El corazón del Rey. [Rey 3]

By Karinebernal

29.4M 2M 8.3M

Las huellas de un pasado doloroso persiguen al rey Magnus Lacrontte, quien ha levantado murallas para no volv... More

Importante Leer.
Prefacio.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Nota explicativa. - Importante leer.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 1. Presente.
Capítulo 2. Presente.
Capítulo 3. Presente.
Capítulo 4. Presente.
Capítulo 5. Presente.
Capítulo 6. Presente.
Capítulo 7. Presente.
Capítulo 8. Presente.
Capítulo 9. Presente.
Capítulo 10. Presente.
Capítulo 11. Presente.
Capítulo 12. Presente.
Capítulo 13. Presente.
Capítulo 14. Presente
Capítulo 15. Presente.
Capítulo 16. Presente.

Capítulo 17.

306K 35.3K 91.9K
By Karinebernal

Días después.

Mis heridas siguen su curso de sanación y el medico del palacio las monitorea constantemente.

Me he negado a recibir visitas aún cuando abuela, Gregorie e incluso Vanir han tocado la puerta varias veces. A la única persona que le permito el ingreso es a Francis.

Me niego a verme en el espejo, pues solo tocar las cicatrices me sucumbe un dolor mental imposible de acarrear.
Veo las marcas en mi pecho y me lleno de cólera. Odio verme de esta manera y odio todas estas heridas cicatriciales.

Al menos no son queloides, dice el medico. Y ¿qué si lo fueran? Es lo mismo. Estoy marcado como ganado por Aldous Sigourney y gracias a ello empiezo a tener rechazo de esta parte de mi cuerpo.

No permitiré que nadie me vea así jamás, nadie me tocará o hará algún tipo de comentario sobre las heridas. Son como un yugo que me une a la derrota, que me recuerdan lo insignificante que fui frente a un atizador. Me hacen pensar en la debilidad y no quiero que alguien crea que soy débil.

Después de tomar una ducha con gran esfuerzo debido a lo doloroso que es al menos rozar esta zona, Francis llega con el medico para la curación matutina y luego que este limpia la piel, coloca las pomadas y venda mi torso quedo a solas con mi fiel compañero.

- No sé si quieras saberlo pero Vanir a venido esta mañana. - Avisa en un intento de que la reciba.

- ¿Para qué? Sabe bien que no deseo ver a nadie.

- Bueno, ella hace el esfuerzo todos los días para ver si en algún momento cedes a recibirla. - Explica con ojos comprensivos. - Pero también aprovecha las visitas para ver al sastre y el joyero. Ya el vestido de novia y el de la coronación están confeccionados, incluyendo algunas tiaras.

- No me interesa, Francis. - Espeto totalmente desanimado. - Deja que haga lo que quiera pero que no se acerque a mi por ahora.

- Creo que estas siendo injusto.

- ¿Injusto? - Cuestiono molesto. - Solo no quiero verla.

- Entiendo que quieras aislarte, pero ya han pasado días y creo que al menos deberías darle la oportunidad de acercarse. Es tu prometida y es obvio que querrá estar a tu lado.

- ¿Desde cuando apruebas mi compromiso?

- No lo apruebo, pero eso a ti no es que te importe mucho. - Dice, encogiéndose de hombros. - Ella ya se fue, sin embargo deberías permitirle el ingreso mañana.

Supongo que tiene razón. Vanir a estado para mi cada vez que la he necesitado y si ahora ella quiete cuidarme o al menos verme no puedo negárselo. Supongo que en el fondo si estoy siendo algo injusto.

- Y ¿qué si voy hoy?. - Propongo cambiando de actitud. - Es decir, voy a su casa. Sería una gran sorpresa.

- Estas actuando impulsivamente. Espera el alba y toma este tiempo para pensar que le dirás para justificar tu apática actitud.

- No tengo nada que pensar. Solo le diré que ahora si quiero verla.

- Una mujer espera una buena disculpa. No una movida impulsada por la emoción de un momento. - Explica. - Eso suena muy mal, Magnus.

