequeña dada mi estatura y no hay forma que consiga llegar a su boca sin tener que bajar hasta ella. Así que de manera pausada y lenta doblo mi cuerpo y poso mis labios sobre los suyos.

Es como fuego y brazas derritiendo el hielo, consumiéndonos. Sus labios son suaves, virginales, perfectos.
Me muevo despacio pero posesivamente, reclamando con fuerza lo que he querido tener todos estos días.

He besado antes y ella también, pero devolvería el tiempo y sin duda reservaría mi boca solo para esta mujer.

Siento que soy envuelto, hechizado, incluso me atrevería a decir que domado. Ella calma mi necesidad pero no la sacia. Quiero más, quiero todo de ella y aún así no tendría suficiente.

¿Por qué me he resistido tanto? ¿Por qué me he privado de tal placer tan estimulante?
Sus labios en este momento son míos y quiero que lo sigan siendo por mucho tiempo más.

Se siente como la enfermedad y la cura misma, como la locura y la lucidez, como la muerte y la vida.
El caos haciendo explosión para construir la luz sobre las tinieblas. El lado bueno de la vida.

- No podemos hacer esto. - Jadea, separándose de mi. - Podrían descubrirnos, es una falta de respeto.

Me toma un par de segundos hacer que mis sentidos vuelvan a funcionar. Me sentía en tanta paz y ahora todo mi violento mundo vuelve a colisionar.

- Diría que lo lamento pero no soy un hombre mentiroso. - Espeto, apartando las manos de su rostro.

Su piel esta erizada, sus manos están apretadas y sus pupilas se encuentran dilatadas. Quiere más, desea mucho más de esto pero aún así se resiste, algo que respetaré. No la obligaré nunca a hacer algo que no anhele.

- Si te sientes incómoda lo dejaremos hasta aquí. - Aviso, mientras abro la puerta.

Salgo del lugar en un claro intento por provocarla, pues me detengo en el pasillo a su espera.
Debo retarla, hacer que se arriesgue. Que exija y busque lo que quiere.
Emily es demasiado correcta y tímida, y lo único que necesita es desinhibirse y apostarle un poco al lado explosivo de la vida, del cual se nota no ha probado y es justamente en ese lugar donde yo habito.

Solo segundos más tarde, la puerta de la oficina es abierta nuevamente y unos ruidosos pasos corren hacia mi, deteniéndose abruptamente al notar mi presencia.

- Sabia que vendrías. - Espeto con altivez. Ella no puede resistirse a mi de la misma forma en que no soy capaz de alejarme de ella.

Voy hasta su cuerpo y tomándola de la cintura, la llevo hasta la pared de fondo. Se tambalea un poco ante mi brusco movimiento, pero la sostengo con fuerza para que no caiga y entonces vuelvo a adueñarme de sus labios.

Por un momento en mi vida no pienso en nada más. No pienso en la guerra o en la venganza, mi corazón no se siente atado al odio o al rencor. Solo estamos los dos sintiendo, deseando.

Es extraño sentirse de esa forma pero cada vez que pruebo sus labios, que su sabor llena mi boca es como paz y tranquilidad recorriendo mi cuerpo. Es adrenalina pero aquella que te hace correr una maratón solo porque sabes que ella estará en la meta.

Es una sensación complicada, arrebatadora y vigorizante. Soy todo y nada al mismo tiempo. Sus labios, su cuerpo entre mis manos, su fragancia dulce, su respiración acelerada contra mi piel, sus dedos en mi cuello. Es mucho más de lo que pensé podría entregarme.

Bajo mi mano hasta el final de su espalda, mientras continúo besándola. Necesito sentir su cuerpo contra el mío, saber que es real y no una absurda imaginación de un hombre necesitado.

Vine aquí por estrategia, para usarla a mi favor y conseguir un objetivo pero lo que encontré fue una plebeya dulce y malhumorada que me hace perder la cabeza a cada segundo. Encontré mi serendipia.

Me separo luego de un rato en busca de oxígeno. Mi corazón bombea rápido y el cosquilleo se traslada hacía la parte baja de mi abdomen. No puedo creer que esta mujer me excite tanto.

- Es hora de irme, señorita Malhore. ¿Esta vez se no enojará por mi partida? - Pregunto completamente fascinado por la situación.

- No lo creo, aún así no le aseguro nada. - Declara sonriente y debo resistir el deseo de besarla nuevamente.

Levanta su mano hacia mi y toca mi rostro, haciéndome tensar de inmediato. No me gusta que me toquen y menos sin mi autorización. Es un acto tan impersonal y atrevido que sin duda cruza la línea de la confianza brindada en las relaciones humanas.

