Cinco de Oros

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5 criminales 25 millones de libras 5 semanas para planear el golpe de sus vidas Cleo está convencida de una c... More

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Hola! Buen lunes!

A que están tan sorprendidos como yo de que pueda subir dos días seguidos? Mi racha de escritura viene sospechosamente bien... Ya tenemos una Cleo elegida a partir del voto popular en instagram: Hannah Kleit. Y esta semana comenzamos las votaciones para encontrar un Hermes! No se olviden de pasar por las stories de SofiDalesioBooks para participar. 

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Como siempre, no se olviden de votar y comentar al final!

Y mi pregunta del día es: Qué aparición de un personaje de la saga Pandora mueren por ver? Advertencia de que esto no cambiará para nada el plan en mi mente, pero me gustaría leer las respuestas.

Xoxo,

Sofi

***

La primera vez que Cleo había tenido ochenta y cinco libras exactas en su mano, había odiado lo poco que se había sentido. Unos miserables billetes que bien podría llevarse el viento. Y había pensado. Esa suma no alcanzaba para un teléfono. No cubría la compra semanal de su padre en el supermercado. Ni siquiera cubría su tarjeta de transporte. Una verdadera miseria.

Y odiaba que ese asunto siempre, de un modo u otro, lograra traer lágrimas a sus ojos. Jamás debería haberle contado aquello a Hermes. Incluso si había guardado el secreto, no le gustaba que él estuviera al tanto. Era su historia y era su problema y no necesitaba a ningún idiota opinando sobre este.

Había sido tonta, y joven, y había estado dolida, y él había sido amable y había escuchado. Tan simple como eso. Debió haber sabido entonces que los chicos guapos y de labia fácil solo significaban problemas, y que en realidad nada les importaba a pesar de aparentar lo contrario. Debió habérselo recordado en vez de bajar la guardia esta noche, creyendo que podría haber algo más que enemistad tras haber compartido un Dom Pérignon la otra tarde y haberle hablado como a un igual.

—Creo que has perdido esto.

Ella se dio vuelta al escuchar esa voz, el acento inglés inconfundible. Qué decepción. ¿Qué había estado esperando? ¿Que por una vez Hermes diera muestra de su supuesto corazón y la hubiera seguido para disculparse por sus palabras? Él era incapaz de sentir tal cosa como arrepentimiento, menos de siquiera reconocer un error.

El agente secreto Ethan Bright era atractivo, debía reconocerle aquello a Siri. Cleo apenas se contuvo de comentar que no resultaba tan secreto si conocía su identidad. Quizás le hubiera interesado de no ser por su mala predisposición esa noche. Tenía que hacer algo respecto a su humor últimamente. Quería culpar a Hermes como el causante de todo, pero sería mentir, y ella no era de engañarse a sí misma. Ningún ladrón que se mintiera a sí mismo podía terminar bien.

No estaba de humor esa noche, porque no le gustaba lo que tenía que hacer. Se suponía que los trabajos debían ser llevados a cabo con pasión. ¿No? Nunca, en ningún robo, había sentido algo más que placer y felicidad. ¿Pero esto? Lo odiaba. A más no poder. Porque esto no era ella, y no había llegado a donde había llegado por colgarse de hombres y jugar con estos. Había ganado cada gramo de lo que pesaba su reputación por su cuenta.

Su abuelo le había enseñado primero, y después su padre, y ellos la habían acompañado durante sus primeros robos. Y cuando Cleo había sido capaz de comenzar a trabajar a solas, siempre lo había hecho respetando los códigos de la familia Santorini: Guardar su secreto a cualquier costo, proteger a la familia y siempre actuar con ética. Lo último era más bien una formalidad y una vieja insistencia de su abuelo, de cuando él había crecido en Italia y había guardado tratos con la mafia antes de partir junto a su hermano.

Cleo había jurado con sangre respetar esas tres reglas. Incluso cuando a su padre no le había gustado para nada al enterarse. Demasiado pequeña, había dicho, y que ellos no pertenecían a Sicilia como había sido con sus antepasados como para andar derramando sangre por allí. Pero había sido tarde, su abuelo ya había hecho un pequeño corte en su mano para tomarle juramento, y la cicatriz se había desvanecido con los años. Y ella comprendía el peso de esas palabras, y lo que había hecho. Ni siquiera lo había dudado al momento de decirle a su abuelo que era lo que deseaba hacer, no tras oír lo que le había sucedido a su padre.

