El Día Que Las Estrellas Caig...

By kathycoleck

1.5M 170K 147K

Willow Hemsley soñó una vez con ser diseñadora. Con recorrer el mundo y conocer a un chico decente antes de r... More

Prefacio
Capítulo 1 : El adiós no dicho
Capítulo 2 : Madurez
Capítulo 3 : La loca
Capítulo 4 : Como la aguamarina
Capítulo 5 : Culpa de Piolín
Capítulo 6 : Más cerca
Capítulo 7 : Estrategia para conquistar a Willow
Capítulo 8 : Sermones
Capítulo 9 : Bajo la mesa
Capítulo 10 : Un pequeño regalo
Capítulo 11 : Soledad
Capítulo 12 : Alguien tiene que hacerlo
Capítulo 13 : Secreto descubierto
Capítulo 15 : Pasatiempo
Capítulo 16 : La familia perfecta
Capítulo 17 : Una historia para no ser contada
Capítulo 18 : En el tejado
Capítulo 19 : Persona no grata
Capítulo 20 : Declaración
Capítulo 21 : Intolerable a los prejuicios
Capítulo 22 : Lección de honor
Capítulo 23 : La casa de la colina
Capítulo 24 : Confrontación
Capítulo 25 : Justificación barata
Capítulo 26 : Favor pendiente
Capítulo 27 : En voz alta
Capítulo 28 : Mañana
Capítulo 29 : Primeras veces
Capítulo 30 : Valor
Capítulo 31 : Amigo. Hermano. Traidor
Capítulo 32 : El loco
Capítulo 33 : Beso de buenas noches
Capítulo 34 : Paredes en blanco
Capítulo 35 : Perro fiel
Capítulo 36 : Un alma vieja
Capítulo 37 : Culpable
Capítulo 38 : Silencio
Capítulo 39 : Opciones
Capítulo 40 : Charla de despedida
Capítulo 41 : Hasta el fin del mundo
Capítulo 42 : Todo lo perdido
Tiempo
Capítulo 43 : En reparación
Capítulo 44 : A. Webster
Capítulo 45 : El adiós dicho
Capítulo 46 : Novecientos noventa y nueve intentos
Epílogo
Nota Final de Autor
✨ Extras ✨
La carta que no encontró destino
Después de ocho años
En el prado
¡Anuncio Importante!

Capítulo 14 : Madera y menta

30.9K 4.5K 6.3K
By kathycoleck


WILLOW


Antes de salir de casa, me aseguro de cubrir mis espantosas ojeras bajo tres capas de corrector. La noche no fue amable conmigo, pero Daven no necesita saberlo. 

Llego al taller a la hora acordada, minutos antes de las ocho. Las "sugerencias" de Nat del otro día terminaron surtiendo efecto, por lo que hoy elegí un atuendo menos llamativo compuesto de playera roja, vaqueros raídos y los zapatos más brillantes que traje conmigo de Portland, un par de Converse con diseños de rompecabezas de diferentes colores. Les añadí más broches que de costumbre, pues sé que a Trevor le llamarán la atención. También traje una bolsa llena de pintura, brillantinas y arena kinética que preparé en mis horas de horrible insomnio. Fue una suerte que encontrara lo necesario en casa para experimentar. Estoy segura de que le encantará, asumiendo, claro, que no le importe ensuciarse. Por increíble que parezca, he conocido niños que no toleran embarrarse de cosas raras. Sólo espero no sea este el caso.

Mientras conduzco, me suelto el cabello antes recogido en una elaborada coleta. Pasé media hora frente al espejo dándole forma, pero la comodidad siempre me gana y la verdad es que las ondas sueltas son lo mío. Al diablo el intento de aparentar que sé peinarme.

Encuentro a Daven en la entrada del taller acomodando algo en el área de carga de su camioneta, algo parecido a un cuadro enorme envuelto en una lona. Sonríe en cuanto me ve bajar de Piolín. Yo le devuelvo el gesto. Lleva una gorra que esconde parcialmente sus ojos, un suéter ceñido, vaqueros y botas militares. No sé por qué mi mirada siempre se desvía a lo que viste, a su cuerpo... caray, necesito parar de hacer eso.

—Perdón por hacerte venir tan temprano. —dice mientras me acerco.

—Me hace bien tener algo en qué ocuparme. —señalo el objeto misterioso. —¿Qué es eso?

—Una entrega. —responde dándole una mirada. —Te conté que el taller no es lo único que tengo.

—¿Son pinturas?

—Algo así.

—¿En serio pintas? —pregunto con interés.

—No exactamente. —hay un brillo divertido en sus ojos. Sabe que la curiosidad me está matando. —Te lo mostraré luego, puede que necesitemos un poco de privacidad para ello.

—Ah. —ingeniosa respuesta, Hemsley.

—No demasiada privacidad si eso te asusta.

Carraspeo.

—Nadie ha dicho que tengo miedo.

—¿Significa que puedo arrastrarte a un cuarto oscuro en cualquier momento? —pregunta y alza una ceja.

—Es temprano para las charlas subidas de tono.

—Charlas subidas de tono, ¿eh?

—Te me insinúas todo el tiempo. No juegues al inocente ahora. —replico con fingida reprobación.

—Y lo hago sin esfuerzo. Imagina si pusiera un poco de empeño.

—Sobreviví a tus encantos en el pasado.

—No. No lo hiciste.

—¿Cómo caímos en esta absurda conversación?

—Creo que los juegos de palabras siguen siendo nuestro fuerte. —inclina un poco la cabeza de esa forma suya. —También influye el hecho de que aún me consideres atractivo y tú me parezcas irresistiblemente cautivadora.

Me quedo sin palabras, calor y color ascendiendo por mi piel. ¿Quién usa la palabra "cautivadora" estos días? ¿Y por qué lo encuentro tan sensual? Parpadeo, él continúa observándome.

—Daven.

—¿Sí?

—Detente.

Frunce los labios distraídamente.

—Daven.

—Claro. —su voz adquiere una nota más formal. Rebusca en el bolsillo de sus vaqueros y extrae un manojo de llaves. —Ten. Todas están marcadas, así no tendrás problemas si se bloquea una puerta o algo por el estilo. La casa sigue siendo la misma, sin embargo.

Jugueteo con las llaves.

—La recuerdo bien.

—Genial. Papá se quedará con Trevor hasta las nueve. —Daven chequea su reloj. —Eso es dentro de una hora. Me hubiera gustado recibirte en casa, pero tenía que abrir el taller, arreglar el paquete y recibir a los chicos. Debo irme cuanto antes porque quiero estar de vuelta a tiempo.

—Entiendo. Ahora, ¿qué hay con Trevor?