- Pues es lo que haré. Es justo lo que haré. - Digo animado, levantándome de la cama.

Camino hacia el vestidor con la emoción desbordándose en cada uno de mis movimientos.
Me visto con dificultad ante la mirada desconfiada de Francis, quien aún no se marcha de la habitación.

- Creo que primero deberías informarle. A nadie le gustan las sorpresas.

- No podrás detenerme. - Alego atando mis zapatos. - Nos vemos para cenar... O tal vez no.

Camino a paso apresurado con una sonrisa en el rostro. No entiendo porque me causa tanta emoción ver a Vanir, pero supongo que el hecho de que será mi esposa tiene algo que ver.

Pido el automóvil y me cuelo en su interior cuando este llega con el chofer. Doy la indicación acerca de mi lugar de destino y con las ansias de verla, me apresuro en el viaje.

Llego a casa de Vanir con el frío azotando mis huesos. Camino hacía el umbral con la camisa rozando las vendas que cubren mi pecho.
El llamar a la puerta supone un gran esfuerzo para mi. Mi torso arde ante la molestia que ahora acarrea levantar el brazo.

Después del tercer golpe una anciana doncella abre la puerta, mostrándose grandemente sorprendida por mi presencia.

- Majestad. - Suspira prácticamente asustada mientras se reverencia.

- Buenas noches. - Replico al ver que aún no me permite el paso. - ¿Cree que pueda ingresar?

- Por supuesto, majestad, pero los barones no se encuentran en casa.

- Mi intención es visitar a la señorita Etheldret. - Aclaro, abriéndome paso forzosamente en la vivienda ante la extraña resistencia de la mujer. - ¿Dónde se encuentra?

Miro a mi alrededor, buscando en la sala y sus alrededores pero parece no habitar ninguno de estos sitios.

- La señorita Vanir se encuentra durmiendo en su habitación. - Informa la doncella ante mi fracaso por hallarla.

- ¿Durmiendo? - Repongo curioso. - Aún mejor, le daré una sorpresa mucho más grata.

- A ella no le gusta que la despierten mientras descansa. - Dice, interponiéndose en mi camino cuando intento caminar hacia su alcoba.

- Créame que no se enojaría por mi llamado. - Aseguro, haciéndola a un lado.

Camino a grandes zancadas hasta la única habitación que se ve alumbrada en su interior, sintiendo a la doncella correr tras de mi para alcanzarme.

- Señor, le pido que por favor...

- Ya cállese. - Ordeno con molestia. - Esta a punto de colmar mi paciencia y si no quiere terminar en la horca es mejor que cierre la boca en este instante.

Tomo la perilla de la puerta, haciéndola girar con suavidad pues en este momento ya mi instinto me dice que algo extraño esta sucediendo.

La puerta cede en total silencio y bajo la mirada suplicante de la doncella por que me detenga, echo un vistazo al interior de la alcoba y tal acto lo único que provoca es que el mundo a mi alrededor se desmorone.

Mi pecho duele y no por las heridas en vías de sanación. Siento que mi corazón es exprimido dentro de mi caja torácica, que un montón de dagas han sido clavadas en mi espalda con furia.

Soy testigo de como Vanir besa al conde Cournalles mientras este rodea su cuerpo desnudo en un abrazo pasional.

Ese cabello cobrizo que tanto amaba ahora esta siendo acariciado por las impuras manos de Ansel Cornualles. Su piel esta sobre la suya y la lujuria se desborda en el otro.

Nunca nadie me había decepcionado tanto como Vanir en este momento. Le pedí matrimonio, ¡Por Dios!. Estaba dispuesto a pasar toda mi vida con ella, entregarle mis días y es esto lo que hace a mis espaldas.

Mi cuero cabelludo pica, el vendaje ha comenzado a asfixiarme, la ira y el desprecio se apoderan de mi, haciéndome querer explotar pero no me permitiré hacerlo. Nunca les daré la satisfacción de ver cuanto me ha dolido su traición.

Cierro la puerta como si nada hubiese sucedido y con los puños cerrados clavo las uñas en mis palmas en un intento por no perder el control, mientras me dirijo a la mujer.

