RECUERDOS TRASCENDENTALES

ReneIG tarafından

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Combinando magistralmente escenas y espacios de los siglos XVI, XX, y XXI viajaremos por México y Europa para... Daha Fazla

INTRODUCCION
PARTE I. CAPÍTULO I. Veracruz, 1532.
PARTE I. CAPÍTULO II. Los guajolotes
PARTE I. CAPÍTULO III. Arribo de la flota y salida rumbo a La Habana
PARTE I. CAPÍTULO IV. Cuba
PARTE I. CAPÍTULO V. El misterio de las Bermudas
PARTE I. CAPÍTULO VI. Mejoran las relaciones a bordo
PARTE I. CAPÍTULO VII. Arribo a España
PARTE I. CAPÍTULO VIII. El que se va de Sevilla pierde su silla
PARTE I. CAPÍTULO IX. Intento de acercamiento con la corte imperial
PARTE I. CAPÍTULO X. El encuentro con Ignacio de Loyola
PARTE I. CAPÍTULO XI. La Guadalupana en París
PARTE I. CAPÍTULO XII. La pronta partida de París
PARTE I. CAPÍTULO XIII. De Paris al Tirol
PARTE I. CAPÍTULO XIV. A las faldas de los Alpes.
PARTE I. CAPÍTULO XV. Innsbruck, la capital imperial
PRESENTACIÓN Y PRÓLOGO DE LA SEGUNDA PARTE
PARTE II. CAPÍTULO XVI. Un mensajero engendrado
PARTE II. CAPÍTULO XVII. Tepoztlán 1940
PARTE II. CAPÍTULO XVIII. Guadalajara 1963
PARTE II. CAPÍTULO XIX. Madrid
PARTE II. CAPÍTULO XX. Mi tío jesuita
PARTE II. CAPÍTULO XXI. México
PARTE II. CAPÍTULO XXII. La búsqueda de mi objetivo en la vida
PARTE II. CAPÍTULO XXIV. México de mis recuerdos
PARTE II. CAPÍTULO XXV. Un político con tacha
PARTE II. CAPÍTULO XXVI. El vórtice
PARTE II. CAPÍTULO XXVII. El boicot
PARTE II. CAPÍTULO XXVIII. El mensajero
PARTE II. CAPÍTULO XXIX. El destino fatal del sujeto idóneo
PARTE II. CAPÍTULO XXX. Fin del relato
EPÍLOGO

PARTE II. CAPÍTULO XXIII. La recuperación de mi memoria

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ReneIG tarafından

   Después de la traumática experiencia que incluyó asalto, riesgo de perder la vida, drama de convertirme en asesino, resurrecciones y mensaje del más allá, se inició en mi interior un proceso de cambio que se hacía más evidente conforme recuperaba la tranquilidad que perdí aquella noche.

- Oye tocayo, más que en estado de meditación te veo perdido en tus pensamientos –Me indicó Juan Ignacio-

- Sí tocayo, yo también lo siento así, pero fíjate que de repente me llegan destellos de situaciones y circunstancias no vividas pero que no me son extrañas.

Cuando comenté esto lo hice con total apertura, pero esperando una respuesta de esas que Juan Ignacio empleaba para aterrizar mi ego y abonar a mi desarrollo. Pero en lugar de eso se puso serio y noté que en sus ojos traslucía un brillo de alegría.

- Entonces vamos bien –dijo sonriente-, no temas, tú eres más de lo que tocas y más que el espacio que llenas, pronto serás dueño de tu verdad y espero que me ayudes a encontrar la mía.

- ¿No la has encontrado aún? –Inquirí sorprendido-

- No que va, pero creo oportuno comentarte que cuando siendo tú un niño te conocí en Madrid, sentí que tú eras la llave para encontrar mi camino. Y a que negar que desde entonces las circunstancias han sido propicias para que coincidamos en nuestra búsqueda, de otra manera no estaríamos aquí.