—Le hablé de ti y me aseguré de que estuviera cómodo al respecto. —dice. —Actuó tranquilo. Ni siquiera protestó por el viaje, a pesar de que le dejé claro que estaría fuera todo el día. A veces sucede que se pone triste, pero no fue el caso.

—¿Y las reglas?

Formular la pregunta fue igual que abrir las compuertas de una presa. Daven enumeró uno a uno los aspectos a los que debía prestar atención cuando se trataba de cuidar a su hijo. Poca televisión y lo mismo para los videojuegos. Nada de golosinas hasta la hora de la merienda, nada de trepar por la barandilla de las escaleras para deslizarse hacia abajo (cielo santo), nada de subirse al borde del sofá y saltar, nada de ir a la cocina solo (porque una vez intentó prender la estufa y todo el mundo entró en pánico), nada de perseguir al perro del vecino o escabullirse al porche de entrada sin un adulto o sentarse en el alféizar de las ventanas del segundo piso.

—Es callado, pero decididamente curioso: la combinación más aterradora para un niño de cinco. —bromea. —Anda de aquí para allá en completo silencio y no sabes lo que está haciendo hasta que algo se rompe o grita por estar a punto de caerse.

—Eso es aterrador.

Daven hace una mueca.

—Dímelo a mí.

—¿Puedo llevarlo a comer helado si sale la ocasión?

—Preferiría que no. —niega despacio. —Me sentiré más tranquilo si sé que ambos están en casa. Viajar en coche está fuera de los límites cuando no soy yo el que maneja.

No protesto. No tengo ninguna razón para hacerlo, aunque tampoco puedo evitar pensar en Verónica y en ese día que los vi a ambos en Mochee's.

¿Esperas que te tenga la misma confianza?

—Hay otra cosa. —añade y parece dudoso de lo que sea que está a punto de decir. —En algún momento, seguramente te llevará a su habitación o te mostrará sus juguetes sin soltar una palabra. Es su forma de acercarse a la gente que le agrada. No sé qué tan tímido actúe contigo considerando la última vez, pero... en cualquier caso, y si no es mucho pedir, me gustaría que se lo permitieras. Acercarse a ti, quiero decir.

Mi corazón se salta varios latidos. El hombre frente a mí luce de pronto tan expuesto que me cuesta mantenerme en mi lugar. Al final, no puedo soportarlo y extiendo mi mano para tomar la suya.

—Estaremos bien. —lo calmo. —Seré tan atenta como lo permita y le dejaré mostrarme todo su repertorio de juguetes si quiere. Aunque no prometo no hacer un desastre porque traje algunos implementos y mucha pintura.

—No hay problema. —expresa sosteniendo mi mano de vuelta.

—Bien pues.

—Papá irá a verlos si surge algo. Por cierto, dejé comida lista en el refrigerador, así no tendrás que ocuparte de ello.

—Confía en mis habilidades como cocinera y sabia maestra. —me burlo de él.

—Lo haré.

Un silencio se cuela entre los dos.

—Supongo que debería irme.

Me suelta la mano con cierta resistencia. Casi digo las palabras de despedida cuando un Audi azul se detiene a pocos metros de la entrada. Estoy un poco sorprendida de ver a Jason tan temprano por aquí, pero debo recordarme que no hay mucho que comprenda del tipo. Por ejemplo, no comprendo cómo pudo dejar a una mujer embarazada y a su hijo tirados en la ciudad para pasarse el verano de lo más tranquilo en el ombligo del mundo. Y pensar que esa noche en el bar estuve coqueteando con él. Me da vergüenza sólo recordarlo.

—¿Qué hay, D? —saluda mientras camina hacia nosotros.

—Jason. —dice Daven de vuelta. ¿Son ideas mías o su voz suena mucho menos amistosa?

—No sabía si estarían abiertos. Es una suerte. —se dan un apretón de manos antes de que la atención del tipo rubio se vuelva hacia mí. —Es bueno verte de nuevo, Willow. —se acerca y planta un beso en mi mejilla. —Toda una casualidad.

Sonrío falsamente.

—Ajá.

—¿Qué dices que necesitas? —interviene Daven.

—Mi auto tiene un sonido extraño. Ha estado así desde hace una semana. —explica Jason, sus ojos yendo y viniendo de mí a Daven. —Esperaba que tú o alguno de tus chicos pudiera revisarlo y darme un diagnóstico.

—No sé cuánto tiempo lleve.

—Oh, viejo desearía que fuera rápido.

—¿Cuándo escuchas el sonido?

Jason le da todos los detalles necesarios y ambos se funden en una conversación a la que no le encuentro sentido. Me apoyo en un pie y luego en otro, insegura de por qué sigo aquí cuando debería estar yéndome. Mi única justificación es que una despedida rápida con Daven no sería del todo apropiada. Hay que ser educados, ¿cierto?

—Le diré a Jared que lo inspeccione, pero no tengo idea de cuánto le tome.

—¿Qué hay de la reparación?

—Ya te lo dirá él. —Daven da unos pasos asomándose al interior del taller. —¡Eh, Jared! Acércate un momento.

El interludido aparece en segundos. Mientras recibe las indicaciones del jefe, Jason centra su atención en mí.

—Estaba deseoso de verte de nuevo... y aquí estás.

No juegues. ¿Él realmente está en plan coqueto?

—No salgo mucho de casa.

—Esa noche en el bar... —comienza apoyándose en la camioneta de Daven, lo que le permite acercarse más a mí. —Lamento haberte dejado. No creí que fuera la mejor compañía después de que tu amiga dejó claro que no le agradaba.

—Nathalie. —corrijo. —Apuesto a que la has visto por ahí más de una vez.

El bastardo finge extrañeza.

—Honestamente, no con frecuencia.

—Pues ella tiene otra opinión. —le echo en cara.

—Qué importa. No estamos hablando de ella. —se sale por la tangente. —He pensado que, si no hubiera sido por ese incidente, tú y yo la habríamos pasado bien.

—¿Eso crees? —sonrío y esta vez es de pura burla.

—Estoy seguro.

—Tienes un gran concepto de ti mismo.

—Soy realista.

—Si tú lo dices.

—¿Por qué no lo descubres por tu cuenta?

—¿Lo maravilloso que eres?

—Lo complaciente que puedo ser. —su tono es casi seductor, sólo que no causa ningún efecto en mí. —¿Me darás tu teléfono? Podemos divertirnos de verdad la próxima vez.

—No creo que sea buena idea. —declaro con dulzura. —Verás, los casados no son mi tipo.

Jason se queda momentáneamente sin palabras.

—No sé qué te habrá dicho Nathalie, pero...

