RECUERDOS TRASCENDENTALES

De ReneIG

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Combinando magistralmente escenas y espacios de los siglos XVI, XX, y XXI viajaremos por México y Europa para... Mai multe

INTRODUCCION
PARTE I. CAPÍTULO I. Veracruz, 1532.
PARTE I. CAPÍTULO II. Los guajolotes
PARTE I. CAPÍTULO III. Arribo de la flota y salida rumbo a La Habana
PARTE I. CAPÍTULO IV. Cuba
PARTE I. CAPÍTULO V. El misterio de las Bermudas
PARTE I. CAPÍTULO VI. Mejoran las relaciones a bordo
PARTE I. CAPÍTULO VII. Arribo a España
PARTE I. CAPÍTULO VIII. El que se va de Sevilla pierde su silla
PARTE I. CAPÍTULO IX. Intento de acercamiento con la corte imperial
PARTE I. CAPÍTULO X. El encuentro con Ignacio de Loyola
PARTE I. CAPÍTULO XI. La Guadalupana en París
PARTE I. CAPÍTULO XIII. De Paris al Tirol
PARTE I. CAPÍTULO XIV. A las faldas de los Alpes.
PARTE I. CAPÍTULO XV. Innsbruck, la capital imperial
PRESENTACIÓN Y PRÓLOGO DE LA SEGUNDA PARTE
PARTE II. CAPÍTULO XVI. Un mensajero engendrado
PARTE II. CAPÍTULO XVII. Tepoztlán 1940
PARTE II. CAPÍTULO XVIII. Guadalajara 1963
PARTE II. CAPÍTULO XIX. Madrid
PARTE II. CAPÍTULO XX. Mi tío jesuita
PARTE II. CAPÍTULO XXI. México
PARTE II. CAPÍTULO XXII. La búsqueda de mi objetivo en la vida
PARTE II. CAPÍTULO XXIII. La recuperación de mi memoria
PARTE II. CAPÍTULO XXIV. México de mis recuerdos
PARTE II. CAPÍTULO XXV. Un político con tacha
PARTE II. CAPÍTULO XXVI. El vórtice
PARTE II. CAPÍTULO XXVII. El boicot
PARTE II. CAPÍTULO XXVIII. El mensajero
PARTE II. CAPÍTULO XXIX. El destino fatal del sujeto idóneo
PARTE II. CAPÍTULO XXX. Fin del relato
EPÍLOGO

PARTE I. CAPÍTULO XII. La pronta partida de París

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De ReneIG

   Un desconocido de fornida y agresiva apariencia estaba frente a la casa, se ocultaba tras los arbustos que bordeaban el Sena.

Observó la salida de don Iñigo y se percató de que llevaba un cuadro envuelto en un paño.

Espiaba desde el amanecer, nos había seguido cuando Rodríguez y yo escoltamos a fray Juan de ida y vuelta a la Iglesia de Nuestra Señora de París para cumplir con el obligatorio precepto de oír misa.

Xóchitl me alertó de su presencia desde el principio y le indiqué que yo tomaría cartas en el asunto usando solo recursos humanos.

El vigilante se mantuvo en su puesto hasta que horas más tarde fue reemplazado por otro igualmente torvo personaje que llegó escondiéndose tras la barda que corría a lo largo del río.

Yo decidí seguir al que se retiraba.

Lo vi dirigirse a la calle lateral y para no ser visto por el nuevo espía opte por salir de la casa por el balcón de mi habitación.

Corrí escaleras arriba, me asomé cauteloso para verlo pasar y cuando se había alejado lo que consideré suficiente para que no me escuchara, me descolgué a la calle.

Al seguirlo me oculte en portales y esquinas hasta que entró a otro palacete de la isla.

Xóchitl me sugirió que me hiciera invisible y que entráramos al lugar, yo acepte olvidar mi intención de usar solo recursos humanos y le pedí que me transfigurara, porque yo no podía hacerme invisible sin ayuda.

Mi siguiente petición fue que me diera la información que había recopilado usando las capacidades que a mí me negaban los motivadores conductuales que me hacían mimético a la época.

Me hizo saber que ahí se hospedaba Diego Delgadillo, ex oidor de la Primer Audiencia de Indias, de quien ya Zumárraga me había adelantado que era uno de sus peores enemigos.

Cuando ingresamos a la mansión vi al ex oidor cubriendo su rostro con la capa, mientras interrogaba al que había espiado nuestra casa.

- ¿Qué sucedió desde la mañana?

- El obispo y dos de su séquito asistieron a la primera misa en Notre Dame; después el único acontecimiento fue la llegada de un visitante que a su salida abordó el carruaje del obispo. Aparte de eso únicamente los sirvientes entraron y salieron.

- ¿Estás seguro de que el obispo no volvió a salir?

- Eeehh... sí estoy seguro de que después de misa, el obispo solo salió para despedir a su visita, estoy cierto de eso porque su figura es inconfundible.

