El Día Que Las Estrellas Caig...

Galing kay kathycoleck

1.5M 170K 147K

Willow Hemsley soñó una vez con ser diseñadora. Con recorrer el mundo y conocer a un chico decente antes de r... Higit pa

Prefacio
Capítulo 1 : El adiós no dicho
Capítulo 2 : Madurez
Capítulo 3 : La loca
Capítulo 4 : Como la aguamarina
Capítulo 5 : Culpa de Piolín
Capítulo 6 : Más cerca
Capítulo 7 : Estrategia para conquistar a Willow
Capítulo 8 : Sermones
Capítulo 9 : Bajo la mesa
Capítulo 10 : Un pequeño regalo
Capítulo 11 : Soledad
Capítulo 12 : Alguien tiene que hacerlo
Capítulo 13 : Secreto descubierto
Capítulo 14 : Madera y menta
Capítulo 15 : Pasatiempo
Capítulo 16 : La familia perfecta
Capítulo 17 : Una historia para no ser contada
Capítulo 18 : En el tejado
Capítulo 19 : Persona no grata
Capítulo 21 : Intolerable a los prejuicios
Capítulo 22 : Lección de honor
Capítulo 23 : La casa de la colina
Capítulo 24 : Confrontación
Capítulo 25 : Justificación barata
Capítulo 26 : Favor pendiente
Capítulo 27 : En voz alta
Capítulo 28 : Mañana
Capítulo 29 : Primeras veces
Capítulo 30 : Valor
Capítulo 31 : Amigo. Hermano. Traidor
Capítulo 32 : El loco
Capítulo 33 : Beso de buenas noches
Capítulo 34 : Paredes en blanco
Capítulo 35 : Perro fiel
Capítulo 36 : Un alma vieja
Capítulo 37 : Culpable
Capítulo 38 : Silencio
Capítulo 39 : Opciones
Capítulo 40 : Charla de despedida
Capítulo 41 : Hasta el fin del mundo
Capítulo 42 : Todo lo perdido
Tiempo
Capítulo 43 : En reparación
Capítulo 44 : A. Webster
Capítulo 45 : El adiós dicho
Capítulo 46 : Novecientos noventa y nueve intentos
Epílogo
Nota Final de Autor
✨ Extras ✨
La carta que no encontró destino
Después de ocho años
En el prado
¡Anuncio Importante!

Capítulo 20 : Declaración

31.3K 3.4K 4.7K
Galing kay kathycoleck


DAVEN


El inicio de temporada estaba siendo provechoso: dos juegos ganados, uno perdido contra el colegio Shermans. Habían sido los bicampeones el año anterior, su escuela estaba repleta de chicos adinerados cuyo entrenador había pertenecido a un grupo de árbitros de la NFL. La derrota no fue la mejor forma para causar una buena impresión. Aún así, Zac, Spencer y yo logramos captar la atención del entrenador Torbert. Lo supimos porque Davis nos lo dijo en forma de cumplido, incluso él lo respetaba y sabía que ganarse su atención no era cosa de todos los días. Gracias a ello, resolvimos empezar a grabar nuestros entrenamientos y partidos con el propósito de usarlos como carta de presentación para nuestras postulaciones universitarias.

Estaba nervioso. Emocionado por la posibilidad de que todo saliera bien, pero también nervioso. Sentía que los objetivos que me había trazado a inicios de año, estaban ahora al alcance de mi mano. Podía verlos balanceándose ante mí. Por desgracia, con la misma claridad veía las probabilidades de que algo ocurriera y lo estropeara todo. Y no es que fuera pesimista, es sólo que temía darme cuenta de que la fiereza con la que luchaba era, en realidad, insuficiente. La mayor parte del tiempo, me obligaba a no pensar en ello. No quería ser un ave de mal agüero para mi propio futuro, por lo que insistía en repetirme a mí mismo que todo saldría bien.

Necesitaba que saliera bien.

El año ya estaba lo bastante adelantado para mantener mi mente ocupada en las cuestiones universitaria. Marzo se desvanecía con rapidez y los deberes aumentaban como el fuego en una hoguera. Había algo que entregar todos los benditos días, aunque con mi empeño redescubierto aquello no representaba un problema. Sólo un fastidio.

Hubo otra cosa que el mes trajo consigo: el cumpleaños número diecisiete de Hemsley. No me enteré sino un día antes y eso porque Nathalie lo mencionó por casualidad mientras salíamos de la escuela. Lucía avergonzada de que su amiga lo dijera a toda voz y, cuando la interrogué al respecto, se excusó alegando que, en realidad, no era la gran cosa. Su madre siempre le preparaba un pastel y tenían una pequeña reunión familiar en casa. Willow no tenía otro amigo cercano, además de Nat, por lo que no perdía el tiempo hablando de ello con gente de la escuela.