—Lo siento, me debes haber confundido con otra —respondió Cleo y negó con la cabeza—. Eso no es mío.

Conocía sus pertenencias, como conocía todos los trucos existentes, y el anillo dorado que él le estaba mostrando no resultaba una. Era una de las pocas reglas universales entre ladrones, nunca aceptar algo de un desconocido. Un truco barato y callejero, no creyó que un agente pudiera llegar a utilizarlo. Pero tal vez él había confiado en la codicia de ella. Algo que no tenía.

—¿Estás segura? —preguntó él.

—Sí, deberías dejarlo en recepción por si alguien lo reclama —dijo ella.

—¿Te encuentras bien?

Casi creyó la preocupación en su voz, pero nadie en ese mundo realmente se preocupaba por otro sin intereses de por medio. Apenas se contuvo de frotar sus ojos seguro enrojecidos. Odió a Hermes por lo que había hecho.

—Sí, tan solo no he tenido una buena noche —admitió Cleo.

—Lo que empieza mal, no tiene porqué terminar mal —respondió Ethan Bright.

No, y ella casi sonrió al oírlo. Era apuesto. Alto y de rasgos definidos, con su ondulado cabello castaño y suave sonrisa. Si hubiera sido otra noche, si hubiera sido cualquier otra persona, no hubiera tenido problema alguno en coquetearle. Por simple placer y diversión. Como hacía con cualquier otro. Incluso sabiendo que se trataba de un agente. Pero porque ella hubiera querido, no porque fuera algo que debía hacer.

—No, pero considerando cómo viene mi racha, es posible.

—Siete años de mala suerte, siete años de buena suerte... —comentó el agente a la ligera—. Tranquila, en algún momento la balanza volverá a estar a tu favor. Solo es cuestión de esperar.

—No soy una chica paciente.

—Creo que lo eres, y mientes al decir lo contrario.

Entonces así era el lidiar con un agente... Se mantuvo en silencio y lo observó, prefiriendo no responder aquello. Cualquier buen ladrón sabía que la paciencia era clave al momento de un golpe, el planear y saber esperar por el instante ideal en vez de dejarse llevar por los impulsos. Debió haber sabido que un agente no sería tan fácil de engañar.

—Nadie sin secretos resulta interesante —respondió Cleo.

—Mientras estos no lastimen a otros —agregó él.

—Hoy en día es imposible no lastimar a otro, incluso si no lo deseas.

—Pero podemos escoger quien nos lastima.

Tenía un punto, y tal vez ella fuera masoquista. Miró el resto de la sala, preguntándose no por primera vez por qué seguía cruzándose con Hermes y cometiendo un error tras otro por él. Se negaba a dejar que los años pasaran, y la historia se siguiera repitiendo una y otra vez.

—Se fue —dijo Ethan Bright y ella se giró enseguida para mirarlo.

—¿Qué?

—Tu acompañante, se fue hace unos minutos.

Tan cobarde de su parte. ¿Y no le había avisado? Cogió rápidamente su móvil, ni siquiera un mísero mensaje para advertirle. Y a la vez, no le sorprendía en absoluto. Por supuesto que la habría dejado plantada. ¿Qué otra cosa había esperado de él? Hermes siempre desaparecía cuando la situación se complicaba, o la autoridad aparecía.

—Increíble —murmuró Cleo y se fijó en el anillo—. Deberías dejar aquello en recepción por si alguien lo busca.

Nadie lo estaría buscando, lo sabía. ¿Sería un rastreador? ¿Un escáner de huellas? ¿Estaba delatando su identidad al no tomarlo? De todos modos él ya debía sospechar de ella como para haberse acercado, lo cual le dejaba en claro que Ethan Bright sabía lo suficiente como para estar tras su pista.

—¿Sabes dónde queda? —preguntó él.

Cleo suspiró y le hizo un ademán para que la siguiera. Mejor terminar con aquello de una vez. Conocía todo el baile y los juegos y cómo terminaría aquello. Él sabía, y ella sabía, y por cada segundo que pasaba, tan solo corrían el riesgo de aprender más sobre el otro. Coger el anillo y caer en cual fuera el truco, no cogerlo y confirmarle que era más astuta.