- Tiene un minuto para recoger sus cosas y largarse de esta casa.

- ¿En que lo he ofendido, majestad? - Pregunta asustada.

- Sabe usted bien que le mintió a su rey en la cara, pero sin duda ese es el menor de sus agravios. - Advierto enojado. - Va usted a marcharse de aquí sin decirle una palabra a Vanir, ni a nadie sobre esto. Invéntese alguna excusa que justifique su renuncia, pero si me entero que ha abierto la boca le juro que la buscaré, la encontraré y enviaré a la horca a usted y su familia.

La mujer me observa en silencio, totalmente asustada.
Desparece por el pasillo y decido seguir sus pasos pues no puedo dejare ningún cabo suelto.

La doncella entra a la oficina del Marqués Etheldret y desde la puerta la veo escribir rápidamente sobre un papel que deja en el escritorio. Levanta luego la cabeza hacia mi y viene al encuentro.

- Tengo una familia que mantener.

- Siendo así le aconsejo busque un trabajo lo antes posible.

No tengo tiempo y mucho menos ánimo para hacer obras de caridad en este momento. La ira me corroe y lo único que quiero es romper algo o luchar contra alguien.

Le pido a un guardia que vigile a la mujer, custodiándola hasta su casa mientras yo salgo de la maldita vivienda sin hacer el menor ruido.

El viaje hasta el palacio es sofocante. Golpeo los asientos con violencia mientras maldigo en medio de gritos.
El chofer me mira de reojo y estoy a punto de quitarle la cabeza por entrometido y si no fuera por el autocontrol que intento mantener para no darle la satisfacción a Vanir de afectarme con sus actos, ya lo habría hecho.

Froto las manos en mi regazo con tanta ansiedad, que siento que se prenden en fuego. Las vendas me asfixian pero agradezco el hecho de que la cólera diluye el dolor de mis heridas somáticas.

Me siento tan estúpido por creer en ella. Iba a unir mi vida a Vanir, le abrí mi corazón y esto es lo que recibo.
Se burlo de mi como si fuese un hombre con el cual pueden hacer gracias.

Quiero matar al maldito condesito, quitarle del rostro la sonrisa falsa que siempre trae consigo, verlo sufrir, enseñarle que con Magnus Lacrontte nadie juega, pero eso sería demostrarle demasiado. Le dejaría ver que me ha ganado y no pienso pasar por débil frente a nadie nunca más.

Llego al palacio y corro por el umbral. Subo las escaleras de dos en dos en busca de la oficina de Francis y por primera vez en toda mi vida, me adentro sin llamar antes a la puerta.

- Me han visto la cara de idiota. - Suelto de inmediato.

- ¿Quién?, ¿quienes? - Pregunta preocupado, levantándose de su escritorio.

- Vanir. Ansel. Son amantes. - Balbuceo lleno de cólera al recordar la escena. - Los vi en la cama.

- Magnus, lo sien...

- ¡No!. - Grito, interrumpiéndolo. - No hay nada que sentir. Solo era mi pareja, aún no me he casado, no hice el ridículo.

Camino de un lado de la oficina al otro, sintiendo el desespero y la ira a flor de piel. Reviento los botones de mi camisa en un intento por liberarme, ¿de qué? No lo sé, pero resulta tranquilizador al menos por un par de segundos.

A eso se debía su cercanía y las peticiones descaradas de Ansel Cornualles por enviarle saludos. Se estaba burla de mi en mi cara y no lo note, ¿cómo pude ser tan ciego?
Las señales estaban ahí pero al parecer decidí ignorarlas.

Esto es lo que hace una mujer. Distraer al hombre de los movimientos de sus enemigos y vaya que he sido un imbécil.

- Envía a dos guardias a casa de esa sucia mujer y haz que uno espere a que Cournalles salga para luego traerlo aquí, y una vez que la vivienda este despejada, pídele al otro que toque la puerta y traiga a Vanir sin que esta se cruce con el condesito.

- ¿Qué piensas hacer? - Cuestiona con temor.