Eso me ofendió.

Es decir, no éramos amigos en el sentido estricto de la palabra. Nuestra relación estaba más allá de la amistad, incluso si ella se negaba a verlo. Aún así, esperaba recibir un poco más de estima de su parte. ¿Que no habíamos pasado las tardes del último año juntos como una jodida garrapata? Wylo simplemente había asumido que su cumpleaños no tendría importancia para mí, como si me considerara uno más del montón. No se lo dije, pero me sentí herido, enojado y también frustrado.

La verdad es que no tenía dinero para comprarle nada bonito. Nuestros ahorros eran intocables, mientras que el resto de nuestras ganancias (las de papá y mías) estaban destinadas a la comida y demás productos básicos. En resumen, no había espacio para los lujos y un regalo, incluso si iba dirigido a la chica que me gustaba, era un lujo que no podía permitirme. Además, su familia tenía dinero, Willow no era completamente ajena a las cosas costosas. ¿Qué podía darle yo que la impresionara?

Al final, le dejé un chocolate y un post-it con un simple "Feliz Cumpleaños, Hemsley" escrito en marcador azul. No me quedé para ver cómo reaccionaba, pero en un momento, mientras me dirigía a mi casillero, salió de la nada y plantó un beso suave en mi mejilla. La gente bullía a nuestro alrededor. A ella, sin embargo, no le importó. A mí, menos.

—Gracias. —su sonrisa era radiante.

Entonces se alejó por donde vino. No recordaba la última vez que me había sonrojado.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

—Elizabeth habría querido añadir que Bingley era el más estupendo de los amigos por la facilidad con la que se le podía traer y llevar, y que era realmente impagable. Pero, se contuvo. Recordó que Darcy tenía todavía que aprender a reírse de estas cosas, y que era demasiado pronto para empezar. Haciendo cábalas sobre la felicidad de Bingley que, desde luego, sólo podía ser inferior a la de ellos dos, Darcy siguió hablando hasta que llegaron a la casa. En el vestíbulo, se despidieron.

Willow suspiró.

—Si, esta es la parte donde las mujeres suspiran. —dije, burlón.

Ella sonrió. Se había desecho de las gafas una semana atrás, reemplazándolas por lentes de contacto. Aún no me acostumbraba al cambio. Y no es que no resultara agradable.

Todo lo contrario.

—Ah, es que merecían estar juntos. —comentó. —Darcy era un blandito, después de todo.

—No, Hemsley. Elizabeth desequilibró su mundo, modificó su perspectiva sobre las mujeres, o sobre ella, en todo caso. —expliqué. —Si no lo hubiera rechazado, habría sido demasiado fácil para él obtenerla.

—Elizabeth también aprendió de sus propios prejuicios.

Me encogí de hombros.

—Supongo.

Yacíamos recostados sobre un pequeño montículo de hierba en nuestro claro. El sol brillaba justo por encima de nuestras cabezas y se colaba entre las copas de los árboles tomando la forma de delgadas columnas de luz. Había margaritas y flores de dientes de león esparcidas en el campo. Se mezclaban con la hierba baja y los arbustos que crecían junto a los árboles; un millar de diminutos cuerpos elegantes destacando contra el verde. Era sábado, el primer día de no-escuela en el que quedaba con Hemsley. La razón principal se debía a que tendría un examen de Cálculo a inicios de la semana siguiente y la asignatura aún me daba problemas.

Problemas que yo exageraba para verla.

Habíamos resuelto un par de ejercicios, pero, luego de una hora, decidimos que un descanso no nos vendría mal. Willow siempre llevaba consigo mi ejemplar de Orgullo y Prejuicio para que le leyera en momentos libres como aquel. Era un sinsentido, ya que ella lo había terminado por ese ensayo que debía entregar. Sin embargo, continuaba insistiendo en que no abandonáramos la práctica; una manera algo evasiva de decir que disfrutaba la historia siempre que fuera yo quien la leyera.

—Tengo una duda. —expresó dejándose caer boca arriba en el suelo junto a mí; su larga melena desparramándose como un puñado de algas sobre la arena. El sencillo vestido veraniego que llevaba se deslizó un centímetro por encima de sus muslos y mi mirada se detuvo allí por más tiempo del necesario. —Pero no sé si seas la persona indicada para responderla. —terminó.

Me apoyé en un codo, el libro aún abierto en mis manos.

—Soy el menos sabelotodo de los dos, así que probablemente estés en lo cierto y no sepa responder.

—No creo que no sepas. Es sólo que me avergüenza.

Eso despertó mi interés.

—Vamos, Hemsley. Te he visto avergonzarte a ti misma más antes, como esa vez que te caíste en la entrada de la escuela y le mostraste el trasero a todo el mundo.

—Llevaba letardos bajo la falda. —se defendió.

