El Día Que Las Estrellas Caig...

By kathycoleck

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Willow Hemsley soñó una vez con ser diseñadora. Con recorrer el mundo y conocer a un chico decente antes de r... More

Prefacio
Capítulo 1 : El adiós no dicho
Capítulo 2 : Madurez
Capítulo 3 : La loca
Capítulo 4 : Como la aguamarina
Capítulo 5 : Culpa de Piolín
Capítulo 6 : Más cerca
Capítulo 7 : Estrategia para conquistar a Willow
Capítulo 8 : Sermones
Capítulo 9 : Bajo la mesa
Capítulo 10 : Un pequeño regalo
Capítulo 12 : Alguien tiene que hacerlo
Capítulo 13 : Secreto descubierto
Capítulo 14 : Madera y menta
Capítulo 15 : Pasatiempo
Capítulo 16 : La familia perfecta
Capítulo 17 : Una historia para no ser contada
Capítulo 18 : En el tejado
Capítulo 19 : Persona no grata
Capítulo 20 : Declaración
Capítulo 21 : Intolerable a los prejuicios
Capítulo 22 : Lección de honor
Capítulo 23 : La casa de la colina
Capítulo 24 : Confrontación
Capítulo 25 : Justificación barata
Capítulo 26 : Favor pendiente
Capítulo 27 : En voz alta
Capítulo 28 : Mañana
Capítulo 29 : Primeras veces
Capítulo 30 : Valor
Capítulo 31 : Amigo. Hermano. Traidor
Capítulo 32 : El loco
Capítulo 33 : Beso de buenas noches
Capítulo 34 : Paredes en blanco
Capítulo 35 : Perro fiel
Capítulo 36 : Un alma vieja
Capítulo 37 : Culpable
Capítulo 38 : Silencio
Capítulo 39 : Opciones
Capítulo 40 : Charla de despedida
Capítulo 41 : Hasta el fin del mundo
Capítulo 42 : Todo lo perdido
Tiempo
Capítulo 43 : En reparación
Capítulo 44 : A. Webster
Capítulo 45 : El adiós dicho
Capítulo 46 : Novecientos noventa y nueve intentos
Epílogo
Nota Final de Autor
✨ Extras ✨
La carta que no encontró destino
Después de ocho años
En el prado
¡Anuncio Importante!

Capítulo 11 : Soledad

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By kathycoleck


DAVEN


Wylo: Dime que el esfuerzo valió la pena.

Daven: Depende de lo que esperabas obtener de ese esfuerzo.

Wylo: Una buena calificación. Obviamente.

Daven: Define "buena".

Wylo: Buena: Adj. Provechosa para tus fines de conseguir sitio en la universidad.

Daven: Sigue siendo un concepto ambiguo. Significa que cualquier nota por encima de C ayudaría.

Wylo: Déjate de rodeos y dime cuánto obtuviste en el examen de Cálculo.

Daven: B+.

Wylo: LOL ¿En serio?

Daven: Sí.

Wylo: Wow, felicidades. Añade eso a la lista de exámenes que has aprobado en el último mes, y sumarás la mitad de tu promedio total del año pasado.

Daven: Me siento como un nerd.

Wylo: Te acostumbras con el tiempo.

Daven: Gracias, Hemsley. No estaría lográndolo sin tu ayuda.

Wylo: Si no estuviera esperando sacar provecho de la situación, diría "por nada".

Daven: Ok. ¿Cuánto me costará?

Wylo: Una malteada de café y chocolate de Mochee's.

Daven: Es un precio pequeño.

Wylo: Si quieres puedo añadirle donas.

Daven: Olvídalo. Obtendrás tu malteada.

Wylo: Qué receptivo.

Daven: Sólo con las cosas que me importan.

Leí el último mensaje sin estar seguro de qué me había impulsado a escribirlo. Viéndolo bien, podía prestarse a malinterpretaciones o simular un interés que yo no sentía. Willow no respondió y mis sospechas al respecto incrementaron. Consideré entonces añadir algo más, algo que demostrara que estaba bromeando, pero cualquier idea que tenía resultaba peor que la anterior. Lo mejor era dejarlo estar. Guardar mis libros en el casillero y encaminarme a la práctica. Olvidar los intercambios de palabras con la sabelotodo y concentrarme en jugar, en intercambiar pullas con mis amigos y en tontear con las porristas durante el entrenamiento, evitando, además, mirar el lugar en las gradas que Willow acostumbraba a ocupar cuando yo tenía problemas con alguna lección y debía estudiar el doble.