—Willow. —Daven irrumpe en escena y sitúa una mano en mi espalda baja. —Ven, te acompañaré al auto. —con una mirada a Jason, añade—: Jared está esperando detrás de ti.

No le da tiempo a responder y yo, un tanto desconcertada, me dejo guiar hacia Piolín. Daven abre la puerta para mí y yo lo enfrento.

—¿Pasa algo?

—No. —sus ojos no dicen lo mismo. Hay un fuego en ellos que los hace lucir más claros de lo habitual. —Me mantendré en contacto. Si llegara a ocurrir algo, no dudes en llamar.

—Sí, claro.

Me subo y él cierra la puerta con cuidado.

—Daven. —se inclina en la ventana. —Maneja despacio. Los viajes por carretera son más peligroso, el porcentaje de accidentes es mayor y uno nunca sabe en qué estado se encuentran las carreteras... hmm, sólo digo.

Su expresión se suaviza.

—Lo haré.

Enciendo el auto y dejo el taller, mis manos firmemente aferradas al volante. Me devano los sesos tratando de entender la razón detrás de su repentino cambio de humor. Todo cobra sentido en un instante y golpeo la palma contra mi frente por no haberlo notado antes.

Entonces contengo una sonrisa.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Encuentro al señor Ainsworth en el jardín delantero regando el césped. Atravieso un instante de conflicto cuando aparco. Esta pequeña casa alberga tantos recuerdos que toma todo de mí no caer en los viejos tiempos de nuevo. Enfócate, me digo al tiempo que saco la llave del contacto y tomo la bolsa que descansa en el asiento del copiloto. El señor Ainsworth se acerca para saludar y distingo a una personita sentada en la cima de las escaleras. Sostiene un carrito amarillo y una expresión de reconocimiento le tiñe las facciones. A decir verdad, fue al primero que noté mientras estacionaba.

—Eso parece pesado, déjame ayudarte. —ofrece Malcolm y le permito llevar mi bolsa de implementos que garantizarán la diversión de Trevor.

—¿Hace cuánto está despierto? —aprovecho para preguntar.

—Oh pues, es como un reloj viviente. Se despierta a las seis y luego toma una siesta en la tarde. —dice mientras caminamos al porche. —Acaba de desayunar: huevos y pan tostado. Pero es probable que le dé hambre en un par de horas. Es un barril sin fondo.

Me río.

—¿Daven te dijo todo? —pregunta.

—Sip y fue muy específico.

—Es obsesivo. Prepárate para atender el teléfono unas doce veces.

—Tengo un límite alto de llamadas. Hasta treinta y dos en un día.

El señor Ainsworth sonríe.

—Supongo que te mantendrás cuerda mientras no rebase ese límite. Oye, Trev, Willow está aquí. —añade hacia el niño una vez que lo alcanzamos, como si este no estuviera ya enterado de mi presencia. —Ella te cuidará hoy.

Sus ojos van directo a mis zapatos, imagino que queriendo examinarlos de cerca. El mismo interés de la primera vez destella en su mirada y me doy cuenta de que él también lleva zapatillas. Son negras, con una línea roja atravesándolos y un broche de unicornio destacando en la derecha.

—Los dejaré. —anuncia Malcolm y se encamina hacia la puerta. —Mientras tanto, me prepararé para el trabajo.

Estudiando a Trevor, decido no arriesgarme con saludos y voy directo al punto.

—¿Qué tal estos? —inquiero extendiendo un pie y moviéndolo de un lado a otro para que pueda estudiarlo. —¿Te gustan?

Él asiente.

—Tengo muchos broches de sobra y hay más en mi bolsa, sólo por si quieres que los revisemos después.

—Este fue un regalo. —son las primeras palabras que suelta. Estira la pierna y el broche de unicornio destella contra la luz. —Me gusta.

—Así que lo recuerdas, ¿eh? —él asiente. —Bueno, aquella vez también prometí que te enseñaría a hacer que tus zapatos lucieran más divertidos. Hoy podremos hacerlo.

Hablo despacio y en un tono suave. Las comisuras de su boca se elevan un poco.

—¿Qué color te gusta más?

—Este es mi favorito. —alza el cochecito. —También el rojo, como tu camisa. Pero, más este. —su lengua se enreda un con las "r" y juro que es el sonido más adorable del mundo.

—¿Quieres decir amarillo?

—Sí y rojo.

—Bueno, a mí también me gusta el amarillo. ¿Ves mi auto? Es brillante como el sol.

—Igual que mis botas de lluvia.

—O una banana.

—O una flor.

Se me escapa una risita.

—Hay montones de flores amarillas, sí.

—¿Te quedarás? —inquiere como si recordara que debía formular la pregunta.

—Así es. Hasta el final del día o más allá y haremos cosas impresionantes.

Intentó repetir la última palabra, pero esta salio distorsionada.

—Quiere decir muy divertidas.

—Ah.

Juguetea con el carrito por unos segundos.

—¿Quieres mostrarme tu casa? —le propongo. 

—No debo ir a la cocina porque papá dice que puedo prenderle fuego.

—Nada de cocinas, entonces. ¿Qué hay del resto?

—Eso sí.

Lo veo ponerse en pie antes de darse vuelta. Entonces se detiene para enfrentarme de nuevo, su rostro es una máscara de culpa.

—No dije hola.

Compongo mi expresión porque siento que estoy a punto abalanzarme sobre él para besarlo. Es seguro que no debo hacer ninguna de las dos cosas, así que digo:

—Hola, Trevor.

—Hola, Willow.

—Wylo. Puedes llamarme Wylo. Es más fácil, ¿no?

—Wylo esta mejor. —conviene. —Ven.

Y lo sigo al interior de la casa.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

La excursión a través de los ambientes del lugar, hace que Trevor se relaje con la desconocida que estará a su cargo durante las próximas doce horas. Al menos es lo que creo. Sigue sin hablar mucho, pero me siento aliviada de que no use a su abuelo como escudo. No me lleva a su habitación, sólo permanece de pie en la entrada del pasillo y me señala cada dormitorio balbuceando palabras que debo descifrar. No me pierdo la ironía de que sea el hijo de Daven quien ahora me muestre los cambios que ha sufrido su hogar.

Lo cierto es que, a excepción del color en las paredes, que ahora son de un gris pálido, la casa sigue siendo luciendo igual: un adosado simple, pequeño y cogedor. Con suelos de madera y ventanas alargadas cubiertas por cortinas azules. Los muebles de la sala han sido reemplazados. Aún así, puedo vernos a Daven y a mí tumbados frente a la televisión comiendo pizza y fingiendo tener control sobre nuestros cuerpos. Un montón de cosas han cambiado en ocho años, pero, al parecer, no las suficientes para mantenerme lejos de él.

