El corazón del Rey. [Rey 3]

By Karinebernal

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Las huellas de un pasado doloroso persiguen al rey Magnus Lacrontte, quien ha levantado murallas para no volv... More

Importante Leer.
Prefacio.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Nota explicativa. - Importante leer.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 1. Presente.
Capítulo 2. Presente.
Capítulo 3. Presente.
Capítulo 4. Presente.
Capítulo 5. Presente.
Capítulo 6. Presente.
Capítulo 7. Presente.
Capítulo 8. Presente.
Capítulo 9. Presente.
Capítulo 10. Presente.
Capítulo 11. Presente.
Capítulo 12. Presente.
Capítulo 13. Presente.
Capítulo 14. Presente
Capítulo 15. Presente.
Capítulo 16. Presente.

Capítulo 7.

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By Karinebernal

Mientras espero a Atelmoff en la sala del trono, un guardia me informa de un recado que Gretta ha dejado para mí.
La cena benéfica se ha reprogramado para mañana, debido a la pésima excusa de que no habían preparado un banquete digno del rey.

- Majestad. - Avisa uno de los custodios. - El barón Russo ha venido a verlo.

- Pídele que aguarde unos minutos. Debo atender otros asuntos.

No entiendo cómo se le ocurre venir al reino cuando habíamos acordado el cese de viajes debido a la sospecha que estos mismos generan en la monarquía de Mishnock.

Me molesta que me desobedezcan, pero más aún que hagan esperar y Atelmoff es una de las personas que más disfruta al hacerme esto.

Juego con mis anillos mientras miro por la ventana. El cielo esta nublado y la mañana esta fría, la brisa que se cuela en la sala mueve mi cabello y refresca la piel de mi nuca cubierto por la capa.

Este día me ha estado verdaderamente atareado. Muy temprano en la mañana tuve una reunión con el consejo de guerra, pues necesito dar un golpe urgente a Mishnock y aunque no pueda hacerlo ahora con su capital, lo haré en una ciudad cercana.

Debo ir debilitándolos para que desplacen sus soldados hacia las ciudades afectadas y así poco a poco descuiden su centro. Palkareth.
Una vez todos estén distraídos con los ataques en otras zonas, arremeteré mi fuerza contra su núcleo con tal violencia que no tendrán posibilidad de defenderse.

La puerta es abierta por los guardias, devolviéndome a la realidad y el rostro de Atelmoff entra en el recinto.
Su cabello negro peinado hacia atrás esta mezclado con algunas canas a los costados y sus ojos grises se ocultan bajo sus parpados semicaidos.

- ¿Para que soy bueno, Majestad? - Pregunta, moviendo un pequeño sillón de terciopelo ubicado a un lado de la sala.

Solo él es capaz de tomarse tales libertades.
Sus pulcros zapatos oscuros repiquetean contra el suelo y lucho contra las ganas de pedirle que se detenga.

- ¿Donde están los reyes? - Cuestiono en busca de una respuesta positiva.

- De viaje junto a Stefan.

- ¿Desde cuando?

- Hace un par de días. - Repone con tranquilidad.

- Y ¿cuándo regresan?

- Cuando tengan que regresar. - Dice estirando sus dedos.

- Deberías conseguir una casa lejos del palacio antes que lo destruya.

- Eso generaría sospechas ¿No lo crees?

- Pero te mantendrá con vida.

- No creo que tus soldados me asesinen. - Espeta calmado.

- ¿Por qué eres tan confiado? - Pregunto frustrado por su actitud.

- Porque no te tengo miedo.

- No te he pedido que me temas, pero por el respeto que le guardo es mejor que no estés allí cuando ejecute mi venganza.

- ¿Qué te hace pensar que dejaré que lo hagas?

- ¿Vas a defenderlos después de lo que sabes que hicieron?

- Ellos son mi familia, al menos Stefan lo es y a pesar de toda la porquería que le hace pasar su padre, sé que le dolería su muerte.

- Entonces deberías verlo como una obra caritativa, yo alcanzo mi venganza y libero a Stefan.

- Sabes bien que lo haces solo por ti. - Acusa mirándome a los ojos.