—O la vez que derramaste la malteada en tu regazo y tuve que lavarte los pantalones. Fue una suerte que estuviéramos en casa. —contuve una risa. —También la vez que...

—Cielos, ya basta. —murmuró lanzándome una mirada de ceño fruncido. —¿Llevas una cuenta o qué?

—¿Qué es eso que quieres saber, entonces?

Willow dudó. Desvió la mirada al cielo y jugueteó un poco con los bordes del cuaderno que descansaba sobre su pecho.

—Es sobre... bueno es que...

—Sólo suéltalo. —la insté.

—Bien. Me preguntaba cómo funcionaban las relaciones en la época de Jane Austen.

Me rasqué la cabeza, confundido.

—¿Tanto preludio para eso?

—Tú querías saber.

—No entiendo cómo algo sí puede avergonzarte. —cavilé. —De cualquier modo, supongo que las mujeres eran las menos favorecidas en matrimonios por conveniencia. Importaban más los títulos y ese tipo de cosas, independientemente de que el tipo con quien se casarían fuera o no un imbécil. Y luego estaba el honor, lo cual no era del todo malo. Pero, la gente parecía tener una obsesión con honrar el nombre de la familia.

—No entiendes.

Willow se puso de costado, elevándose sobre su codo para apoyar la cabeza en una mano. Sus zapatos de calaveras destellaron con el movimiento. Pero no era eso lo que estaba viendo, sino la curva de su cadera.

—No me refería a esa clase de relación. —prosiguió. —Hablaba de... lo otro.

—¿Sexo?

—Bueno, sí.

Ella evitó mirarme mientras arrancaba un tallo de hierba. El movimiento provocó que el cuello de su vestido se moviera un poco y dejara al descubierto parte de su clavícula. Cristo, estaba notando demasiadas cosas hoy.

—El sexo ha funcionado del mismo modo desde siempre. —fue mi respuesta.

—Me queda claro.

—¿Y?

—No lo sé... —titubeó. Willow sólo titubeaba cuando estaba nerviosa. —me preguntaba si la pasión funciona igual que como lo hacía antes. Porque todos tienen sexo donde y como sea y... en el pasado no funcionaba así. Había más recato, ¿quiere decir que el deseo era diferente? ¿Algo que debías controlar y que ahora apenas se siente porque la gente ni siquiera le permite crecer?

Fruncí los labios considerando sus palabras.

—El deseo es el deseo, Wylo. —expresé finalmente. —Puede que el mundo no fuera tan explícito hace doscientos años, pero la pasión era la misma. Las personas se excitaban y experimentaban placer, igual que ahora.

—Sabes cómo explicarlo. —aún tenía la mirada puesta sobre la hierba, allí donde sus dedos jugueteaban.

—La verdad me falta experiencia. —admití. —Es imposible saberlo todo a los dieciocho.

—Pues pareces conocer mucho.

—No voy a alardear. Hay cosas que valen más cuando se demuestran.

—Ya veo.

Willow guardó silencio por unos momentos. Yo la observé. La conversación no había ayudado a mantener mi mente libre de ciertas fantasías.

—¿Qué se siente? —inquirió, de repente. —Desear a alguien. No puedes decirme que no tienes experiencia en eso.

Alzó el rostro encontrando mis ojos. Hice un esfuerzo para evitar mirarle los labios.

—Es difícil de describir. —declaré.

—Tienes buena labia. Seguro que puedes.

Pensé mi respuesta.

—El cuerpo te cosquillea o te pulsa, —comencé. —nunca llegas a saberlo con exactitud. Se te hace agua la boca sólo con imaginar, y vaya que lo haces con frecuencia. Una pequeña fantasía es capaz de acelerarte el corazón y despertar en ti esa hambre que no sabías que podías sentir. Un ansia que sólo se detiene de una forma.

—¿Cómo?

—Tocando.

Seguí el movimiento de su cuello cuando tragó. Tenía la misma mirada que me dio la primera vez que la llevé a casa; oscura, nublada por una dulce lujuria. La ausencia de gafas parecía magnificarlo todo.

Al final, ella parpadeó despertando del trance.

—Eso es... interesante. —su murmullo fue torpe.

Reprimí una risa.

Willow reajustó su postura instándome a dejar la lectura para ocuparnos de Cálculo. Ella lucía inquieta. Evitaba toparse con mis ojos o situarse demasiado cerca, como si temiera que la situación subiera de tono por el simple hecho de acercarnos demasiado. No dije nada al respecto. En cambio, intenté distraerla con temas comunes. La deseaba, sí, pero no significaba que no pudiera controlarme, sobre todo con Hemsley.

—¿Qué les dijiste a tus padres para que te permitieran salir? —inquirí con la vista puesta en mi libreta y el ejercicio a medio resolver.