Al principio, me había resultado molesto. Ahora... no lo sabía.

La manada no dejaba de molestarme al respecto siempre que ella aparecía. Yo dudaba que alguien entendiera la razón por la que necesitaba a Willow. Era más fácil burlarse de mí y de la chica extravagante con quien pasaba los ratos libres. Sólo Mitch, Zac y Verónica se abstenían de emitir comentarios, aunque eso no bastaba para que dejaran de reírse de las idioteces que decían los demás durante el almuerzo, las prácticas, las fiestas o cualquier otro momento.

Hasta que un buen día exploté.

Mi humor de perros salió a flote y el tema quedó enterrado. Podían ser mis amigos, pero había tenido suficiente de la misma mierda. Una parte de mí, se preguntaba si actuaba de aquella forma por mero interés propio o porque ya no soportaba escuchar comentarios absurdos sobre Willow. Tal vez fueron ambas. De cualquier modo, mi arrebato funcionó y sirvió para hacerlos retroceder. Incluso hoy que estaba distraído, mirando el asiento vacío en las gradas y preguntándome por qué ella no había llegado, nadie dijo nada.

Después de la práctica, recibí un mensaje de Devan informándome que iría con Alec y unas chicas a Don Donut's. Yo cedí porque era viernes, aunque me aseguré de recordarle que el toque de queda comenzaba a las doce. Sabía que querría meterse en alguna fiesta o ir a la casa de su amigo. Lo conocía, por lo que era mejor que tuviera presente la normas. No iba a atravesar la misma preocupación de la vez anterior por su falta de consideración.

Las cosas habían estado tensas entre ambos desde que me negué a permitirle visitar a Marcus de nuevo. Al principio, creí que estaba lo bastante arrepentido como para que se le olvidara odiarme, pero parecía que a la larga el enojo había ganado. Como Devan no era violento, no se atrevía a enfrentarme, ni siquiera a alzarme la voz o protestar cuando no le daba tanto dinero como me pedía. Sin embargo, el abismo entre los dos estaba creciendo. Las miradas hostiles, los comentarios mordaces y la tensión iban silenciosamente en aumento.

—Creí que me harías esperar media hora más.

Aminoré el paso cuando divisé a Verónica apoyada contra mi vieja pick-up.

—Si querías verme, debiste esperarme fuera de las duchas. Hace frío aquí.

Ella lanzó una mirada enfurruñada al cielo nublado.

—Detesto noviembre.

—Ni siquiera ha empezado a nevar. —añadí.

Dejé mi mochila sobre el capó y me situé a su lado.

—No me gusta la nieve. Algún día viviré en un lugar como Florida y seré completamente feliz.

—Por ahora, esto es lo que tienes. —me burlé hundiendo las manos en los bolsillos de mi chaqueta de los Lobos.

Ambos nos quedamos en silencio por un momento sin hacer nada más que contemplar a los alumnos que abandonaban la escuela.

—¿Dónde dejaste a los chicos? —preguntó ella.

—No lo sé. Mitch tenía cosas con Skyler, Zac debía recoger a su mamá y Tyler y los otros fueron a Mochee's.

—Las chicas los acompañarían, creo.

La miré de soslayo.

—¿Qué sucede, Row? ¿Por qué hoy es mi turno y no el de William o Ian o Zac?

—Lo haces sonar como si fuera una puta. Duele que tú lo digas.

Gruñí y la tomé de la cintura para acercarla a mí.

—No quise lastimarte. Nunca te reprocho nada, lo sabes. —le acaricié la mejilla antes de guiar su barbilla arriba. —Dime qué está mal.

—Tengo días buenos y días malos. No se puede decir que hoy sea uno bueno. 

Lo sabía, por supuesto. También sabía que era el único a quien le confiaba ese tipo de emociones. Había una razón por la que Row actuaba de la forma en que lo hacía, pero yo evitaba en lo posible pensar en ello. Prefería ayudarla de la única manera en que podía: con sexo o ratos de afecto. Ambas funcionaban para mí y también para ella.

—¿Qué necesitas?

Sus ojos verdes, grandes y afligidos, me dieron la respuesta.

—Hoy no puedo, Row. Quedé con Willow para estudiar, sabes que lo necesito.

