RECUERDOS TRASCENDENTALES

By ReneIG

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Combinando magistralmente escenas y espacios de los siglos XVI, XX, y XXI viajaremos por México y Europa para... More

INTRODUCCION
PARTE I. CAPÍTULO I. Veracruz, 1532.
PARTE I. CAPÍTULO II. Los guajolotes
PARTE I. CAPÍTULO III. Arribo de la flota y salida rumbo a La Habana
PARTE I. CAPÍTULO IV. Cuba
PARTE I. CAPÍTULO V. El misterio de las Bermudas
PARTE I. CAPÍTULO VI. Mejoran las relaciones a bordo
PARTE I. CAPÍTULO VII. Arribo a España
PARTE I. CAPÍTULO VIII. El que se va de Sevilla pierde su silla
PARTE I. CAPÍTULO IX. Intento de acercamiento con la corte imperial
PARTE I. CAPÍTULO X. El encuentro con Ignacio de Loyola
PARTE I. CAPÍTULO XII. La pronta partida de París
PARTE I. CAPÍTULO XIII. De Paris al Tirol
PARTE I. CAPÍTULO XIV. A las faldas de los Alpes.
PARTE I. CAPÍTULO XV. Innsbruck, la capital imperial
PRESENTACIÓN Y PRÓLOGO DE LA SEGUNDA PARTE
PARTE II. CAPÍTULO XVI. Un mensajero engendrado
PARTE II. CAPÍTULO XVII. Tepoztlán 1940
PARTE II. CAPÍTULO XVIII. Guadalajara 1963
PARTE II. CAPÍTULO XIX. Madrid
PARTE II. CAPÍTULO XX. Mi tío jesuita
PARTE II. CAPÍTULO XXI. México
PARTE II. CAPÍTULO XXII. La búsqueda de mi objetivo en la vida
PARTE II. CAPÍTULO XXIII. La recuperación de mi memoria
PARTE II. CAPÍTULO XXIV. México de mis recuerdos
PARTE II. CAPÍTULO XXV. Un político con tacha
PARTE II. CAPÍTULO XXVI. El vórtice
PARTE II. CAPÍTULO XXVII. El boicot
PARTE II. CAPÍTULO XXVIII. El mensajero
PARTE II. CAPÍTULO XXIX. El destino fatal del sujeto idóneo
PARTE II. CAPÍTULO XXX. Fin del relato
EPÍLOGO

PARTE I. CAPÍTULO XI. La Guadalupana en París

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By ReneIG

   El amanecer parisino fue maravilloso, la doncella que había conocido a mi llegada llevó hasta mi cama unas tibias y aromáticas piezas de pan, acompañadas para mi sorpresa por una humeante taza de chocolate.

Más tarde cuando indagué sobre el asunto, fray Juan me puso al tanto de que María Negra había abastecido para nosotros una pasta de cacao, vainilla, azúcar y leche, y que con la ayuda de la ama de la mansión de Sevilla había incluido instrucciones escritas para su preparación; lo que no me dijo ni pregunté fue la razón de que la sorpresa fuese reservada para París.

Cuando una hora más tarde bajaba las escaleras, un sirviente me informó que el señor obispo me esperaba en la biblioteca.

- Buenos días su eminencia. ¿Le hice esperar mucho?

- En realidad no don Mariano, estoy preparándome para una plática que tendré con don Iñigo de Loyola y requiero de su ayuda en dos asuntos.

- Usted diga y yo haré lo que se requiera.

- Primero que arme usted este marco –me señaló ocho molduras de madera que estaban sobre el escritorio-, y monte este lienzo en él -extendió su brazo para señalar un alargado rollo-, después que se encargue de asegurar que la reunión que tendré a eso del medio día se desarrolle en absoluta pri-va-ci-dad.

Para enfatizar su interés elevó el tono y separó cada sílaba de privacidad.

El lienzo mencionado por fray Juan era la copia de la imagen del ayate de Juan Diego que había realizado Marcos Cipac y que había estado expuesta en su camarote hasta que yo la había desmontado previo a nuestro arribo a Cádiz.

- Cuente vuestra merced con eso –dije al tiempo que comencé a armar los dos bastidores del marco usando un vaso de vidrio como martillo-.