—Que haría una tutoría. —repuso con cuidado. —Técnicamente no hay nada malo en ello.

—No estoy acusándote.

—Últimamente pareces muy interesado en el tema de mis papás.

—Ya te dije que no quiero causarte problemas, aunque sí aprecio la ayuda.

—Lo tengo bajo control. No te preocupes. —me tranquilizó. —Por cierto, ¿qué tal va el juego? Escuché que perdieron el último partido.

Le hablé de nuestro desastre en el campo y el que sería nuestro próximo partido. Luchábamos por un lugar en las regionales todavía, aunque eso cambiaría con el resultado de los siguientes encuentros. El entrenador Davis había dicho que nuestra escuela no sería la sede del próximo juego, lo que añadía más presión porque a nadie le agradaba la idea de jugar fuera. Pero, no había opción.

Willow me escuchaba con atención haciendo preguntas sobre cosas que no entendía del fútbol. Mostró emoción cuando le conté sobre la iniciativa de grabar nuestras actuaciones y usarlas en las postulaciones si había oportunidad. Aproveché para invitarla a algún partido, a lo que respondió con un tímido.

—Lo consideraré.

Casi eran las cuatro de la tarde cuando cogí mi teléfono para responder una llamada de mi hermano (en la que, increíblemente, me preguntaba si había ropa sucia en mi habitación porque tenía intención de hacer la colada). Corté la línea después de unos minutos de escuchar el parloteo de Devan sobre Camile yendo a la casa. Entonces me di cuenta de que Willow ya recogía nuestras cosas.

—Creí que nos quedaríamos un poco más. —comenté intentando no sonar como un niño que acabaran de negarle algo.

—Es que tengo que salir. —dijo simplemente, al tiempo que acomodaba los libros en su mochila.

—¿Irás con Nathalie?

—No.

Esperé que añadiera algo más, pero se mantuvo callada.

—Pensé que no eras de ir a fiestas.

—Nadie dijo que iría a una fiesta.

Yo lo sabía, sólo estaba buscando la manera de indagar. Willow nunca era evasiva y estaba siéndolo justo ahora.

—Oh, bueno. —repuse fingiendo desinterés. —Es que hay una en casa de Mitch, me avisó más temprano. Todo el mundo está como loco. Su casa es enorme y siempre se la pasa bien allí.

—Suerte que no me apetezca aspirar el olor a hierba de la casa de Mitch. —bromeó.

—¿Cómo sabes...?

—El ochenta por ciento de los estudiantes fuman. Lo sabe todo el mundo.

Sacudí la cabeza. Estaba distrayéndome.

—¿Es una cosa familiar?

—¿Qué?

—Tu salida.

—Oh, no, no lo es.

Sin poder contenerme, formulé la pregunta:

—¿Con quién irás, entonces?

Ella cerró la mochila antes de encararme. Su mirada era casi desafiante cuando respondió:

—Tendré una cita.

—¿Disculpa?

Rodó los ojos con tedio. El gesto me irritó.

—Una cita, apuesto a que sabes lo que significa.

—¿Y quién es el afortunado? —pronuncié con una ironía.

—Thomas.

—El de las gafas de culo de botella.

Frunció el ceño.

—Pasaré por alto el tono de burla.

—¿Desde cuándo sales con él?

—Nunca hemos salido oficialmente. —su voz era calmada, aunque se notaba que no le estaba gustándole el interrogatorio. —Sólo nos besamos cada vez que surge la oportunidad.

—¿Cada vez que surge...? —de pronto, tuve una epifanía. —Una vez mencionaste que estabas en el auditorio con alguien. ¿Era con él?

—Me resulta un poco raro que recuerdes eso, pero sí. Se trata de él.

—¿Es en serio?

—No sé por qué te molestas.

Willow estaba perdiendo la paciencia, lo cual era una casualidad porque la mía también comenzaba a agotarse.

—¿Realmente te parece buena idea soltarme esa mierda como si nada? —recriminé. —Pero, ¿qué es lo que tienes en la cabeza?

—Exceso de sentido común, supongo. —se irguió sobre sus rodillas aferrando la mochila tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. —Puedo salir con quien me plazca, del mismo modo en que tú lo has hecho desde que te conocí.

—Hace meses que no veo a jodidamente nadie. —siseé también enderezándome.

—¿Verónica es nadie? Porque juraría que los vi fajándose en el campo hace poco más de un maldito mes.

—De acuerdo, casi dos meses. —entrecerré los ojos. —No he visto a nadie en ese tiempo.

—Bien por ti.

—¿Y qué más debo hacer?

—Nada. ¿Pensaste que diciéndome ese montón de basura sobre tu abstinencia sexual iba a abandonar la idea de salir con alguien? —me apuntó con el dedo índice. —Te equivocas. Olvídate de verme echa masilla a tus pies sólo porque, de la noche a la mañana, decidiste que te parezco interesante.