Era consiente de cada detalle, cada cosa que él debía estar analizando y cada frustración que debía estar causándole. Había dejado mechones de su cabello suelto para cubrir sus orejas, sin contar las cintas doradas que había pegado allí. No había bebido ni mordido nada a pesar de desearlo. Ni siquiera tocado algo en donde pudieran quedar grabados sus dedos, solo para demostrar que su piel era lisa allí.

El mostrador de recepción estaba vacío, lo cual ella quiso creer que se trataba de una desafortunada coincidencia a pesar de conocer la verdad. Nada era casualidad con estos sujetos. Cleo se apoyó contra este. Se suponía que ese era el momento donde debía coquetear con él, a solas y lejos del salón principal. Sonreírle para distraerlo, tocar sus brazos para medir su potencial fuerza, tal vez llevarlo hacia alguna habitación del hotel para conseguir un poco más.

El problema era que no tenía el mínimo deseo de hacerlo. No era su madre. Se negaba a parecerse en lo más mínimo a esa mujer, o usar sus mismas bajas técnicas para conseguir lo que deseaba. No había nada que Cleo no pudiera conseguir por su cuenta.

—Y dime... ¿Eres siempre de colarte a este tipo de fiestas? —preguntó él y ella sonrió, entonces era del tipo directo.

—Solo si tengo una cita —respondió.

—Que te ha dejado —comentó Ethan Bright.

—¿Y quién dijo que esa era mi cita?

—¿Entonces de quién se trata? —preguntó él acercándose.

¿Se suponía que esa era su oportunidad? ¿El momento donde debía sonreír y decir algo inteligente y sexy? ¿Mostrarle la llave de cual fuera el cuarto de hotel que hubiera robado e intentar sacar un poco de placer de todo ese molesto trabajo? ¿Para qué? De todos modos terminaría siempre igual, tan solo podría retrasarlo. Era tarde, quería terminar con aquello cuanto antes. El agente seguía acercándose, y ella retrocedió un paso para escapar del inevitable beso.

Para su indignación, él rió al bajar su cabeza.

—En serio no eres buena para esto —comentó él.

—O tal vez lo soy demasiado —respondió ella—. Este no es mi tipo de juego, y no estoy interesada.

—¿Porque no hay ninguna pieza egipcia en exhibición que robar? —preguntó Ethan Bright y ella sonrió al inclinarse cerca.

—Me gustan los chicos malos, y no eres mi tipo —susurró Cleo.

Escuchó un clic, y se fijó con desgana en su mano sobre el mostrador de recepción solo para ver el aro metálico alrededor de su muñeca. ¿Por qué los hombres siempre tenían que hacer todo tan complicado?

—Perfecto, puedes contarme sobre eso y mucho más lejos de aquí —dijo Ethan Bright tirando de ella en dirección a la salida.

—¿Qué crees que estás haciendo?

Ella intentó resistirse, pero sus tacones no ayudaban. El agente se detuvo y se dio vuelta, cogiendo su mano para levantarla y verla de cerca. Cleo guardó silencio. Sabía lo que estaba viendo. Su piel, tan vacía y lisa a diferencia de cualquier otro.

—Creo que tienes mucho que contar —comentó él.

—¿Y con qué excusa me detienes? —preguntó Cleo.

—¿Drogar a los guardias del British Museum no te parece motivo suficiente para un interrogatorio?

Ethan Bright volvió a tirar de ella hacia la salida. Cleo echó su cabeza hacia atrás y se contuvo de gruñir. El dealer. Eso le sucedía por comprar drogas al imbécil de turno creyendo que no pasaría nada. ¿Cómo había podido cometer un error tan de principiante?

La recepción estaba vacía, la salida también... ¿Serviría de algo gritar e intentar armar una escena? No, el agente sacaría alguna bonita orden o placa y nadie le daría una segunda mirada a una chica como ella siendo arrestada. No, arrestada no, solo un interrogatorio. Eso era completamente diferente. Aunque tampoco tenía ganas de perder el tiempo intentando no delatarse con sus palabras.

—Al menos ten consideración —ella se quejó, intentando sacarse sus tacos en las escaleras de la entrada—. ¿Puedo avisarle a mi cita?