Para asegurar la privacidad que me indica –continué-, solicito su permiso para levantar un censo de los habitantes de esta casa, para después ordenar que todos estén a mi vista mientras usted esté en su reunión, de esa manera podremos estar seguros de que nadie usará algún recoveco de la construcción para escuchar en secreto.

- ¡Me sorprende gratamente vuestra prudencia don Mariano! Y bueno, tiene usted razón, estando en casa ajena no sabemos ni de modos ni de mañas, así que es mejor tomar precauciones. ¡Adelante pues!, pero mire, no me gustaría que alguien vea la pintura, así que antes de que continúe por favor pida al mayordomo que entre para que lo instruya debidamente.

Abrí la puerta y me dio la impresión de que el elegante sirviente acababa de separar la oreja de la madera. Lo invité a entrar y antes de que se repusiera de la sorpresa fue informado de que debía darme su total colaboración.

Le solicité que me dictara todos los nombres del personal y les ordenara que estuvieran prestos para ser entrevistados uno a uno, después lo despedí.

Tras terminar de armar el marco y fijar el lienzo salí de la biblioteca e interrogué a cuatro sirvientes más para que me nombraran a todos sus compañeros y compañeras.

Los nombres coincidieron y como corroboración definitiva pedí que todo el personal se presentara ante mí.

Con mi informe Zumárraga obtuvo la tranquilidad que yo deseaba para que en su reunión con don Iñigo se expresara con toda libertad sobre la aparición de la imagen de La Virgen.

Para enterarme de cualquier inconveniencia no requería de tanto alboroto, porque pude haber pedido ayuda a Xóchitl, pero eso no habría proporcionado evidencias válidas para fray Juan.

De todos modos solicité ayuda y Xóchitl me confirmó que no tenía de que preocuparme.

La reunión inició puntualmente al medio día, yo me aposté en el recibidor principal desde donde veía la entrada a la biblioteca, a mi lado estaban sentados según lo indiqué un hombre y tres mujeres del personal, el mayordomo deambulaba en el salón principal pretendiendo revisar la pulcritud de pisos y paredes, en el primer piso la mucama que ya he mencionado hacía la limpieza de las recámaras, la cocinera estaba en su puesto y el jardinero podaba las flores del frente.

Xóchitl, en estado de invisibilidad no se despegó de don Iñigo de Loyola desde que entró a la casa y me transfirió telepáticamente todo lo que se dijo en la reunión.

- Buenas tardes fray Juan, ¿descansó usted debidamente?

- Más que bien don Iñigo, ignoro la razón, pero París siempre ha tenido en mí un efecto relajante, tal vez sea el ambiente estudiantil y culterano.

- Seguramente por ahí está la causa, pero solo por ahí, porque a últimas fechas los más cultos e instruidos son los que más violentamente se confrontan.

- Sí, lo sé, sin duda la herejía desatada por Lutero lo está envenenando todo.

- Fray Juan, yo soy un católico convencido y sin dudas, pero tengo un punto de vista diferente, espero que exista más adelante la oportunidad de exponerle mis ideas y razones, pero lo urgente es que comentemos sobre lo que nos ha reunido aquí y que es mi sentir que se trata de un asunto más delicado de lo que por ahora sucede en París.

- Pues me alegra y angustia a la par su valoración, porque es siempre bueno no sentirse solo en cualquier congoja, pero por otra parte no es alentador que se nos confirme que la tribulación es justificada.

- No se angustie, que lo que yo veo delicado es el impacto de la noticia en el tormentoso ambiente político, pero como teólogo y seguidor de Jesús me siento feliz por tener el privilegio de enterarme de que hay un mensaje de los cielos que requiere de un cuidadoso escrutinio.

- ¿Entonces usted asume de entrada que se trata de un mensaje de los cielos?

- Después de leer lo escrito por fray Pedro no tengo duda, pero a la vez quedé convencido de que se trata de un mensaje selectivo y que estamos obligados a profundizar en su propósito.

- Pero por favor siéntese don Iñigo y disculpe mi desatención, lamento haber dejado que mi entusiasmo me hiciera olvidar las buenas maneras.

- No os sintáis mal, que realmente el asunto es asaz cautivador y vuestra merced lo ha tenido que revisar en la soledad del viaje por meses, así que está más que justificada su urgencia por ser escuchado.