- ¿No hay sirvientes obesos?

- En todo París no hay sirvientes obesos.

- Bien... y ¿quién fue la visita?

- Don Iñigo de Loyola; llegó a media mañana y salió poco después acompañado por el obispo y un asistente que cargaba un cuadro que colocó dentro del carruaje.

- ¿Sería ese cuadro la pintura de la Virgen?

- No lo sé, estaba cubierta, pero bien pudo ser así.

- ¿Crees que el obispo Zumárraga le daría a don Iñigo una reliquia que pertenece al emperador?

- Pues sí, porque si yo fuera él no me arriesgaría a entrar a tierra de iconoclastas con un icono en las manos.

- Tal vez tengas razón, en cuyo caso será necesario hacer una visita a don Iñigo y confiscar la pintura ¿puedes hacer eso?

- Sí, pero si algo sale mal el obispo Zumárraga y quienes lo cuidan quedarán alertados y se hará mucho más difícil acercarse a él.

- También en eso tienes razón. Por eso será indispensable actuar al unísono.

- ¿Se refiere a dar los dos golpes al mismo tiempo?

- Exacto.

- Se puede hacer, pero necesito un hombre adicional y el único que considero suficientemente confiable está fuera de París.

- ¿Qué significa eso de ser suficientemente confiable y cuál sería su encomienda?

- Es disciplinado, ágil, frío y magnífico con la ballesta. Su misión será eliminar al obispo con un tiro de ballesta cuando salga de la iglesia de Nuestra Señora a donde seguramente seguirá acudiendo a diario.

- ¿Y cómo será recuperada la pintura?

- Yo junto con mis dos ayudantes le arrebataremos la pintura a don Iñigo.

- ¿Cuánto tiempo requieres para integrar al tirador a tu grupo?

- Solo tengo que ir por él, cabalgaré toda la noche para regresar mañana al alba.

- Tráelo y si su facha me satisface quedará contratado. ¿Cuánto más necesitas?

- Un tanto igual al convenido.

El embozado personaje lanzó al espía un pequeño bolso de piel que con el seco sonido que produjo al ser atrapado reveló estar repleto de monedas.

- Si no acepto a tu recomendado tendrás que buscar otro sin modificar el precio. Ahora vete.

- Buenas noches su señoría.

Con la misma premura con la que entró, el sicario abandonó la casa.

Nosotros hicimos lo mismo y nos dirigimos a un solitario callejón en el que Xóchitl hizo que recuperamos nuestra visibilidad.

Nos convertimos así en una joven pareja que caminaba en búsqueda de un buen lugar para observar el espectáculo de la puesta del sol desde la Ile de la Cité.

Yo me sentía frustrado por estar limitado en mis capacidades y lo primero que se me ocurrió fue reclamar a Xóchitl por dosificarme la información que ella obtenía con facilidad.

- ¿Por qué no me alertaste antes de este complot?

- Porque no había tomado forma y no significaba un peligro.

- El que lo digas no me reconforta. ¿Se te olvidó que en la misión anterior yo fui ejecutado en un tris y en tus narices?

- No, claro que no, pero en aquella ocasión ya habías terminado tu misión y solo aprovechamos las circunstancias para que hicieras una salida espectacular.

- ¿Aprovechamos?, nunca lo discutimos, tú optaste por lo que consideraste la mejor solución.

- ¿Y no lo fue?

- La verdad no lo sé.

- Entonces no aleguemos. Ahora es diferente, la misión no ha terminado y tenemos que hacer lo necesario para frustrar lo que estos delincuentes están planeando.

- Sí, de acuerdo, tienes razón....

Cruzamos un puente y caminamos sobre la otra ribera del Sena, avanzamos distraídamente hasta dejar atrás el humilde caserío ribereño y nos internamos en un barrio de improvisadas casuchas.

Súbitamente una gavilla de harapientos comenzó a seguirnos, decidimos entonces regresar sobre nuestros pasos y cuando lo hicimos se abrieron en abanico en franco desafío, les dimos la espalda y corrimos como gamos. Nos ocultarnos tras una carreta abandonada en donde nos hicimos invisibles para caminar entre ellos con rumbo a la isla de París.

Fue divertido ver las expresiones de desconcierto de nuestros perseguidores al no podernos encontrar, y no pude resistir la tentación de zancadillear a más de uno como castigo a sus aviesas intenciones.

Xóchitl rio de buena gana, pero cuidando de que solo yo la escuchara.

- ¿Ves como puedes hacer más de lo que crees?, solo tenías que creer que puedes hacerlo.

- ¿A que te refieres?

- A que te hiciste invisible sin mi ayuda, ¿no te has enterado?

Yo sabía que estaba invisible pero no que lo estaba sin la ayuda de Xóchitl.

- ¿Sin tu ayuda?, ¡esto es fantástico!