Se puso en pie y empezó a caminar hacia la camioneta estacionada unos metros más allá. Yo la seguí, demasiado enojado para coger mi propia mochila.

—¡He estado detrás de ti como un idiota desde antes de navidad! —grité. —Te lanzo indirectas todo el jodido tiempo y hago cualquier cosa para pasar el rato contigo porque no me interesa nadie más. ¿Y ahora hablas como si los últimos meses no hubieran existido? ¡¿Qué demonios está mal contigo?!

—No es tan agradable cuando obtienes una cucharada de tu propia medicina ¿o sí?

—¿De qué estás hablando?

Se giró bruscamente y yo me detuve. Sus ojos llameaban con furia, la diferencia de altura y el hecho de que estuviera igual de iracundo que ella, no era suficiente para intimidarla. Siendo honestos, dudaba que algo lo hiciera.

—¿Crees que eres el único que ha sentido celos? —alzó la voz. —¿Crees que ha sido placentero escuchar los chismes sobre ti y las chicas con las que te has acostado? ¡He tenido que soportarlo y actuar como si no me importara todo el tiempo! Y ahora te haces el afligido sólo por verme salir con alguien.

—¿Por qué no me lo dijiste y ya?

Willow lanzó un bufido furioso al cielo.

—Los hiciste tan idiotas.

Entonces reanudó la marcha, si era posible, a un paso más furioso.

—¡Detente, maldición! —ella no lo hizo y tuve que seguirla de nuevo. —Sólo tenías que decirme cómo te sentías. Eso habría resuelto todo.

—Oh, sí, por supuesto. —suelta con amargura lanzándome una mirada desdeñosa por encima del hombro. —Era tan fácil confesarle mis sentimientos al chico que se avergonzaba de mí y con el que peleaba prácticamente cada día.

—¡No me avergonzaba de ti!

—Repítelo hasta que te creas la mentira.

—Eso ya no importa. Me gustas y te gusto. Es suficiente para que olvides salir con el nerd de mierda.

—No lo dejaré plantado sólo porque tú quieras.

—Así que, ¿irás con él?

—¡Sí, joder!

Me detuve.

—¿Qué hay del tejado? ¿No significó nada todo lo que te confié?

Willow se volvió. Apenas un corto trecho nos separaba del camión ahora.

—No puedes echarme en cara lo del tejado cuando ni siquiera tiene algo que ver con Thomas.

—Tiene todo que ver. —declaré con los dientes apretados. —Quieres estar conmigo: lo dijiste ahora y lo demostraste en ese tejado. Sólo usas a ese chico porque estás asustada de acercarte a mí. Temes que te haga lo mismo que Jason.

Ella pestañeó y un dejo de vulnerabilidad destelló en sus ojos.

—No es mi obligación darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer. Pero, te lo diré: tengo una cita con un chico agradable y no pienso faltar. —me hervía la sangre mientras la escuchaba. Willow no atravesaba un mejor estado de ánimo; su pecho bajaba y subía rápidamente y tenía las manos empuñadas a cada lado de su cuerpo. —Puedes seguir siendo mi amigo o...

Di unos pasos hasta que mis pies casi chocaron con los suyos.

—No soy tu jodido amigo. Esto jamás será una amistad.

—Entonces nos limitaremos a la tutoría, si es que no te hace sentir incómodo. Tienes toda la libertad de salir con quien te plazca y yo...

La besé.

Con furia.

Con frustración.

Con todo lo que llevaba dentro. Lo que me hacía sentir.

Willow puso resistencia, pero yo ya tenía mis manos en ella: una en su cintura, la otra en su nuca. Se retorció y, al ver que el esfuerzo era inútil, enterró los dientes con fuerza en mi labio inferior. Yo la mordí de vuelta antes apartarme.

—¿En serio quieres lastimarme, Hemsley? —murmuré sin quitar los ojos de su boca.

—Sí... no. —intentó liberarse de nuevo, pero no se lo permití. —Es que me haces enojar tanto.

—Tú tampoco me pareces la persona más agradable en este momento.

—Entonces déjame ir.

—¿Realmente quieres que lo haga?

Ella ya no luchaba. Ahora empuñaba las manos sobre mi pecho.

—Respóndeme.

—No.

—Eso creí.

Una vez más, me sumergí en la humedad de la boca que había ansiado probar por mucho tiempo. Su sabor era exótico y puro, como la lluvia de una selva inexplorada o el jugo recién extraído de una fruta. Se sentía dulce, sedoso e inexplicablemente fresco contra mis labios; una combinación que amenazaba con obsesionarme hasta la demencia. El olor a lavanda me inundó las fosas nasales y ya no fui sólo un chico, sino una criatura de apetito ávido que apenas lograba mantener su euforia bajo control. Sentí sus uñas enterradas en mi pecho y la fuerza con la que tiraba de mi camisa, como si los milímetros que aún nos separaban le resultaran insoportables, tortuosos.