- Gracias por su compresión, en realidad sí me ha pesado mucho no poder platicarlo abiertamente. Mi secretario es un hombre muy inteligente e informado pero siendo él seglar no hubiera sido adecuado involucrarlo en mis reflexiones; con usted me siento arto confortado dado que su comprobada sabiduría y lealtad a Roma me dan la seguridad de la valía de su consejo.

- Soy yo quien agradece la deferencia, pero bueno... entremos en tema.

Tras de leer todo el contenido de este legajo... – Don Iñigo tocó con la mano abierta los documentos que descansaban en su regazo y continuó-, quisiera que usted me diera su venia para preguntarle sobre algunos puntos que me ayudarán a ubicarme mejor.

- Usted dirá, estoy a sus órdenes –Aceptó fray Juan-

- ¿Qué sentimientos se agolparon en su pecho cuando vio surgir la imagen?

- En secuencia, sorpresa, asombro, miedo, felicidad.

- ¿Felicidad?, ¿por qué?

- Por la paz que invadió mi corazón, fue... es... indescriptible, permítame darle un antecedente importante, yo... bueno... esa no fue la primera vez que yo vi esa imagen... la primera vez correspondió a la visión real de una persona de carne y hueso que responde al nombre de María viuda de Siervo.

El caso es que cuando estaba ensayando una escenificación con fines catequistas, la llamé a mi presencia para consultarle sobre unas palabras del lenguaje de los indios, y al verla no pude más que decirle emocionado y feliz que se veía como la mismísima Virgen María.

Se veía tan bella que su imagen se quedó grabada en mi memoria en forma perene; por eso cuando vi esa misma imagen de rostro y ropaje revelarse milagrosamente ante mis ojos en la burda manta del indio Juan Diego, entendí claramente que me estaba diciendo "Soy la mismísima Virgen".

- Eso no lo relata fray Pedro, ¿por qué? –Inquirió don Iñigo-

- Yo se lo comenté pero convenimos que su reporte solo incluiría lo que él atestiguó; lo que sí hizo fue sugerirme que cancelara la presencia de doña María Siervo en la obra, cosa que hice con total convencimiento de lo adecuado de la medida.

- ¿Y cuáles fueron las razones de peso para cancelar la participación de doña María en la representación?

- Las de que habrían surgido toda suerte de especulaciones, por otro lado, antiguamente era costumbre entre los indígenas investir a ciertos hombres y mujeres como dioses vivientes que después sacrificaban en sus demoníacas festividades.

La sola idea de que algo así pudiera suceder, me hizo ocultar a doña María de la vista de todos.

- ¿Qué es de ella ahora que vuestra merced está aquí?

- Al día siguiente de la aparición platiqué con don Hernán Cortés y el mismo propuso llevar a doña María a Oaxaca, porque allí podía ofrecerle comodidad, protección y aislamiento.

- En verdad me parece que fue muy prudente actuar así, pero dígame, ¿cambió de alguna manera su afecto hacia doña María Siervo?

- Sí, porque la creo bendecida por la Virgen, pero si usted se refiere a que la hubiese yo empezado a percibir como una persona a venerar, no, no fue así.

- Y ella... ¿cómo reaccionó ella al verse en el lienzo?

- Nunca ha visto el lienzo, no me pareció adecuado.

- Pues bueno, ahí tiene usted, desde el principio y hasta ahora la divina providencia ha propiciado una gran selectividad de quienes se han visto involucrados. Es nuestra obligación seguir siendo cautos.

- ¿Qué me sugiere don Iñigo?

- Primero dígame que tiene usted previsto, ¿ya fue informada la reina?

- No me atreví, siento que el asunto debe ser conocido primero por el emperador.

- ¿Por qué no primero el Papa?

- Porque mi designación a las colonias y como protector de indios fue hecha por el emperador y a la fecha no he recibido la ratificación de Roma, lo que me hace depender por ahora solo de la corona.

- Ya veo, pero el asunto no corresponde al poder temporal sino al espiritual, y sin duda su santidad Clemente vería como una grave traición el no ser considerado por usted como la autoridad a informar antes que nadie.

Esto porque al final de cuentas obispo o no, usted es un soldado de La Iglesia y eso no lo cambia ninguna designación del emperador.