—Creí que podrías hacer una excepción.

—No hoy.

—Bien.

—¿Por qué no llamas a Zac más tarde? Apuesto a que dejará cualquier cosa que esté haciendo para correr a verte.

Sacudió la cabeza, su abundante melena roja cubriéndole una parte del rostro.

—No es como funciona. Él está cada vez más involucrado, no entiende que necesito espacio. Necesito sentir que elijo. —suspiró. —Dijo que se estaba cansando de ser usado.

—Se lo advertí. —rezongué. —Le advertí que no te presionara y ahora actúa como un idiota.

Row esbozó una sonrisa amarga.

—No importa. Iré a casa, mi tía querrá que la ayude en el bar más tarde.

Intentó alejarse, pero yo la apreté contra mi cuerpo antes de besarla con la fuerza que a ella le gustaba. No pasó mucho antes de alejara mi boca de la suya.

—Recuérdame por qué no encajamos.

—Porque soy complicada y tú eres perfecto para otra chica.

En otro tiempo, su contestación me habría enojado. Pero, ahora que la conocía bien, no sentía nada más que comprensión. Row fue la primera novia que tuve y ambos teníamos una historia tan llena de idas y vueltas que ya no recordaba en qué época habíamos sido exclusivos. Puede que fuera durante los primeros meses de relación. Entonces parecía que le bastaba conmigo. Sin embargo, la situación fue cambiando. Ella era como agua escurriéndose entre mis dedos y yo era un idiota celoso obsesionado con retenerla. Hasta que me habló de las cosas que había vivido; sus sueños rotos y sus esperanzas perdidas. A partir de ese momento, le permití tomar lo que quisiera de mí, al mismo tiempo que aprovechaba nuestro acuerdo de libertad para salir con otras chicas. De no haberlo hecho, habría terminado tan perdido como Zac.

—Al menos me alegra saber que tengo un lugar privilegiado entre los demás. —me burlo.

—Fuiste mi primero. Siempre serás especial para mí.

—Llámame el fin de semana.

—Quizá lo haga.

Supe que no lo haría.

—De acuerdo.

—¿Me das otro beso?

—Te doy los que quieras.

Verónica me gustaba de una forma que yo mismo no entendía. No era romance, pero tampoco era sólo cuestión de diversión. Lo único que quería era que ella se sintiera bien, aunque mentiría si dijera que no la usaba. A veces necesitaba desahogarme con alguien y Row siempre era la primera persona a la que recurría.

—¿Ya se cansaron de meter la lengua en la boca del otro o tendré que seguir sirviéndoles de chaperona?

Retrocedí de un salto al escuchar la voz de Willow. La encontré a un par de metros del camión mirándonos con expresión impasible. Verónica comenzó a alejarse. Por alguna razón estaba sonriendo, como si acabara de escuchar un chiste graciosísimo.

—Te veo luego, Daven. Adiós, Willow.

—La próxima vez hazme saber que estás viniendo. —le dije cuando Row se hubo marchado. —Casi me matas de un infarto.

—Oye, no tengo la culpa de que tengas la conciencia tan sucia.

—¿Qué?

Se encogió de hombros, indiferente.

—Quizá esperabas que fuera alguna otra de esas chicas con las que sales, una dispuesta a hacer una escena.

—Me gusta divertirme. Ni siquiera Row es oficial. Ninguna chica anda persiguiéndome por ahí.

—Lo que digas.

Entrecerré los ojos en su dirección.

—¿Acaso estás celosa?

Ella se carcajeó. Entonces se movió a su lado del camión. Yo subí a mi propio asiento y desbloqueé la puerta del copiloto para que pudiera entrar. Aún reía con ganas cuando se acomodó a mi lado.

—No veo lo gracioso. —murmuré con el ceño fruncido.

—Es tan absurdo. —se secó las lágrimas. —Y dicen que la loca soy yo.

—Aún no me has respondido.

—No hay nada que responder.

—Eso suena a negación.

Se giró para enfrentarme.

—¿Estás empeñado en que tenga celos, eh? Pues lamento defraudarte. No me importa lo que hagas con tus chicas. Sólo intenta que no sean unas obsesivas dementes, porque entonces correrías peligro y he llegado a apreciarte lo suficiente para no querer que mueras a manos de una homicida pasional. —ladea la cabeza. —Yo, por ejemplo, elijo bien con quien me besuqueo, así no corro peligro.