Me sentí tan abrumado por los pensamientos que se dispararon en mi mente tras lo comentado por Juan, que en forma automática me refugié en la actitud sarcástica que uso siempre que me siento ridículo.

- ¿Seré yo Cristo y tú Juan el Bautista?

Mi tocayo soltó una sonora carcajada y me propinó un manazo en la nuca para después dirigirse a su recámara e iniciar su rutina de meditación.

Yo también me dispuse a meditar, pero tuve que hacer un esfuerzo adicional para eliminar de mi ánimo la hilaridad que me indujo el paternal correctivo de mi guía espiritual.

Ahora, cuando recuerdo esa etapa en que inició el despertar de mi memoria entiendo que la confrontación con mi monstruo interno fue lo que precipitó el proceso.

Y es que aun me aterra el tener que aceptar que si bien lo que sucedió no fue propiciado por mi, el apuñalar a otro ser humano sí fue una consecuencia de mi voluntad, yo me hice del puñal bajo el impulso de una desmesurara ira y cuando lo opuse al cuerpo del que me atacaba fue con la intención de hacerle daño, por eso mi mano sostuvo con firmeza el arma mientras penetraba literalmente asta la empuñadura rasgando tejidos y arrebatando vida.

Fue algo terrible y yo participé voluntariamente.

En adelante ya nada fue igual en mis actitudes, en adelante ya no actuaría bajo mis impulsos y me sujetaría únicamente a la razón. Mis impulsos me aterraban.

Mi energía interna estaba en desbalance. A pesar de mis esfuerzos no sentía que me estuviera convirtiendo en una mejor persona.

Continué visitando a mi tocayo en Tepoztlán y una tarde mientras meditaba sentí que estaba flotando en la nada, supongo que mi aura mostró alguna peculiar imagen porque Juan Ignacio me tomó por el hombro y me dijo con voz calmada y clara.

- Es tiempo que intentemos una regresión, ya no es conveniente que sigas avanzando solo en los pasillos de tu memoria, podrías perderte.

- Sí, eso creo yo también, las imágenes difusas e inverosímiles que pasan por mi mente incrementan mi desorientación y mi temor de perder la razón.

- ¿Te parece bien que empecemos en el lugar en donde te quedaste? –Propuso Juan Ignacio y sin esperar mi respuesta continuó-, cierra nuevamente tus ojos y regresa a donde estabas.

Yo obedecí y él esperó lo necesario para que yo lograra el objetivo.

- Dime... ¿en donde estás ahora?

- En un espacio sin límites –Respondí-

- ¿Qué hay a tus pies?

- No tengo pies.

- ¿Que tienes en tus manos?

- No tengo manos.

- ¿Qué sí tienes?

- Voluntad.

- ¿Qué más?

- Poder

- ¿Sientes amor?

- No

- ¿Sientes odio?

- No

- ¿Sientes temor?

- No. Solo tengo voluntad.

- ¿De qué?

- De crear

- ¿Crear que cosa?

- Materia, soy un obrero cuya única voluntad y misión es crear materia.

- ¿Quién te dio esa misión?

- Mi padre

- ¿Quién es tu padre?

- Mi creador y guía, aunque quien me dirige ahora es uno de mis hermanos mayores.

- ¿Quién?

- Beluzio.

- ¿Quién es Beluzio?

- Ahora lo llaman El Ángel Caído, pero él no es eso.

- ¿Eres tú un ángel?

- No, soy solo un obrero.

- ¿Qué haces?

- Materia... tomo corpúsculos de luz, cambio su esencia y los coloco en el centro de la nada.

- ¿Qué pasa?, ¿por qué te estremeces?

- ¡Todo vibra!

- ¿Qué ven tus ojos?

- No tengo ojos, pero veo, ¡es muy poderoso!, es... ¡el sol!, ¡no, es más grande que el sol, es el único sol, es el primer sol!, y... es más grande que yo, y... ¡crece!, ¡crece!, yo ya no lo alimento, ¡pero sigue creciendo!, ¡Es... es... todo!, lo llena todo...