- Pero... entonces... ¿debo ocultar el milagro al emperador en mi próxima comparecencia?

- Me es muy difícil, en realidad imposible, recomendar algo que depende solo de vuestra conciencia. Pero... bueno... puedo deciros lo que yo haría.

Yo me limitaría a comentar sobre los asuntos que Su Alteza ha definido como la razón de mi comparecencia y si tras escucharme me ratifica la encomienda al frente de la iglesia de las Indias Occidentales, le informaría de la urgencia de visitar al Papa para exponerle algunas cosas relacionadas con el ámbito espiritual de mi acción pastoral.

- Ya veo don Iñigo, gracias por su sugerencia, la tomaré muy en cuenta, pero dígame os lo suplico, en vista del actual cisma y de las ideas reformistas, ¿cree usted que la noticia de esta milagrosa aparición pueda ser utilizada en detrimento de la Santa Iglesia?

- La reacción de los cismáticos es la que menos me preocupa, ellos ya plantearon su postura y no creo que encuentren conveniente intentar usar algo que pudieran no saber manejar, para dañar más a la iglesia ni para hacerse de más adeptos. Los que sí pueden decidir actuar en detrimento de La Iglesia, son los católicos de España que están clamando porque se declare irracionales a los naturales de las colonias, pues sin duda se sentirán ofendidos en sus intereses por la noticia de que La Virgen de Guadalupe los bendijo plasmando su imagen en el ropaje de uno de ellos.

- Pues sí que tengo mucho en que pensar antes de dar el siguiente paso –dijo desolado fray Juan-, por ahora, os ruego que me permitáis seguir beneficiándome con vuestros comentarios y que me visitéis todos los días en que permanezca yo en París.

- ¿Cuánto piensa quedarse?

- Partiré en cuanto reciba instrucciones del emperador, quien por ahora está preparando la defensa contra la invasión turca y viaja constantemente para fortalecer alianzas.

- Entonces estará usted aquí un buen tiempo.

- Todo depende de lo que disponga su majestad, quien ya sabe de mí llegada y me ordenó esperar en París.

- Pues entonces puede ser que parta usted mañana o en dos meses y ante tal incertidumbre cuente usted con mi presencia diaria, ¿puedo conservar estos documentos mientras tanto?, me gustaría repasarlos cuidadosamente y buscar la iluminación del Espíritu Santo para entender el mensaje de la milagrosa aparición.

- Desde luego don Iñigo, como os dije, esos documentos fueron preparados para usted, así que son suyos, ¿aceptaría mi invitación a comer?

- Os lo agradezco, pero tengo que terminar una disertación sobre la importancia de la fe para la salvación y apenas tengo el tiempo justo.

- Sea pues, vaya usted con Dios y lo espero mañana.

- Con el favor de Dios así será fray Juan.

Para despedirse fray Juan extendió mecánicamente la mano en que ostentaba el anillo de oro con una amatista que era el símbolo de su obispado para que fuera besado por don Iñigo, pero éste como en las anteriores ocasiones besó la mano y no el anillo, al tiempo que lo llamaba fray Juan. Me quedó claro entonces que el futuro Ignacio de Loyola era obsesivamente respetuoso de la estructura formal aprobada por Roma, y que mientras no fuese ratificado el nombramiento por el papa no daría a fray Juan el tratamiento que correspondía a un obispo.

En cuanto vi a don Iñigo cruzar la puerta de la biblioteca me dispuse a acompañarlo a la salida; tras despedirlo, Xóchitl me invitó a platicar en mi habitación, yo accedí de inmediato, subí corriendo las escaleras y entré a mi alcoba con igual prisa.

- ¡Uyy!, Monsieur! Tu va me tuer avec peur!

Exclamó la joven quien estaba medio encaramada en la cama eliminando las últimas arrugas del bello edredón.

Xóchitl también estaba ahí, pero visible solo para mí.

- ¡Perdón!, ¡perdone usted! –Dije realmente apenado por haberle causado tan tremendo susto-

Ella se llevó la mano al corazón y buscó acomodo en el sillón más cercano.

- Oh monsieur, en verdad me asustó, ¿siempre es usted así de impetuoso?

- No, bueno sí, bien... lo siento, no fue mi intención.

- Está bien no se disculpe más, solo permítame recuperar un poco el aliento.

