La chica de las mil estrellas...

By LaraGutierrez1997

71.1K 10.5K 6.4K

"A veces, en la búsqueda de las estrellas en otros ojos, caemos en el interminable pozo de la oscuridad". -Ak... More

Prólogo
Dedicatoria
Personajes
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Epílogo
Nota de la autora
Más historias
Grupo de Facebook

Capítulo 14

937 193 73
By LaraGutierrez1997

Dedicado a jajshshdhd

***

Cuando salí de la enfermería, fui directo a mi habitación. Debía tomar un baño para después estudiar con Jojo hasta la hora de cenar. Camino a colocar mis cosas en la cama, noté algo que llamó mi atención de inmediato. No podía creerlo, tenía que ser un maldito chiste.

Me acerqué a la ventana con rapidez y tomé la macetica de mi pequeño cactus.

Estaba muerto, mi mascota había muerto.

Un nudo enorme se formó en mi garganta y se me escapó un sollozo. Estaba totalmente seco y marchito. Había sido un regalo especial, yo debía cuidarlo. Pero era una incompetente total, no logré ni siquiera mantener con vida una planta.

Todavía recordaba la radiante sonrisa de Beth cuando me lo había dado en mi último cumpleaños. Me había dicho que esa era la mascota perfecta para mí, que me sería imposible matarla. Al parecer, estaba equivocada. Yo era un jodido imán para los desenlaces fatales.

Me senté llorando a los pies de la cama, no podía dejar de mirarlo. Jojo entró y se preocupó al verme tan abatida.

—¿Bessie? ¿Qué te ocurre?

—Es m-mi... mi cactus... Se murió, Jojo, se murió. —Casi no lograba hablar.

—No puedes hablar en serio —respondió con incredulidad.

—¿A-a qué te refieres? Era... era mi mascota.

—¿Y eso te tiene de ese modo? —exclamó con exasperación—. ¿Una maldita planta de mierda te tiene llorando como si alguien hubiese muerto?

No podía creer que esas palabras hubieran salido de su boca, era una de las personas más dulces y comprensivas que conocía.

—¿J-jojo? —pregunté, muy dolida—. ¿Q-qué pasa contigo? ¿P-por qué me tratas así?

—¿Por qué te trato así? Eres patética, Bessie. Mi hermano murió hace menos de tres meses, ¡mi hermano! ¿Y me ves acaso en un rincón de esa manera? ¿Cómo diablos puedes ponerte así por un jodido cactus?

«Eres patética, Bessie», resonaron sus palabras en mi cabeza. ¿Cómo podía decirme eso? No lo comprendía, estaba atónita ante su comportamiento.

La observé durante un instante sin responderle, dolía demasiado como para decirle algo al respecto. Ella no parecía ser la Jojo que conocía, la persona más cercana a mí en la clínica. No soportaría esa situación ni un segundo más.

Me levanté del suelo y salí del cuarto sin mirarla. Corrí escaleras abajo con la plantica muerta en las manos hasta llegar al jardín.

Necesitaba respirar. No quería pensar en nada.

Caminé hasta el gran árbol que me había mostrado Jimmy y me senté con la espalda apoyada en su tronco. El clima estaba un poco frío afuera, pero el árbol desprendía una calidez muy acogedora. Parecía que me abrazara.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó una voz familiar.

Suspiré profundo al ver frustradas mis enormes ansias de estar sola por un rato.

—Nada que sea de tu incumbencia —respondí sin mirar en su dirección.

—De acuerdo —dijo Jimmy en un tono irónico—. No debí compartir mi árbol contigo, entonces, ya que tus problemas no son de mi incumbencia.

—Pues lo siento —repliqué, utilizando el mismo tono—, es tarde para arrepentirte. Además, tú no eres tan comunicativo que digamos.

Soltó una risotada y se sentó a mi lado. Evité mirar en su dirección, debía lucir espantosa de tanto llorar.

—¿Qué es eso que traes ahí? —preguntó y señaló mi plantica. Sentí ganas de llorar nuevamente.

—Era mi mascota y se murió... Adelante, búrlate.

—¿Por qué siempre piensas que voy a burlarme por todo? —preguntó, molesto.

—Quizás porque es eso lo que siempre haces.

—Tienes razón. —Parecía enojado—. Soy así con los demás, pero no contigo, Bessie. ¿Es que acaso nunca te das cuenta de nada?

—Como digas —resoplé—, no estoy de humor para bromas. Era un regalo especial de mi mejor amiga y ahora ya ni eso me queda de ella.