- Y ¿Por qué más lo haría? No me importa lo que le suceda a Denavritz, yo solo quiero que Silas y Genevive mueran.

- Puedo aceptar que asesines a Silas, pero Genevive es un alma inocente y lo único bueno que tiene Stefan en su vida. - Arguye con fiereza. - Ese joven es lo único que me importa en esa familia.

- ¡Sabes que todos son una escoria! - Grito colérico. - ¿Por qué los defiendes?

- Silas no es un buen padre, lo acepto. Es humillante, dominante y obliga a su hijo a hacer lo que a él le apetezca, siempre lo hace sentir inferior y ejerce tanta presión en él que no sé como ha podido soportarla, pero ¿sabes que es lo peor?

- Sorpréndeme. - Espeto con sarcasmo ante su triste historia.

- Siempre guarda las apariencias de una familia feliz. Así que su esposa no tiene la culpa de haberse casado con el hombre equivocado y Stefan tampoco es culpable de tener una padre que jamás lo ha querido en lo más mínimo, por lo que tomando el papel de su padre te aviso que no dejaré que le hagas daño.

- Acabaré con esa familia te guste o no. - Declaro desafiante.

- Entonces tendrás que hacerlo sin mi ayuda, porque de mi no obtendrás nada.

- Te respetaré hasta el momento en que me estorbes.

- Bien, creo que ya no tenemos nada más que hablar.

Se levanta frotando las palmas de sus manos contra el pantalón para luego dirigirse a la puerta sin volverse a mirarme.

No concibo la idea de que proteja tanto a esa familia aún cuando sabe todo lo que ellos han hecho.

Intento disipar mi ira mientras le pido a un guardia que haga pasar al barón Russo una vez que Atelmoff haya abandonado el palacio para que así no se tope con el consejero de los Denavritz.

Cuando mi espía entra al recinto ya mi paciencia esta al límite. Necesito dar un golpe pronto al ser consciente que no toleraré la tranquilidad de Atelmoff al creer que no le haré daño a ese intento de familia.

- Majestad. - Dice Russo, haciendo una reverencia frente a mi.

- Espero tengas una buena excusa para viajar aún cuando te pedí que no lo hicieras.

- Los reyes están de viaje así que no lo notarán.

- Eso ya lo sé, espero que tengas una mejor información.

Lo observo pensar con apuro en busca de algo que me haga sentir satisfecho, pero estoy seguro que nada de lo que pueda decirme calmara la llamarada de ira que ha dejado Atelmoff.

- El príncipe tiene una novia, es una plebeya. - Espeta luego de un rato.

- ¿Plebeya? ¿Se mezcló con una plebeya? Vaya que Denavritz ha caído bajo.

No puedo ocultar la intriga que me causa aquella noticia. Las mujeres siempre son una debilidad que hacen perder la cabeza a aquellos hombres débiles que no son capaces de controlar sus emociones, algo que sin duda es Denavritz.
Me juro a mi mismo que jamás permitiré que eso me suceda.

- ¿Quién es la joven? - Pregunto curioso ante el millar de posibilidades que me brinda esa información.

- No lo sé bien, solo la he visto una vez en el periódico. Es amiga de Valentine.

- ¿Permites que tu hija se junte de una plebeya pobre?

- No es pobre, majestad. Es hija de los perfumista más reconocidos de Mishnock, salvo que no pertenecen a la nobleza.

- ¿Tu hija ha venido contigo?

Necesito información de esa joven y sé que la parlanchina de Valentine me dará todo lo que necesito. Si Denavritz ya la ha presentado oficialmente como su pareja, el conocer todo sobre ella puede ser una ficha que juegue a mi favor.

- Si, majestad. ¿Desea hablar con ella?

- Hágala pasar. - Pido sin mirarlo.

El hombre sale y casi de inmediato se adentra su hija, siempre tan sonriente y necesitada de mi atención.

- Señorita Valentine Russo. - Saludo sin mayor emoción.

- ¿Majestad en que puedo servirle? - Pregunta en una reverencia.

- Me ha dicho tu padre que te relacionas con la plebeya de Stefan.

- ¿Quién? ¿Emily?