¡Era verdad!, la urgencia de desvanecerme me tomó por sorpresa y ni siquiera lo pensé, vamos, ni siquiera se me ocurrió dudar. Para validar mi invisibilidad extendí mis manos y al no verlas sentí una indescriptible emoción.

- ¿Por qué me asusto de esto?

- Pues por los motivadores conductuales que te implanté, perdón, pero ya te he repetido hasta el cansancio las razones de habértelos dado.

- Sí, pero tener presente eso no me ayuda para alejar el extraño y profundo terror que me domina.

- También eso pasará con la repetición. Todas las emociones de los humanos se diluyen con la repetición.

En adelante pude incrementar paulatinamente el dominio de mis potencialidades suprahumanas, pero me dispuse a usarlas lo menos posible para no disminuir el disfrute de mi corporeidad.

Poco antes de cruzar el puente sobre el Sena me hice visible, mientras Xóchitl continuó sin poder ser vista. Al entrar a la casa el mayordomo me indicó que fray Juan me esperaba en la biblioteca y hacia ahí me dirigí.

- Buenas noches monseñor.

- ¡Pase usted don Mariano!, ahora sí me pareció larga su ausencia por lo urgido que estoy de informarle sobre el reinicio de nuestra jornada.

- Lamento haberlo hecho esperar, en cuanto usted lo disponga le daré los detalles y motivos de mi ausencia.

- ¡No es para tanto hombre!, yo le tengo toda la confianza y entiendo que un hombre joven como usted necesita espacios y momentos de libertad, ¡no se incomode!, que bien que lo entiendo.

- Gracias, pero el caso es que todo el tiempo de esta ausencia he estado trabajando por vuestra seguridad y tengo muchas cosas que informarle al respecto.

- Eso si suena distinto y grave don Mariano, pero bueno, lo que yo tengo que decirle es que ha llegado una misiva del emperador dándome audiencia dentro de un mes en vista de lo cual saldremos en dos días. Y... bueno, ¿qué hay de lo vuestro?, ¿qué es eso de mi seguridad que os ocupa?

- Pues que hoy por la mañana me percaté que estábamos siendo vigilados por un personaje que se apostó al otro lado de la calle, y me empeñe conocer de sus intenciones; a media tarde llegó su relevo y yo lo seguí para averiguar su destino y de ser posible conocer a su empleador.

Se dirigió a una mansión a un cuarto de legua de aquí, en donde permaneció por corto tiempo, después aprendí que ahí está hospedado Diego Delgadillo.

Zumárraga se congeló por la sorpresa de escuchar el nombre del lugarteniente de Nuño Beltrán de Guzmán, depuesto presidente de la audiencia de indias.

- ¿Y el relevo? ¿Qué hay de él?

- Sigue en su puesto.

- ¡Abrase visto tal audacia!, pero... ¿qué intenciones podrán estar detrás de esta vigilancia?

- Con seguridad las peores... yo creo además que debemos alertar a don Iñigo.

- ¿Y a él por qué?

- Porque el espía que seguí lo vio salir con el cuadro y seguramente ya se lo informó a Delgadillo, a quien se le puede ocurrir averiguar si se trata de la valiosa reliquia de la Nueva España que todos desean tener.

- ¡Váleme Dios!, ¡hasta donde puede llegar la maldad de los que buscan el poder por el poder mismo! Pues sí, ni hablar, estoy de acuerdo, de inmediato mandaré un emisario para poner al tanto a don Iñigo.

- Le pido ser yo ese emisario. Deseo conocer de primera mano el tipo de protección a la que puede tener acceso.

- Muy prudente de su parte don Mariano, pero estoy seguro que encontrará que don Iñigo se basta el mismo para eso de defenderse.

- Me supongo que es así, mi padre me ha referido con mucho entusiasmo de sus dotes de soldado y buen espadachín.

- A eso me refiero, don Iñigo por ahora tiene en su haber más experiencia de guerra que de acción pastoral, y por lo que deduzco de sus comentarios está decidido a sumar esa experiencia al logro de sus metas espirituales, para constituirse según sus palabras en soldado de Cristo.

- ¿Cómo los cruzados?

- No, no exactamente, no pretende llevar la espada al cinto y la cruz en la frente, más bien usar de la disciplina y constancia de un buen soldado.

- ¿Dispuesto a tomar la espada de ser necesario?

- No creo que eso forme parte de la intención de don Iñigo, pero aunque le conozco poco yo diría que su naturaleza siempre le predispondrá a enfrentarse a la injusticia en cualquier terreno.

- Bien, pues por ahora lo urgente es ponerlo al tanto de la situación. Si no se os ofrece algo más iré de inmediato donde don Iñigo.

- Adelante don Mariano, adelante.