- Claro, por supuesto... tome usted un poco de agua.

Diciendo eso vertí en un vaso agua de la jarra que estaba en una mesita junto a la cama. Mientras tomaba agua me di el tiempo para mirarla detenidamente, era muy bella, de finas facciones y delicada fisonomía, su sonrisa era un gusto de ver por la blancura y uniformidad de sus dientes, clara evidencia de que había crecido con una dieta rica en frutas y vegetales más propia de la campiña que de la ciudad, sus ojos claros y pequeños, brillaban con la vitalidad de su juventud.

Conforme se fue tranquilizando, su sonrisa se adueño de su expresión, y cada vez la vi más bella.

- ¿Eres parisina?

- Pero no, soy de la Burgandie y espero pronto salir de Paris, la ciudad es bella, aunque me desagrada la basura y los malos olores, pero no es por eso que deseo dejarla, es sobre todo porque ya terminó la guerra y mi padre ha regresado a casa, así que ayudaré en la cosecha y me quedaré para volver a vivir como antes.

- ¿Cómo era antes?

- Todos juntos en casa, mi hermana, mis padres... cultivando la tierra, cosechando, participando en las fiestas... ¡oh! las fiestas... ¿a usted le gustan las fiestas?

- ¡Por supuesto!, ¿por qué no me habrían de gustar?

- Pues porque aquí en París nunca se sabe, unos dicen que son pecado, otros que no, luego se pelean y se acusan de pecadores gentes que jamás van a fiestas.

Mientras hablaba, movía los brazos con gracia y gesticulaba transmitiéndome una alegría que me avasalló.

- Entonces, ¿me preguntas si me gustan las fiestas porque me ves muy serio?, pues déjame informarte que en donde nací se hacen fiestas casi todos los días.

- ¡Mentiroso! -Me dijo Xóchitl con bromista entonación sin permitir ser escuchada más que por mí-

Yo sin inmutarme, esperé la respuesta de la francesita.

- ¡Pero no monsieur!, más bien todo lo contrario, su presencia es de fiesta para mí, pero como lo veo siempre con señores muy serios pues preferí preguntar.

- Tú te llamas... Monique ¿No?

- Oui, me alegra que lo recuerde monsieur.

- Pues bien Monique, ¿Te parece que al señor obispo le gustan las fiestas?

- Uh no, seguro que para él todo eso es pecado.

- Pues no, solo imagínate que en las Indias Occidentales él ha escrito algunas escenificaciones en donde se canta y se baila.

- Lo creo porque usted lo dice, pero seguro que son cantos y bailes muy serios.

- Sí, definitivamente tienes razón, bueno, el caso es que a mí si me gusta bailar y cantar, y también lo que más extraño del lugar donde nací son sus fiestas.

- ¡Mentiroso! -Insistió Xóchitl, pero ahora ya no tan alegremente-

- ¿Es usted español? –Preguntó Monic-

- A Dios gracias.

- ¿Y peleó contra nosotros?

- No, yo vengo de las Indias Occidentales después de muchos años de ausencia.

- Eso me alegra monsieur y... ¿es usted casado?

- No.

- ¿Y piensa que podría casarse con una francesa?

- ¡Ándale! -Intervino Xóchitl en tono burlón-

- Sí, claro, pero no puedo pensar en eso por ahora.

- ¡No me diga que es seminarista!

- No, no, solo que hice el juramento de acompañar y cuidar al señor obispo mientras permanezca en Europa, y yo creo que eso tomará unos dos o tres años.

- ¿Tanto?

Yo sonreí de buena gana y seguí con el coqueteo complacido por el vitalizante estímulo de mis hormonas. Xóchitl no dejó de molestarme con sus intervenciones y conforme pasaba el tiempo fue modificando su postura hasta mostrase francamente enojada por el flirteo.

La conversación se prolongó por cerca de media hora hasta que el mayordomo llamó a Monic desde la puerta de mi habitación que no cerré tras mi abrupto arribo. Ella salió corriendo con la vista al suelo y las manos en la boca.

El mayordomo solo me dirigió un "perdón señor" y también se retiró.