Para mi eran una verdadera molestia.

Sin dejar de besarla, le descolgué la mochila del hombro y guié el camino de retroceso hasta que su espalda chocó con la puerta del camión. Conduje sus manos a mi cuello y me presioné contra su cuerpo sintiendo las suaves curvas escondidas bajo el sencillo vestido que llevaba. Las yemas de sus dedos se hundieron en mi cuero cabelludo con fuerza halando un puñado de mechones en el proceso. Un sonido casi animal reverberó en mi garganta y debió gustarle porque se estremeció.

Acaricié su lengua con la mía bebiéndome todo de ella. Willow afianzó el agarre en mi cabello al mismo tiempo que se estrujaba más contra mi cuerpo, aunque era imposible que pudiéramos acercarnos más.

Bueno, en realidad sí había una forma.

Me incliné, la alcé en brazos y ella envolvió las piernas a mi alrededor instintivamente. El contacto nos hizo jadear a ambos. Willow dejó caer la cabeza contra el cristal de la ventanilla y su cuello quedó expuesto para mí; ese cuello con el que había fantaseado día y noche. Deslicé el pulgar sobre su la pálida piel antes de conducir mis labios allí donde su pulso palpitaba.

—¿Querías saber cómo se siente el deseo, Hemsley? —la provoqué mientras arrastraba mi boca a lo largo de su garganta. —Así se siente. —hundí los dientes suavemente en el punto bajo su mandíbula antes de agregar—: Justo. Así.

Dejó escapar algo que estaba a medio camino entre un suspiro y un gemido. Yo continué el ascenso por su cuello, su mandíbula y, finalmente, sus labios de nuevo. Éramos un desastre de respiraciones entrecortadas y corazones descontrolados. De ardor, hormonas y deseo.

—Dave, espera. —me detuvo en un murmullo tembloroso.

Retrocedí un poco. Sus ojos tenían un tinte tan oscuro que me costó encontrar el marrón en ellos. Sus labios estaban hinchados y enrojecidos y su cabello era masa de largas ondas alborotadas. Salivé con la imagen.

—Espera. Yo...

—¿Qué?

—Es muy rápido para mí. No sé qué se supone que debo hacer. Es muy rápido. —reiteró.

—No voy a tocarte más allá de esto, Wylo. —susurré. —Tampoco pienso convencerte para que te quites la ropa.

—Dios mío, sí que tienes buena labia.

—Estoy siendo honesto.

—La honestidad te convierte en un lindo prospecto.

—¿Para ti?

—Si.

—Bien.

La besé más despacio esta vez y me tomé un segundo para delinear el centro de sus labios con la punta de mi lengua. Ella tembló un poco en mis brazos.

—Hay otra cosa, ¿cierto? —la presioné

—Es que me siento como si estuviese a punto de convulsionar. —su tono era ronco. —No te rías.

—Sólo a ti se te ocurre comparar la excitación con una convulsión.

—Sí, pero entiendes la idea. —sus manos pasaron de mi cuello a mis hombros. —¿Y si no podemos parar?

—No voy a follarte contra la puerta de mi camioneta. —dije con seguridad.

—Tienes que decirlo así.

—Es la verdad.

Y para demostrar mi punto la dejé sobre sus pies, aunque mantuve mis manos alrededor de su cintura.

—Pero tú quieres. —insistió. —No es como si pudieras disimularlo.

—Los dos queremos. —respiré hondo y le aparté un mechón del rostro. —Sin embargo, parece precipitado ahora, ¿no? La verdad es que no sé. Yo también estoy dividido entre lo que quiero y lo que debe hacerse. Acabamos de empezar, no me gustaría echarlo a perder contigo.

Ella inhaló y soltó el aire despacio. Cuando el ritmo de nuestros corazones se restableció, pregunté:

—¿Irás a esa cita?

Me negaba a prohibírselo. Era Willow quien debía elegir.

—Sí.

Apreté los dientes e intenté apartarme. Esta vez fue ella quien me lo impidió al rodearme el torso con los brazos.

—Le diré la verdad. —continuó. —Que deberíamos dejarlo porque perdí el interés. ¿Contento?

No dije nada.

—Me sacas de quicio, Dave. —declaró poniéndose de puntillas para buscar mis labios. —Pero, me gustas más que todos mis zapatos juntos.

La besé de nuevo. ¿Qué otra cosa puedes hacer cuando una estrella se te declara?

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

—Muéstrame tu cuello. —le ordené mientras conducía lejos del claro.

—¿Por qué?

—Sólo hazlo.