Me quedé tranquilo y extraviado en un vacío total. Juan Ignacio comenzó a llamarme con tono firme.

- ¡Juan José!, ¡Juan José! ¡No te alejes!, estas aquí, estás conmigo, Dios te ama... Dios, te ama.

Abrí los ojos con desmesura y tomé una profunda bocanada de aire.

Juan estaba ahí, firme, tranquilo, transmitiéndome una sensación de seguridad que me resultó muy reconfortante, me miró a los ojos y cuando estuvo satisfecho respecto de mi lucidez comenzó a hablarme.

- Bien, bien... muy bien... ¿recuerdas todo lo que dijiste y sentiste?

- Sí claro –dije de dientes afuera-

- ¿Puedo hacerte más preguntas?

- Sí... claro...

- No sentías amor ni odio, pero... ¿no amabas a tu padre?

- No de la manera en que ahora entiendo el amor.

- ¿Cómo entiendes el amor?

- Pues como algo que me hace preferir a alguien o algo por sobre otras personas o cosas. Y ahí en donde estuve no había nadie ni nada para preferir por sobre nada, mi padre era único, mis hermanos eran uno, yo era uno con mis hermanos y todos éramos uno con nuestro padre.

- ¿Tenías hermanas?

- No, no tenía hermanas, pero tampoco tenía sexo... solo... tenía existencia... ni siquiera tenía cuerpo.

- Bueno, tocayo, es suficiente por hoy, creo que ya abriste la puerta de tu memoria, lo que esta surgiendo es maravilloso y va mucho más allá de lo que pude imaginar, ahora debemos encontrar en esa memoria tu misión en la vida.

Al día siguiente por la mañana regresé a Puebla, y ahí, contra mi costumbre y las recomendaciones de Juan, en la soledad de mi departamento continué los ejercicios de apertura de mi memoria.

El primer intento lo hice en medio de una emocionante tensión, pero casi de inmediato la tensión se fue y la emoción se desbordó, fue algo indescriptible, tal vez comparable a lo que pudo experimentar Julio Verne cuando su imaginación lo llevó por primera vez al fondo del mar, o a la luna.

Mis recuerdos me llevaron a los talleres en donde creamos la vida, pisé nuevamente la tierra para bailar junto con eufóricos homo sapiens en el festejo del inicio de la colonización de lo que ahora es el Continente Americano, recordé la razón por la que propiciamos la extinción de los caballos en este lado del planeta, vi guerras y masacres de hace miles de años, me indigné y sufrí otra vez cuando seudo seguidores de El Verbo dieron su anuencia a la esclavitud de los negros, viví nuevamente las diásporas de los Olmecas y los Intiwa, la grandeza del periodo clásico mesoamericano, la magnificencia del imperio Azteca, la Caída de Tenochtitlan y los horrores de las colonizaciones europeas.

Lo más impactante fue que recordé que yo tenía la misión de divulgar un mensaje para cancelar la creencia de muchos humanos de que existen religiones y pueblos elegidos por Dios para enseñar el camino a los demás. También debía decir de la manera más sencilla posible a los descendientes de los pueblos sometidos por invasiones y colonizaciones, que lo ocurrido fue injusto y que las enseñanzas de sus ancestros privilegiando el amor al prójimo y a la naturaleza no merecían ser calificadas como incorrectas para la comprensión de Dios y su propósito.

Quedé fuera de mí por dos días, no asistí a mi trabajo y tuve que mentir cuando recibí una llamada del director académico preguntando por mi salud.

El siguiente fin de semana mi encuentro con Juan Ignacio fue el inicio de una nueva forma de relación.

Desde el saludo percibí que su trato ya no era de maestro, sino de colaborador y nunca más sacudió mi ego para reconstruirlo.