- ¡Emily! - Paseo el nombre por mi boca. Sencillo, sin gracia, totalmente aburrido. - ¿Cuál es su apellido?

- Malhore, pertenece a la familia del perfume.

- Cuéntame más. - Pido recostándome en el trono con curiosidad.

- Aún no sé mucho, al principio no me caía muy bien pero luego no encontré una razón para odiarla y bue...

- Valentine, Valentine. No me interesa si te agrada o no, solo necesito información de Angely.

- Es Emily. - Corrige.

- Como sea. Dejémosla en Emilia, tiene más elegancia.

- Es usted muy grosero para ser tan hermoso, Magnus.

- Rey Magnus para ti. - Recuerdo mirándola con altivez. - Cuéntame como fue su primer encuentro.

- La conocí en un juego de polo llevado a cabo en el palacio. Ya Stefan la presento a sus padres.

- Eres muy tonta para ser tan... bueno ni siquiera eso puedo decir, digamos que eres muy tonta para ser hija de Dominic. - Alego cuando me niego a llamarla bella, porque no lo es. - No hablo de tu encuentro con ella, sino del día en que se conoció con el imbécil de Denavritz.

- En el festival de la nación. Él detuvo el desfile monárquico para hablar con ella, fue realmente romántico.

- Cuanto drama. ¿Cómo eso puede ser romántico? - Alego asqueado. - Típico de Denavritz, débil de carácter y flojo de sentimientos.

Jamás haría algo así por una desconocida y mucho menos por una plebeya. Nadie merece tanta atención, nadie merece tanta devoción.

- Lo es. - Dice con ojos destellantes. - ¿Acaso usted no lo haría?

- Nunca, es sencillamente patético.

- Y entonces ¿qué piensa hacer usted para conquistar a la joven que le guste?

- No es de tu incumbencia. - Espeto tajante. - Ya puedes marcharte, gracias por la información.

- Al menos eres agradecido.

- Con quien lo merece. Por cierto Valentine, háblale de mi.

- ¿A qué se debe el interés? Ah espera, seguro no es de mi incumbencia.

- Te ves bien cuando comprendes lo que quiero.

- Tomaré ese bien como un "linda". No se preocupe rey Magnus, le hablaré de usted.

- Dile a tu padre que lo espero en la sala de reuniones.

- Como ordene, majestad. - Dice en una reverencia final.

La veo salir a paso firme de la sala. Es una joven educada y a decir verdad me agrada, pero jamás se lo haré saber.

Antes de pasar a la reunión con el consejo, Francis me informa que los floresteros han sido devueltos al palacio sin señales de Gerald, tal como él lo predijo. Hoy sin duda habrá ejecución en el coliseo.

Le pido que los reúna en la parte trasera del palacio, pues no quiero que demasiada gente vea lo que esta a punto de suceder.

Antes de llegar a imponer el castigo final, le envío una carta a Gregorie, pues sé que la nueva información va hacer mis planes mucho más sencillos.

Es de carácter urgente que conozca todo lo relacionado con esa tal Emily y las estrategias de espionaje de mi primo siempre son las mejores, no es por nada que cada uno de mis infiltrados han sido escogidos por mi primo.

Requiero información de la vida diaria de esa joven y sé lo hago saber en la directa nota, pues así podré saber si los reyes la frecuentan y lograr atacar en una oportunidad precisa.

Después de encomendarle el sobre al mensajero, me paseo por las inmediaciones del patio del palacio.
Veo en mi caminata como el sol se oculta detrás de las nubes negras que se esparcen como el cielo. Pronto va a caer la lluvia y debo atender este asunto antes de que todas las calles de Mirellfolw se inunden.

Al llegar a la parte trasera del castillo encuentro una ronda conformada por los floresteros y guardias. Uno de los hombres de futura sentencia tiene una canasta de frutas a un lado y me pregunto si es que piensa hacer un banquete con sus compañeros antes de ser ejecutado. Gigantesca estupidez.

- ¿Qué es esto? ¿El circulo de la confianza? - Pregunto con sarcasmo. - ¿Debíamos traer obsequios para compartir y nadie me avisó?