Fray Juan quedó sumido en su sillón con la tristeza reflejada en su rostro, lo conturbaba el hecho de sentirse amenazado por un enemigo como Nuño Beltrán de Guzmán, tan sin escrúpulos y tan resentido.

Yo salí a la calle con paso decidido y me dirigí hacia el vigilante en turno quien al verme venir titubeó entre alejarse o enfrentarme, pero tras juzgar mi apariencia salió de su escondite, se plantó rígido sobre sus rectas piernas abiertas en ligero compás y echó mano a su espada para desenvainarla unos diez centímetros.

En esa postura me esperó decidido a todo.

- ¿Qué se le ofrece? -Le dije con firmeza-

- ¡Nada que sea de su interés!, ¡puede estar seguro!

- Entonces en nada le afectará ir a vigilar otra casa, o ¿hay algo en la mía que le haya hecho permanecer observándola por horas?

- Si me place y aseguro que así es, puedo quedarme en cualquier punto de la calle sin dar explicaciones. Más le conviene regresar por donde vino y evitarse problemas.

- Su presencia frente a mi casa me incomoda, por lo que le pido que se retire al instante.

- Es usted demasiado enclenque para permitirse hablar con esa autoridad, espero que sepa respaldar su insolencia.

Diciendo eso hizo el intento de sacar su espada, pero con mi mano sostuve su antebrazo con una facilidad que lo sorprendió sobre manera.

- No se precipite, ni adelante juicios sobre mi fuerza –dije amenazante-, le aseguro que tengo la suficiente para quitarlo de en medio sin sudar una gota.

El rudo soldado dio un paso hacia atrás para dar a su espada más espacio para salir de la vaina, pero al sentir el dolor que le produjo la presión de mi mano regresó a su posición original sin dar crédito a lo que estaba sucediendo.

- ¿Quién es usted que así me retiene?

- Si no se aleja de inmediato seré su juez y verdugo.

- Sin decir más mi sorprendido contrincante aflojó los músculos y yo en respuesta solté su brazo. Al poco desapareció bordeando el río con paso presuroso.

Resuelto el escollo cruce al otro lado del Sena y me dirigí a donde don Iñigo en el barrio de los estudiantes que también era conocido como barrio latino, a causa del constante uso del idioma latín que ahí se hacía.

Llegué a mi destino sin contratiempos a pesar de la obscuridad y el complicado trazo de calles y callejones. Aunque a decir verdad no lo hubiera logrado sin la ayuda de Xóchitl, ya que no fui capaz de manejar mis capacidades adicionales con fluidez.

Al llamar a la puerta me sorprendió que en atención a mis toquidos fuera don Iñigo quien sin preguntar nombre o asunto la abriera de par en par.

- ¡Buenas noches don Mariano!, ¿a qué se debe su sorpresiva visita?

Conocedor de las personas y sus actitudes como lo era, dedujo con solo verme que no estaba yo ni atribulado ni consternado, así que se dispuso a dejar fluir la comunicación sin especular sobre mis motivos.

- Nada grave, pero sí confidencial –respondí-, ¿hay condiciones en su casa para platicar en privado?

- Por ahora estoy solo ya que los dos amigos con quienes comparto el lugar regresarán hasta mañana, así que lo que me diga quedará entre nosotros.

- Señor... yo, bueno pues....

- Pero don Mariano, que realmente me sorprende su titubeo, la imagen que usted proyecta no es la de un hombre que se queda sin palabras de repente.

- Y no lo soy señor, solo que no sé por donde empezar sin perder claridad ni credibilidad. Mire usted, lo que sucede es que me percaté hoy que la casa estaba vigilada por un espía quien tras terminar su turno y dejar un relevo fue a rendir su informe a Diego Delgadillo, un ex oidor de la primer audiencia de Indias al servicio de Nuño Beltrán de Guzmán quien siendo presidente de dicha audiencia fue removido por Su Majestad a sugerencia de fray Juan, con lo que se convirtió en enemigo jurado del señor obispo.

Sospecho que Delgadillo intentará apoderarse de la pintura que fray Juan le entregó y por esa razón solicité a fray Juan que me autorizara venir a avisarle sobre una posible agresión a su persona.

- Pues vaya forma de soltar las bridas de la lengua don Mariano, primero no se atrevía y después me ha dicho todo en concreto y con tal claridad, que ya no tengo que preguntarle, pero aún así, dígame ¿cómo es que averiguó usted el nombre del empleador del espía y su intención con respecto de esta pintura?

Al formular su pregunta don Iñigo señaló con su índice la pintura que descansaba sobre una silla.

- Seguí al espía hasta una casa no muy lejana de la que ocupamos y supe el nombre de quien ahí vive de una joven de la servidumbre, ya con ese conocimiento y ante la seguridad de que el espía le había visto a usted llevarse ese cuadro, temo que buscará la manera de quedarse con tan valiosa reliquia.

- ¿Cómo es que logró tan expedita colaboración de la servidumbre?