- Nada que un hombre con cabeza fría no haría.

Necesito descargar mi furia para poder hacerle frente a la situación cuando llegue el momento y no arrancarle el corazón a ambos de una sola estocada.

- ¿A dónde vas? - Pregunta Francis cuando me ve salir de la oficina.

- Tú solo encárgate de lo que te he pedido.

Bajo colérico, dejando la camisa en las escaleras, mientras le ordeno a un guardia traer un martillo al jardín.

Recuerdo todas las palabras y promesas que Vanir profesaba en las noches en las que le abrí mi corazón y le dejaba ver todo aquello que no le permití a nadie.

- ¡Soy un idiota! - Bramo, golpeando con fuerza la mesa de mármol del jardín luego de obtener la herramienta solicitada.

Solo una esquirla consigo sacar, haciéndome sentir aún más enfadado. Voy primero por las bancas al rememorar nuestra cita. ¡Maldito Gregorie y sus malas ideas!

Atesto otro golpe y la banca se resiente, creándose una grieta en su longitud. Dos más caen sobre el asiento y este cede, abriéndose por la mitad.
No me detengo hasta ver todo en ruina, lo que se lleva casi una hora de mi vida.

Al terminar, las heridas arden infernalmente en mi torso y el sudor pica en mis ojos ante el esfuerzo.
Quito las vendas y veo un par de ampollas abiertas, las cuales duelen bestialmente.

Paso las manos por mi cabello mientras continúo soltando gritos y alaridos de furia ante las escenas que se pasean por mi mente.

Le pedí matrimonio, maldita sea. Fui tan estúpido como para pensar en una vida juntos. Creí que era la mujer ideal, la que haría mis días menos turbulentos y cuan equivocado estuve.

Los minutos trascurren, convirtiéndose en horas donde continuo con la ira latente. Los sirvientes ya han removido los escombros que el mármol ha dejado y solo una huella de un objeto extinto ha quedado en la superficie del raído césped.

En este tiempo he pedido que saquen la cama de mi habitación y la reemplacen por un mobiliario nuevo, aún cuando lo que quiero es derrumbar la alcoba hasta sus cimientos.

Siento ese lugar extraño y poco propia. Es asfixiante y deprimente, ¿cómo le permití el acceso a un lugar tan íntimo como este?

Mientras doy vueltas en la habitación, monitoreando los cambios realizados, un guardia entra al recinto para avisarme que Ansel Cornualles ya se encuentra en el palacio.

Bajo velozmente hasta la sala del trono donde se encuentra el futuro enjuiciado, mientras le encargo a Francis organizar los últimos detalles.

Al entrar, lo encuentro adusto e impecable como siempre, pero hoy su tranquilidad lo ha abandonado por el terror que se plasma en sus ojos.

- Cournalles. - Saludo con la irá consumiendo cada poro de mi piel.

- Majestad, ¿para qué me necesita? - Pregunta, fingiendo inocencia.

- Sabes bien para que.

Camino a su alrededor, como una fiera acechando a su presa mientras pienso en el sin fin de maneras en las que podría torturarlo.

Podría gritarle, dispararle o golpearlo, pero eso solo le demostraría que sus actos me han herido, que me ha vencido, que su juego lo ha hecho superior a mi y no lo permitiré. Aún así, tampoco puedo dejarlo ileso pues eso daría la impresión de que pueden ofenderme cuando gusten y no obtendrán ningún castigo.

- Desde cuando viene ocurriendo esto? - Pregunto con el poco control que me queda.

- No sé de que me habla, majestad.

Sin poder soportar un segundo más, golpeo la parte trasera de su cabeza con mis dedos enfundados de anillos.

- Déjate de rodeos. - Bramo con voz exigente, mientras él se tambalea ante el golpe propinado. - Sabes tan bien como yo que te acuestas con Vanir. No volveré a repetir la pregunta, así que responde.

- Hace poco. - Balbucea con quejidos, tocando la zona atacada.

- Sé más especifico.

- Empezó hace más de un mes.

No puedo concebir el hecho de que hace tanto tiempo este cretino venga viéndome la cara de imbécil. Fui tan malditamente ciego.