- ¡Bienvenido Tocayo!, ¡pasa, pasa!, te estaba esperando para cenar, doña Luisa nos trajo un guiso que está de reyes y con este vino que compré ayer en Cuernavaca quedaremos listos para cantar a las glorias de la creación.

Solo para hacer justicia a la rectitud de Juan Ignacio en todos los aspectos de su vida, debo aclarar que mantenía un arreglo económico con doña Luisa en virtud del cual ella recibía una cantidad semanal suficiente para que cocinara para él, para mí y para su familia. Independientemente a eso, doña Luisa y otras vecinas le sorprendían frecuentemente con platillos fuera de programa.

- Gracias tocayo, de veras que traigo hambre, y mientras cenamos te empezaré a platicar de lo que he avanzado en estos días.

- Mucho, supongo.

- Mucho y sólido, bueno, todo lo sólido que puede ser un recuerdo o un sueño.

- Sí claro, pero recuerda la posibilidad de que nosotros mismos no seamos más que un sueño de Dios.

Mientras hablaba, Juan se desplazaba del comedor a la cocina, de la cocina a la sala, después al comedor, en fin por todos lados.

- Así es, pero dime, ¿te ayudo en algo?, te veo dando vueltas y no sé como contribuir a que te aplaques.

- Sí verdá, bueno, ya estuvo, siéntate y platícame –Dijo dándome toda su atención y sentándose en frente de mí-

Le relaté con todo detalle lo que había recordado y él se involucró en mi historia como niño en desfile. Cuando terminé el resumen de mis recuerdos, Juan Ignacio calló por unos segundos para después pedirme con un tono casi infantil que nunca había usado y nunca volvió a usar.

- ¿Y yo?... ¿cuál es mi misión?, ¿quién soy yo?

- Tú eres Pedro y sobre ti construiré mi iglesia.

Le respondí con seriedad, pero al terminar la frase exploté en una carcajada.

- ¡Perdón!, ¡perdón!, le dije con la respiración entrecortada por la risa, es que siempre tuve ganas de decir algo así.

- ¡Cabrón tocayo!, en verdad que no te queda nada de aburrido querubín -Me dijo con incredulidad ante mi sentido del humor-

- No, no, de esos no hay, que no te cuenten –dije amarrando mi risa-, pero bien, ya me controlo. Ya en serio tocayo, tu misión en la vida eres tú y tu desarrollo espiritual y el primer paso para ese desarrollo es la aceptación razonada de que existe otro plano de vida tan dinámico como el que conociste al nacer, mira, el que me estés ayudando como lo haces demuestra que ya diste ese paso, ahora solo te queda seguir disfrutando cada instante con plenitud, sin temores ni preocupaciones, con la seguridad de que lo único que importa es llenar el aquí y el ahora con amor.

- Esto último que me dices lo entiendo bien, lo que aún no manejo con toda la tranquilidad que sugieres es lo del otro plano de vida, acepto que existe, pero no creas que estoy tan tranquilo y en paz, la verdad es que constantemente dudo de mi cordura. Pero también entiendo que eso es algo que tengo que resolver ejercitando mi razón y mi libre albedrío.

Así que adelante. Oye... me ayudaría mucho si... ¿qué hay de mi soplo de vida?, ¿a quién animó antes que a mí?

- Eso, por el momento no te lo diré. Antes, tienes que asimilar con total certidumbre que existes para hacer evolucionar tu soplo de vida a un nivel superior del que logró la persona que lo alojó antes que tú.

- Entonces ¿quién era yo en otra vida?

- Tú nunca has vivido otra vida, ni vivirás una nueva en el futuro.

- ¿No existe la vida eterna?

- No como la estás entendiendo. Los soplos de vida son eternos, y cuando un cuerpo de carne y hueso es animado por un soplo de vida se gesta una persona única, irrepetible y mortal; cuando tu soplo de vida se separe de tu cuerpo, recordará todas las vidas que ha animado, pero ninguna de ellas será ya más, aunque todas estarán contenidas en ese soplo de vida. En resumen, tu esencia sí existirá por siempre.