Plantó sus pies descalzos en la acera, dejando sus tacones caer al suelo mientras intentaba abrir su diminuto bolso con la otra. Ethan Bright se detuvo de mala gana, tirando de las esposas, pero Cleo resistió. No podía vencerlo en fuerza. No podía subestimar sus conocimientos. No podía superarlo en amenaza. No era tonta, siempre había sabido que de terminar en una pelea no lograría mucho. Pero su familia también había mencionado que no se trataba de ser más fuerte o inteligente o mejor que un agente para vencerlos.

—Ábrelo —ordenó mirando su bolso.

—No se supone que revises las cosas de una chica —protestó Cleo.

—¿Crees que nunca he visto un tampón? —preguntó él—. Ábrelo. Ahora.

Ella obedeció a regañadientes. De todos modos, Ethan Bright no esperaba una amenaza. El diminuto bolso apenas tenía espacio suficiente para su móvil, un gloss, y una pequeña bolsa abierta llena de un polvillo rojo.

—¿Qué es...?

Cleo cerró fuertemente sus ojos, soplando dentro con todas sus fuerzas. Sintió la especia levantarse y parar en su mayoría en el rostro de Ethan Bright. Él se quejó enseguida. Ella no perdió el tiempo. Cogió del interior de su escote el sobre de aceite de oliva que había guardado y lo abrió de un mordisco, derramando su contenido en su muñeca. Volvió a soplar e Ethan Bright retrocedió, el movimiento tan brusco como para que ella lograra deslizar su mano fuera de la esposa de un doloroso tirón.

Se atrevió a mirar solo para encontrarlo doblado frente a ella, su rostro manchado con especias, sus ojos completamente enrojecidos. Cleo no lo dudó. Cogió la bolsa y vació el polvo por completo en sus ojos, logrando que gritara y los cerrara al instante.

—Te lo dije, soy demasiado buena para ti.

Cogió sus zapatos del suelo y echó a correr enseguida. Segundos. Necesitaba ganar tanta distancia como fuera posible, intentando mantenerse lejos de las luces y corriendo tan silenciosamente como pudiera. Sus pies apenas tocaban el suelo antes de que ella se impulsara con un salto más lejos.

Cruzó la calle, ignorando los raspones en su piel o la suciedad tocándola. No era el momento. Se echó al suelo y rodó debajo de un auto. Y guardó silencio. En medio de la noche. Mirando los tubos de metal arriba de ella y esperando no haberse acostado sobre una mancha de aceite. Intentando calmar su ritmo cardíaco mientras contaba los segundos. La oscuridad la resguardaba. Solo necesitaba esperar.

Escuchó los pasos corriendo y cerró los ojos, concentrándose en ese único sonido. Él no la había visto cruzar del otro lado. Su vista debía ser borrosa, sus ojos ardiendo y llenos de lágrimas. Ella le había advertido sobre no revisar sus cosas. El ruido se acercó, y luego se alejó, siguiendo la dirección predilecta en vez de imaginar otra alternativa. A veces, burlar a un agente era tan sencillo como hacer lo inesperado.

Abrió los ojos y se fijó en el auto encima. De todos modos tendría que esperar, asegurarse que él ya no estuviera cerca antes de poder ir hacia el vehículo y partir. Sola. En medio de la noche. Recostada sobre la acera. Sin música porque debía permanecer alerta.

Qué aburrido.

***

La media hora perdida de su vida recostada debajo de un automóvil era algo que jamás recuperaría. Incluso mientras frotaba sus brazos en el ascensor podía sentir la suciedad adhiriéndose a su piel como una sustancia pegajosa. Decir que había burlado a un agente no valía eso. Su abuelo estaría orgulloso, al menos. Si alguna vez salía de prisión. Cleo había pensado en sacarlo, pero su padre había sido terminante respecto a ese asunto.

Podía lidiar con él. Si el agente Ethan Bright era un impedimento para el robo, podía lidiar con él. Sin sorpresas. Sin imprevistos. Él sabía quién era, y qué le interesaba, y ella ahora sabía exactamente qué esperarse. Tan solo necesitaba ser más precavida. Un robo en plena luz del día no era lo mismo que una reunión durante la noche. Cambridge tampoco era Londres. Pero tenía tiempo para prepararse, para mostrar de lo que era capaz.