Un fuego que no sabía que llevaba dentro, se extendió por mis venas.

—¿Cuándo fue la última vez?

—¿El qué? —ella lucía confundida.

—Besarte con alguien. ¿Cuándo fue la última vez?

Frunció los labios.

—No iba a responder esa pregunta, pero como sé que no me dejarás en paz, te sacaré de la intriga. Fue hoy, en el auditorio.

—¿Con quién? —exigí.

—No esperarás que te lo diga.

—Sabes mucho de mí, parece justo que yo sepa de ti.

—¿Qué? ¿Eres incapaz de creer que alguien como yo también pueda enrollarse?

Apreté los dientes. Era todo lo opuesto, por eso estaba enojado.

—Es de lo que se trata, ¿cierto? —el gesto burlón se había ido. Willow comenzaba a enojarse. —Te diré algo, Daven: soy una chica exactamente igual a las demás, una que besa muy bien, por cierto. Así que, no es extraño que decida probar mis habilidades con chicos que considero atractivos.

Sacudí la cabeza.

—Tienes razón.

—Oh, ¿la tengo? —claramente esperaba una confrontación.

—Sí. Lo que sea. —repliqué mientras encendía la camioneta y nos sacaba del lugar.

Cada vez que intentaba imaginarla con alguien, el fuego se convertía en una hoguera en mi pecho. Sabía que no tenía sentido, que Willow era libre de vivir y hacer lo que se le antojara y que no debía ser mi jodido asunto. Pero me quemaba pensar que ella probablemente no había ido a la práctica de aquel día por preferir estar con algún idiota. La miré de reojo durante casi todo el camino fingiendo que seguía su charla, aunque lo cierto es que no dejaba de visualizarla en otro tipo de situaciones.

Mierda, era imposible que me gustara. Sí, disfrutaba su compañía y las peleas sin fundamento que siempre teníamos. Disfrutaba de lo paciente que era al ayudarme y la forma en que sacaba un chiste de cualquier situación. No obstante, querer probar algo más con ella era la cosa más descabellada que se me podía ocurrir.

Mierda, era imposible que me gustara.

¿Verdad?

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

—¿Cómo se dice cuando alguien tiene una opinión equivocada de otra persona? —preguntó Willow.

Alcé la vista del cuaderno donde intentaba empezar un ensayo sobre los personajes de la guerra de secesión. La respuesta era fácil para mí.

—Prejuicio.

—Prejuicio. —se quedó pensando un segundo. —Claro, prejuicio.

—¿Por qué?

—Nuestro trabajo final de literatura es un análisis sobre los sentimientos y el modo en que se reflejan en la novela clásica. Se supone que debes elegir una emoción y un libro que la exponga.

—El prejuicio no es una emoción, es una opinión preconcebida.

—Ya lo sé. Pero, el profesor Stweart nos dio ciertas libertades. Creo que es el tema que me interesa.

—¿Has elegido un libro?

—No.

—Orgullo y Prejuicio puede servirte. —sugerí. —Es un modo romántico y sencillo de exponerlo.

—¿Lo leíste? —parecía asombrada.

—No te rías. —la amenacé. —Jane Austen no está destinada a gustarle sólo a las mujeres.

Willow sonrió, aunque no encontré burla en su expresión.

—Entonces, ¿eres un Darcy?

—No. Me faltan las palabras rebuscadas y, lo más importante, el dinero.

—Al menos tienes algo: eres atractivo. —sus ojos se clavaron en los míos mientras lo decía.

Ladeé la cabeza.

—¿Eso crees?

—Vamos, lo sabes. Todas esas chicas no vienen a ti por casualidad. Sabes lo que tienes y lo usas.

Lo sabía, pero que Willow lo señalara se sentía... extraño (de una buena forma). Ella no lo decía por coquetear o porque esperara algo de mí, sino porque era lo que pensaba. Una opinión obvia. Y la simpleza de sus palabras, era lo que la hacía diferente. Lo que me hacía sentir curiosidad sobre cómo actuaría al sentirse atraída por alguien. 

—En mi opinión, el dinero es más útil que la belleza. —dije, apático.

Chasqueó la lengua.

—Eso es subjetivo.