Toca mis hoyuelos con curiosidad. Es como una reina explorando el sitio que ha colonizado. Le permito tocarme mientras yo admiro sus labios hinchados a causa del deseo. Es tan malditamente hermosa que sé que haría cualquier cosa por seguirla mirando.

Emily continúa tanteando mi rostro y es entonces cuando descubro que debo ponerle un alto. Tomo su mano y doy un beso en el dorso para alejarla con discreción de mi piel. Pero es ese acto el que me sorprende más, pues nunca en mi vida había besado la mano de ninguna mujer y con ella se sintió tan natural que atemoriza.

- Espero tenga usted una buena noche, para que me permita cruzarme en sus pensamientos, y quizás si tiene suerte usted se cruce en los míos. - Suelto sonriente al darme cuenta de la verdad oculta en mis palabras. Claro que se cruzará.

Le doy un último beso. Corto y rápido, probando por ultima vez la pasión desbordante que sus labios me entregan.
Besarla se siente como una recompensa, como una sonrisa alentadora del mundo cruel.

- Al menos ya sé a qué sabe tu boca. - Musito como despedida.

Me vuelvo y camino lejos de ella con la adrenalina recorriendo mi sistema. Salgo del palacio a grandes zancadas con una sonrisa grabada en el rostro.
Corro hacía la avión y en su interior ya se encuentra Francis quien me observa curioso mientras tomo lugar a su lado.

- ¿Qué? - Pregunto molesto al ver que no aparta sus ojos de los míos.

- Nada. - Dice encogiéndose de hombros. - Vienes con las pupilas dilatas. Eso es raro en ti.

- Claro que no. Mis pupilas son grandes por eso se ven así.

- Tan grandes que prácticamente no tienes iris.

- Estas exagerando, Francis Puntresh.

- Tal vez. - Me da la razón. - Pero algo ha pasado allí, lo cual te ha dejado como un niño en una dulcería.

- Soy el mismo de siempre, así que deja de inventar cosas.

- Pensé que no teníamos secretos. - Espeta, retándome a hablar.

- Tú me ocultas cosas. - Acuso señalándolo.

- Claro que no. Si me preguntas te diré todo lo que quieres saber.

- ¿Sales con mi abuela? - Pregunto de inmediato, desviando el tema.

- Define salir. - Pide sonriente. Es un completo idiota.

- Sabes bien de lo que hablo. - Digo ofuscado. - ¿Besas a mi abuela?

- Cuando ella me lo permite. - Revela feliz.

- Que asco, Francis. - Suelto con rechazo.

Imagino la escena y no puedo evitar sentirme extraño. No me molesta que salga con mi abuela pero la combinación de ambos es... simplemente rara.

- ¿Piensas que estamos demasiado viejos para tener una relación?

- No, es decir, obviando el hecho de que están entre los 70 y la muerte, no me molesta que quieran unir sus vidas, solo que es extraño que sea entre ustedes.

- Entiendo. - Dice con normalidad. - Aún así no me alejaré de ella.

- No te estoy pidiendo que lo hagas.

- Que bien porque no te haría caso.

- No puedes hablarme así. Te recuerdo que soy el rey.

- Yo soy prácticamente tu abuelo, así que tengo derecho.

- No eres mi abuelo, Francis. Eres como una extraña especie de figura paterna.

- Bien, entonces soy tu padre. - Dice con una media sonrisa.

- No eres mi padre. - Declaro de inmediato. - Solo dije que eres una especie de figura paterna.

- Solo piensa en la señorita Malhore ¿quieres? - Pide, queriéndose deshacer de mi y no puedo evitar reírme de su extraño comportamiento.

Al llegar a Lacrontte subo a mi habitación y tomo una ducha fría para calmar las insensatas emociones que me gobiernan.

El agua cae con fuerza sobre mi y de repente me encuentro tarareando una estúpida melodía en la ducha. Hacia ya muchos años en los que no cantaba absolutamente nada.

Mientras estoy limpiando mi cuerpo, me siento solo y vacío. Extraño su presencia y su calor corporal.
Es conflictivo para mi pensar en ella y más aún cuando mi cuerpo responde a su recuerdo.
El memorar nuestro beso hace que mi entrepierna responda con deseo y en verdad me molesta que ella cause tales estragos en mi cuerpo.

Al salir seco mi cabello con esmero mientras me dirijo al vestidor completamente desnudo. El aguda gotea por mi cuerpo dejando un camino lluvioso detrás de mi.

- Vienes emocionado.

Esa voz me detiene de inmediato, haciéndome girar con molestia.

- ¿Qué haces aquí? - Cuestiono con furia sin intentar cubrirme.

- Le pedí a los guardias que me dejarán pasar. Les inventé que tú me habías mandado llamar. - Revela como si se tratará de una gran hazaña.

- Fuera de mi habitación ahora mismo.