Se detuvo al ver a Hermes sentado en la sala cuando las puertas del ascensor se abrieron. Cleo apretó sus labios y lo ignoró. A esa hora, solo podía pensar en terminar de limpiar el maquillaje fuera de su rostro y conseguir una buena ducha antes de meterse en la cama. Lo odiaba por haberla dejado a solas sin decir nada como un cobarde. Lo odiaba más por lo que le había dicho.

—Cincuenta mil dólares —dijo Hermes.

—No estoy de humor para tus juegos —Cleo pasó de largo, directo hacia los dormitorios.

—Ochenta y cinco libras —dijo él y ella se detuvo enseguida al oírlo, cerrando sus manos en puños mientras sentía su sangre arder—. Más envío. Ese es el precio de una visa familiar. ¿No? La estafa más antigua de la historia. Una mujer sin papeles logra tirarse a un hombre conveniente, alguna mentira sobre estar tomando anticonceptivos de por medio o un condón pinchado, luego desaparece y regresa a los nueve meses con un bebé y la amenaza de hazte cargo o pediré una prueba de paternidad. Y ningún criminal que se haya mantenido fuera del sistema quiere que sus datos terminen dentro por algo así. Firma, papeleo, ella consigue lo que quiere y listo. ¿Qué gobierno separaría a una madre de su hija?

Claro, a esa mujer no le había importado una mierda el asunto familiar porque solo había sido un medio para un fin. Cleo cerró sus ojos, negándose a reconocer el ardor en estos. Su padre había sido estafado del modo más tonto por una principiante. Ningún criminal querría terminar en un proceso judicial por algo tan simple como un reclamo de paternidad, menos que sus datos genéticos terminaran en el sistema. Él había firmado, y ella le había dejado al bebé para que se ocupara.

Nada más que eso. Nada más que esperar allí. Ni una tarjeta de cumpleaños, ni una sola visita. Un medio, para conseguir una residencia legal. Cleo había cometido el error de buscar a esa mujer una vez, incluso cuando Leo Santorini siempre había sido honesto al hablar sobre lo sucedido y admitir su error. La había encontrado, y bien podría no haber existido por el modo en que le dijo que no la molestara.

—En donde te equivocas —continuó Hermes antes que ella se decidiera por golpearlo—, es en creer que por eso vales ochenta y cinco libras. Pregúntale a tu padre cuánto estaría dispuesto a dar por ti, y cedería toda su fortuna en un parpadeo sin dudarlo. No tienes precio para él. Está claro que te ama.

—No te metas en algo que no sabes —advirtió Cleo.

—No sabré cuánto costó mi vida, pero puedo decirte cuánto vale mi dignidad para mi familia —respondió él y bebió un sorbo del vaso en su mano—. Cincuenta mil dólares. Y un Rolex. No es ni un uno por ciento de este robo.

—Ve a llorarle a tu novia sobre tus problemas familiares.

—Se tiró a mi hermano, Cleopatra —dijo Hermes y ella se tensó al oír la dureza en su voz—. En lo que a mí concierne podrían haber sido meses, según la CIA años. No lo sé. No quiero saber. La puta CIA está más al tanto que yo. Y todas las personas que conozco sabían, y nadie me dijo nada. ¿Tienes idea de cómo se siente eso?

No. Porque su familia siempre había sido sobre honestidad y lealtad. Desde que había aprendido a razonar, su padre le había dicho la verdad sobre lo sucedido con su madre sin aligerar ningún detalle. Nada de censura o palabras bonitas. Una estafa, cruda y real, un error de parte del gran Leo Santorini que lo había dejado con un bebé indeseado en brazos y un buen golpe a su autoestima por el modo en que había sido engañado. Una niña de la que se había hecho cargo por obligación, y que luego había terminado por amar.

Los únicos secretos existentes en Hallex eran los regalos de Navidad o cumpleaños. ¿Pero fuera de eso? Cleo sabía que su padre llevaba años sin salir con una mujer a causa de ese bajo engaño, del mismo modo que sabía que su abuelo no tomaba sus medicinas, y ellos sabían que a ella le gustaba ese cuestionable sabor de Ben&Jerry's con brownies y pretzels. Y ninguno, jamás, haría algo que pudiera herir a los demás.