—¿Quieres decir que ella... ya no está? —Suavizó el tono de su voz.

—Sí, Jimmy, comprendo muy bien tu dolor por Ana. No eres el único que perdió a alguien tan importante.

Se mantuvo en silencio un momento. Luego me sorprendió al tomar la macetica. La sostuvo en sus manos mientras miraba de cerca la plantica seca.

—Lo siento —dijo—, es triste que haya muerto... ¿Quieres que lo enterremos?

No esperaba esa actitud de su parte. Asentí al ver que lo decía en serio.

Removió la tierra junto a las raíces del árbol con una de sus manos y colocó la plantica en el pequeño agujero. La cubrió de tierra con mucho cuidado, y después se sacudió las manos en sus jeans.

—Ya está —me indicó—, ahora tu cactus es parte de Jimmy. Cada vez que vengas a verlo sabrás que ambos están aquí, haciéndose compañía.

Miré la expresión sincera de su rostro con incredulidad. Cómo podía existir alguien como él y cómo había logrado encontrarlo.

—Gracias...

No pude evitar abrazarlo, y un par de lágrimas se escaparon de mis ojos. Le agradecía mucho más tomar en serio mi dolor que enterrar el cactus.

Nos separamos y permanecimos unos segundos en silencio. Me sonrió mientras yo intentaba controlar mis ganas de llorar.

Finalmente, me levanté del suelo.

—¿A dónde vas? —preguntó, expectante, y se puso de pie.

—Es hora de que entre, pronto oscurecerá.

—¿No verás el atardecer conmigo?

—Jimmy, sabes que no puedo. Ya debo entrar, lo siento.

—Bessie, por favor —suplicó—, solo esta vez.

—Lo siento, no puedo estar afuera al oscurecer —me justifiqué—. Sabes bien que no puedo hacerlo.

—¿Has pensado alguna vez que quizás en ocasiones yo también necesito que alguien me comprenda y me haga compañía?

—¿Qué?

—Que mi vida tampoco ha sido nada fácil, Bessie, y que también perdí a una de las pocas personas que fue capaz de comprenderlo. Tal vez yo también necesito que alguien que no me juzgue se quede a mi lado.

Me sorprendí al escucharlo. Tomó mi mano sin darme tiempo a contestar.

—¿Sabes qué? —continuó, con sus ojos clavados en los míos—. Después de todo lo que he vivido descubrí que hay solo dos cosas en el mundo que me hacen sentirme mejor y olvidarlo todo. Sería genial poder tener ambas a la vez, al menos hoy.

—Y ¿qué cosas son esas?

Sus palabras despertaron una enorme curiosidad en mí. Nunca hablaba claro cuando se trataba de su pasado, y moría por saber qué podía hacerlo feliz.

—La primera es ver las puestas de Sol —respondió con simpleza—, me parece el momento más hermoso del día.

—¿Y cuál es la segunda? —volví a preguntarle al ver que se quedó en silencio.

Sonrió y miró al suelo sin soltar mi mano.

—La segunda es... —susurró—. Es sencillamente estar contigo, Bessie.

—Jimmy, por favor, para de burlarte de mí. —Solté su mano y le di la espalda. Me molestaba su actitud—. ¿Por qué me haces esto?

—Bessie, no me estoy burlando, estoy hablando en serio como nunca antes en mi vida.

—¡Por supuesto que no! —exclamé—. Lo haces para tenerme afuera de noche porque Stella te pidió que me ayudaras, ¡deja de mentir!

—No es eso —dijo con firmeza—, lo juro, ella no me ha pedido más nada. No sé cómo explicarlo, me gusta pasar tiempo contigo, haces que me olvide de—

Cortó sus propias palabras de inmediato. Me giré hacia él.

—¿De qué? ¿Qué hago que olvides, Jimmy? Sé sincero conmigo, al menos una vez.

Bajó la mirada y suspiró.

—Todo... haces que me olvide de todo, incluso de Ana.

Dio un par de pasos y se sentó de nuevo en el suelo.

—Vale, como digas.

Exhalé, dándome por vencida. Al parecer, nunca lograría descifrar qué escondía esa mirada triste. Decidí sentarme a su lado, pero no permanecería allí por mucho tiempo.

—Ella solía dormir en tu habitación —dijo.

—¿Ana? —pregunté, sorprendida—. ¿En serio? No tenía idea.