- Son regalos que le envió mi esposa, majestad. - Explica el hombre, extendiendo la canasta sobre el piso hasta mis pies.

- ¿Cuál es la razón del obsequio?

- Es un tributo de paz.

- Déjame ver si lo entiendo bien. ¿Tu vida a cambio de unas manzanas?

Reprimo la carcajada que aquel absurdo trueque me causa. ¿En verdad cree que le perdonaré la vida?

- Soy el sustento de mi familia, majestad. Sin mi, ellos no podrán sobrevivir.

- Pues dígale a su esposa que empiece a vender frutas en el mercado en vez de obsequiarlas.

- Majestad, sé que usted será capaz de perdonarnos. - Dice otro sujeto, quien no se atreve a levantar la mirada.

- Los perdonaré si han traído a Gerald. ¿Esta aquí el señor Heinrich?

- Lo citamos pero no apareció, debe entender que lo intentamos.

- ¿Debo? Yo no les debo nada. - Arguyo con desdén. - Conocían bien el trato y ahora deben asumir las consecuencias.

- Majestad, tengo hijas que me esperan. - Ruega el hombre de la cesta. - Tenga piedad de ellas.

- Y ese es mi problema ¿por qué...? ¿Acaso son mis hijas? - Cuestiono exasperado por sus suplicas. - Creo que no.

Veo la desesperación emanar del cuerpo de aquel hombre harapiento que lucha por sobrevivir y para que todos sean testigos de mi benevolencia tomo una decisión rápida.

- Gracias a la canasta de frutas que ha enviado tu esposa, haré un excepción contigo.

El sujeto levanta la cabeza de golpe y veo un atisbo de sonrisa aparecer en su rostro al creer que sería eximido de su pena, pero rápidamente se diluye cuando ve que tomo el arma de uno de los guardias y apunto a su cabeza.

- Le ahorraré a tu familia el tener que ver como mueres.

Lo último que se escucha es el disparo que le roba su último aliento. Justo en medio de sus cejas y con una precisión sorprendente.

El grito de los dos hombres restantes se esparce con rapidez hasta mis odios. Me enfurece que piensen que pueden quebrantar mis leyes y salir ilesos.

- ¿Creen que esto es un juego? - Cuestiono colérico. - ¿Qué yo soy un bufón que hace monerías? Soy pésimo para hacer chistes pero aún así haré uno ya que han decidido hacer de mi el bufón de la corte.

Veo el rostro de confusión de los guardias ante mi desviado tema, pero espero que les quede claro que con un rey como yo no se juega.

- Toc, toc. – Digo con sarcasmo.

Nadie responde. Todos tienen la vista clavada en el piso, donde yace el cuerpo del difunto sujeto.

- Si yo digo toc, toc ustedes deben decir ¿quien es?, a lo que yo diré "su amigo el florestero"

Veo el rostro sonriente de Francis detrás de cada hombre. Me gusta que comparta mi humor.

- Intentémoslo de nuevo. - Digo merodeando a su alrededor, intimidándolos con cada paso. - Toc, toc.

- ¿Quién es? - Balbucea uno con la voz temblorosa.

- Nadie.

- ¿Nadie? - Cuestiona confundido ante el cambio de respuesta.

- Nadie, porque yo mate a su amigo el florestero.

La única carcajada que se escucha es la de Francis. Todos tiemblan de miedo mientras permanecen arrodillados, al tiempo que los guardias intentan conservar la calma ante lo sucedido.

- ¿Ven?, les dije que era malo con los chistes. - Espeto devolviendo el arma. - Ahora levántense y vivan este día como si fuese el último. Oh esperen, creo que si es el último.

Se levantan a tropezones con las manos temblorosas. Saben bien que van a morir y que nadie los salvará de su destino.

- Reúne al pueblo en el coliseo y cuando yo llegue espero que ya hayan sido colgados. - Le ordeno a Francis mientras camino devuelta al interior del palacio.

Voy a mi habitación y me cambio de ropa, pues detesto estar lleno de pólvora.
Es irónico que asesine a personas por comerciar flores cuando yo me siento tan marchito por dentro.

Rebusco en mi armario monocromático y antes de tomar la camisa más próxima me derrumbo sobre el suelo del vestidor.