- Señor, seguramente como soldado que fue no le resulta novedoso que en la guerra y en el amor todo es válido. Pues yo tengo que confesar que para eso de obtener información siempre busco al más bello rostro de mujer y siempre encuentro la respuesta que deseo.

Don Iñigo rio de buena gana y me echó su brazo sobre los hombros para dirigirme a un sillón que me ofreció con cortesía.

- ¡Claro que entiendo! - Me dijo con un tono de camaradería que me hizo olvidar que mi interlocutor no era ya un soldado-, por favor siéntese y perdone mi rudeza por no haberle ofrecido con anterioridad que se sentara, pero es que mis modales no han dejado de ser de militar con mando y en verdad que al verlo me sentí remontado a mis días en la milicia ¿Conocía usted con antelación a alguno de los espías?

- No, nunca los había visto antes, pero del que seguí supe por mi amiga que habla francés con fuerte acento español, por lo que creo que es español como lo es sin duda el relevo que dejó en su lugar para vigilar la casa.

- Y ese relevo, ¿sigue frente a la casa?

- No, ya no. Cuando salí hacia acá hace unos minutos, lo enfrenté y le ordené retirarse.

- ¡Vaya forma de relatar un enfrentamiento con un enemigo!, ¿solo le pidió que se fuera y se fue?

- Pues sí, porque solo fue necesario aplicarle un pequeño truco de control físico para que quedara convencido de que no le convenía seguir adelante con su propósito.

- ¡Me sigue sorprendiendo don Mariano!, ¿qué clase de truco?, y mire que no es que dude de usted pero en verdad me corroe la curiosidad por saber como es que un mozo como usted de regular fortaleza, pudo ahuyentar sin dificultad a un mercenario español contratado por un canalla con dinero y sin escrúpulos.

- Pues el mercenario en cuestión pensó lo mismo con respecto de mi fortaleza y eso constituyó mi ventaja. En realidad esa ha sido mi ventaja en muchas ocasiones, prácticamente todo mundo me prejuzga en desventaja y eso me da la ventaja de la sorpresa.

- ¡Vaya con el mozo! -expresó sonriente sin dejar de mostrar una pícara expresión de simpatía-, insisto, mi curiosidad se incrementa a cada nuevo avance de su relato, ¡venga ese brazo!, ¡deseo probar su fortaleza!

Despejó con agilidad su mesa de trabajo y poniendo su codo sobre ella me invitó a medir fuerzas, estaba feliz y travieso, en ese momento, en eco a su actitud yo me convertí en un mozalbete menos maduro de lo que se podía espera de los veintidós años que mostraba mi apariencia física, lo miré divertido y no me pude negar a seguir el juego, coloqué mi codo en la mesa y mi mano en la suya.

El primer impulso de su brazo se topó con la resistencia del mío y su sorpresa fue como la de mi adversario de hacía no más de una hora.

- ¡Coño!, ¡está usted pétreo, don Mariano!, tal parece que el brazo que me opone es de hierro y no de carne.

Intentó de nuevo y las venas de su cuello se expandieron mientras sus mejillas se arrobaban.

- ¡Jesús!, ¡no puedo dejar esto en este punto, aún con el riesgo de que se me suelte un gas! –Dijo entre dientes-

Y empujo y pujo, y sí... soltó una breve y ruidosa flatulencia mientras reía sin dejar de dirigir su energía a su brazo. Yo inicié mí ofensiva y lentamente, para no lastimar al buen escolar de cuarenta y un años, llevé el dorso de su mano hacia la superficie de la mesa, al pasar los sesenta grados de inclinación sobre la vertical cesó toda oposición y terminó la contienda.

Me miró con alegría y cariño, como un niño a un héroe épico.

- ¡Eso si que estuvo bueno don Mariano!, nunca me habían vencido de manera tan sencilla, sin duda su fortaleza no es la que aparenta ni por su edad ni por su complexión. Un favor más y disculpe mi ocurrencia, pero, ¿podría quitarse la camisa?

Yo accedí sin decir palabra. Sabía que Xóchitl me había provisto de un físico perfecto, ya que por así decirlo tenía los planos originales, pero nunca me había detenido a pensar sobre las ventajas que eso podía representar en medio de una sociedad que aunque dependiente de la fortaleza física prácticamente para todo, no tenía ni la información ni las condiciones para mantener una dieta que no agrediera a la salud.

Don Iñigo me observó con asombro.

- ¡Ni un gramo de grasa!, ¡solo músculos bajo la piel!, ¿pues de donde salió usted don Mariano?, ¿del cincel de algún griego perfeccionista?

- No señor, solo de la disciplina en el comer y de ejercitar el cuerpo cada día.

- Pues lo felicito, en lo que a mí respecta ya no preguntaré más, pero sé a ciencia cierta que ni yo ni nadie de los muchos que conozco, podría jamás logra tener los músculos que usted tiene y vístase que me esta dando una insana envidia por lo que no tuve ni en mis mejores años.