No añadí nada más y Willow volvió a concentrarse en el libro de texto que descansaba en su regazo. Ya habíamos terminado con mis ejercicios de geometría y ahora sólo aprovechábamos el tiempo hasta que comenzara a anochecer, momento en que la llevaría a su casa. Nos hallábamos cómodamente sentados sobre una suave colcha en la zona de carga de la camioneta. Hacía frío, pero desde que empecé a traer la frazada ya no tiritábamos. Estaba contento de que hubiéramos superado uno de los mayores problemas de estudiar al aire libre.

La idea de hallar un lugar discreto surgió al día siguiente de la escena en Don Donut's. No podíamos quedarnos en la escuela ni en ningún sitio aledaño al centro del pueblo. Le propuse a Willow ir a mi casa, pero ella se rehusó, así que estuvimos conduciendo sin rumbo mientras tratábamos de encontrar una solución. La segunda mejor alternativa que se me ocurrió fue el lago, aunque la idea de ser vistos por montones de estudiantes venía siendo lo mismo que toparnos directamente con el oficial Hemsley.

Fue entonces cuando descubrimos la entrada al claro. Era una desviación medio oculta entre los árboles de la carretera. El camino parecía haber sido marcado desde hacía tiempo. Sin embargo, ni Willow ni yo nos imaginábamos para qué demonios lo usaron en el pasado. Era un lugar bonito, con la hierba medio muerta ahora que se acercaba el invierno, pero que prometía florecer bellamente en cuanto llegara la primavera. Después de un mes de visitarlo, nos habíamos adaptado al susurro de la brisa entre los árboles y el sonido de los animales que correteaban cerca, también a la gelidez.

Lo mejor de todo, era que no habían ojos curiosos por ninguna parte.

—Puedo prestarte el ejemplar. —expresé al cabo de un rato. —De Orgullo y Prejuicio.

Willow alzó el rostro y me sonrió.

—Te lo agradecería.

—Lo tengo en mi casillero. 

—Oh genial.

De nuevo nos sumimos en un silencio confortable.

Intenté concentrarme en mi tarea, pero algo lo impedía: la necesidad de echarle un vistazo a la chica frente a mí. Últimamente sólo sucedía que me descubría mirándola, algunas veces con más atención que otras. Dejé que mis ojos hicieran el recorrido desde sus zapatillas de calaveras hasta sus piernas cubiertas por pantalones de mezclilla. Su abrigo era de un fucsia brillante y tenía una capucha de interior afelpado que la hacía lucir graciosa. Me detuve en su cara ladeando un poco la cabeza con inevitable atención. ¿A qué? No lo sabía.

Willow era bonita; de rostro acorazonado y cejas naturalmente delineadas. Era algo de lo que no me había percatado antes, pues sólo veía lentes enormes y cabello alborotado. Tenía una nariz pequeña, mejillas cuyos hoyuelos se marcaban cuando sonreía y una mandíbula tan delicada que no parecía hecha para soportar ni la más leve presión. Había dos cosas en las que siempre reparaba por más tiempo: su boca y su cuello, especialmente este último. Siempre que lo veía fijamente me preguntaba si la piel allí sería tan tersa como lucía. O si podría sentir su pulso con sólo rozarlo.

—¿Qué? —inquirió observándome a través de sus pestañas.

Parpadeé, atontado.

—Nada.

—Estás raro.

—Claro que no.

—Si te pasa algo, puedes decírmelo.

—No ocurre nada, Wylo.

—Willow. —suspiró poniendo los ojos en blanco. —Te lo he dicho un montón de veces.

—Me gusta Wylo. Te lo he dicho un montón de veces. —me burlé de ella.

—Deja de robarme las frases. Y deja de llamarme Wylo. Ni siquiera tiene sentido.

Sonreí. La primera vez que había escrito mal su nombre, fue por error. Luego, cuando descubrí que le molestaba, sólo continué haciéndolo. Ahora era algo que casi llegaba a ser especial. Mi propio modo de llamarla, el nombre que, sabía, nadie más usaría.

—Acostúmbrate.

Willow rodó los ojos. Entonces observó las nubes grises que se arremolinaban sobre nosotros. Su cuello quedó expuesto y yo tragué saliva.

—¿Odias los días nublados? —pregunté. Necesitaba distraerme con algo.

—No odio nada. —dijo sin apartar los ojos del cielo. —Las cosas son como son. Seguirán existiendo los inviernos después que estemos muertos. ¿Qué sentido tiene odiar algo que no puedes controlar? ¿Por qué no sólo disfrutas la parte buena?