- ¿A que debo tanta emoción? - Dice mirando mi entrepierna.

- No es de tu incumbencia, Vanir. Sal de aquí y levántate de mi cama.

- No es como si no la haya visto antes. - Dice con una sonrisa pícara.

- Creí que te habías quedado aquí para sanar y no para hacer este tipo de cosas.

Vanir se ha quedado en el palacio todos estos días y aunque no hablamos demasiado puedo decir que el ambiente tampoco es del todo tenso. Tenemos un relación de completa normalidad.

Pidió quedarse mientras su herida sanaba, alegando también el miedo que le causa estar en su hogar y que Gerald aparezca. Supe de inmediato que esta fingiendo pero para no generar más problemas, le permití quedarse.

- Estabas cantando. Jamás te había escuchado hacerlo.

- Escuchaste mal. Yo no canto. - Replico a la defensiva.

- Claro que lo haces, solo que nunca quisiste cantarme.

- Mis razones tendría. - Escupo con frialdad.

Ella baja la mirada hacia sus pies y luego vuelve a subirlos, direccionando su atención a cualquier lugar menos a mi.
La he herido y debo admitir que no me importa.

- Cambiaste la cama. - Dice tocando el colchón.

- No comentes lo obvio. - Espeto, adentrándome en el vestidor.

- No crees que es un poco extremo.

- Puedo hacer en mi habitación lo que me apetezca y si quiero cambiar todos los muebles cada 5 días, lo haré y no tiene porque parecerte extremo pues es mi vida.

- No seas grosero conmigo, Magnus, solo intento conversar.

- Pues yo no quiero hacerlo. - Informo mientras me visto con rapidez.

Cualquier erección causada por Emily Malhore se ha esfumado al escuchar la voz de Vanir.

Después de tomar la ropa, salgo abrochando mi camisa para descubrir que ella aún no sé levanta de la cama ¿acaso es sorda? ¿No hablé lo suficientemente claro?

- Te he pedido que te levantes de la cama. - Vuelvo a decir.

- ¿Estabas con ella? - Pregunta en su lugar. - ¿Por eso estabas así? ¿Ya han dormido juntos?

El bombardeo de preguntas me enoja de inmediato. ¿Qué derecho cree ella que tiene en mi vida para buscar la respuesta sobre algo así?

- Vamos, Vanir. - Pido cansado. - Date tu lugar como mujer y deja de preguntar esas cosas.

La puerta se abre con libertad propia de un momento a otro y estoy a punto de gritar furioso ante tal atrevimiento, cuando veo a la figura de Gregorie ingresar a la alcoba.

- Barril. - Es lo primero que dice, totalmente sorprendido mirando a la mujer.

- Soy Vanir. - Corrige ella con una sonrisa apenada. Mi primo es un completo idiota.

- Cierto. Discúlpame. - Pide con fingido remordimiento. - Podrías por favor dejarnos solos un momento.

- Por supuesto. - Dice levantándose de la cama. - Hablamos luego, Magnus.

Camina hasta la salida y cierra la puerta a su espalda, dejando la estancia libre de su presencia.

- Por toda la belleza de los Lacrontte ¿qué hace esa mujer aquí?

- Es una larga historia. - Revelo, frotando mi sien.

- Pues empieza a contarla, tengo toda la noche para escuchar.

- Gerald Heinrich la tenía secuestrada. - Suelto sin filtro.

Sus ojos se abren en sorpresas mientras intenta articular alguna palabra coherente, pero nada sale de su boca.

- ¿Gerald, el hijo tu padre tuvo en su época de libertinaje? - Pregunta confundido.

- Si, el hijo de la plebeya.

- ¿Dónde esta? ¿Ya lo asesinaste? - Cuestiona rápidamente.

- Esta en el calabozo del palacio.

- ¿Aquí? - Lo dice como si yo estuviera demente. - ¿Lo tienes aquí, Magnus? ¿Perdiste la cabeza?

- No, no lo hecho. Pronto estará en la prisión central y todo habrá acabado.

- Nada acabará si no lo asesinas y lo sabes tan bien como yo.

- Esa fue mi decisión, Gregorie, y debes respetarla.

- Espero que la lastima que sientes por él no te cegué la razón.

- No siento lastima por nadie. - Declaro con severidad. - Y prefiero que cambiemos de tema. ¿A qué has venido?

- Bueno, ciertamente no a enterarme que Gerald Heinrich volvió a aparecer.

- ¿Vas a continuar con eso? - Pregunto enojado.

- Lo siento. Cuéntame mejor cómo te esta yendo con tu magnifico plan de usar a la plebeya.

Sonrío derrotado mientras me desplomo en la cama. Soy patético, verdaderamente patético.