- No tendré que decirle que ha sido degradado de su título, pues supongo ya lo ha deducido. - Espeto con fingida calma.

- ¿No voy a ir a la horca? - Cuestiona confundido.

Lo tomo con fuerza por el rostro, hundiendo mis dedos en su mejillas para obligarlo a arrodillarse frente a mi.

- Ninguno de los dos valen lo suficiente como para transportar a toda la nación al coliseo para castigarlos.

Puedo sentir sus dientes a través de la piel ante la violencia con la que lo sostengo, haciéndolo sangrar cuando otro golpe atraviesa su rostro.

La cólera me guía mientras le agarro el cabello, llevando su cabeza hacia atrás. Me mira con odio y me sorprende ver que tiene la osadía de mostrar ese sentimiento justo ahora.

- Te gusta Vanir ¿no es cierto?

- Yo la valoro algo que usted no hace. - Escupe con valentía y una carcajada se escapa de mi garganta.

- Sinceramente no te creo, Cournalles. - Alego convencido. - Ya conoces la pregunta así que respóndela siendo sincero por una vez en tu vida.

- No tanto como ella cree, fue solo un juego. Quería a la pareja del rey y la obtuve. No es usted tan superior después de todo.

- Ciertamente lo soy, o ¿acaso no ves cual es tu posición en estos momentos?

- Usted la abandonaba. No le daba la importancia suficiente, así que fue fácil suplantar su lugar.

- No vas a darme lecciones de como tratar a una mujer.

- Era gratificante ver como la pareja de un rey tan arrogante se entregaba a mi con tanta facilidad. - Brama con los dientes teñidos de rojo.

Intenta hacerme daño con sus palabras, pero no dejaré que lo consiga. Me puedo permitir reconocer interiormente que el hecho de que Vanir me traicionara me dolió profundamente, pero me reconforta el saber que puedo desecharla de mi vida con mucha facilidad, pues no suelo apegarme a las personas y Vanir no es la excepción. Gracias a la vida que nunca me prendé de ella.

- ¿Sabes desde cuando no uso una espada, Cournalles? - Pregunto ante el nuevo curso de mis pensamientos.

Lo veo temblar ante mi declaración y me regocijo en su miedo. Lo consumo y disfruto, sintiendo como su temor me hace más fuerte, más salvaje y violento.

Envío a un guardia en busca del objeto mencionado, sin permitirle al conde levantarse de su patética posición.

Revoloteo ansioso, reprimiendo mis deseos de asesinarlo al engendrar una mejor idea, así que cuando el hombre regresa con el sable, le ordeno a Cournalles que desabroche su camisa.

Lo hace lento y con un evidente temblor en las manos. Lo incito a apresurarme pues no pienso regalarle demasiados minutos de mi vida, así que cuando por fin la prenda cae a un lado de su cuerpo, empuño bien la vaina de la espada y camino hasta su espalda descubierta con clara intención de cortarlo.

- Espero hayas disfrutado el acostarte con ella tanto como yo disfrutaré esto.

Acerco la punta a su cuerpo y con agilidad marco una M en su espalda con profundidad. Veo su piel abrirse bajo mis ojos, mientras sus gritos inundan la sala.

La sangre no tarda en aparecer corriendo velozmente hasta la cinturilla de sus pantalones. No siento remordimiento pero si mucha felicidad, paz y satisfacción.
Parece que Sigourney me ha dejado una enseñanza.

El guardia que presencia la escena palidece con asco y estoy a punto de atravesarle la frente con un disparo si no fuera por el regocijo que esto me causa.

Ante la precisión de mis líneas veo que no he perdido la habilidad de manejar la espalda, así que me felicito internamente ante mi gran trabajo.

- Espero me recuerdes todos los días de tu maldita vida.

Lo escucho gemir de dolor con las manos empuñadas y lagrimas largas en su rostro.
Al final no he cumplido mi promesa de dejarlo ileso, pero al menos no acabaré con su patética existencia.

- Ya puedes retirarte. - Espeto con frialdad, sonriéndole a su sufrimiento.