—¿El catarro y la hipotermia? —la provoqué.

—El chocolate caliente y las galletas recién hechas. Ver la nieve por la ventana o tumbarte junto a la chimenea. —respiró hondo. —Si algún día tengo una casa, me gustaría que tenga chimenea. Lucen geniales cuando las decoras en navidad.

—Navidad. —expresé con voz ausente.

Willow desvió la mirada del cielo hacia mí.

—¿No te gusta la navidad?

—Hubo un tiempo en que lo hizo. Ahora es diferente.

—¿Por qué?

Sacudí la cabeza.

—No importa. —comencé a cerrar y recoger nuestros libros. —Será mejor que te lleve. Debo estar en el trabajo pronto.

Me levanté sin percatarme de que uno de los bolsillos de mi mochila estaba abierto. El resultado fue que lápices, y un par de otras cosas, se desparramaron en el suelo. Willow me ayudó a recogerlas.

—Oh, ¿qué es esto? —preguntó sosteniendo un pequeño objeto.

Le arrebaté de la mano el caballito de mar a medio tallar y lo lancé de vuelta a la bolsa. Era de madera blanca, una que me había costado conseguir.

—Vámonos.

Ella no insistió. En pocos minutos levantamos el desastre y nos metimos en la camioneta. Willow habló sobre un proyecto de ciencias que no podía terminar y una abuela loca empeñada en ayudarla. Estuvo impresionada cuando le comenté que conocía a la señora Walsh, pero no trató de indagar los porqués. Pese a su sorpresa inicial, yo sospechaba que los sabía.

⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

El trabajo estuvo tranquilo. Nada de niños molestos lanzando comida al suelo ni señoras insatisfechas con las órdenes. Las bajas temperaturas de finales de otoño parecían estar obligando a la gente a quedarse en casa, por lo que el local se hallaba menos atestado que hacía unas semanas. Ni siquiera los chicos tenían interés de acercarse al lago a armar una fogata. Sólo podía imaginar lo desierto que estaría el pueblo cuando empezara a nevar.

Saliendo de Mochee's, me dirigí a la tienda de comestibles. Tenía una lista con las cosas que faltaban en casa. No era mucho, pues ya había comprado la mayoría de productos que necesitábamos. Siempre que papá obtenía el dinero por su trabajo, yo corría a extraerlo de la cartera para ir a la tienda. Trataba de dejarle menos plata cada vez, así no tendría con qué pagarse los tragos. El problema es que se las ingeniaba y acababa metido de cabeza en el bar o tumbado en el sillón de la sala.

Justo como ahora.

—Pa. —lo llamé viéndolo desparramado entre un montón de latas de cerveza. —Pa.

Lo único que obtuve en respuesta fue algo parecido a un gañido.

Tomó todo de mí calmarme; me hervía la sangre puro enojo. Gruñendo, llevé los comestibles a la cocina y los dejé sobre la mesa antes de volver a la sala. La televisión estaba encendida, pero era evidente que él nunca le había prestado la más mínima atención. Sin detenerme a mirarlo, comencé a levantar el desastre de latas. Odiaba el entorno desordenado y sucio. Odiaba la oscuridad en la que toda la casa estaba sumida. Odiaba el olor a cerveza rancia. Cristo, ¿desde cuándo no se bañaba?

Lancé todo a la basura y volví por las latas que aún quedaban ocultas bajo la mesita de te. El brazo de mi padre colgaba a un lado del sofá y pude ver que traía esa camisa, la de cuadros remendada que había arrojado. ¿Es en serio? ¿Yo me mataba lavando la ropa y él sólo decidía ponerse la misma prenda una y otra vez? Algo se estaba quebrando dentro de mí, algo que ni siquiera sabía que se hallaba a punto de romperse.

—Papá. —mi voz era firme, inflexible. —Joder, papá. Despierta de una vez.

Él abrió los ojos. Lucían vidriosos, perdidos.

—Hola, hijo.

—Ahórratelo. ¿Puedes caminar?

—Uh... 

—¿Puedes caminar o no?

—No. —graznó.