Trevor termina el tour en el marco de la cocina repitiéndome, una vez más, que lo tiene estrictamente prohibido porque corre el riesgo de, y cito textualmente, hacerla estallar. Como si fuera un impulso que le viniera al ver la estufa. Tengo que recordar decirle a Daven que acabó creándole un trauma para toda la vida al pobre niño. Con mucha paciencia, le contesto que puede quedarse alrededor siempre que haya un adulto y la respuesta que obtengo es:

—Tú eres un adulto, ¿verdad?

No sé si reír o analizar seriamente sus palabras.

El señor Ainsworth se marcha al cabo de un rato. Entonces puedo decir que, oficialmente, soy la niñera de Trevor. Su interés en mis zapatos se esfuma por completo mientras ve dibujos animados en la pantalla plana de la sala. Mantiene un pequeño cesto repleto de carritos y legos de colores a un lado y los va extrayendo para luego acomodarlos uno a uno sobre la mesita de té, todo ello sin despegar la vista de Bob Esponja. Sólo después de un segundo vistazo, me doy cuenta de que no está ordenando los cochecitos, sino armando una carretera improvisada con carriles marcados por legos. Es meticuloso en el proceso; tan delicado y... organizado.

Quizá sea muy pronto para decirlo, pero todo lo que he visto hasta el momento me recuerda a Daven. Es como si fuera una mini versión suya, lo cual me provoca cierta intriga respecto a su madre. Incluso su aspecto conserva todos los rasgos de los Ainsworth: ojos claros como agua, pelo castaño oscuro, labios de un rosa igual de profundo que el de la cereza. No hay ni una sola cosa en él que desencaje, excepto, quizá, la actitud tímida.

Lo observo embelesada sin que él lo note hasta que me doy cuenta de que su hora de diversión con la televisión está cerca de agotarse. Me muevo a la cocina por algo de comer, pues aún no he desayunado, y casi brinco de la impresión al volverme y encontrarlo de pie en el marco.

—¿Wylo? Tengo hambre.

—¿Te gusta el cereal? —pregunto mientras reviso los aparadores superiores. —Oh, vaya, hay muchos aquí. ¿Cuál sueles comer?

Él responde que el de aritos de colores. Claro.

Le sirvo en un tazón y elijo un cereal de aspecto más normal para mí. Trevor se sienta en un banquito frente a la mesita de tè, ya que la de la cocina le sigue quedando grande. Eso sí, se asegura de despejar adecuadamente la superficie antes de ocuparla. Yo como en el sofá contiguo soltando carcajadas ocasionales cuando veo algo gracioso en la televisión. Él comienza a imitarme, incluso si no le encuentra el chiste.

Después de comer, sigue con sus cochecitos. Lavo los platos y compruebo el refrigerador para ver lo que será nuestro almuerzo. Como no quiero cortarle la emoción de los dibujos animados diciéndole que la hora ha terminado, voy por mi bolsa, me tumbo en la entrada de la sala y comienzo a hurgar entre el montón de utensilios que traje conmigo (moldes para arena, en su mayoría). No pasa mucho tiempo antes de que Trevor se interese por los objetos de colores neón y la extraña arena mágica. Sus pasos son dudosos y sus manos sostienen el carrito amarillo frente a su cuerpo. Finjo que no lo miro al principio, pero luego está tan cerca que ya no puedo resistirme a esos ojos rebosantes de curiosidad. Oh sí, alguien no conoce la arena kinética.

—¿Quieres tocarla? —ofrezco amasando la cosa contra el suelo. —Podemos hacer un castillo.

—¿Y una pista de autos?

Sonrío.

—Tal vez. Vamos, tócala.

Y así comienza nuestra aventura.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

La primera llamada de Daven ocurre a las once, justo cuando Trevor y yo moldeamos figuras de animales y las ubicamos en un área rodeada de legos que pretende ser un zoológico. Estamos enfocados y positivamente determinados en la tarea de hacer que la cosa luzca como un auténtico zoológico, algo que a Daven le resulta graciosísimo en el momento en que le describo la escena. El piso es un desastre, pero yo prometo encargarme luego, a lo que él responde con un:

—Puedes llenar de lodo toda la casa si les parece divertido, Wylo. No importa.

Como si no conociera su obsesión por los lugares limpios y ordenados.

Le hago un recuento rápido de lo que ha sido nuestra mañana y su voz se vuelve dulce cuando dice que daría cualquier cosa por vernos tirados en la sala arruinando el piso y llenando la alfombra de porquería. También habla un poco con Trevor, sólo un poco, ya que este se halla demasiado concentrado para prestarle atención a su padre. Aunque no lo suficiente para responder las preguntas de rigor (si está siendo un buen chico, si está divirtiéndose y si lo ama). En todas Trevor responde con mucha seguridad que sí. Entonces me promete que llamará pronto y se despide. Todavía sigo recordando la escena en el taller, pero decido no mencionar nada ni ahora ni después, a no ser que Daven lo haga.

Trevor y yo seguimos en lo nuestro: él excesivamente concentrado, yo curiosa de ver a un niño tan empeñado en ver una obra perfecta. Cojo el mando de la televisión y pongo algo de música, de ese K-POP tan alegre que casi llega a ser empalagoso. En la escuela, siempre lo uso como método para relajar a los chicos. Subo el volumen cuando los noto tensos, o con demasiada energía contenida, y los insto a bailar. Mi brillante estrategia no funciona con Trevor en los primeros dos intentos, básicamente me mira como si sintiera vergüenza de que alguien como yo esté a su cuidado. Sin embargo, a la tercera oportunidad se pone en pie y a la cuarta sonríe agitando levemente el cuerpo.

Luego de un rato de haber terminado la construcción de nuestro zoológico, lo destruimos (porque eso es lo divertido de la arena kinética). Trevor atraviesa un pequeño momento de conflicto, pero luego lo deja ir. Es sólo cuando empezamos a recoger los legos, que noto el montón de carritos alineados perfectamente detrás de mí.

—¿Quieres que hagamos la pista ahora? —pregunto recordando que antes lo mencionó.

Él asiente.

—¿Me dejas jugar con tus autos?

—Sí.

Sus ojos están brillantes y yo me pierdo en ellos. Al final, nos ponemos manos a la obra. No pasa mucho antes de que me pida acompañarlo al baño. Me impresiona lo consciente que parece de sus limitaciones, pero ya tengo bastante experiencia en materia de niños, así que no hay problema.

Nat me llama a la hora del almuerzo. No hemos hablado desde ayer en la tarde y no tenía idea de que estaría cuidando a Trevor hoy hasta que se lo digo.

—¿Qué tal te va como madrastra? —inquiere en un tono sugerente que me hace poner los ojos en blanco.