Las lagrimas caen mientras golpeo mis piernas con los puños. Estoy tan vacío y tan desecho que no entiendo como continuo levantándome en las mañanas.

Nada me llena o satisface, nada me hace feliz. Vivo por inercia y por la sed de venganza y aunque aparente ser un rey frío que no necesita a nadie a su lado, estoy consciente de mi carencia de afecto y de lo mucho que la necesito en momentos como este.

Siento tanta ira en mi corazón, tanta frustración e impotencia que creo que me consume.
Vivo en guerra conmigo mismo, en una lucha por no desfallecer antes de llegar a mi objetivo y no hay nada que puede llevarme a un estado de paz.

Siendo sincero sé que necesito a alguien que me libere, que rompa mis cadenas y odio pensar que no soy suficiente para liberarme de mi mismo.
Mis emociones me tienen prisionero y me asfixian entre cada respiración.

En el momento en que controlo las lágrimas, limpio su rastro con el dorso de mi mano. Intento aparentar tranquilidad como lo hago todos los días y me visto con rapidez dejando en mi ropa sucia parte del agobio que me aniquila poco a poco.

••••

Cuando llego al coliseo Lacrontte descubro que mi orden se ha cumplido.
Observo a las personas mirar fascinadas las últimas patadas de resistencia que oponen los hombres sentenciados.

Sus ojos continúan abiertos y sus rostro ya ha perdido la mayoría de su color. Es una imagen espantosa que solo mi alma putrefacta podía crear.

Puedo reconocer a sus familiares entre la multitud, son aquellos quienes lloran su perdida y me alivia no ser empático para así ahorrarme el compartir su dolor.

- Lacrontters. - Saludo, tomando el micrófono. - Esta es una muestra clara de lo que sucede cuando se quebrantan las leyes impuestas.

Todos los asistentes ponen su atención en mi después de saciar el morbo de ver personas morir frente a sus ojos.

- No se crean con el poder de desafiarme pues acabaran de la misma manera. - Espeto señalando a los sentenciados. - Y específicamente este mensaje va dirigido a Gerald Heinrich, quien se cree con la inteligencia suficiente como para retarme.

Las personas se miran unas a otras sin entender como el gran acaudalado hombre de negocios podría estar en medio de todo esto.

- Así que cualquier persona que conozca el paradero del señor Heinrich y no se lo comente al guardia más cercano, deberá afrontar las consecuencia de su silencio, pues ahora Gerald es un enemigo de esta nación y su cabeza ya tiene precio.

Bajo del escenario sin dar el habitual lema de despedida. Estoy enojado con mi nación por no traer a mis pies al miserable de Gerald Heinrich para así quitarme el peso que he cargado todos estos años.

Cuando voy escaleras abajo una mujer de apariencia robusta y cabello despeinado se cruza en mi camino junto a dos pequeñas niñas que se ocultan a su espalda.

- Le ruego me diga donde esta mi esposo, majestad. - Suplica la mujer con lágrimas en los ojos, de inmediato deduzco de quien se trata.

- Debe ser usted la mujer de la cesta. - Respondo con sarcasmo bien fingido. - Le agradezco por las manzanas pero prefiero los duraznos.

El rostro de preocupación de las pequeñas por el destino de su padre intenta atravesar mi alma, pero me armo de repudio y escupo las palabras con veneno.

- Su desobediencia lo ha llevado a la muerte, así que le sugiero encuentre un medio para subsistir que no incluya lo ilegal.

La mujer rompe en lágrimas mientras sus hijas se aferran a su falda, totalmente desconsoladas.

Esta es una de las razones porque las que me niego a tener hijos. No quiero que ellos sufran por mi perdida igual que como yo lo viví.

El cielo suelta la lluvia de un momento a otro, tal como la mujer derrama sus lágrimas. Las gotas caen sobre mí como si fueran dagas que me acusan, mojando mi cabello y enjuagando mi rostro.

Miro al horizonte, hacia toda mi pulcra nación. Es tan hermosa y tan caótica que en un parpadear de mi desvariada confusión pienso en la palabra Ramé y no sé porque pensar en ello me reconforta.

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