Rechiné los dientes y fui a desechar las últimas latas. A continuación, lo cogí del brazo antes de subirlo a la habitación. Estaba usando más de la fuerza que acostumbraba, pero me encontraba demasiado iracundo para notarlo. Por enésima vez, repetí el proceso de ayudarlo a desvestirse y arreglar el desastre que era su dormitorio. Cuando cogí las prendas que acababa de quitarse, me di cuenta de que mis manos temblaban, sobre todo cuando sostuve la asquerosa camisa de cuadros.

—No. —su voz, pastosa por la bebida, me detuvo en la puerta. —La camisa... no.

—¡No has dejado de usarla! —grité. —Te juro que ya no puedo verla más. Mírala, está hecha jirones.

Él se incorporó, caminó hacia mí con dificultad e intentó arrebatármela.

—Devuélvemela, hijo. Por favor.

—No. La quemaré y lo que sobre irá a la basura.

—Daven. —algo cambió en su tono. Era como si de pronto estuviera sobrio. —Suéltala.

Apreté los dientes, lívido de ira.

—Es lo único que me queda de ella. El último regalo que me hizo, ¿que no lo entiendes?

—Ella ya no está. —escupí. —Hace casi dos años que murió, va siendo hora de que lo entiendas.

—Suéltala. Sólo devuélvemela. 

Lo hice.

Él regresó a la cama murmurando un "gracias".

—No es lo único que te queda de ella. —gruñí. —Pero, no es como si te importara ¿o sí?

—No. No me importa.

No le importamos.

Preferí dejarlo solo con su miseria antes de perder la cabeza y gritarle de nuevo. Durante la próxima hora, me concentré en limpiar la casa y comprobar la hora en el reloj. Eran mucho más de las doce cuando decidí marcarle a Devan. La llamada fue directo al buzón una, cuatro, siete veces. Me senté en el sofá mientras fingía ver la televisión y simplemente esperaba a que apareciera. La cabeza me palpitaba y la mandíbula me dolía de tanto tensarla. Necesitaba desahogarme, golpear algo hasta que mis nudillos estuvieran ensangrentados. Necesitaba...

Un ruido en el exterior hizo que me incorporara y dirigiera los pasos a la puerta. Me asomé por la mirilla y distinguí a Devan bajando de un Mustang negro que yo conocía demasiado bien. Sin poder contenerme, salté fuera de la casa.

—¡¿Es jodidamente en serio?! —caminaba a zancadas directo al auto. —¿Qué carajos haces con mi hermano?

Craig me dirigió una sonrisa de drogadicto desde el asiento del copiloto. Ni siquiera sabía quién manejaba y no me importaba. Sólo tenía ojos para ese imbécil.

—Nos dieron un aventón, viejo. —trató de explicarme Marcus, quien ocupaba el asiento trasero.

—Tu cierra la boca. Y tú no vuelvas a acercarte a Devan.

Devan me interceptó antes de que pudiera acercarme más. Su empujón fue fuerte, aunque casi no lo noté.

—¡Ya cálmate!

No le hice caso.

—Que sea la última vez, Craig. Mantente lejos de mi jodido hermano.

—¿O qué? —resopló. —Agradece que traje a tu princesita sana y salva, D. 

—¡No te acerques a él de nuevo!

—Necesitas relajarte, viejo. Puedo darte un poco de lo que tengo para que te tranquilices. —me mostró una bolsita transparente en cuyo interior destacaba un polvillo blanco. 

—¡Largo!

—¡Daven, basta!

Pero, yo no tenía ojos para nadie más que ese bastardo. Craig me sonrió antes de añadir:

—Vámonos, Tommy. Busquemos otro lugar donde seamos mejor recibidos. 

—¿Qué diablos te pasa? ¡Ellos sólo me hicieron un favor!

No me di cuenta de que Devan estaba gritándome hasta que dejé de mirar el Mustang. Sólo entonces mi atención se centró en él idiota de mi hermano. 

—¿En serio eres tan imbécil para creer que sólo te hacían un favor? —bramé. —¿Quieres que te recuerde quiénes son? ¿Lo que hacen? Y vas tú y te comportas como un niño. ¿Cuándo mierda vas a madurar?

Devan me empujó y me sorprendió darme cuenta de que esta vez no lo hacía para detenerme. Lo hacía para lastimarme.

—Deja de meterte en mis asuntos. —siseó. —Hasta donde sé, mi jodido padre está hecho una cuba y no le importamos una mierda, ¡así que déjame en paz!