Era evidente que la habitación no había estado vacía por un largo tiempo, no tenía el aspecto de un cuarto deshabitado y aún conservaba la decoración de las dueñas anteriores. Sin embargo, jamás hubiera imaginado que era el cuarto de la misteriosa Ana. Un escalofrío me recorrió el cuerpo de solo pensarlo.

—Sí, ese era su cuarto. Ana era una chica muy especial, ¿sabes? Ella era rara, pero tenía algo que hacía que todos la amaran. —Sonrió con un poco de nostalgia—. Desde que llegó sentí una conexión extraña con ella, supongo que teníamos mucho en común.

Por algún motivo absurdo, su manera de referirse a ella me causó celos.

—Sí —dije en un tono de voz bajo—, lo imagino. ¿Y qué pasa con Víctor? ¿También era su amigo? Él la mencionó una vez y se puso muy extraño.

Soltó una carcajada irónica al escucharme. No comprendí por qué.

—Supongo que sí, que se llevaban bien. Aunque estoy seguro de que Víctor quería más que amistad con ella, y... la verdad es que esa idea no me agradaba.

Su semblante cambió por completo, lucía consternado.

—Ana era la única persona cercana que tenía en este lugar. Si permitía que él se le acercara las cosas cambiarían, ella me abandonaría. Quizás si no hubiera sido tan egoísta ella aún estaría viva.

Apoyé mi mano sobre la suya y la sostuve con fuerza, haciéndole saber que comprendía su sufrimiento. Me miró y, por un momento, hizo que todo a nuestro alrededor se detuviera. Sus ojos tormentosos me observaban fijamente y pude ver en ellos un océano de sentimientos diferentes, sobre todo, una profunda tristeza.

—¿Por eso tú y Víctor no se llevan bien? —pregunté—. ¿Es por lo que ocurrió con ella?

—No estoy seguro, nunca hemos sido cercanos, y después de eso la tensión entre nosotros aumentó. Sé que es mi culpa, pero ya no importa, ella ya no está... Al principio, era solo una tontería, que pasaran tiempo juntos me ponía celoso. Comencé a estar con Ana casi a cada minuto del día, así no permitía que él me reemplazara.

Hizo una pausa y esa vez fue él quien apretó mi mano.

—Hacía todo lo que podía para mantenerla feliz, porque ella... ella les hacía creer a todos que estaba bien. Y, en realidad, sus crisis depresivas eran cada vez peores y más frecuentes.

—¿Sufría de depresión?

Asintió y me sentí mal al pensarlo. Todos insistían en que yo la padecía. Tal vez las crisis de Ana no tenían nada en común con mis sesiones de lágrimas por razones que me parecían estúpidas en ese instante. A lo mejor, yo era afortunada, después de todo.

—Y... ¿cómo murió?

Suspiró y esbozó una pequeña sonrisa triste.

—Ella tenía una especie de obsesión con las mariposas —dijo—. Decía que son libres y que pueden volar a donde quieran, incluso al mundo de los que ya no están entre nosotros.

—Fue ella quien pintó las mariposas que están en las paredes de mi cuarto, ¿cierto?

—De hecho, fuimos los dos. Ana me pidió ayuda para hacerlo, me dijo que ella no sabía dibujar bien. Yo tampoco soy un gran dibujante, pero decidí hacerlo. Quería complacerla. Ese día buscamos un libro de ilustraciones de insectos en la biblioteca, y Stella nos buscó pintura.

—Yo... no tenía idea de que esa era la historia tras esas mariposas.

—Ella tenía mariposas por todas partes, en su ropa, en sus cosas, las hacía de papel... Decía siempre que cuando llegara a cuarenta y tres sería libre, ni siquiera sé por qué escogió ese número.

Bajó la cabeza.

Tenía los ojos húmedos y estaba sonrojado. No sabía bien qué hacer, solo quería que supiera que lo estaba escuchando y que lo apoyaba. Conocía cuán difícil resultaba traer de vuelta ese tipo de recuerdos del pasado.

En ese momento, lo sentía más cerca que nunca antes, era como si las barreras emocionales hubieran desaparecido por completo. Pasé mis manos por su cintura y lo abracé. Apoyé mi cabeza en su pecho y, para mi sorpresa, respondió pasando su brazo sobre mis hombros. Podía sentir los latidos de su corazón y los míos se agitaban más a cada segundo que pasaba.

—No tenía cómo saber a qué se refería con eso —dijo. Pude notar en su voz que estaba conteniendo el llanto—. Así que la ayudé para que alcanzara esa cifra. Pensé que luego querría hacer otra cosa, no que...

Entonces se rompió.