—¿Tienes idea de lo loco que te vuelve sospechar que tu pareja te engaña y la tortura que es hasta que lo confirmas? Es peor cuando lo haces. Crees que al menos la verdad te calmará, pero es todavía peor porque no dejas de preguntarte cuándo ni cómo ni porqué. Así que los inculpé a ambos de un crimen, y fueron arrestados —Hermes se apoyó sobre sus rodillas, su cabeza baja—. Cincuenta mil dólares y un Rolex, eso es lo que les costó a mis padres sobornar a la policía para que dejara ir a mi hermano. No estuvieron muy contentos de saber que yo había sido el responsable. ¿Sabes qué fue lo peor? Ellos sabían. Todos estaban al tanto de lo que sucedía a mis espaldas. Hasta los empleados. Absolutamente todos. Y ni siquiera mi hombre de mayor confianza se atrevió a decírmelo. Así que mi hermano me odia por meterlo en eso, mi padre cree que no importa y mi madre dijo que no era para tanto el asunto. Al parecer yo soy quien actuó mal por lo que hice, no ellos. ¿Así que puedes dejar de torturarme al mencionar a mi ex?

Karma. Tan simple como eso. Solo que Cleo se contuvo de decirlo sabiendo que ella terminaría por cobrar también si retorcía el puñal en la herida. Nunca había encontrado placer en herir a otros. Se apoyó contra el muro, intentando entender el embrollo de sentimientos que toda esa situación podía causar. Ira, frustración, dolor...

—No deberías decirme nada de esto —murmuró Cleo.

—Lo hago porque pienso quedarme aquí, y así como yo sé tus cosas es justo que tú sepas las mías —respondió él—. Estamos a mano.

—No lo estamos —dijo ella y Hermes se dio vuelta para mirarla—, ni nunca lo estaremos. No me complace escuchar lo que te sucedió, pero tampoco me compensa por todo lo que has hecho. Y conociéndote, bien podrías estar mintiendo. No lo sé, no me importa. Bebiste durante el Blitzkrieg cuando preguntaron si habías sido engañado, pero también lo hiciste cuando preguntaron si mentiste en el juego.

—¿Piensas que mentiría sobre algo tan patético?

Él se puso de pie, su estado tan inestable como ella había imaginado, y se acercó hasta terminar frente a frente. No, no estaba mintiendo. Podía oler el alcohol a esa distancia. Sus ojos estaban vidriosos por tanta bebida. Hermes no era tan buen actor como para fingir luchar por ocultar el desgarrador dolor en su rostro, y cualquiera sabía que ningún buen criminal intentaba llevar a cabo engaños bajo los efectos del alcohol. Estos nunca terminaban bien.

—No tengo nada, miss Santorini —murmuró él acercándose un paso, ella no se movió—. Ni mi pareja, ni mi familia, ni mi dinero. No quiero volver a tener nada que ver con nada de eso. No quiero regresar a New York, pero tampoco puedo instalarme aquí si estás dispuesta a hacerme la vida imposible.

—Lo hubieras pensado antes de joderme.

—Fui a buscarte.

—Luego de entregarme a la policía.

—Yo no los llamé, fue ella —respondió Hermes.

—¿Y crees que eso cambia algo? ¿Piensas que me importa quién puso la última pieza de la trampa cuando de todos modos estabas riéndote con ella por engañarme? —murmuró Cleo entre dientes—. No busques excusas para tus acciones.

—¿Tanto rencor me guardas? —preguntó él.

—Londres te hace dura. ¿Piensas que estaría donde estoy si una historia lastimosa fuera capaz de ablandarme? —preguntó ella y él sonrió.

—Eso es lo que me gusta de ti. ¿Siempre me mirarás como si me odiaras, emperatriz?

—¿Qué te hace creer que no lo hago? —preguntó Cleo y Hermes se contuvo de reír.

—El odio es una emoción muy demandante, no te molestarías en invertir tanto en mí —dijo él bajando la voz y acercándose un paso—. Sé lo que valgo para ti, y no es eso. ¿Conseguiste algo esta noche?

—¿Luego que me dejaras como un cobarde?

—Te di una oportunidad. ¿Acaso él no fue por ti enseguida?