- Es usted una bestia. - Susurra con la poca fuerza que le queda.

- Soy un Lacrontte y esto es lo que le hacemos a los traidores. - Replico, dejando la espada en manos del guardia que la ha traído.

El hombre limpia la punta con un pañuelo para luego enfundarla nuevamente.

- Nadie se atreva a tocarlo. A partir de este momento esta desterrado de Lacrontte y cualquiera que le de la mano correrá su suerte.

El guardia asiente, captando mi orden sin ánimo a discrepar de ninguna manera.

- Acompáñelo hasta la frontera de Lacrontte. - Me vuelvo hacía él y lo señalo con furia. - Donde vuelvas a acercarte a Vanir o ponerla en sobre aviso de lo que descubrí, te juro que te asesino.

Salgo del salón y me dirijo a la sastrería, arrancando el pomo de la puerta con urgencia cuando arribo.
Al entrar me topo con los vestidos confeccionados para Vanir y uno por uno empiezo a descolgarlos para luego tirarlos a un lado.

Lanzo telas por los aires, maquinas de coser, papeles de diseño, hilos y todo lo que se cruce en mi camino.

Recordar las palabras de Cournalles me alteran en gran manera. El que se atreviera a insinuar que no sabía como tratar a una mujer ha hecho mella en mi interior.

Grito colérico ante la burla que ambos hacían a mi espalda. El saber que probablemente se acostaba con él y luego venía a profesarme cuanto según ella me amaba, me enferma demasiado.

La puerta floja se abre, dejando pasar a un muy conmocionado Francis que detiene mis manos cuando intento lanzar un nuevo objeto contra la pared.

- ¿Qué te sucede? - Pregunta en un grito.

- No te metas en esto. - Advierto. - Tengo derecho a estar enojado.

- Vi lo que le hiciste a Cournalles. ¿Te sientes bien con la herida que causaste? - Recrimina molesto. - Tú estas sufriendo en carne propia lo que es ser marcado sin piedad y ¿te atreves a hacer lo mismo?

- Sigourney no tenía razones para hacerme esto, pero yo las tengo. - Bramo indignado ante su reprimenda. - Ese maldito se burló de mi a sus anchas.

- La que se burlo de ti fue ella. - Coloca sus manos en mis hombros en un intento por devolverme el enfoque. - La relación era de ustedes dos y fue ella quien la traiciono. Recuerda bien que nadie entra si no le abren la puerta.

- No imaginas cuanto la odio. - Suelto a punto de caer en mis rodillas. - Le confié mis secretos, mis miedos, le compartí los rincones más oscuros de mi alma y ¿para qué?

- Debes mantener el control.

- ¡Lo tengo, soy fuerte! - Lo digo más para convencerme a mi que a él.

- ¿La odias?

- No lo sé. - Revelo con el corazón herido. - Solo espero que lo que sienta se desvanezca rápido.

Sé que siempre voy a estar ligado a ella, pues fue la primera que alcanzo niveles altos en mi vida y nadie, ni siquiera yo podré quitarle eso.

- Quiero odiarla. - Replico dolido. - Espero algún día hacerlo, pero ahora no puedo.

- Vendrá alguien mejor. - Espeta Francis, levantando mi mentón. - Serás feliz. Te lo aseguro.

- No quiero que nadie más venga, no dejaré entrar a alguien más. Lo juró, Francis.

Nunca más pienso compartir mis días con otra persona. Siendo solitario me iba bien y cuando se lo permití a alguien, el resultado fue desastroso.

No dejaré que otra mujer conozca los rincones mas profundos de mi dañado interior y mucho menos volveré a bajar la guardia a causa de sentimientos débiles de hombres sin carácter.

- Lleva toda esta basura. - Ordeno, señalando los vestidos a mi alrededor. - Arrójalos a la basura o archívalos en un lugar que no este al alcance de mi vista.

- Hace unos días escogí las alianzas.

- Tómalos y deshazte de ellos también. No quiero ningún recuerdo visible de esa mujer.

- No volverás a ver nada referente a ella, lo prometo.