Xóchitl me regaño por mi imprudencia y ante su reclamo me defendí señalando que todo se debía a las características hormonales que ella me dio y las famosas referencias conductuales que decidió incorporarme. Como no me atrajo la idea de continuar haciendo un análisis de mi conducta le pedí que me dejara solo para descansar.

El único saldo lamentable de ese incidente fue que no comenté con Xóchitl de la pintura de la virgen que contra mis suposiciones no fue mostrada.

A la mañana siguiente, solo un poco después del desayuno, regresó don Iñigo.

Fray Juan lo recibió en la biblioteca a puerta cerrada y me ordenó tomar las mismas medidas del día anterior para asegurar que nadie escuchara furtivamente su conversación.

Xóchitl por su parte nuevamente me facilitó enterarme de lo que ahí se dijo.

- Buenos días fray Juan, ¿cómo pasó la noche?

- Bien y de buenas, ¿cómo amaneció usted don Iñigo?

- Alegre e interesado en seguir comentando de la portentosa aparición.

- Pues le tengo una sorpresa –Dijo emocionado fray Juan-

Al decir esto se levantó de su escritorio y se dirigió a un sillón en el que descansaba bajo una blanca sábana el cuadro que había yo armado.

Cuando lo descubrió apareció ante los ojos de don Iñigo la réplica de la imagen, don Iñigo expresó asombro y admiración con todo su cuerpo, su rostro se iluminó de alegría y sorpresa, todo él parecía estar colgado de sus ojos, fue realmente un momento sublime en la vida de ese magnífico hombre.

Tras unos segundos de contemplación durante los cuáles fray Juan lo acompañó en su arrobamiento, se sentó en el sillón que estaba justo frente al cuadro.

- Fray Juan... ¿cómo es que trajo usted esta reliquia a tan largo viaje?

- ¡Que no don Iñigo!, esto es solo una copia...

- Pues eso también es motivo de asombro... ¿tiene usted a Rafael en las colonias?

- No... ja... me gustaría, aunque en realidad no me hace mucha falta, esto lo hizo el indio Marcos Cipac y os aseguro que la imagen original es aun más bella en su luz y en la expresión del rostro, a pesar de que la tela es burda y sin ninguna preparación para recibir los colores.

- Pues me disculpará vuestra merced, pero de no haberlo atestiguado fray Pedro y reportado como lo hizo de su puño y letra, yo no podría creer que algo así realmente sucedió.

- He ahí buena parte del embrollo en el que me siento –replicó fray Juan-, el portento es tan... claro, tan... de tocarse... que... bueno, hubiera sido más fácilmente creíble si hubiese sido una bola de fuego como la de Moisés, o un carruaje celestial como el de Elías, que hubiese quedado solo en la memoria de los presentes, pero no, es una imagen que surgió de la nada y quedó ahí, perennemente ante nuestros ojos y de los que tengan la gracia de ver el lienzo de aquí a la eternidad.

- Pues sí, entiendo claramente lo que me dice –expresó don Iñigo con bondadoso tono-, porque hasta ahora todos los milagros requieren de la fe, de hecho la fe es lo que sostiene al mundo, pero esto que os sucedió no requiere de fe porque la providencia os ha entregado una prueba tangible, solo hay que aceptar el origen divino.

- ¿Acepta usted la posibilidad de que no lo sea?

- No me agrada el considerarlo, pero usted sabe que estamos obligados a hacerlo, sin duda no me gustaría estar en el lugar de quien tenga que argumentar contra los méritos de este portento en el juicio de su aceptación como advocación mariana.

- Coincido totalmente –afirmó fray Juan-, y bueno, déjeme ahora decirle algo que ha complicado mucho las cosas para mí.

Tal como leyó en la carta de fray Pedro, un impertinente tinterillo quien es escribano de la segunda audiencia, se coló a mi oficina y atestiguó la aparición y aunque yo lo conminé enérgicamente a que no divulgara lo que había visto, me sentí forzado a señalar un plazo perentorio para mostrar la imagen a la feligresía, así lo hice indicando que para rendirle culto era necesaria la bendición papal y ahora cuando yo regrese a la colonia con la noticia de que la aprobación tomará varios años más, resultará imposible frenar el entusiasmo del pueblo y el culto irá por delante de las formalidades.

Iñigo de Loyola reflexionó brevemente y dijo con tono severo.