Me vestí y me senté en el sillón que previamente me había sido asignado.

- Bien don Mariano, gracias por su complacencia a mi curiosidad y volvamos al asunto que lo trajo a mi casa, ¿está seguro que tratarán de quitarme la pintura de la Virgen?

- No tengo dudas al respecto y vengo a ofrecerle el apoyo que usted considere necesario para evitar que así suceda.

- Joven amigo, le agradezco su preocupación pero por ahora es suficiente con que me haya alertado, lo que haré es desmontar el lienzo para ocultarlo. Por lo demás puede estar seguro que me sé defender aún y a pesar de la rigidez de mi rodilla, por otro lado, tengo confianza plena en la protección de la Divina Providencia y la seguridad de que sé como ayudarla a que me ayude.

- ¿Tiene usted alguna arma que pueda usar en caso extremo?

- Si claro ahí en la pared puede usted ver ese trío de sables, pero de eso ni hablar, aunque sé usarlos, no serán bajo ninguna circunstancia mi primera opción. Lo que sí haré es alertar a la milicia de estudiantes para que redoblen la vigilancia en esta zona.

- Bien, pues yo le reitero que mi espada esta a su servicio y que estoy haciendo y haré lo necesario para reducir la posibilidad de que usted o fray Juan sean perturbados de alguna manera.

- Gracias don Mariano, le creo y le agradezco su buena disposición, sin duda fue la mano de la divina providencia la que lo puso a usted en el camino de fray Juan.

Yo me levanté e hice el intento de besar la mano de don Iñigo para despedirme con propiedad, pero él la retiró argumentando que aún no había sido ordenado.

Ya se había ocultado el sol cuando caminé de regreso a casa desoyendo el ofrecimiento de Xóchitl de hacerlo con su ayuda; al llegar me encontré con la sorpresa de que todos los miembros de nuestra escolta estaban en la calle.

- ¿Cuál es la causa de este alboroto? -Pregunté al capitán Ramírez quien con los brazos cruzados sobre el pecho estaba plantado a media calle bajo la luz de las antorchas que portaban varios de sus soldados-

- Sin duda su imprudencia don Mariano –me dijo con modo agrio-, ¿por qué no me notificó usted sobre lo que acontecía en lugar de tomar todo el asunto en sus manos?

- Porque no lo creí necesario, ¿sabe el señor obispo sobre su actitud hacia mí por lo que usted llama mi imprudencia?

- Fue él quien me informó de todo y al momento le hice conocer mi molestia hacia su insubordinada y sospechosa actitud.

- ¿Insubordinada y sospechosa actitud? –Repliqué con severidad- ¡Le exijo que se explique con claridad y exponga sus razones!

- ¡Cuide sus palabras!, usted no es nadie para pedirle cuentas a un capitán de la guardia de la Reina y menos aún para usurpar la función de protección que me fue encomendada.

- No pretendo cuestionar ni su autoridad ni sus funciones, así que doy por concluida esta conversación.

Con paso decidido reinicié mi marcha hacia la entrada de la casa, pero el iracundo militar no estaba dispuesto a ser ignorado y me dio alcance para asirme por el brazo izquierdo con su mano del mismo lado, mientras me decía en un tono bajo pero con autoridad.

- No tan aprisa don Mariano, antes tiene que explicarme por qué alertó usted al espía y evitó que yo lo aprendiera para interrogarlo.

Al darme cuenta de que el capitán no pensaba cejar en su idea de que yo formaba parte de algún complot, opté por tomar las riendas del asunto y sin sobresaltos puse mi mano derecha sobre la suya con que me sujetaba; con mi pulgar doblé hacia adentro su dedo cordial hasta producirle un severo dolor; dejó de ejercer presión sobre mi brazo pero no permití que retirara su mano y el no forcejeó para no correr el riesgo de quedar en ridículo ante sus subalternos.

Aproveché su descontrol y antes de que reaccionara con nueva violencia le dije en secreto.

- Ahora soy yo el que le pide que me acompañe y si se opone le romperé el dedo.

Sin decir más, avanzó tras de mí aparentando que era él quien me guiaba, así cruzamos el salón principal y entramos en la biblioteca ante la sorprendida mirada de fray Juan, quién estaba sentado en uno de los suntuosos sillones de la sala.

Ya en la biblioteca, cerré la puerta con mi talón izquierdo y sin soltar el dedo del militar lo forcé a sentarse. Cuando lo solté inmediatamente se atendió su mano con la otra, yo me senté tranquilamente frente a él y continué mi argumentación.

- Mire usted señor Capitán, tengo que insistirle en que respeto su autoridad. No lo involucré en el momento que usted hubiese deseado porque hubiera resultado inconveniente, yo ya había averiguado el nombre de quien dirige la conspiración, con seguridad el señor obispo ya le comentó que se trata de Delgadillo por mandato de Nuño de Guzmán, quien se encuentra en París bajo la protección del rey de Francia.