Hundo la cabeza entre mis manos, buscando control y tranquilidad. Muerdo mi labio inferior con fiereza para devolverme a la realidad y no permitir que la ira me ciegue y arrastre.

- Si quieres llorar, hazlo. Es totalmente comprensible.

- Claro que no. No lloraré por ella, ni por nadie.

Unos golpes en la puerta irrumpen nuestra conversación, dejándonos petrificados ante lo que quizás alcanzaron a escuchar. No quiero que nadie dude de mi fortaleza, no quiero que nadie crea que soy un hombre lastimado.

Un guardia se encuentra del otro lado en completo silencio, como si esperará mi permiso para hablar. Prudente de su parte.

- ¿Qué ocurre? - Pregunto con pésimo humor.

- La señorita Etheldret a arribado al palacio.

Mis sentidos se ponen en alerta ante la adrenalina que me recorre debido a lo visto hace un par de horas.

- Cuidado con lo que harás. - Advierte Francis.

- Seré gentil. Lo prometo. - Espeto con una sonrisa, caminando hasta la puerta. - ¿Dónde se encuentra la señorita?

- La llevamos a su oficina, majestad. - Responde el guardia.

Voy hasta el lugar indicando y abriéndome paso apresuradamente, la encuentro sentada en el sofá frente a mi escritorio.

Veo la traición en su rostro cuando me sonríe ampliamente, con hipocresía. No entiendo como pude creerle y dejarme envolver con sus mentiras.

- Hola, cariño. - Saluda, levantándose para llegar a mi. - No sabes cuanto te he extrañado.

- Me lo imagino. - Repongo con sarcasmo, deteniendo sus manos cuando intenta tocarme. - ¿Qué has hechos todos estos días?

- Pensarte, solo eso.

Mentirosa, maldita mentirosa. Quisiera decirle que la vi con Ansel y que ha creado un tormenta en mi interior a causa de su infidelidad, pero eso sería cederle el triunfo y no pienso rebajarme para que vea cuanto me ha dolido. Así que con la cabeza fría, opto por un mejor movimiento.

- Vanir. - Espeto, caminando lejos de ella. - No quiero casarme contigo.

La escucho ahogar un grito mientras toma mi brazo para hacerme girar y darle la cara.

- No bromees con algo así.

Sus ojos ahora están cubiertos con temor, con completo y absoluto terror. Puedo escuchar su respiración agitada y el ligero temblor que empieza a crearse en sus manos.

- No soy un hombre de bromas, así que créeme cuando te digo que este compromiso se cancela.

- ¿Debido a qué? Dime que hice mal. - Su gesto se torna suplicante mientras busca la razón de mi decisión. - Lo que sea que te molesto puedo cambiarlo.

- No hay nada que puedas hacer. Simplemente ya no te amo, no me eres suficiente..

- ¿Por qué? ¿Es por qué no he estado estos días junto a ti? Juro que lo intenté, Magnus, pero no me lo permitías.

- No busques excusas o razones, pues no las hay. - Declaro con la mirada fría, decidido a hacerle daño. - No te veo como la mujer que quiero para el resto de mi vida.

- Y ¿quién si?, ¿acaso tienes a alguien más?, ¿quién es esa mujer?

No había visto antes una hipocresía más grande que esta. Se atreve a acusarme de que tengo a alguien más cuando es ella quien me engaña.

- No te incumbe.

- ¿La conozco?

- No, no la conoces.

Supongo que darle un giro a la situación me conviene. Pues si me golpean debo asegurarme de golpear más fuerte.

- Podemos arreglarlo. No me importa si deshonraste nuestro compromiso, siempre y cuando no vuelva a suceder.

Casi me rio en su cara. ¿Cómo puede ser tan descarada?

- Espero te mantengas alejada de mi, pues lo último que quiero hacer es verte.

- No digas eso, Magnus. Soy el amor de tu vida.

- Lo único que representas en mi vida es una mancha que me esmero por borrar. - La detengo cuando intenta replicar. - No te amo, Vanir, y nunca lo haré.