¿Comienzas a entender?

- Sí, precisamente eso, comienzo a entender... –Musitó Juan Ignacio con resignación-

Corría el año de 1997, yo tenía treinta y tres años; a partir del esclarecimiento de mi memoria y el conocimiento de mi misión en la vida, mi tiempo y mi energía se centraron en definir la manera de cumplirla.

Las actividades en Tepoztlán sufrieron un cambio radical, las sesiones de meditación fueron sustituidas por largas conversaciones con mi tocayo.

- Buenas tardes Juan José, bienvenido como siempre, aunque creí que no te vería hoy porque me quedé con la idea de que ibas a tener un compromiso en Puebla.

- Así era, pero me empeñé en cancelarlo y lo logré, porque me interesa mucho darle continuidad a nuestras pláticas, sobre todo para establecer la manera de difundir el mensaje.

- Yo también le seguí dando vueltas ¿que has pensado de lo que sugerí?

- Que tienes razón, la palabra escrita es la mejor manera de darle imborrable presencia al mensaje que debo entregar y es conveniente que sea alguien más y no yo quien escriba el mensaje; y como el contenido es tan cismático, lo mejor para evitar que el mensajero sea objeto de culto personal o denostación, es que se mantenga en el anonimato.

Así que he decidido que por ahí nos vamos, ahora tenemos que idear como hacer que alguien escriba lo que yo tengo que decir, que ese alguien quede libre de sospecha de ser la fuente, que lo que se diga sea creíble, y que ni el mensaje ni el mensajero queden expuestos a la violencia con que pueden reaccionar los que se sientan agredidos.

Con esto ya tengo definida la estrategia general, pero, ¿cómo la voy a implementar?

- Ahí no te ayuda la memoria que has recuperado porque has vivido poco –me dijo Juan José-, yo no lo veo tan difícil, piensa en los escritores que han pasado a la posteridad, Platón, Dante, Cervantes, Shakespeare, Kafka, y tantos y tantos más que seguramente se sumarán a ellos, como Rius y Quino.

- Oye tocayo, ¿no estás exagerando en ejemplos y paralelismos?

- No creo tocayo, porque todos se alimentaron de la misma fuente y de entre ellos mismos en la medida en que pudieron conocer los escritos de sus antecesores.

Lo que propongo no es replicar genialidades, sino métodos, todos lograron hacer trascender sus ideas, y sin asumirse profetas propiciaron la revisión de la manera en que su generación y las siguientes entendieron aspectos fundamentales de la vida.

- ¿Me propones que escriba una novela o que dibuje monitos? –Pregunté divertido-

- Monitos no, no creo que seas bueno dibujando –me sonrió burlón- , pero ¿por qué no escribir una novela?

- Pues... no, no siento que sea lo más adecuado, me inclino por un proyecto académico formal, que tenga como marco teórico lo dicho por tratadistas de prestigio universal.

- Como quieras tocayo, solo te recuerdo que todos los escritos teológicos que han trascendido como La Torah, La Biblia, El Corán, El Mahabharata, junto con su Bhagavad Gita, no tienen un marco teórico formal explícito.

- Pues sí tocayo, pero los humanos ya no están para libros sagrados.

- Pero yo no te estoy proponiendo un libro sagrado, que eso te quede claro. Y también que quede claro que aunque mi opinión no coincida con la tuya te apoyaré incondicionalmente; tú avanza por donde sientas que debes, que yo haré todo lo que esté de mi parte para cooperar. ¿Qué quieres que haga?

- Pues... gracias a tu consejo ya tengo la estrategia general, pero tal como te comenté no sé cómo implementarla, principalmente en dónde y cómo conseguir al mensajero.

Por favor recomiéndame un asistente que me ayude a integrar el marco teórico de una investigación que iniciaré a mi regreso a España.