Willow abrió los ojos como platos.

—Oh por Dios, ¿me dejaste chupetones?

—No lo sé, déjame ver.

—Mamá me arrancará la cabeza si llega a enterarse que anduve haciendo cosas sexuales. —ahora lucía angustiada. —De acuerdo, puede que no llegue a matarme, porque es muy comprensiva, pero definitivamente me someterá a un interrogatorio...

No estaba escuchándola. Mi mirada iba y venía de la carretera a esos labios que ahora tenían un aspecto más voluptuoso. Sus mejillas brillaban con un bonito rosa y había una luz diferente en sus ojos.

—... y ni siquiera pensaré en papá. Él no espera que su hija ande por ahí...

—Wylo, tu cuello. —repetí obligándome a mantener la mente enfocada.

—De acuerdo.

Se apartó la melena de los hombros y echó la cabeza hacia atrás. Yo extendí la mano y toqué su garganta guiando sus movimientos para revisar primero un lado, luego otro.

—Menos mal. —murmuré al tiempo que bajaba la mano.

—¿Seguro que no tengo nada?

—Sí, tranquila.

De todos modos, hurgó en su mochila, extrajo un pequeño espejo y se comprobó a sí misma. Al final, soltó un suspiro de alivio.

—¿Te llevo directo con tu cita? —inquirí sin poder dejar la amargura fuera de mi voz.

—No lo digas así. —se acomodó en el asiento para encararme. —No me besuquearé con él.

—Gracias por aclararlo.

—Mírame.

—Estoy conduciendo.

—Daven.

Le di una mirada rápida.

—No hagas un problema de esto. —me riñó. —Tú sigues siendo amigo de Verónica.

—Es diferente.

—No lo es. Deja de actuar como un troglodita.

—¿A tu casa, entonces? —pregunté, porque era evidente que nada bueno saldría de la conversación.

—Sí, ¿pero podrías pasar antes por la librería? Es que necesito comprobar si llegó un libro. Seré rápida.

Asentí en silencio. Aún estaba irritado por el fulano Thomas y la estúpida cita, especialmente después de lo que había pasado en el claro. No recordaba la última vez que había besado tanto a una chica o sentido semejante necesidad hacia alguien. Quería más, pero, al menos de momento, el más no era una alternativa.

—Nunca había llegado así de lejos con un chico. —su confesión me tomó por sorpresa. Ella evitaba mis ojos observando el camino a través del parabrisas. —Lo siento, no debería haber dicho eso.

—Fueron besos, Wylo. —nada más.

—Ya sé. Es que... olvídalo.

—Dime.

—Hubo más contacto de que... agh, mejor olvídalo. —repitió. —Es una de esas tonterías de chicas. No tiene importancia.

Podría haberle dado la razón. Decirle que aquello no era nada comparado con lo que la gente solía hacer, lo que yo mismo había hecho muchas veces. Sin embargo, no era tan idiota como para restarle valor a un momento que tuvo significado para ella. A mí también me costaría sacármelo de la cabeza por un buen tiempo, eso si es que lograba hacerlo.

Al final, opté por cambiar de tema. Ya todo era bastante intenso para añadirle más. Nos zambullimos en una charla sobre libros mientras cruzábamos el centro del pueblo. Willow me aseguró de que no habría peligro de que su padre nos viera, ya que casi nunca salía de la comisaría los sábados. Además, sólo sería una visita veloz. Siempre que viajábamos juntos le daba la vuelta al centro para evitar que alguien nos viera. No parecía probable fuéramos descubiertos la única vez que decidíamos atravesarlo.

Fue un pensamiento infantil.

—Volveré en un minuto. —aseguró cuando estacioné en la acera frente a la librería.

—Date prisa.

Me sonrió antes de saltar fuera de la camioneta y trotar hacia el local. Yo aproveché para contestar un par de mensajes de Verónica y Mitch, ambos insistiendo para que fuera con ellos más tarde. Les respondí que iría después de Mochee's si el trabajo no estaba tan pesado. Quince minutos después, Willow salía de la tienda con un libro rojo entre los brazos.

—El Hilo Rojo. —anunció tomando asiento a mi lado. —Es Best-Sellert.

La miré con horror.

—Dime que no se trata de romance.

—Novela negra.

—Qué título tan ridículo para una novela policial.

—No a todos nos gusta releer novelas clásicas. —se defendió guardando el libro en su mochila.

Estaba pensando en una réplica cuando su teléfono (ese que Nat le había prestado) vibró. Ella lo extrajo y un segundo teléfono, de aspecto nuevo, se deslizó fuera del bolsillo.

—¿Tienes dos teléfonos? —me burlé.

Willow respondió el mensaje antes de explicar:

—Papá me lo compró hace unas semanas, pero los chicos de la tutoría siempre me escriben al viejo. Además, de Nat y tú.