Comenzó a sollozar y las lágrimas inundaron sus mejillas rojas. Me separé ligeramente de él. Su mirada estaba perdida en el cielo. Mis ojos se humedecieron y, sin notarlo, estaba llorando una vez más. Ese era una especie de dolor que nunca antes había sentido, me resultaba desgarrador verlo en ese estado.

—Ella, Ana... —comenzó a hablar con dificultad—. Ella se-se lanzó desde la azotea... y ellos... ellos piensan que-que es mi culpa...

Me estremecí por completo. Era demasiado para procesar. Si bien sabía que la historia de Ana escondía mucho más que la simple muerte de una chica —que era de por sí sola desconsoladora—, un suicidio nunca había sido una de las opciones. Ella había decidido morir. Ana había terminado su propia vida.

Fui incapaz de pronunciar palabra, volví a abrazarlo y lo sostuve contra mi pecho. Cada uno de sus sollozos se sentía como un disparo directo al corazón.

Cerré los ojos y me aferré a él como si mi vida dependiera de eso. No encontraba nada indicado para decirle; en el fondo, sabía que no era necesario. No era su culpa, y yo lo comprendía.

Nos separamos cuando logró calmarse. No supe cuánto tiempo lo tuve entre mis brazos. Lucía diferente por completo al Jimmy que conocía hasta esa tarde. Ese que tenía ante mí era un Jimmy frágil e inseguro, y yo debía ser fuerte para él.

Sequé sus lágrimas con mis dedos mientras él me observaba en silencio.

Estaba sentado en el suelo y yo apoyada sobre mis rodillas, por lo que estaba un poco más alta que él. Sus manos me sostuvieron por la cintura y noté cuán cerca estábamos. Su rostro estaba a escasos centímetros del mío y nuestras respiraciones se daban cruce.

Me miró con detenimiento, aún con rastros de lágrimas en su rostro. Luego simplemente sonrió.

No comprendí en lo absoluto su gesto, hasta que fijó su vista en el cielo y me habló muy bajo:

—Las estrellas lucen más hermosas que nunca antes esta noche.

Cada músculo de mi cuerpo se paralizó. ¿Estrellas? ¿Noche?

Un fuerte sentimiento de terror se apoderó de mí. Era cierto, anocheció y ni siquiera lo había notado.

El jardín estaba bastante iluminado, pero no lograba asimilar el hecho de que estaba fuera de mi habitación. La respiración se me cortó, y mi primer impulso fue de levantarme y correr hacia la clínica. Pareció notarlo y cruzó sus manos en mi espalda con firmeza.

—Lo siento —dijo—, no pienso dejarte ir a ningún lugar.

—J-jimmy, s-suéltame —imploré. Mi garganta estaba seca y comencé a temblar—. Tengo que irme, tengo que entrar. Esto no está bien, ¡esto no está bien! Por favor...

—No, estás conmigo, Bessie. No voy a permitir que nada te ocurra.

Me abrazó y yo hundí el rostro en su hombro respirando con dificultad.

Me habló al oído. Estaba tan nerviosa que casi no lograba entenderlo. Su voz melodiosa terminó por abrirse paso entre el resto de mis macabros pensamientos.

—Estoy contigo, Bessie... todo está bien y va a seguir así. La oscuridad no es tu enemiga, a lo que le temes vive en ti y es hora de sacarlo. Prometo que todo va a estar bien. Abre los ojos, Bessie, estoy contigo.

Algo muy dentro de mí quería escucharlo porque sabía que tenía razón, pero mi miedo iba en aumento, no lograba controlarlo.

—Bessie, escúchame, por favor, abre los ojos. No hay nada que temer.

No podía dejar de temblar. Quería hacerlo, quería enfrentarme a mis demonios al menos una vez. Toda mi vida había estado marcada por ese miedo enfermizo, y yo deseaba ser fuerte y deshacerme por completo de él. Lo merecía.

Y lo intentaría.

Con mucho esfuerzo y entre lágrimas, logré abrir poco a poco mis ojos. Ahí estaba él, sonriéndome con nerviosismo. No podía discernir si era su cercanía o el miedo lo que no permitía que el aire llegara a mis pulmones.

—Estoy aquí —dijo y sostuvo con delicadeza mi rostro entre sus manos—. No hay nada que temer.

Apoyó su frente en la mía mientras mi respiración se normalizaba ligeramente.