—No es gracioso. —rezongo mientras me encargo del puré de patatas. Trevor ve televisión en la sala y, cada pocos minutos, le doy una mirada. —Él necesitaba ayuda.

—Parece que siempre la necesita, ¿eh? Me pregunto con qué otras cosas necesita una mano, si entiendes lo que digo.

Suelto una carcajada.

—Eres tan sucia.

—Oh, pero no me estás reprendiendo. ¿Cómo se porta el retoño, por cierto? —añade.

Le doy una versión rápida de lo que ha sido nuestro día.

—Ya me lo imaginaba. —declara. —Es tan lindo.

—Tuve una charla con Arlene anoche. —comento, porque necesito contárselo a alguien. —Sobre... ya sabes, Daven.

Su interés se dispara.

—¿Qué, exactamente, hablaron de él?

Le digo todo.

—Mierda, Willy. ¿Lo supo todo el tiempo? —no espera a que responda. —Nunca me preguntó nada, y créeme que yo siempre esperé que lo hiciera. Casi suelto la lengua cuando tu padre me interrogó al respecto, pero siempre he sido una chica leal. Aunque, siendo claros, hubo un momento en que llegué a pensar en hablar. Es que estabas tan...

—No lo digas.

—De acuerdo. —rectifica. —El punto es que fue una suerte que tu padre no lo supiera y, sobre todo, que tu teléfono se averiara mucho antes. No olvides eso.

—¿Crees que esté cometiendo un error acercándome a Daven, Nat? Arlene piensa que lo perdoné con demasiada facilidad, lo cual considero absurdo porque él no quería ser arrestado.

Hay un momento de silencio al otro lado de la línea.

—Le molesta que haya terminado contigo por medio de una carta.

—Entiendo por qué lo hizo.

—Tu madre no. Ella sólo ve a alguien a quien le diste una segunda oportunidad. No es raro que, dadas las circunstancias y el pequeño detalle de que ni siquiera puedas decirle mamá, sienta que actúas injustamente.

—Son cosas diferentes. —remuevo el puré y apago la estufa. —Sácame de mi miseria y dame tu opinión, ¿quieres?

—No creo seas lo bastante fuerte para dejar de ver a Daven. —expresa al final. —Lo que sientes por él te sobrepasa. ¿Y por qué tendrías que detenerte o sentirte culpable?

—No lo sé. ¿Es normal querer estar cerca de él después de lo que pasó?

—Quisiera, pero no tengo todas las respuestas para ti, Willy. Sólo puedo decir que estar cerca de èl tal vez sea lo que necesitas para terminar de sanar. Es el único cabo que siempre dejaste suelto y...

—¡Oye Nathy! —grita alguien al fondo.

—Joder, debo irme. Te llamaré más tarde.

—¿Te escondiste en el baño? —me burlo de ella.

—No hay otro lugar en el que pueda hablar en paz. —refunfuña. —Llamaré después. Te quiero.

Cuelga antes de que pueda responderle.

Almuerzo con Trevor en la mesa de té, él parece mucho más cómodo ahora que hemos compartido bailes y dejado la entrada de la sala hecha un desastre. Daven vuelve a marcar (dos veces en un lapso de cuarenta minutos). Me cuenta que llegará a Portland en unas horas y que espera que la entrega sea rápida. Habla con Trev de nuevo y comparte un par de bromas conmigo. Entonces nos estamos despidiendo. El señor Ainsworth también llama (supongo que Daven debió darle mi número).

Cuando las llamadas se detienen y veo a Trevor restregándose los ojos con los nudillos, sé que es la hora de la siesta. Le doy un baño de burbujas en la tina y hacemos figuras de espuma hasta que sus deditos comienzan a arrugarse. Hay otro baile improvisado mientras lo visto y estoy orgullosa de que esta vez haya sido él quien lo propusiera. Sólo empezó a bailar y yo lo seguí sabiendo a qué venía el repentino movimiento.

—El regalo. —me dice desde la cama cuando me ve acomodando en el armario los zapatos que llevaba.

—¿El broche?

Asiente varias veces.

—Pero, no puedes dormir con él. Te lastimarás.

—No, lo pongo aquí o lo perderé. —indica señalando la mesita de noche junto a su cama.

—Oh, de acuerdo.

Hago lo que me pide, conmovida de que le tenga tanto afecto. Él se acomoda en la cama mientras abro parcialmente la ventana. Una brisa fresca recorre la habitación que antes era de Devan, y que ahora es una mezcla de paredes lilas con pósters de unicornios y una decena de dibujos animados.

—Bien, ¿quieres que te lea algo? —le propongo al tiempo que tomo asiento en la orilla de la cama.

Trevor frunce un poco el ceño.

—Papi no me lee. El abuelo tampoco. —hace una mueca. —Sólo una vez, creo. Pero era muy pequeño.

Sonrío.

—¿Qué hay de la escuela? ¿No te leen allí?

—Oh sí. Siempre escucho desde el fondo. La señorita Mason abre mucho los ojos cuando lee. Después dormimos.

—¿Y te gusta?

—Sí, pero papi nunca me lee.

Creo deducir a qué se refiere. Está acostumbrado a que sea en la escuela y no en casa.

—Sólo vemos el cielo por la ventana y contamos las estrellas hasta que me duermo. —continúa. —Y cuando no hay estrellas, cuento ovejas.

—Ya veo. Entonces, ¿te gustaría que te leyera?

—No tenemos cuentos.

Santo Dios, tengo que hablar con Daven sobre esto. Necesitan libros infantiles en esta casa.

—Lo arreglaré. —extraigo el teléfono de la cinturilla de mis vaqueros e inicio la búsqueda en mi aplicación de libros. —¡Ajá! Aquí está. Bien, ¿estás listo?

Trevor abraza su unicornio de peluche (a alguien por aquí le encantan).

—¿Eso es lo que hacen las mamás? ¿Por eso lo hace la señorita Mason y no papá?

Me quedo inmóvil. En pocas ocasiones un niño me ha dejado sin palabras.

—No, corazón. —susurro, recuperando la voz. —Cualquiera que te ame puede leerte. Dijiste que el abuelo lo había hecho, por ejemplo.

—Ah sí. Una vez, cuando era pequeño.

—¿Lo ves? Ahora yo estoy haciéndolo.

—¿Por qué papi no lo hace?

—Tal vez le falta práctica o no sabe lo mucho que te gusta.

—A Harry le lee su mamá.

—¿Quién es Harry?

Responde que su mejor amigo en todo el mundo.

—Él me lo dijo hace tiempo. Dijo: mi mamá sabe leer mejor que la señorita Mason. Pero, yo no tengo una, Row no es mi mamá. —no hay tristeza en su voz, únicamente certeza.