- ¿Qué perfil tienes en mente?

- Con estudios de post-grado en sociología, teología o antropología, con mucha energía física y de ánimo, que pueda leer en Español, Inglés, Italiano y Francés, como mínimo. Sí también puede leer Alemán, sería ideal.

- ¿Trabajaría contigo en España?

- No necesariamente, mira, se tratará de un trabajo que yo financiaré, para su publicación usaré las universidades con que colaboro o alguna editorial independiente de las que ya me han publicado algunos trabajos.

- Pues no se oye mal, aunque yo sigo pensando en algo de más fácil digestión y distribución.

- Tocayo, mi decisión no es definitiva, te aseguro que estaré considerando tu propuesta constantemente.

- Pues no se diga más, cuenta con que pondré empeño en buscarte un buen candidato.

¿Ya cenaste?

- No, nunca sabrás que comí algo antes de venir a tu casa. ¡Siempre tienes delicias irresistibles!

- Entonces pasemos a la mesa tocayo, hoy tengo un queso de Chiapas que bueno...

El resto del fin de semana se desarrolló como todos los anteriores, buena mesa y muy profundas discusiones sobre los pros y contras de romper paradigmas milenarios.

Los meses pasaron raudos y pronto me vi nuevamente en Madrid viviendo en mi departamento de Lavapiés, visitando con frecuencia a mis padres y trabajando en la universidad como si nada hubiera pasado.

Inicié el proyecto haciendo acopio de los escritos más conocidos sobre el tema de la creación, incluidos los antiguos de todas las grandes culturas.

Estaba seguro de que lo que yo tenía que decir ya estaba dicho y escrito, y que juntando fragmentos de aquí y allá podría, sin decir nada nuevo, pasar el mensaje y cumplir con mi misión.

La tarea no fue fácil, pero sin duda apasionante y sorprendente por la consistente corroboración de mi certidumbre inicial de que ya los humanos habían llegado a conclusiones válidas sobre su origen. Fue realmente vitalizante constatar el grado de aproximación logrado en la explicación de los asuntos fundamentales.

En eso estaba cuando recibí una invitación para impartir unos cursos en Argentina, acepté y durante la segunda mitad del año 1999 estuve paseando mis inquietudes en el cono sur del Continente Americano.

Fue ahí cuando al seguir escudriñando en mi memoria, recordé que inevitablemente se iniciaría un acelerado envejecimiento de mi cuerpo, era algo para lo que no tenía ni tengo explicación, pero que siempre sucede en todas las encarnaciones de los seres de luz. Yo había nacido de mujer pero al recuperar la memoria de mi soplo de vida me había convertido en ser de luz encarnado.

También recordé mi eterna vinculación con Xóchitl y comencé a añorar su presencia y a dudar de mi cordura al mismo tiempo.

A principios del año 2000 regresé a Madrid y creció mi urgencia por reclutar un mensajero, pero nadie me llenaba el ojo.

Así pasaron casi tres años más y cuando a mediados del 2003 mi pronosticado prematuro envejecimiento comenzó a reflejarse en el espejo, decidí apresurar el proyecto y acaricié la idea de reclutar como mi ayudante a un condiscípulo de postgrado quien recién se había incorporado como profesor de la universidad y que hacía cuando menos diez años que no saludaba.

Yo conocía sus trabajos y en una o dos ocasiones habíamos establecido comunicación por la Internet, su nombre era Héctor Fernández.

- ¡Héctor! -Dije mientras lo tocaba por el hombro al darle alcance en uno de los pasillos de la universidad-

Al principio no fue capaz de reconocerme, así que tuve que ayudarlo.

- Soy Juan José Egúsquiza, ¿me recuerdas?

- ¡Hola Juan José!, ¡que gusto!, perdona mi desconcierto pero es que ya hace mucho tiempo que no te veía, ¿qué es de tu vida?, ¿sigues impartiendo clases aquí?