¿Cree usted que una confesión de ese mercenario sería suficiente para pedir al rey de Francia que retire su apoyo a Delgadillo?, yo creo que no, y que no es conveniente iniciar un conflicto ahora que su majestad don Carlos cuenta con poder transitar por Francia en caso de ser necesario.

El capitán levantó la vista y sin temor ni ira me dijo.

- Tiene usted razón, pero no tiene por qué asumir que yo no sabría manejar el problema y menos usar ese juicio sobre mí para justificar su actuación, por otro lado está la afrenta a mi orgullo por la forma en que me dominó, me incomoda sobremanera no entender la naturaleza de su fuerza y no haber podido controlarlo, ¿donde aprendió usted el truco que me aplicó?

- Todo lo que sé, tiene su origen en mi padre.

- ¿Y esas enseñanzas incluyeron el manejo de las armas?

- Sí claro, pero sinceramente espero no tener nunca que mostrárselo.

- Me temo que eso ¡es lo que deseo!

Súbitamente Ramírez se incorporó mientras desenfundaba su espada dispuesto a poner en claro por qué formaba parte del mejor ejército de Europa.

Yo estaba sentado en un ligero sillón y al tiempo que él se ponía en pie hice lo propio y me flexioné hacia atrás para apoyarme con las manos en los descansabrazos y realizar una pirueta que me dejó de pie atrás del respaldo; mi sorprendido enemigo se congeló unos segundos y yo aproveche esa oportunidad para desenfundar mi espada.

No pude evitar sonreírme ante su expresión y él sorpresivamente bajó su espada y me sonrió en reciprocidad.

- Me declaro vencido don Mariano, nunca podría resultar victorioso contra alguien con esa rapidez y agilidad, pero... aún no confío en usted.

- ¿Qué puedo hacer para ganar su confianza? –Expresé realmente interesado en limar asperezas-

- Decirme todo sobre usted, ¿quién es usted realmente?, ¿de donde esa seguridad que contrasta con su edad?, ¿quién lo entrenó?, ¿por qué actuó solo y canceló mi participación a sabiendas de que yo soy el responsable de la seguridad de fray Juan?

Al escuchar la pregunta sobre quien soy realmente me la repetí mentalmente y me sentí sorprendido por no estar seguro de la respuesta. Sé por repetidas experiencias que los humanos suelen creer que los seres de luz, si es que realmente existimos, tenemos las respuestas para todo, lamento decir que no es así y que paradójicamente consideramos un privilegio no saber todo, porque eso es lo que nos posibilita disfrutar de nuestra existencia ejerciendo el don del libre albedrío. Si lo supiéramos todo no tendríamos nada que analizar, nada que aprender, ni nada que experimentar, y por tanto no tendría caso tener libertad de decisión.

- ¿Don Mariano...?

La voz del capitán canceló mi abstracción y comencé a balbucear mi respuesta.

- Sí, disculpas... sí... me pregunta sobre quién soy, pues soy un súbdito de su majestad Carlos V, nacido en Barcelona, hijo y nieto de hidalgos, amante de la belleza en todas sus formas y fiel servidor de la verdad; ¿mi seguridad?... estimado capitán, un hombre que pretenda mantenerse vivo no puede comportarse ni con dudas, ni con temores, tengo más temor de dudar que de equivocarme y creo que bien harían todos en pensar de esta manera; ¿quién me entrenó?, como le dije todo proviene de mi padre, pero no solo de él he aprendido, porque él me enseñó a aprender de todos y a beneficiarme de eso, usted mismo es uno de mis maestros y en este momento me esta beneficiando con su sabiduría, por último, la razón de no avisarle no tiene nada que ver con mi reconocimiento de su autoridad, me percaté de la vigilancia poco antes de que el espía del primer turno fuese relevado y cuando lo vi alejarse opté por seguirlo porque intuí que iría a reportar lo observado y me pareció indispensable identificar a nuestro verdadero enemigo.

- Y, ¿cómo es que salió de la casa sin ser visto por el segundo vigía?

- Afortunadamente, el primero se fue por la calle lateral por lo que después de que dobló la esquina no pudo ser visto por el otro, así que corrí a mi habitación, vi pasar bajo mi balcón al espía que se alejaba, esperé hasta que consideré que ya no miraría hacia atrás y me descolgué a la calle.

- Pero eso es demasiado alto, ¿no?

- Pues sí pero no de una altura suficiente para detenerme.

- Eso también tengo que creerlo después de atestiguar su agilidad, pero... ¿y esa fuerza descomunal?

- Pues a mí me resulta natural y espero mantener el favor de Dios para tenerla siempre, a mí nunca me ha parecido extraordinaria pero varias personas así me lo han expresado.