Eso lo hace peor.

—Apuesto a que Row te quiere mucho. —expreso intentando compensar con palabras amables la idea de que no tiene una madre. —Apuesto a que te leería cada noche si pudiera. Estoy segura de que también a papi le gustaría, sólo que, como ya dije, quizá no sepa cuánto te agradan las historias. ¿Quieres que se lo digamos cuando regrese?

Él asiente, pero su inconformidad es evidente. Toda la conversación apunta al hecho de que no tiene una madre e, indirectamente, busca saber la razón. Y no es que no sea suficiente con el amor de Daven; él es su universo. Sin embargo, detalles como el comentario de su pequeño amigo o el hecho de ver a otros niños de la misma edad interactuando con sus mamás provoca que empiece a cuestionarse cosas.

—¿Está bien si comienzo a leerte ahora? —inquiero con cuidado.

Él se pone de costado observándome con atención.

—Sí.

—Bien.

Cojo una almohada para apoyar mis brazos y comienzo a leer Tres cerditos y el lobo.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

Después de una pacífica siesta, y con las baterías recargadas, Trevor y yo nos unimos para hacer de sus zapatos algo más divertido. Escojo dos pares con espacios en blanco y aspecto no tan nuevo. Él insiste para que tome los negros que le había visto más temprano, pero me niego porque parecen costosos. Daven llama una vez más y aprovecho para preguntarle al respecto, a lo que responde con un simple:

—Son sólo zapatos, Wylo.

Llevamos las cosas a la entrada de la sala, donde no corremos riesgo de estropear la alfombra, y extraigo de mi bolsa las pinturas. Mi madre las tenía guardadas en alguna parte, ya que su pasatiempo favorito sigue siendo pintar figuras de cerámica. Le muestro a Trevor cómo usar el pincel, aunque poco importa considerando que terminamos pintando con los dedos. Me aseguro de que los colores no se mezclen para evitar convertir nuestra obra en un desastre gris.

El resultado es desastroso y, luego de que "accidentalmente" nuestros rostros queden cubiertos de rojo, amarillo y púrpura, es claro que necesito llevarlo a la ducha. Le envío imágenes de la escena del crimen a Daven y del perpetrador antes de movernos al cuarto de baño. Él me llama para reírse de mí.

—¿Crees que puedas prestarme una camisa? —le pregunto mientras Trevor ve televisión y yo me encargo de recoger el desastre. —La que llevo está repleta de pintura.

—Coge una de mi armario. Están en el cajón superior.

—Gracias.

—Voy camino a casa. —informa. —Calculo que llegaré a eso de las diez. ¿Puedes quedarte hasta esa hora? Papá estará con ustedes más temprano, pero me gustaría verte.

Su sinceridad me saca una sonrisa.

—Bien, esperaré. ¿Te paso a Trevor?

Mientras hablan, me ocupo de terminar de limpiar, hay más salpicaduras de pintura de las que creía. Trevor me devuelve el teléfono antes de regresar a la televisión y yo converso un poco más con Daven.

—Te veo pronto. —es lo último que añade.

Le doy al niño la bolsita con los broches y él la derrama sobre la mesita de té para inspeccionarlos uno a uno. Yo aprovecho y subo a la habitación principal en busca de esa camisa. Lo primero que noto al cruzar la puerta es su olor: madera y menta. Es como si el aire mismo dejara de serlo y todo lo que respirara fuera él. Evito mirar por demasiado tiempo la cama o el sillón del fondo en el que descansa una Mac. Las paredes están desnudas ahora y un espejo de cuerpo entero ocupa el lugar donde antes había un escritorio repleto de figuritas de madera. Sacudiendo la cabeza, avanzo hacia el armario y extraigo la primera camisa que veo (una de cuadros y mangas largas que, como es de esperar, me queda enorme). Soy rápida al cambiarme y salir de la habitación, pero es inútil tratar de escapar de su esencia. Ahora la llevo puesta.

El señor Ainsworth vuelve a casa a la hora de la cena. Mis macarrones con queso son bien recibidos, tanto que hasta Trevor olvida temporalmente su obsesión por los panqueques. Charlamos sobre nuestras actividades del día, el taller, el clima, la ciudad y otro montón de cosas. También bromeamos sobre la necesidad de una oficina de correos más grande.

—Así Daven no tendría que entregar los paquetes personalmente o gastar una fortuna pagando un envío individual. —declara tras engullir.

—Entonces, ¿sí son cuadros lo que vende?

—Me pidió que no te dijera nada, chica. Supongo que quiere impresionarte... y es probable que lo consiga.

Me guiña.

—No le hagas eso a Wylo, abuelo. —interviene Trevor y yo me carcajeo.

—Tienes razón. Puede que ya esté viejo para guiñar.

Decidimos ver una película después de cenar. Trevor elige una de sus favoritas y, mientras El Rey León se reproduce, él se acurruca con el señor Ainsworth en el sofá; el cochesito amarillo apretado entre sus manos. Me relajo en el sillón individual aprovechando para enviarle un mensaje a Arlene informándole que llegaré tarde. Ya le había dicho más temprano que cuidaría a Trevor, pero no quiero que se preocupe.

Cuando alejo la mirada del teléfono, niño y hombre tienen los ojos cerrados. Esto debe ser un récord; ni siquiera yo soy tan rápida quedándome dormida. Busco una manta en el buró del fondo y los cubro a ambos con ella. El señor Ainsworth se espabila apenas lo suficiente para darme las gracias. En cuanto a Trevor, está rendido. Debe ser un rasgo de familia, aunque también puede deberse a los bailes improvisados que practicamos durante todo el día.

Vuelvo al sillón y veo la película hasta el final. La segunda parte comienza a reproducirse automáticamente y mis ojos van perdiendo la batalla. Sin embargo, la vibración del teléfono en mi costado me provoca un sobresalto. Lo busco a tientas en la oscuridad de la sala y leo el mensaje sin siquiera abrirlo.

Daven: Estoy cerca.

Ahora sí estoy muy despierta. Dijo que lo esperara porque quería verme, ¿eso qué significa? ¿Qué nos diremos? ¿Y por qué hasta ahora le doy vueltas? Oh demonios, aquí vamos de nuevo. No sobreanalices, no sobreanalices, me repito como un mantra. Sin poder quedarme en el lugar, voy a la cocina y acojo la distracción que me proporciona lavar los trastes y limpiar la encimera, donde derramé accidentalmente queso derretido. Estoy tan ensimismada en la tarea que no escucho la puerta abriéndose suavemente ni los pasos haciendo el recorrido a través de la sala.

—Macarrones con queso. —doy un brinco y lo encuentro apoyado en el marco. —¿Sigue siendo lo tuyo?