—No cambies de asunto —respondió ella—. Me acompañaste, y me dejaste.

—¿Y? —presionó él—. ¿Eso en qué te importa? ¿O acaso yo te importo?

Estaba demasiado cerca, más de lo que ella debería permitir. Hermes se inclinó hacia delante y Cleo puso una mano sobre su hombro, sin saber si para detenerlo o sostenerlo. Él no estaba bien. No lo había notado mucho con las luces apagadas, pero ahora era evidente que necesitaba esforzarse por mantenerse de pie. Y aun si no fuera el caso, no podía permitirlo. Ya una vez se había equivocado por ese hombre. Dos no era una opción.

—No soy un reemplazo —susurró Cleo—. Mucho menos una segunda opción. Ni para ti, ni para nadie. Soy la pieza principal de la exhibición.

—Lo sé —murmuró Hermes.

—¿Cuánto has bebido? —preguntó ella y suspiró al no oír respuesta—. Vamos, necesitas dormir.

Conocía esos comportamientos. Los había visto en cientos de personas al quebrarse. Cleo le dio una última mirada a la botella en la sala. Lo suficiente para olvidar, esa era la respuesta. De mala gana recogió el vaso junto a la botella, y luego empujó a Hermes a lo largo del corredor hacia las escaleras. Él tropezó con sus propios pies, y ella terminó por cogerlo del brazo y ayudarlo a bajar. Debían mantener la discreción.

Definitivamente no era así como había imaginado su noche. Le tomó más tiempo del que hubiera deseado, pero al menos lograron llegar al último piso sin hacer ruido. Confiaba en que los demás estuvieran dormidos a esa hora. Seguía necesitando tomar una ducha para limpiar la suciedad de su piel.

Dudó un instante al fijarse en la puerta del baño y en el estado de Hermes antes de resoplar y llevarlo hasta su dormitorio. Increíble. Él se tambaleó dentro apenas abrió la puerta. Cleo apoyó la botella y el vaso a un lado, lejos de su agarre. Se giró solo para encontrarlo ya desplomado en su cama. Se acercó para quitarle sus zapatos.

—¿Por qué me ayudas? —preguntó él débilmente.

—Sería un crimen marcar cuero italiano —respondió Cleo y Hermes rió—. Tú y yo, somos iguales en este sitio. Cuando los demás se vuelvan una amenaza, prefiero tenerte de mi lado. Al menos contigo ya sé tratar.

—Debí haberte tenido como amiga —dijo Hermes cruzando un brazo sobre sus ojos para cubrirse, la sonrisa demasiado fácil en su rostro—. Al menos tú me hubieras dicho la verdad de saber.

—No hubiera funcionado —Cleo suspiró.

—¿Por qué no? —preguntó él y ella lo miró un largo instante.

—Porque me gustabas. Jamás hubiera aceptado el dolor de verte tan muerto de amor por otra —dijo Cleo—. No me hago daño a mí misma. Sin excusa. No hay amigos en este mundo.

—No seas tan cruel —murmuró Hermes y ella se ocupó de quitarle su cinturón.

—Sigues vivo, porque yo así lo quise —admitió antes de liberar los botones de su cuello—. Cuando papá me buscó en New York, me preguntó si quería contarle qué había sucedido. Le dije que no. Podría haberle dado tu nombre, y no habrías llegado al final del día. ¿Cuánto crees que le costaría a mi familia arreglar aquello? Venimos de Sicilia. Un simple llamado a la mafia, y tú hubieras pagado por hacerme llorar.

Quizás él no recordaría nada a la mañana siguiente. No se trataba de un secreto que había esperado revelar. Su padre le había preguntado, y ella simplemente había negado con la cabeza, abrazándole y prefiriendo callar. Podría haber pedido su cabeza, y Leo Santorini la hubiera conseguido en cuestión de horas. Podría haber pedido cualquier cosa, y su venganza se habría llevado a cabo.

—Es una suerte entonces que no tengas un corazón cruel —él cogió su mano, y ella lo miró sorprendida—. La venganza no logra nada, emperatriz. Lo he intentado y es cierto.

No era su elección para hacer. Cleo se deslizó fuera de su agarre y partió. Ya había sido suficiente por una noche, y en serio ansiaba una ducha. 

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