- Yo entre ellas, porque en verdad su fortaleza física está totalmente fuera de lo común y produce el temor de estar en total desventaja frente a alguien quien al momento de desearlo puede dominarnos y... aniquilarnos.

- Temor totalmente sin fundamento, no he aniquilado a uno solo de mis enemigos y mucho menos a alguno de mis amigos, le ruego que cuando menos me otorgue el beneficio de la duda y me dé la oportunidad de demostrarle mi amistad.

- Pues accedo gustoso, pero más por la certidumbre de que no deseo ser su enemigo que por la desaparición de mi desconfianza hacia usted.

- Agradezco su claridad y le aseguro que a cada momento tendrá usted más evidencias de mi sinceridad.

- Así lo espero don Mariano, pero bueno, ¿considera que debo de estar enterado de alguna otra cosa?

Dudé en darle la información que había obtenido con ayuda de Xóchitl porque eso implicaría una no autorizada intervención, pero no hacerlo me forzaría a ser yo el que contuviera a los conspiradores, lo que también podría constituir una desautorizada intervención. Ante tal disyuntiva opté por apoyar a Rodríguez y dejar la solución del problema en sus manos.

- Pues si... algo de vital importancia que aún no he podido reportarle. Tuve la oportunidad de escurrirme tras los setos de la fachada de la casa de Delgadillo, con tan buena suerte que llegué precisamente a la ventana de la habitación donde realizaba la entrevista con el espía; me enteré así que planean asesinar a nuestro obispo y asaltar a don Iñigo para arrebatarle la pintura que fray Juan le obsequió hoy por la mañana.

El rostro de Ramírez se contrajo en sorpresa y furia de manera alternada y cuando finalicé me dijo imperioso.

- ¡Deme la dirección de esa casa! ¡En este momento la tomaré por asalto!

- Creo que es lo conducente –dije con serenidad- pero permítame terminar de informarle y tome la decisión que considere adecuada.

Planean actuar pasado mañana, el mercenario reclutará hoy por la noche a un experto ballestero y mañana al alba se lo presentará a Delgadillo, así que un asalto ahora redundará solo en la captura del ex-oidor sin que existan pruebas de su conspiración.

- Entiendo, no salgo de mi sorpresa por su eficiencia don Mariano, le agradezco su invaluable ayuda y le pido que deje todo en mis manos, puede estar seguro que no permitiré ninguna agresión a fray Juan.

En saliendo de aquí informaré al señor obispo de los preparativos del viaje que reiniciaremos pasado mañana, ¿desea usted estar presente?

- Si usted me lo permite lo acompañaré hasta donde fray Juan y le pediré a él su venia para ausentarme, tengo un hambre atroz y si no tomo algún alimento comenzaré a desfallecer.

- ¡Ja!, por lo que veo, su serenidad y cordura son lo único que no encaja con su edad, ¡claro hombre!, no faltaba más, vaya usted a la cocina que yo le explicaré al señor obispo de su urgente necesidad.

Esa súbita actitud paternalista de parte de quién hacía unos momentos me agredió espada en mano, a más de sorprenderme trajo a mi ánimo un demandado reposo, me despedí doblando la cerviz y salí de la biblioteca.

De pie en el centro de la sala encontré a fray Juan mirándome con ansiedad.

- ¿Todo bien don Mariano?

Me dijo con la tranquilidad que le dio verme de buen talante.

- Sí, todo bien –respondí-, el señor capitán le dará los detalles para nuestra partida y las medidas de seguridad que pondrá en práctica, y si usted no dispone otra cosa me gustaría comer algo, porque con el ajetreo de hoy no he podido probar alimento desde la mañana.

- Sí claro don Mariano, ya me imagino el hambre que tendrá después de un día tan tenso y azaroso. ¿Desea que llame al mayordomo para que le sirvan o prefiere pasar directamente a la cocina?

- Prefiero ir la cocina para abreviar, gracias por el ofrecimiento.

Al salir del salón y entrar al comedor, me topé con el mayordomo que estaba como siempre cerca de donde estuviera fray Juan para atender a su llamado con prontitud, me saludó con un breve movimiento de cabeza y me dio paso a la cocina, en donde me sorprendí de lo concurrida que estaba y es que a esa precisa hora la mayoría de la servidumbre estaba cenando.

De inmediato me fue ofrecida una silla y Monic puso frente a mí un plato con quesos, una hogaza, un vaso y una jarra de vino tinto.

Pero eso fue solo el principio de un desfile de delicias que eran guisos y postres del día y el anterior.

Como dije antes, el viajar bajo el amparo del escudo de armas de la Reina de España y Portugal nos hacía objeto de deferencias especiales que se concretaban mayormente en halagos al paladar.

Describir todo me resulta imposible, pero se trató de un banquete de reyes que aún recuerdo con nostalgia.

¡Que bellaes la vida!

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