- Sí, sí, claro, aunque cuando pasé mi año sabático en México suspendí los trabajos frente a grupo, regresé hace casi seis años y hace tres me fui a Argentina por seis meses, con lo que nuevamente me quedé sin alumnos, ahora imparto algunas clases y dirijo trabajos de titulación, hace unos días te vi pasar a lo lejos, pero es hasta ahora que he podido abordarte y es que desde que me enteré que nuevamente somos compañeros me he regodeado en la idea de que me apoyes en una investigación que estoy iniciando.

- Encantado de la posibilidad, pero tengo que decirte que en un mes partiré con rumbo a Argentina y pues no estaría bien interrumpir el compromiso que pudiera adquirir contigo. ¿Te parece que revisemos el asunto y que si convenimos en mi participación esta inicie después de mi regreso?

- Sí claro, me parece lo justo. ¿Cuándo podríamos platicar?

Así concretamos una primera reunión en la que le entregué mis notas sobre el tema, yo sabía que no era un formato que pudiera satisfacer las expectativas de un académico como Héctor, pero mi interés era que hiciera la construcción del marco teórico sin mi ayuda, para que quedara convencido de que mi propuesta no era innovadora, solo revolucionaria.

El mes para su anunciada partida a Argentina transcurrió casi inadvertido y una tarde quince días después de iniciada su ausencia, recibí una llamada desde Buenos Aires.

- ¿Haló?, ¿sos Juan José?

- Sí, soy yo, ¿y allá quién? ¿Gonzalo?

- Ese mismo, ¡que bueno que te encuentro en casa!

- Sí, a mí también me alegra poder saludarte ¿Para qué soy bueno?

- Pues en realidá soy yo el que espera ser útil de alguna manera... es que por aquí está un paisano tuyo muy activo haciendo preguntas sobre ti, y bueno, que me ha entrado la duda de si te conoce o tú le conoces, porque cuando vio la fotografía de grupo de tu despedida, dijo sorprenderse por lo diferente que ves.

Y ¿cómo es que dice que te acababa de ver en Madrid y no te reconoce en una foto de apenas hace tres años?, ¿acaso has ganado o perdido tanto peso como para que no te reconozca?

- Pues... no, no creo, pero... ¿de quién me hablas?

- De Héctor Fernández.

- ¡Ah!, pues mira, sí lo conozco y recién lo invité a que trabaje conmigo en un proyecto de investigación. Me extraña que haga preguntas sobre mi persona porque soy yo quien va a pagarle, y lo lógico sería que yo lo investigara a él, ¿no?, ¿y como que cosas pregunta?

- Pues de que si existe la posibilidad de que por acá te hubieras contagiado de alguna enfermedad mortal, que si tuviste crisis depresivas, que si te sometiste a terapia con algún psicólogo... que si te involucraste con alguna secta... bueno, cosas raras, que me dieron la idea de mejor platicarte lo que está pasando por acá.

- Hiciste muy bien Gonzalo, pero no te preocupes, para empezar no estoy enfermo de nada y Héctor no está en posición de tomar decisiones que me afecten, lo más que puede hacer es decidir no trabajar para mí, pero eso es todo.

- Pues me tranquilizas pibe, entonces te dejo, ¡he! y no dejes de escribirme.

- ¡Vale! pronto recibirás mis letras.

Me sentí triste y frustrado, Héctor había desconfiado de mi cordura debido a lo informal de mi anteproyecto de investigación y había visto una fotografía mía de hacía tres años que ponía en evidencia que en ese lapso envejecí cuando menos diez.

Urgido por el interés de eludir las preguntas que Héctor me haría a su regreso y la necesidad de buscar otro candidato para heredar mi mensaje, decidí viajar a México.

Pedí un permiso de ausencia en la Universidad y diez díasdespués de la llamada telefónica de Gonzalo abordé un vuelo de Aeroméxico.

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