—¿Cómo supiste? —pregunto recuperando la voz.

—Creo que aún puedo olerlo. ¿Qué tal quedaron?

—Tu padre los alabó y tu hijo olvidó los panqueques con mermelada. —expreso con petulancia. —Te guardé una buena porción. Imaginé que tendrías apetito.

—Estoy hambriento. —su tono es bajo y me doy cuenta de que probablemente no quiere despertar a Trevor y Malcolm.

—Bueno, sentirás el placer de la comida casera de la sangre Walsh. Hasta a Abu le gustan.

Él sonríe un poco. Se quita la gorra pasándose una mano por el pelo para alborotarlo; oscuros mechones se derraman en su frente dándole un aspecto rebelde. Acto seguido, su mirada se mueve de mi rostro a la camisa que llevo puesta.

—Te sienta bien.

—Gracias. —lleno la siguiente pausa con otra pregunta. —¿Suelen dormir en el sofá?

—No. Papá se despertará en cualquier momento quejándose por el dolor de espalda y Trevor rogará dormir conmigo otra vez.

—Tuvo una buena siesta más temprano.

—Nunca hay que preocuparse, duerme como un oso.

—Lo noté.

Hay otro momento de silencio, uno más prolongado. Esta vez es Daven quien lo interrumpe.

—Esta mañana... —duda. —No sabía que te hubieras encontrado con Jason antes.

Oh, conque allí vamos.

—Lo vi una noche en el bar de Billy. Él se acercó y charlamos un rato. —digo restándole importancia.

Daven juguetea con la gorra; sus ojos destellan bajo la luz de la cocina.

—Hablaban con confianza.

—¿Estabas escuchándonos?

—No llegué al final de la conversación. —añade como retándome a reñirlo por fisgonear.

Si no me pareciera divertido, estaríamos discutiendo ahora mismo.

—¿Por qué no haces la pregunta de una vez? —lo insto.

—¿Estás saliendo con él?

—No.

Asiente una vez. Da un par de pasos y deja la gorra en la mesa.

—¿Te gustaría salir con él?

Resoplo.

—¿Con un hombre que es un idiota? No, gracias.

—¿Y si no lo fuera? —presiona.

Cuadro los hombros aferrando las manos, lado a lado, al borde de la encimera.

—¿En serio quieres saber?

—Nadie pregunta algo que no quiere saber.

Respiro hondo.

—No Dave, no lo haría.

Él parpadea, como si no creyera lo que acaba de escuchar. Yo, por otro lado, tardo en darme cuenta de mi descuido.

—¿Dave? —repite despacio.

Ningún sonido escapa de mi boca.

Entonces se encuentra frente a mí y la distancia que nos separa es ahora tan insignificante que mi piel se siente como si estuviera bajo el ardor de las brasas. Aprieto el borde de la encimera hasta que resulta doloroso. Mi intento de distracción es pobre e innecesario, por supuesto. No creo que exista cosa en el mundo capaz de apaciguar las sensaciones que pulsan en mi interior. Ni el dolor más agonizante, ni el placer más embriagador. Nada. Alzo el rostro en busca de los ojos de aguamarina que me han enloquecido desde que era una adolescente. Están a escasos centímetros, contemplándome. Daven mueve una mano a mi cintura; la otra a mi mejilla. Ambas me abrasan. Ambas me hacen recordar. Y no sé qué se siente mejor o peor.

—Dos mil novecientos treinta y nueve días. —susurra. —Eso son ocho años, dos semanas y tres días: el tiempo que he estado esperando para oírte decirlo.

El nudo en mi garganta me obliga a tragar con fuerza.

—Dave. —murmuro, esta vez plenamente consciente de ello.

No me pierdo la forma en que su mandíbula se tensa.

—Dave.

Desliza el pulgar sobre mis labios al mismo tiempo que deja descansar su frente contra la mía. Su aliento acaricia la punta de mi lengua y obtengo una pequeña probada de su sabor. El olor a madera y menta me envuelven hasta transformarse en mi oxígeno; el único que quiero respirar. Daven se mueve más cerca y nuestros pechos se tocan. Me maravillo con la solidez de su cuerpo, de su calor y de todo lo que lo hace ser él.

—Dilo una vez más.

—Mi Dave.

¿Adónde se fue el nerviosismo? ¿Adonde se fue el miedo y la inseguridad? No están aquí, eso es seguro. Sus ojos caen a su objetivo y mi corazón amenaza con explotar en mi pecho. Casi puedo sentir esos hermosos labios rojos y tersos sobre los míos. Casi puedo...

—¿Papi?

El momento salta en mil pedazos. Daven se aparta rápidamente caminando a la entrada de la cocina, donde un adormilado Trevor se estruja los ojos con una mano mientras con la otra sostiene su cochecito amarillo.

—Hola, amigo. Te extrañé tanto hoy. —lo alza en brazos y deposita un beso en su sien.

Yo sigo en la misma posición tratando de recordarme cómo respirar, pensar y, sobre todo, cómo no parecer alguien a quien acaban de pillar haciendo algo indebido. Me tiemblan las manos, y apuesto mis posesiones más valiosas a que estoy roja como un condenado tomate. Cielos, ¿por qué hace tanto calor? ¿Y por qué soy la única que da la impresión de notarlo? Daven luce tranquilo y controlado, juro que envidio su serenidad.

—... y, por alguna razón, te quedaste dormido y no quise despertarte. —escucho que le explica a su hijo. —Pero, ya que estamos, iré a darme una ducha y hablaremos de lo que hiciste durante el día. Willow ha dejado las partes más divertidas de la historia para que seas tú quien me las cuente.

—Wylo. —lo corrige él mirando a su padre con atención.

—¿Cómo dices?

—Ella es Wylo. Suena mejor ¿o no, papá?

Daven me da una mirada que se halla a medio camino de divertida y lujuriosa. Yo me encojo de hombros inocentemente.

—Sí, suena mejor.

—¿Qué le hacías a Wylo cuando entré?

—¿Eh?

—Estabas muy cerca de su cara.

Me contengo para no soltar una risotada ante su pánico mal disimulado.

—Ella... tenía... tenía algo en el ojo. Y me acerqué para comprobar que no fuera nada malo.

—¿Estás bien, Wylo? ¿Quieres que te sople? —ofrece con dulzura y casi me siento mal por la mentira.

Le aseguro que mi ojo está completamente sano, aunque acepto su soplido porque insiste más de una vez.

—Ya me siento mejor. —declaro cerca de los dos.

—Debes despedirte, ahora. Wylo necesita ir a casa y tú necesitas dormir.

—¿Y me leerás?

—¿Leerte?