- La he besado. - Revelo sin mirarlo.

- Creí que no te gustaba. - Puedo sentir la burla en su voz. - ¿Acaso te hechizó con sus poderes de plebeya malvada? ¿Te dio el perfume de la pasión esclavizante?

- Cállate, Fulhenor. - Pido molesto por sus pésimos chistes. - Me gusta mucho esa mujer.

- Eso ya lo sabía. Cuéntame algo nuevo.

- No puedo concentrarme una hora completa sin que ella se paseé por mis pensamientos.

- Definitivamente estas condenado a la dominación por esa mujer.

- Claro que no. - Replico de inmediato. - Aún soy capaz de discernir que es lo que quiero y que no.

- Y ¿qué es lo que quieres?

- A ella y a todos los problemas que acarrea el cortejarla.

- Ese es el inicio del amor. - Repone y yo me tensiono.

- Yo no creo en el amor, Gregorie, pero la deseo. La quiero mía.

- Entonces hazla tuya. - Dice como si fuese obvio.

- No puedo. Ella va a querer amor y no puedo entregarme de esa manera con nadie. Ya no creo ese sentimiento después de Vanir.

- Pero te gusta ¿no?

- Claro que si. Como nunca me había gustado una mujer.

- Entonces conquístala. Hazle saber que se siente estar con un Lacrontte.

- No es tan fácil ¿Qué voy a hacer con Denavritz? Él es como una piedra en el zapato.

- ¿En serio Stefan va a detenerte? - Pregunta decepcionado.

- Claro que no. La quiero solo para mí.

- Tú has conquistado naciones, sometido pueblos a tu voluntad. No creo que una plebeya te quede grande.

Me cuesta aceptar cuando otras personas tienen razón, pero esta vez Gregorie la tiene.
Si quiero que Emily sea mía no habrá excusa sobre la faz de la tierra que me lo impida.

- ¿Cada cuanto piensas en Elisenda? - Cuestiono curioso.

- Todo el tiempo. - Dice con una sonrisa hostigante.

- Y ¿no te frustra tenerla en tu cabeza todo el día?

- No, me gusta pensarla.

- A mi me molesta mucho.

- ¿Piensas en mi esposa, Magnus? - Pregunta con fingida indignación.

- Hablo enserio, Gregorie. Ella me distrae de los asuntos importantes.

- Entonces distráela tú a ella.

- Besa muy bien. - Revelo al recordar nuestro momento de hoy.

- Nunca creí escucharte hablar tanto de una mujer y vaya que recuerdo todas las veces que me recriminaste cuando yo hacía lo mismo.

- Soy un estúpido, lo sé.

- No me opondré a ese concepto.

- Quiero que ella me quiera suyo. - Confieso con vergüenza.

- Entonces haz que te desee. - Dice con naturalidad.

¿Cómo puedo hacer algo así cuando es claro que soy yo el que esta perdiendo en este juego?

Soy adicto a ella de una manera altamente preocupante y agresiva, así que el único paso que me queda es hacer que ella también me necesite, aún cuando no sé como hacerlo.

Tendré que mover el mundo a mi favor y rendirlo a sus pies. Pero lo lograré, juro que lo lograré porque soy Magnus VI Lacrontte Hefferline y soy poderoso.

Notas de autor

¡Hola! Hello! Hei!

Para que no digan que nunca actualizo doble, aquí les traje un nuevo capítulo. Pero por supuesto mañana no habrá.

Espero que lo hayan disfrutado tanto como yo lo hice al escribirlo y que estén emocionados al leer la faceta de un Magnus luchando contra lo que siente.

Antes de despedirme, una pregunta capciosa ¿saben por que capítulo del segundo libro vamos?

Sin otra cosa que decir, los quiero y nos vemos en el próximo capítulo.

Me puedes encontrar en Instagram como @karinebernal

Continue Reading

You'll Also Like

23.8M 1.9M 156
En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. ...
256K 29.7K 65
Bien, estaba a punto de descartar hacer una segunda parte de la historia. Hasta que me llegó una idea para esto. Pueden leerla o no, no importa. (Por...
164K 17K 32
──"𝐓𝐄 𝐀𝐌𝐎 𝐘 𝐓𝐄 𝐎𝐃𝐈𝐎 𝐀𝐋 𝐌𝐈𝐒𝐌𝐎 𝐓𝐈𝐄𝐌𝐏𝐎" "𝘌𝘯 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘔𝘢𝘥𝘪𝘴𝘰𝘯 𝘺 𝘈𝘭𝘥𝘰 𝘴𝘦 "𝘰𝘥𝘪𝘢𝘯" " 𝘖 "𝘌𝘯 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘔�...
5.4K 495 27
Llegará un nuevo integrante a los smiling critters el cual pondría de cabeza todo.