Sus ojos se llenan de lagrimas y por un segundo casi le creo, pero estoy consciente que es una más de sus farsas en la que me niego a volver a caer.

- No puedo creer que me dejes por alguien más.

- No estoy terminándote por otra persona, por ahora, supongo. - Espeto divertido. - Solo ya no me gustas.

- Pero ¿por qué? - Cuestiona exasperada, pasando las manos por su mejilla.

- Lo incierto es lo mejor de la vida, Vanir. Y tienes toda una vida para descubrirlo. - Replico con superioridad. - Ahora que ya nada te une a mí puedes retirarte del palacio.

- ¿Cómo puedes ser tan frío?, ¡Nos amamos!

- ¿Disculpa? - Cuestiono con burla, disfrutando de su desconcierto. - Quizás tú me amas, pero yo no siento nada por ti. Ahora por favor, sal de aquí.

Camino hasta la puerta y la abro para indicarle la salida, pero ella se mantiene estática mirándome con desconsuelo.

- No me iré de aquí hasta que me digas cual es la razón de tu rechazo.

- Si esa es tu intención, te recomiendo acampes fuera del palacio porque aquí no te quedarás un segundo más.

Huyo del recinto ante las ganas crecientes de decirle toda la verdad en la cara pero cuando se arrodilla frente a mi, aferrándose a mi pantalón me detengo a mirarla y regocijarme en su inferioridad.

- No me hagas esto, Magnus. - Las lagrimas se escurren en su rostro con violencia. - Te lo suplico, no me dejes.

Su sufrimiento es real, creíble y no puedo asimilar el hecho de que llore por perderme después de engañarme con un miembro del consejo de guerra.

Me zafo de su agarre con dificultad ante el ímpetu de sus uñas clavándose en mis piernas, así que haciendo uso de todo mi desdén me alejo de su figura. La dejo de rodillas en el suelo con la mirada desolada y el llanto apoderándose de ella.

Sus suplicas adornan mi espada mientras me pide que regrese, que le dé una segunda oportunidad, que esta vez lo hará mejor y es entonces donde me permito sonreír con altivez ante la batalla ganada.

Nadie volverá a entrar a mi vida, nadie me verá la cara de idiota otra vez. Seré esquivo y mucho más frívolo, construiré paredes tan altas para alejar a las personas de mi interior que ni el mejor de los guerreros con altura intimidante y fuerza sobre humana podrá escalar o derribarla.

Soy Magnus VI Lacrontte Hefferline y soy poderoso. Ni él, ni ella, ni ninguna otra persona sobre la faz de la tierra me hará débil en esta vida y mucho menos en la próxima.



Notas de autor

¡Hola!, Hello!, Hei!

¿Qué tal les parecio la actitud de Vanir y el castigo impuesto a Ansel?
¿Esperaban más o menos?
Me encantaría leer sus opiniones.

En el próximo capítulo aparecerá Emily así que prepárense para la bofetada.

Sin otra cosa que decir, los quiero y nos vemos en el próximo capítulo.

Me puedes encontrar en Instagram como @karinebernal

Continue Reading

You'll Also Like

4.7K 753 9
El temido pirata Jeon JungKook, más conocido en los siete mares como "black soul" llega junto a su tripulación a una isla y se roba el tesoro más val...
23.8M 1.9M 156
En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. ...
11.5K 1.1K 8
En medio de su batalla más dura hasta la fecha, Son Goku acabó en un lugar completamente diferente, donde la magia, los mitos, las leyendas y seres a...
169K 17.6K 34
──"𝐓𝐄 𝐀𝐌𝐎 𝐘 𝐓𝐄 𝐎𝐃𝐈𝐎 𝐀𝐋 𝐌𝐈𝐒𝐌𝐎 𝐓𝐈𝐄𝐌𝐏𝐎" "𝘌𝘯 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘔𝘢𝘥𝘪𝘴𝘰𝘯 𝘺 𝘈𝘭𝘥𝘰 𝘴𝘦 "𝘰𝘥𝘪𝘢𝘯" " 𝘖 "𝘌𝘯 𝘥𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘔�...