—Pues no me has dado el número nuevo.

—¿En serio? Qué tonta.

Me dictó los dígitos para que lo registrara en mis contactos. En el momento en que estaba encendiendo la camioneta, y escuchando a Willow parlotear sobre el libro que acababa de comprar, lo vi. Manejaba una patrulla azul de la policía local y se acercaba en dirección opuesta a nuestro carril. Quise advertirle a Wylo que se echara a un lado para evitar ser vista, pero él ya había puesto sus ojos sobre mí.

Sobre ambos.

—Con un demonio.

—¿Qué estás vien...? Ay mierda.

Willow palideció, y no era para menos. El señor Hemsley estacionaba en la acera de enfrente. Yo supe que no era nada inteligente alejarnos, así que mantuve el camión encendido. Un sudor frío me humedeció la nuca, pero escondí mi nerviosismo bajo una máscara de perfecta neutralidad. A mi lado, Willow se retorcía las manos y murmuraba por lo bajo.

El señor Hemsley se acercó con paso lento, aunque decidido. El sol casi se ponía, pero el oficial llevaba gafas oscuras. Me pareció más robusto y amenazante, claramente no estaba contento viendo a su hija en compañía del sujeto que casi arrastró a la comisaría una vez. Se quitó las gafas cuando estaba a punto de alcanzarnos; el disgusto y la desaprobación brillaban con tanta claridad en esa mirada almendrada que quise apartar los ojos.

No lo hice.

—Hola, papi. —Willow sonrió nerviosamente. —Me encontré con Daven por casualidad y... hmm... se ofreció a darme un aventón porque...

Su voz perdió fuerza hasta desvanecerse. Su padre la examinaba de modo inquisidor.

—Sube a la patrulla. —ordenó mientras le abría la puerta. Su tono era profundo y severo.

—Él sólo intentaba...

—No estoy preguntando. Ve a la patrulla.

—Yo... sí.

Willow obedeció. Murmuró un tenue "gracias" hacia mí antes de alejarse con la cabeza gacha. Dejé de mirarla cuando el oficial Hemsley cerró la puerta del copiloto. Entonces apoyó el codo en la ventanilla examinándome de cerca.

—Estudian en la misma escuela. —comentó.

—¿No lo hacen todos los chicos del pueblo?

—Claro que sí. —asintió una vez. —Pero en la secundaria las edades se mezclan y las cosas se confunden. No todos son menores de edad, sobre todo los de último año. Mi hija acaba de cumplir diecisiete, ¿tú cuántos tienes?

Mantuve la boca cerrada.

—Es una pregunta que debes responder, muchacho.

—Dieciocho.

—Ah, dieciocho.

No había que ser un genio para entender la indirecta.

—Sólo trataba de ayudarla. —exclamé tal vez con demasiado ahínco.

—No lo hagas. No con ella. —me cortó. —Si un día vuelves a encontrarla por casualidad, sigue tu camino. No la mires, no le hables, no la notes. Haz de cuenta que no existe. Eso hará que tu vida sea más sencilla. ¿Lo entiendes bien?

Mi saliva se convirtió en un suero amargo cuando respondí:

—Sí, señor.

—Muy bien.

Caminó de vuelta a la patrulla y, un par de minutos después, el auto retomó la marcha. En la soledad de mi camioneta, me quedó claro por qué Willow se esforzaba tanto en mantener nuestros encuentros en secreto. Desgraciadamente, también me quedó claro la razón de que fuera indeseable a los ojos de su padre. No por ser un chico que intentaba coquetear con su hija, sino por mi historial.

Por ser yo. 

______________________________

Nota de Autor: Terminé este capítulo en la madrugada (porque mi mente estaba on fire XD), pero no estaba segura de subirlo aún. Sin embargo, quería dejar la historia en un buen punto y este pareció el adecuado. ¡Los quiero chicos! Ahora sí nos leemos la próxima semana 😅💖

Me encuentran en Facebook, Twitter e Instagram como @kathycoleck

Muchas, muchas gracias por leerme ❤️️ ¡Besote!

Ipagpatuloy ang Pagbabasa

Magugustuhan mo rin

5.9K 574 38
Fukushima Hoshi, es una tímida y solitaria chica de primer año de preparatoria, pero debido a su concejero escolar la chica se ve envuelta en diversa...
34M 2.6M 91
Alexandra Carlin, es una chica recién graduada de la universidad, sin éxito en el campo laboral, es contratada por fin como secretaria del presidente...
224 64 11
•|¿Que pasa cuando tienes que dejar toda tu vida atrás amigos, familia tu escuela y todas tus costumbres para irte a vivir con el ser más peligroso d...
18.9K 1.4K 15
¿Serías capaz de amarme a pesar de los fantasmas que te atormentan?.