- Cuando leí en las notas de fray Pedro que la imagen había sido mostrada con la premisa de que aun no se le podría rendir culto me pareció que no sería posible que así sucediera, y lo que usted me comenta me hace tener la seguridad de que ya en este momento la veneración a la imagen se está multiplicando al margen de las impuestas restricciones, siempre ha sido así, la fe no puede ser acotada con normas terrenales.

Mire, yo creo que no hay que intentar detener el culto a la imagen y que si no la incorporamos a la iglesia oportunamente los fieles de la colonia si lo harán, con o sin permiso. Eso es doblemente peligroso, porque no solo puede propiciar una desobediencia sino también el riesgo de que surja una iglesia de ultramar separada de Roma.

- ¿Al igual que la iglesia de Inglaterra? –Preguntó alarmado fray Juan-

- Exacto. Y por los mismos motivos, ya que con una iglesia independiente los colonos podrían hacer oficial una moral muy a modo de sus intereses, al margen de lo que la aparición pueda significar.

- Pues en todo eso sí que no había pensado... ¿alguna sugerencia?

- Lo que voy a decir debe quedar entre usted y yo, porque me voy a permitir rebasar los límites de la prudencia en aras de buscar para La Iglesia el mayor beneficio en las actuales circunstancias de desencuentro.

Yo os aconsejo que no llevéis esta imagen ni al emperador ni al Papa, ¡Dios me perdone! pero su presencia despierta la duda.

También sugiero que consideréis solo informar del milagro a Roma, "al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios", y que no pidáis permiso para rendir culto a la imagen de la Virgen de Guadalupe que apareció en ultramar, sino que informéis que a raíz de tan milagroso acontecimiento se rinde re-no-va-do culto a Santa María de Guadalupe, y que españoles y naturales están a la par de entusiasmados.

- Pero, ¿no sería eso una desobediencia a la autoridad del Papa?

- Ante todo es la verdad aunque no completa, y si lo vemos con calma no es una desobediencia porque la Virgen de Guadalupe es una advocación que ya se venera desde hace siglos, esta nueva imagen no tiene por qué presentarse como una nueva advocación de nuestra Santa Madre María... al menos por ahora, ¡ah!, y también pongo a vuestra consideración omitir hacer comentarios sobre el color del rostro de la imagen.

Fray Juan recompuso notoriamente su talante y dijo con entusiasmo.

- Agradezco a vuestra merced la sencillez con que me orienta y la valentía que pone en vuestro compromiso con la iglesia, yo en respuesta os aseguro que actuaré como sugerís y guardaré esta conversación solo para mí por el resto de mi vida.

En acompañamiento a estas últimas palabras, fray Juan cubrió nuevamente la pintura realizada por Marcos Cipac y tomándola con ambas manos giró en redondo para presentarla a Ignacio de Loyola.

- ¿Aceptaría vuestra merced esta pintura como un regalo de un atribulado misionero de las Indias Occidentales?

- La acepto en custodia, la entregaré en Roma como un presente de vuestra merced al Papa que quedó bajo mi custodia en su paso por París, eso claro, después de conocer de vuestro feliz regreso a las colonias y bueno... en mi caso, aunque su santidad me haga preguntas no podré responder ninguna porque nada sé.

- Que así sea –Dijo fray Juan abriendo los brazos hacia don Iñigo, quien para corresponder el abrazo hizo descansar la pintura en el sillón de donde se había levantado-

Después, don Iñigo tomó nuevamente la envuelta pintura y salió de la biblioteca seguido por fray Juan.

En cuanto los vi me puse de pie.

- Don Mariano, asegúrese de que nuestro carruaje este disponible para llevar a don Iñigo a su casa –Me ordenó fray Juan-

El capitán Ramírez había dispuesto que, en previsión de cualquier emergencia, el carruaje junto con un conductor y dos escoltas estuviesen siempre a la puerta prestos para partir.

Yo me adelanté para asomarme a la calle y en mi entusiasmo cometí la descortesía de ignorar a Ramírez quien estaba casi a mi lado.

Cuando regresé a confirmar que todo estaba según lo esperado, Ramírez ya lo había hecho y los tres avanzaban hacia la puerta.

Acompañamosa don Iñigo y una vez que estuvo sentado en su transporte yo coloqué el cuadro frentea sus rodillas.

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