—¿Sabes, Bessie? —Nuestras bocas estaban tan cerca que su aliento acariciaba mis labios—. Siempre he pensado que las estrellas están allá arriba para que cada cual pueda algún día encontrar la suya. ¿Cómo piensas encontrar la tuya si nunca te has detenido a mirarlas? Allí están todos aquellos que hemos perdido. Ellos nos cuidan cada noche y nos sonríen desde el cielo. ¿A qué le temes, entonces? Uno de esos puntos brillantes es Ana y otro es tu amiga.

—¿Beth? —susurré y asintió.

—Beth —afirmó—. ¿Cómo piensas volver a verla si nunca la miras ni le sonríes?

Por un momento, olvidé la oscuridad y el miedo. Solo podía concentrarme en sus labios y en sus palabras. Él era el ser más fascinante y hermoso que había visto en toda mi vida.

Permanecí totalmente perdida en su rostro hasta que se movió y se puso de pie sin soltarme. Una vez lejos de su boca, sentí una extraña combinación entre la decepción y el miedo, que volvió a invadirme.

Pasó su brazo sobre mis hombros, acercándome a su cuerpo, y comenzamos a avanzar despacio hacia la entrada de la clínica.

—Es tarde ya —dijo—, la cena debe estar pasando.

Asentí con dificultad y cerré los ojos mientras caminaba. No lograba creer que hubiera estado afuera por tanto tiempo sin tener un ataque de pánico, y era gracias a él. No tenía ni la más mínima idea de todo lo que sentía por su causa.

—¿Sabes? —habló de nuevo—. Antes solía recoger a Ana todas las mañanas justo como lo hago contigo. Luego de que muriera seguía yendo a su habitación todos los días, es como si una parte de mí no pudiera aceptar lo que ocurrió.

—¿Por eso tocaste en mi cuarto el primer día que dormí aquí?

Todo comenzaba a cobrar sentido. Él no había ido buscando a Stella aquel día; había ido por Ana.

—Sí, ese día fui por inercia a tu cuarto, y fue tan extraño cuando tú abriste la puerta... Fue como si hubieses llenado una parte de mí a la vez que ocupaste su cuarto.

—¿Y por eso te acercaste a mí?

Su confesión hizo que me sintiera mal, no quería ser un mero reemplazo de Ana.

—No —respondió—. Quería mantenerme lejos de ti, de hecho.

—¿Por qué? ¿Tan terrible te parecía?

—No. Es que no me gusta acercarme a nadie en este lugar, y... tu pijama sí que me hizo reconsiderar la idea de volver a tocar allí.

Comenzó a reír y no pude evitar acompañarlo. Mi pijama de nubecitas era horrendo, no podía culparlo por burlarse.

—¿Ah, sí? —pregunté cuando ambos dejamos de reírnos—. ¿Y qué te hizo cambiar de idea?

—No lo sé, tal vez el hecho de que eres muy insistente y no me dejaste opción. —Rio una vez más—. O tal vez simplemente porque tú no eres como los demás aquí, ni como Ana... Me gusta que no tengan nada en común.

Permanecí en silencio. No había conocido a Ana, pero no dejaba de pensar que podía estar en un error. Ella y yo podíamos tener más de lo que imaginaba en común, todavía no sabía nada sobre mí. Ni yo tampoco sabía demasiado sobre él.

Apenas entramos al edificio, me sentí aliviada. Nos separamos y caminamos hacia el comedor. Mantuvo su rostro inexpresivo y la vista fija en el suelo todo el tiempo, y yo moría de ganas de saber en qué pensaba con tanta intensidad.

—Ana esperaba siempre ansiosa por mí para ir a cualquier sitio —dijo finalmente, como si hubiera escuchado mis pensamientos—. Yo nunca la dejé sola. Quizás aún me esté esperando...

Entonces mis piernas flaquearon y me arrepentí de haberlo deseado.

Continue Reading

You'll Also Like

106K 9.4K 31
Eliza Jones y Stella Lambert son el prototipo de: "personas correctas en el momento equivocado", pues sus vidas habían coincidido en preparatoria, cu...
172K 5.4K 32
Algo tan bonito nunca puede ser borrado. Nuestra historia es una de esas que perduran para toda la vida y no se pueden borrar. Porque no apostaba por...
435K 21.3K 48
Una historia que promete atraparte desde el principio hasta el final. Camila es una chica humilded, Ignacio Besnier es el heredero de un imperio empr...
746K 52K 65
Emilia Matthews es una amante jugadora del fútbol, no piensa en otras cosas más que en entrenar y ganar sus partidos, en su vida no importa otra cosa...