Daven luce confundido, así que intervengo. Le explico cuánto parecen gustarle las historias a Trevor, aunque tengo especial cuidado en no añadir los detalles escabrosos de la conversación. Estoy segura de que es algo con lo que Daven ya ha tenido que lidiar.

—Creo que necesitarás comprar más libros de aventuras. —añado.

—Verónica compró uno una vez, pero no sé dónde lo puso o si está en la casa.

Le explico lo de la aplicación de cuentos infantiles y él le promete a su hijo una buena historia esa noche, con lo que consigue una enorme sonrisa.

—Bien, es hora de decir adiós.

Lo hago y Trevor se abalanza sobre mí para darme un abrazo rápido. Bromeamos sobre el baile improvisado por última vez y entonces los sigo al inicio de las escaleras.

—Vuelvo en unos minutos. —anuncia Daven mirándome por encima del hombro.

—Espera, papi. —con la quijada apoyada en el hombro de su padre, Trevor me tiende su cochecito amarillo. —Ten. Un regalo.

—¿En serio?

—Sí.

—Oh, vaya. Gracias. —sonrío como si me hubiera ganado la lotería. —Lo cuidaré como un tesoro.

—¿Vendrás después?

—Claro. Ya que esta vez no tuvimos tiempo, a la próxima te enseñaré a hacer galletas.

—Me gustan de chocolate y banana.

—Haremos muchas.

—Adiós, Wylo.

—Buenas noches, Trevor.

Los veo desaparecer escaleras arriba antes de recoger mi bolsa, dejada en un rincón del vestíbulo, y dirigirme al exterior. El frescor de la noche me acaricia las mejillas a medida que avanzo hacia Piolín. Hay un grupo de chicos fumando y bebiendo en la casa de enfrente; las risas chillonas de las chicas y las exclamaciones ocasionales de los muchachos son lo ùnico que llenan el silencio de la calle. Dejo caer la bolsa en el asiento trasero y el resultado es que parte del contenido termina en el suelo del auto. Justo cuando he terminado de devolverlo a su lugar de origen y cerrado la puerta, distingo a Daven acercándose.

—Dejé las llaves sobre la mesita de té. —le informo cuando se detiene. —Y limpié la pintura del suelo, pero que no te extrañe conseguir un poco de porquería por ahí. A Trevor le pareció divertido salpicar pintura en los zapatos.

—Hablas como si tuviera un trastorno obsesivo-compulsivo.

—¿Es que te curaste?

—Buen chiste. —sus ojos son intensos mientras me examinan. —Gracias. Él... parece que ambos se lo pasaron bien.

—Así fue. —frunzo los labios sin estar segura de mis siguientes palabras, aunque termino soltándolas de todos modos. —¿Crees que pueda visitarlo, tal vez un fin de semana?

—Puedes venir cuando quieras. No necesitas una invitación.

—Genial. Por cierto, tendré que quedarme con tu camisa esta noche. —expreso retorciendo las llaves entre mis dedos.

—Siempre he pensado que mi ropa te sienta mejor que a mí.

Sé por qué lo dice y desvío la mirada para que no vea mi sonrojo. Él da un paso más cerca.

—Quiero llevarte a una cita, Hemsley. —mi cabeza se dispara hacia arriba. —Si estás de acuerdo, claro. —añade. —Nunca tuvimos una. Parece el comienzo adecuado esta vez.

—¿Estás seguro?

—¿Por qué te cuesta tanto entender que he estado esperando por ti?

Suspiro.

—Se siente irreal después de tanto tiempo. —confieso.

—¿Y eso es bueno o malo?

—No tengo la menor idea. —suelto una risita nerviosa. —Sin embargo, me gustaría ir a esa cita. Sólo tengo una exigencia y es que sea divertido.

—Eso limita mis posibilidades y me pone definitivamente nervioso. Ahora no dejaré de romperme la cabeza.

—Pues ponle empeño. —bromeo.

—Lo haré. Contigo siempre ha valido la pena cualquier esfuerzo.

Resoplo.

—Agh, no puedo sacar un chiste de algo como eso.

Daven me dedica una sonrisa ladeada.

—¿Qué dices de la feria?

—Es patéticamente adorable. Y a Trevor le encantará.

—¿No tienes problemas con...?

—No. Él es perfecto.

Se muerde el labio e intenta, al mismo tiempo, acortar la distancia entre los dos. Yo pongo una mano en su pecho, deteniéndolo, y un recuerdo pasa por mi mente. Pero, lo ahuyento.

—Ya que hablamos de tu hijo, me parece importante informarte que está asomado en la ventana de tu habitación. —digo. —Ahora, sé buen chico y mantente a una distancia prudente.

—Claro que lo está. No se dormirá hasta que le lea.

—Exacto.

—En algún momento no tendremos audiencia, pero hasta entonces... —toma mi mano y deposita un beso en el dorso. —Me conformo con esto.

Me cuesta recuperar el dominio de mí misma después de eso.

—Tengo que dormir... ir a casa, quiero decir. No es que no vaya a casa a dormir, porque ya es tarde, es que hay todo un proceso que cumplir antes. Como hablar un rato con mi madre, darme una ducha...

—Por favor, no hagas que imagine la forma en que te desnudas o entras a la ducha. —me interrumpe caminando alrededor para abrirme la puerta del coche. —Ya estoy al límite contigo por hoy. Evita presionarme o acabaré olvidando lo que significa la palabra autocontrol.

—Oh.

Subo al auto y él se asegura de que esté cómoda antes de inclinarse en la ventana.

—Envíame un mensaje. Así sabré que llegaste bien. —me pide. —Y asegúrate de no incluir detalles obscenos.

—Haré lo que pueda. —agrego con picardía.

—Buenas noches, Wylo.

—Buenas noches, Dave.

Arranco y abandono el lugar. Su figura permanece en el mismo punto hasta que doblo en la esquina de la calle. 

_____________________________

Nota de Autor: Dejen una señal de que estuvieron aquí con un voto y sigan bajando ❤️️☺️


Me encuentran en Facebook, Twitter e Instagram como @kathycoleck

Gracias por leerme ❤️️ ¡Besote!

Continue Reading

You'll Also Like

1.5K 92 12
Alison es una chica que sueña con escribir una historia y publicarla en Wattpad .Buscando una idea para su libro conoce a su chico literario , lo qu...
6.1K 221 17
Que pasa cuando conoces a alguien en el momento en el que menos te lo esperas y te cambia de muchas maneras. Que sucede cuando la persona con la que...
114K 6.6K 12
Marceline y la Dulce Princesa nunca se han llevado bien, ¿o sí? Descubre el por qué de su "odio", y qué fue lo que las llevó a separarse por tanto ti...