—Lo haría si tan sólo tuvieras un poco de sentido común. —escupí. —La verdad es que no durarías un segundo en el mundo sin mi cuidándote. Eres malditamente débil y si no fueras mi hermano sentiría lástima de ti.

En un movimiento veloz, su puño fue directo a mi cara. Caí al suelo; la conmoción y la incredulidad dejándome en el lugar por varios minutos. Cuando alcé el rostro, Devan ya no estaba frente a mí. Miré a mi oscuro y desierto entorno sin saber qué hacer. ¿Qué venía ahora? ¿Qué seguía? Me levanté, medio aturdido, escupiendo sangre en el césped antes de entrar a la casa. No recordaba la última vez que había peleado con mi hermano y existía una razón muy simple para ello: nunca había sucedido. Podría haberle correspondido, era perfectamente capaz de reducirlo, de romperle los huesos a golpes. Pero cualquier daño que le hubiera hecho habría terminado por lastimarme también. 

Sólo quería protegerlo, él no tenía idea de quién era Craig. De las cosas en las que estaba metido y en las que siempre buscaba involucrar a los chicos perdidos como Devan. Lo peor es que nunca fui capaz de advertir cuándo había comenzado a sentirse perdido. ¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué había dejado de confiar en mí? Apenas podía creer que mi hermano, ese que jamás alzaba la voz y siempre parecía tener un motivo para burlarse de algo, fuera el mismo que había terminado golpeándome. ¿Qué estaba pasando?

Como un autómata, caminé a la cocina, donde aún me esperaba un fregadero lleno de trastes sucios. Intenté enfocarme en la tarea de lavar, escurrir y secar, pero era difícil. Me sentía fuera de mí mismo, entumecido, desorientado. Lo único que me mantenía levemente consciente de la realidad era el sabor metálico de la sangre y la ligera palpitación en un lado de mi mejilla. El aturdimiento aún dominaba mi cerebro impidiéndome pensar con claridad. Me tomó varios segundos descubrir por qué la visión se me había emborronado. Apreté los puños alrededor del borde de la encimera en un intento por resistirme a ello, pero sabía que nada de lo que hiciera serviría para contener las lágrimas.

Allí, en la pequeña cocina de lo que una vez fue un hogar, colapsé.

Me deslicé hasta el suelo; mi espalda contra la encimera, mi rostro en dirección a la luz que colgaba del techo, como si buscara alguna fuente de alivio para el aguijonazo que punzaba en pecho. Creía que era furia lo que había sentido al encontrar a papá derrumbado en el sofá, y luego al ver a Devan con Craig. Sin embargo, todo se resumía a dolor puro y crudo, de esos que te devoran por dentro y que un poco de llanto no puede aliviar. En otro momento, me habría sentido avergonzado de sucumbir a los sollozos. Pero no ahora, porque lo cierto es que no podía más. Debía aceptar que, la mayor parte del tiempo, no tenía idea de lo que estaba haciendo. No sabía cómo hacer para que papá dejara de beber. No sabía cómo arrastrar a mi hermano lejos de los líos en los que estaba metiéndose. No sabía cómo respirar sin que me doliera o sin querer golpear algo hasta que el escozor en mis puños eclipsara la agonía con la que siempre cargaba.

No sabía de qué modo liberarme.

Así que, lloré a solas.

Porque la soledad es la única que nunca te echará en cara cuán débil eres o cuán roto estás.


_____________________________________

Nota de Autor: Terminé este capítulo muy tarde en la noche mientras escuchaba Carry You de Ruelle Ft. Fleurie. En la canción, Ruelle pregunta si hay alguien allí (está perdida y se siente sola) y la respuesta que obtiene de Fleurie es que no lo está y que ella se encuentra allí para ayudarla a seguir adelante. En el caso de Daven, él no tiene a nadie que le dé palabras de aliento. Está solo, a duras penas puede controlarse a sí mismo y lleva una carga tan pesada sobre los hombros que no es raro verlo colapsar. En medio de todo esto, está Willow que le da un poco de alegría, aunque ni siquiera sea consciente de ello. Creo que no puedo expresar lo mucho que me gusta Daven, no sólo porque es lindo, sino por su fuerza y su capacidad para proteger a las personas que ama.

 Espero hayan disfrutado el capítulo 🤗 Los quiero chic@s 💕

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Gracias por leerme ❤️️ ¡Besote!

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